viernes, 1 de diciembre de 2017

Eminencia Gris


François Le Clerc de Tremblay

Para el Doctor Francisco Fontana



En el mes de mayo de 1638, el Padre José sufre un ataque que le deja medio paralizado y sin habla. Guarda reposo durante un tiempo y se recupera, pero su salud es precaria, propia de un hombre envejecido, que vive en tensión, cargado de responsabilidades y que trabaja en exceso. Intenta delegar parte de sus tareas y pasar todo el tiempo posible con sus hijas espirituales, las monjas del Calvario.

Sabe que la muerte está cercana pero no puede olvidar que continúa siendo Secretario de Estado de Asuntos Exteriores para Richelieu, que le ha nombrado su sucesor. Hay algo peor: son coautores de esa plaga que está asolando Europa: la guerra de los 30 años.

El sábado 11 de diciembre se ocupa de la dirección espiritual de sus religiosas y les da tres largas conferencias en días sucesivos; el esfuerzo le produce otro ataque. Sintiendo que va a morir hace una confesión general. A la mañana siguiente celebra misa a las 7 y se despide de la abadesa y sus consejeras con solemnidad y especial emoción.

                                                                       "La pluma es más importante que la espada"

Aparte de sus habituales encuentros con Richelieu, el viernes 17 por la mañana recibe al nuncio, Cardenal Bechi, con quien departe largamente. ¿Hablarían del capelo cardenalicio que va a ser concedido de un momento a otro? ¿Llegará antes de su muerte? Por deferencia, acompaña al delegado papal hasta la entrada del castillo. Camino de vuelta a su celda encuentra a Richelieu, quien le reitera entre sonrisas su invitación para la velada de la noche. Le asegura que puede ver la obra elegida porque ‘es muy moral’. El Padre José prefiere retirarse y tomar un refrigerio; después de hacerlo, comenta que se encuentra bien, pero repentinamente le da otro ataque que será el último. Mandan buscar a su confesor y a los médicos del cardenal.

Richelieu se encuentra reunido con su corte, acomodados en la gran sala, silenciosos, atentos a escuchar los versos alejandrinos que desgranan los actores, en medio de una luz muy tenue. Un fraile se acerca con sigilo a su Eminencia y le susurra unas palabras al oído. Richelieu da un grito de dolor. Se avivan las luces, los actores callan. Su Eminencia sale corriendo de la estancia hacia la celda del padre José. Se sienta a su lado y le coge la mano que nota casi sin vida; su cara refleja la desesperación y dice a media voz:

-“Mon appui, où est mon appui?” (Mi apoyo, ¿dónde está mi apoyo?)

Llegan los médicos y lo sangran; el sacerdote le administra la extremaunción mientras Richelieu sale. El general de la Orden de los capuchinos se encuentra de visita en París y va a verle.

-“¿Me reconocéis?” -pregunta. Con gran esfuerzo el enfermo estrecha su mano. “Debéis dar señal de arrepentimiento si queréis recibir la absolución y una indulgencia plenaria”. El padre José se da tres débiles golpes en el pecho y sus ojos se llenan de lágrimas, recibe la absolución y el general se retira.

Su confesor se sienta a su lado y le dice: “es el momento de pensar solo en Dios porque pronto habréis de rendir cuentas, pues Dios es vuestro juez y os pesará en la balanza”. Al padre José se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas y no cesa de repetir “rendir cuentas, rendir cuentas…”.

El padre Ángel de Mortagne, convertido por el padre José hace 20 años, y que desde entonces ha sido su constante compañero, le ayuda a hacer pequeños gestos de amor a Dios y de arrepentimiento; finalmente dice: “padre, bendecidme”. El padre José levanta su mano, pero no puede continuar. Entra en coma y en las primeras horas del sábado 18 de diciembre le entrega su alma a Dios.


                                                                             Convento de los Capuchinos, rue Saint Honoré. Desaparecido

Piden al padre Charles de Condren, director del Oratorio, que se encargue de la oración fúnebre, a lo que se niega. No puede elogiar al hombre instrumento de las pasiones de Richelieu y que era el más odiado de toda Francia.

La Congregación de los Oratorios, fundada en Florencia por Felipe Neri en 1575, para sacerdotes seculares y seglares. Su característica original es la libertad, puesto que los oratonianos no están unidos por ningún compromiso. Cada oratorio está construido a imitación del que utilizó el fundador, pero son autónomos entre sí. Lo que se observa en todos es un mismo espíritu y celo en las prácticas espirituales y en la mutua caridad.

Por propia disposición del difunto se entrega su hígado a las Hijas del Calvario y él recibe sepultura en la iglesia de los capuchinos de París, cerca de la tumba del gran caballero-fraile que lo había recibido en la orden: Ángel de Joyeux. Y porque en la naturaleza humana son más fáciles de manifestar el escarnio y la burla que el perdón y la comprensión, a la mañana siguiente encuentran pintado sobre la tumba este díptico:

Passant, n´est pas chose ètrange
Qu´un démon soit près d`un ange

Paseante, no hay que extrañarse
De que un demonio esté cerca de un ángel.

La Revolución Francesa afecta al Convento de los Capuchinos en la rue Saint-Honoré. Estando ya ruinoso, una familia pide permiso para exhumar el cuerpo de un antepasado y enterrarlo en su panteón. Los encargados aprovechan la ocasión para ordenar que los cadáveres del Padre José y del Padre Ángel de Joyeux se exhumen también y, como nadie los reclama, los entierran en el llamado “Campo de Reposo”. Este cementerio permanece cerrado durante años y los registros se han perdido. Con el paso de los años se ha convertido en el actual cementerio de Montmartre, con el consiguiente movimiento de tierras. Nada hace pensar que los despojos del Padre José no continúen allí, pero, ¿dónde? Hasta el momento no se han encontrado.

                                                                                 Plano del desaparecido convento

Esta es la historia de un hombre que trató de conciliar la política con la religión. El nombre con el que se le conoció: ‘Eminencia gris’ es el que se da a personas que actúan como él. Eminencia: tratamiento que reciben los cardenales. Gris: color del hábito de los capuchinos, orden a la que pertenecía.

Eminencia gris:
-Consejero que inspira las decisiones de un hombre de gobierno, de un alto directivo.
-El poder detrás del trono.
-Persona que ejerce el poder en la sombra.
-Alguien con poder de decisión que actúa secretamente o de manera no oficial.

Hacia la mitad de su vida, el Padre José tenía el rostro curtido y macilento por las privaciones que se había impuesto, y arrugado y gastado por su continuo trabajo intelectual. Sigue estrictamente la disciplina de la Orden: su espalda es una pura llaga por los azotes recibidos, duerme en tierra en un jergón, ayuna dos veces por semana. Tiene celdas sencillas en los conventos de París y en el de las Hijas del Calvario. También en ambas residencias del Cardenal Richelieu: el palacio y el castillo.

No tiene sueldo ni dinero propio. El rey –quien le llama a menudo para que le consuele– le ha asignado una pensión especial que cubre sus gastos: alimentos, coche, caballos, cochero y cuatro lacayos vestidos de elegante librea gris y amarillo. Aunque a disgusto, ha tenido que aceptar la ‘obediencia’ de sus superiores para determinado tipo de actividades.

El pueblo le teme, pero los que le conocen bien le admiran por su poder de concentración, su austeridad, el control sobre sí mismo. Es un gran conversador y lo demuestra en las tertulias que Richelieu mantiene con buenos y escogidos amigos.

Frente despejada, ojos azules grandes y prominentes, casi fijos, quizás por el esfuerzo que debía hacer por su miopía, agravada con los años y por su constante fijación en lectura y escritura. Nariz aguileña, boca de labios gruesos, barba rojiza, empezando a encanecer, larga y descuidada; mandíbula inferior fuerte. Rostro de hombre difícil de domeñar, de voluntad firme, de inteligencia poderosa, pero también de turbulentas pasiones y sentimientos intensos, por más que durante los 25 años de vida religiosa hubiese tratado de dominarlos.


En la primavera de 1625 emprendió su tercer viaje a Roma. Dos eran sus objetivos: uno diplomático y otro religioso. El primero era por cuenta del gobierno francés: la Valtelina y los pasos de montaña en la Italia de dominio de los Habsburgo españoles, podían permitir que se uniesen con los dominios de los Habsburgo austriacos al otro lado de los Alpes. A toda costa había que impedir la unión de propiedades pertenecientes a la misma familia reinante en ambas ramas: la española y la austríaca.


¿Cómo resolver el problema de la Valtelina? Desde este valle hasta la cabecera del lago Como, corre el único camino que comunica España con Austria. Los navíos españoles atracan en Génova y desembarcan tropas y oro venido del Nuevo Mundo. Llegan a Milán y de allí a la Valtelina, que se halla bajo el protectorado de los Grisones, aliados de la Confederación Suiza. Cerrado este camino, a los Habsburgo solo les queda el mar: imposible circular por el Canal de la Mancha y enfrentarse al poderío naval de ingleses y holandeses. Con la aquiescencia nominal de sus aliados suizos, Richelieu invade el estratégico valle y en 1624 instala en él una guarnición de tropas francesas.

Con Urbano VIII y con el cardenal Nepote habló de su tema favorito: las cruzadas; en este caso concreto, de la cruzada contra los turcos. El Papa lo retiene, a veces, en coloquios de tres y cuatro horas. Le encanta hablar con él y le aprecia por su conversación y lo vasto de sus conocimientos. Tenía autoridad para hablar y ser oído con deferencia y atención, fuera quien fuese su interlocutor. Cumplidos ya los 48 años, le quedaban 13 de vida, durante los cuales su poder político no haría más que acrecentarse. En esos últimos años se convertiría en uno de los hombres más poderosos de Europa y también en uno de los más detestados.

                                                                                              Blasón de la familia Motier de la Fayette

Se celebra el matrimonio de Jean Le Clerc y Marie Motier de la Fayette en 1574. Él pertenece a una distinguida familia de abogados y administradores, y la novia es hija de Marie de Suze y de Claude Motier de La Fayette, poseedor de cuatro baronías.

Son felices y logran que su hogar también lo sea. Tienen 3 hijos:
-François Le Clerc de Tremblay, nacido el 4 de noviembre de 1577. Su abuelo materno le cede una de sus baronías, por lo que será conocido en sociedad como barón de Maffliers.
-María nace en 1578.
-Charles en 1584. Al entrar su hermano en religión, recibe la baronía.

François es un niño que desde pequeño llama la atención. Extraño y extraordinario. Activo, le gusta jugar con compañeros, pero tiene un mundo interior propio y exclusivo que no le agrada que invadan. Es reservado, con gran dominio de sí mismo, lo que no impide que los grandes sentimientos, como son el amor, el odio y la ira, se manifiesten en él con gran fuerza. Ama apasionadamente a sus padres, el hogar, a los sirvientes familiares, los perros, los caballos, las palomas, los patos y los halcones.

Precocidad intelectual; es brillante y despierto. Y lo que es más extraño: esa precocidad se manifiesta también en el campo religioso. A los 4 años tiene unos conocimientos y unos sentimientos, en este terreno, que admiran a sus conocidos.

Cumplidos los 8, François pide irse de casa, porque su madre lo mima demasiado y teme convertirse en un ser delicado y débil. Lo envían al colegio de Boncourt, donde aprende latín y griego, pero como ocurría en los internados de la época, recibe palizas, penitencias y mala alimentación.

El éxito de los jesuitas como educadores, se debe a que introdujeron las representaciones teatrales, tan en boga en esos momentos, entre sus alumnos y que estos no recibían castigos corporales.

Guerras de Religión

El interés económico y el evitar que el reino vecino tuviese un exceso de poder, estaba en el inicio de muchas guerras. Las disputas ideológicas y teológicas, que llevaban una carga de odio y terribles venganzas, todavía pesaban más en su origen. Referente a las francesas, hay que tener en cuenta que además de religiosas fueron civiles, en las que se lucha con mucha más crueldad.

Los franceses han tenido siempre mucho sentido práctico; en circunstancias tan dramáticas decidieron tomar una solución no heroica, pero sí de paz y tranquilidad: a las hijas no se las educaba en ninguna creencia y, si llegaba un pretendiente del agrado de los padres, estos las preparaban rápidamente para que abrazasen las ideas y religión del marido.

En la Edad Media, la Iglesia Católica y el clero han ido adquiriendo demasiado poder y las costumbres se han relajado. Al empezar el Renacimiento, el alemán Lutero y el francés Calvino piden volver a los inicios: austeridad, sencillez, sobriedad… y así se lo explican a sus seguidores. El centro de sus vidas es la Sagrada Escritura y no el Papado. La Iglesia Católica es universal y no se puede convertir en diferentes iglesias nacionales, como quieren los que promueven una reforma drástica. La concesión de indulgencias con motivo de la construcción de San Pedro en Roma, es el detonante de esta oposición.

                                                                                     Construcción Basílica de San Pedro. Siglo XVI

Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, constata que su poder como tal es más honorífico que real y no puede reducir a los príncipes alemanes. Los Valois, reyes de Francia y católicos, forman una liga con los príncipes alemanes para debilitar al emperador, eterno enemigo. Don Carlos y el Papa ordenan que en Alemania los católicos tengan los mismos derechos que los practicantes de la nueva religión. Lutero y sus seguidores ‘protestan’, de donde les viene el nombre de protestantes. Los príncipes apelan al ‘cujus regio ejus religio’ (los habitantes de un país deben abrazar la religión de su príncipe).

Los católicos se dan cuenta de que los protestantes actúan de la misma manera que les acusan a ellos: por la fuerza y con mentiras. Don Carlos, muy enfermo, se retira a Yuste donde muere en 1558, no sin rogarle a su hijo Felipe II que mantenga la religión católica a ultranza. Si le ha dicho lo mismo a su hermano Fernando, que le sucede en el Imperio, este posiblemente lo ve inviable. Por la ‘Paz religiosa de Ausburgo’ (1555) se reconoce la existencia legal de los protestantes en igualdad de derechos con los católicos. Se rompe definitivamente la unidad religiosa en Alemania.

¿Por qué a los protestantes franceses se les llama hugonotes? Huguenot (palabra francesa) primeramente es el nombre con que se conoce a los partidarios de la unión ginebrina y suiza; después lo utilizan los protestantes ginebrinos, finalmente se llama así a todos los protestantes de lengua francesa (1540). En principio fue una alteración de la palabra alemana eidgenosse (confederado), de eid pacto y genosse compañero, por influjo de Hugues, jefe del partido suizo en Ginebra a principios del siglo XVI.

Causas por las que hay tantos hugonotes en Francia:
-por las prédicas de Calvino;
-por las Universidades, que es donde la gente culta trasmite y discute novedades;
-por un resto de albigenses que ha permanecido en algunos pueblos.

Desde 1562 a 1598, en Francia los católicos y los hugonotes se enfrentan en ocho ocasiones. A los católicos los lidera el Duque de Guisa; a los hugonotes Enrique de Borbón, futuro Enrique IV, y jefe de la Casa de Borbón.

                                                                                                        Masacre del día de San Bartolomé

Hay un episodio sangriento: la noche de san Bartolomé (1572) y será decisiva la batalla de La Rochela. Finalmente Enrique, que había cercado París sin lograr que se rindiese, decide convertirse al catolicismo diciendo o no diciendo la célebre frase que se le atribuye: “Paris bien vaut une messe” (París bien vale una misa). En todo caso, obrando como si la hubiese dicho, que otra cosa son los sentimientos que guardaría en su corazón.

Promulga el Edicto de Nantes (1698), por el que se concede libertad de conciencia a los franceses, y Luis XIV, su nieto, por el Edicto de Fontainebleau (1777) establece que la religión del Estado es la católica.

Con el V.º B.º del Papa desde 1625 y hasta su muerte, el Padre José dirige las Misiones Extranjeras de los capuchinos en Oriente. Sus frailes están en el mundo entero: de Persia a Inglaterra y de Abisinia a Canadá, por lo que recibe toda clase de novedades religiosas y también de tipo político y mundano. Aparte hay que añadir los que tiene diseminados por Europa. Cumplen la misión que les encomienda la Orden y al tiempo traen a su compañero la información que les ha pedido. En tiempo de guerra tiene sus ‘espías volantes’, católicos y hugonotes traidores, que le notifican los planes del enemigo. En 1626 le presentan al rey el ‘memorándum, sobre colonización y poderío marítimo’, escrito por el Padre José que estuvo de plena actualidad para Richelieu y hasta para Colbert.

El Padre José siente un verdadero deleite almacenando información. Antes de conocer al Cardenal ya poseía un ‘Carnet privado’. Al ponerse al servicio de Richelieu aumenta el grupo de ‘quintas columnas’. Se pude decir que funda un verdadero departamento nacional de información. ¿Cómo se justifica el Padre José ante este trabajo, que hace tan bien y que además le gusta? Siempre da la vuelta a las cosas, de forma que se conviertan en que están inspiradas por Dios o son a la mayor gloria de Dios.

Las hostilidades entre las tropas reales y La Rochela estallan (1627-1628). Esta ciudad fortificada significa el refugio y el poder para los hugonotes, que quieren construir un país dentro de otro país. El Padre José convence a Luis XIII para que se ponga al frente de sus tropas. El capuchino no quiere acomodarse en la casa donde están su majestad y el cardenal, elige una choza infecta donde el agua le llega a los tobillos. A la madrugada dedica dos horas a la meditación, a su unión con Dios; después despacha su numerosa correspondencia. Por la noche antes de dormir, conversa con sus informadores. Durante el día se une a los otros capuchinos que están en el campamento: predicación, consuelos, misas, dispensación de sacramentos, atención a hospitales de campaña, ayudar a bien morir… No empuñan armas, pero están mezclados entre quienes lo hacen con ánimo de ayudarles. No es menor su valor.

                                                                                               Richelieu y P. José en el Sitio de la Rochela

Llamó la atención de los contemporáneos lo bien mantenido que estaba el ejército. El Padre José también asistía a los Consejos de Guerra y, siendo un ser imaginativo e ingenioso, proponía soluciones brillantes, advirtiendo siempre que eran revelaciones de Dios. Viendo que el éxito no les acompaña, acude a la plegaria masiva: sus Hijas del Calvario no dejaban de rezar las 24 horas del día. El ánimo flaquea y el rey y Richelieu deciden levantar el sitio, pero el Padre José les convence para que se queden. Las fuerzas inglesas han tratado de ayudar a los sitiados, pero fracasan. En La Rochela se encuentran al límite. Ya no quedan animales: caballos, gatos, perros… todos han sido sacrificados; hacen caldo hirviendo zapatos y sombreros de cuero y la población ratonil desciende. Hasta los nobles comen ratas guisadas, eso sí, servidas en bandejas de plata. Cuando finalmente se rinden, de los 25 mil habitantes que tenía la ciudad, antes de empezar el sitio, solo quedaban 4 mil. Luis dijo: “El Padre José fue el único hombre que se mantuvo firme en la esperanza de rendir la ciudad a la obediencia y fue él quien enseñó firmeza a los demás”.

Acabada la conquista de La Rochela, los vencedores quieren que se queme la ciudad. Su Eminencia se opone, los hugonotes agradecen su clemencia y el Padre José alaba su decisión, con la que está de total acuerdo.

En recompensa por su actitud durante el sitio, el rey quería que fuese nombrado obispo de la ciudad; él se negó por humildad y porque deseaba seguir siendo un pobre capuchino, pero se siente alagado por el reconocimiento del monarca, quien también ha hecho una promesa a la Virgen para conseguir la victoria.

Pasado el tiempo y queriendo enaltecerlo, el Soberano pide a Urbano VIII el capelo cardenalicio para el Padre José. El Papa duda porque conoce su actuación durante la guerra de los 30 años y no le ha gustado, y además se ve presionado por un capuchino que es cardenal, y no quiere que haya otro de la Orden, y por el emperador Fernando. No se sabe qué es lo que hace cambiar de opinión a Su Santidad, que aprueba el nombramiento. La noticia llega a Francia después de muerto el beneficiario.

Guerra de los 30 años (1618-1648)
-El descubrimiento de América, que cambió los rumbos comerciales marítimos;
-la Reforma;
-la revuelta de los campesinos;
están en el inicio de la debilidad en que se encontraba Alemania al empezar la guerra.
En el plano cultural no había nada descollante y se presumía de glotonería, el que podía.

Guerra de pueblos, no solo de combatientes, con 2 mil estados soberanos y una población de 21 millones al empezar y 13 millones al acabar. El país queda completamente devastado, incendiado, pasando hambre hasta el punto de que se practica canibalismo y otras muchas atrocidades. La guerra hubiese podido acabar en pocos años. Richelieu, por destruir a la Casa de Austria, ayuda a los protestantes; las intervenciones diplomáticas del P. José hacen que se alargue hasta que el emperador solo conserve el nombre de tal. La Paz de Westfalia da al protestantismo la victoria y deja a Alemania disgregada, con una vuelta antinatural a la época feudal. Francia consigue ocupar el primer lugar entre los estados europeos.

Necesitaron dos o tres generaciones para reponerse. Hay comentarios de autores que atribuyen a estos antecedentes el militarismo alemán. Al emerger Prusia, se encontró con un pueblo sumiso y una burocracia bien organizada.

El Cardenal y su Eminencia Gris, personas de tanta lectura y conocedores de la Historia, ¿no supieron ver que con su política se conseguía un bien nominal, pero no duradero? Sumidos en una ignorancia voluntaria, atribuyeron a voluntad divina lo que era simplemente voluntad humana.

François tiene 10 años en 1587 cuando muere su padre, tan querido por él, lo que le hace pensar en lo vano que es el mundo y lo precaria que es la felicidad humana. La madre, llevando consigo a sus tres hijos, decide dejar París, tan peligroso en aquellos momentos, e irse a sus tierras de Tremblay, en los alrededores de Versalles, donde tiene una casa fortificada. Allí se siente protegida por vecinos y arrendatarios. François tiene un tutor para que siga estudiando.

El italiano y el español los hablará y escribirá como su propia lengua. Aprende también rudimentos de hebreo, filosofía y matemáticas. En sus horas libres vaga por aquellos bosques, monta a caballo, maneja el arcabuz y da rienda suelta a su pasión por la lectura, en sitio y momento donde no era fácil encontrar libros.

Cumplidos los14 años empieza a dar muestras de su vocación religiosa a la que se opone su madre. En 1591 es admitido en la orden capuchina. Sus superiores le hacen escribir los fundamentos de su vocación. Se conserva este escrito original con el título “Discours en forme d´exclamation” (Discurso en forma de exclamación). En él François cuenta que ha reencontrado a una prima lejana, conocida en la infancia y que ahora tiene su misma edad. El amor es mutuo, pero a François le llenan de asco las tentaciones de concupiscencia, ya que va a hacer voto de castidad. Considera a las mujeres como animales feroces a los que solo se puede tratar a través de la rejilla del confesonario o de la reja del claustro. Naturalmente su madre se había negado a que fuese religioso y va a buscarlo, diciendo que los capuchinos lo han raptado. Dada la edad del muchacho, el juez da la razón a madame Le Clerc.

                                                                                                                 Galileo ante la Inquisición

A partir de 1594 hay más tranquilidad en el país y la familia establece su residencia en Nevers. François es enviado a la academia de Antoine de Pluvinel “Escuela de perfeccionamiento para jóvenes caballeros”. Asignaturas: equitación, matemáticas, ejercicios físicos, esgrima, adiestramiento militar, caligrafía y buenos modales. Es la más aristocrática y elegante de toda Francia.

En el otoño de 1595, François realiza el ‘gran tour’ por Italia, acompañado de un sirviente de confianza y 12 compañeros nobles de su edad. El joven barón va con ánimo de aprender, de aprovechar el tiempo. En Florencia perfecciona esgrima y equitación. En Roma consigue estar un tiempo en la Secretaría de Estado papal, modelo sin rival de diplomacia en toda Europa. Hace un alto en Loreto por motivos religiosos y en Bolonia visita la universidad.

Llegado a Ferrara, presenta sus respetos al duque y visita su museo de historia natural. En Padua se queda durante unos meses para estudiar jurisprudencia. No se han encontrado las cartas que sin duda escribió a su madre. ¡Tantas anécdotas como le contaría! ¿Conoció a Galileo, profesor en Padua en aquella época? Al llegar a Venecia se entera de que hay estudiantes bizantinos exiliados y recala en la ciudad un tiempo para estudiar griego con ellos. Desde allí cruza los Alpes y puede ver la Alemania de antes de la guerra de los 30 años.

Al año de su partida, el barón de Maffliers está de vuelta. En París es presentado en la Corte y causa buena impresión. Apuesto, distinguido, inteligente; se comporta con discreción y exquisitos modales y su erudición le permite hablar sobre cualquier tema, aunque no le abandona nunca la cautela para no mostrar el fondo de sí mismo.


Richelieu le aplicó dos motes: Ezequiel y Tenebroso-Cavernoso (en español), que describían perfectamente su naturaleza curiosa y compleja. El primero correspondía al aspecto risueño del entusiasta, el visionario, el místico; el segundo, descubría el rostro impenetrable del jugador de póquer, del poseedor de recursos infinitos tanto en el campo diplomático como en el político. Dos personalidades bien distintas y extrañamente unidas en un mismo cuerpo.

                                                                                                                Richelieu y P. José trabajando

François pasa un año en la Corte. Es en el Palacio del Louvre, residencia real, donde aprende lo necesario para vivir en sociedad, desde escuchar con respetuoso interés las aburridas conversaciones reales y las tonterías de los idiotas de alta cuna, hasta sacar información sin parecer preguntar y distinguir lo importante de lo trivial.

En el sitio de Amiens (1597) tiene su primera oportunidad militar, donde demuestra ser un buen soldado; a finales de ese mismo año se le presenta la ocasión de visitar Inglaterra. El rey le envía a la reina Isabel una misión dirigida por un diplomático pariente de los Le Clerc de Tremblay y el joven François aprovecha la ocasión de conocer la corte inglesa. En ella hay personas cultas, como la misma reina, con las que se puede hablar en latín. Está en pleno apogeo el teatro isabelino, a cuyas representaciones son invitados los franceses y que les dejan un poco perplejos.

François tiene ocasión de recibir lecciones de diplomacia en vivo con su lejano primo. El joven barón se divierte, lo pasa bien durante unas semanas, pero de repente se da cuenta de que son herejes, de que aquella gente alegre y feliz está condenada a ir al infierno; ni uno solo de ellos se salvará. Queda horrorizado y, cuando vuelve a Francia, no va a casa de su madre, sino que se dirige a visitar a su confesor. Este lo introduce en un grupo muy selecto: ‘los devotos’.

París era todavía una ciudad medieval, muy extendida y sucia, llena de recovecos, inhóspita y peligrosa por la cantidad de criminales y ladrones que merodeaban por ella. Los hospitales y las cárceles eran sitios infectos.

‘Los devotos’ querían “instalar el cielo en la tierra”. Se trata de personas místicas, sacerdotes o seglares, de clase alta, muy respetadas por su entorno. No vivían en comunidad, sino cada uno en su hogar o convento y se reunían para hablar y fomentar su piedad. Aparte de este, tenían otro objetivo igual de importante: practicar la caridad. Conseguían donativos, daban limosnas, visitaban a enfermos y encarcelados, consolaban… Tenían un lema: “Trop est avare a qui Dieu ne suffit” (Es demasiado codicioso aquel a quien Dios no basta).

François recuerda su infancia y adolescencia y que ha querido consagrarse a Dios enteramente. Vuelve a despertarse en él la vocación y piensa qué orden será la mejor en un momento en que proliferan tanto la fundación de nuevas como la reforma de antiguas. Hay una que no ha cambiado: la de los cartujos que, como muchas cosas en la vida, “nunca reformada porque nunca deformada”, pero sus compañeros le convencen de que para él es mejor practicar las dos clases de abnegaciones: la pasiva y la activa.

                                                                                                   Monasterio capuchino en Suiza

Vuelve a los capuchinos sin despedirse de su madre, quien va corriendo otra vez a rescatarle. El hijo le habla con tal dulzura y convencimiento que la hace dejar de ser mundana y convertirse a la vida de retiro y oración, y a la práctica de obras de beneficencia. ¡Quién le iba a decir a Madame Le Clerc y a todos sus amigos hasta dónde iba a llegar su hijo y sobre todo cómo y por qué!

Cuando Francisco de Asís funda su orden (siglo XIII), lo hace basándose en el intransigente cristianismo primitivo. Su sucesor, el hermano Elías, se decanta por la piadosa sabiduría mundana. Las primeras generaciones de franciscanos formaron diferentes grupos con distintos hombres y distinta actuación. Los capuchinos, cuyo nombre viene de ‘capucha’, quisieron volver a los orígenes, a la observancia literal de la primitiva regla franciscana y su reforma comenzó en Italia hacia 1520.

Tras pasar por muchos sinsabores y tropiezos, se convirtió en la orden más importante del momento, después de la Compañía de Jesús. Se dedicaban a la oración, la predicación, conversión de herejes y la salvación de almas. Practicaban la obediencia, una rígida disciplina y la pobreza más absoluta: los monjes no podían llevar dinero ni por supuesto gastarlo. En los conventos no almacenaban provisiones para más de dos o tres días. Vivían de limosnas, iban descalzos y no podían trasladarse de un sitio a otro más que andando. Vestían un hábito de grueso paño gris con capucha de la misma tela y una cuerda en la cintura. Por supuesto estaban a disposición del Papado.

Su vestimenta la cambiaban rara vez, por lo que su aspecto era de sucios y harapientos. Practicaban ayunos extremos, penitencias severas. Los oficios canónicos se rezaban en comunidad y las plegarias eran individuales. Su trabajo material consistía en desplazarse donde había desastres: camilleros en guerras, intercesores por los prisioneros del bando vencido, enfermeros y sepultureros en pestes, distribuidores de alimentos en las hambrunas. Por su forma de actuar consiguen el afecto y el respeto de la gente. Hubo hombres pudientes que engrosaron sus filas porque el amor a Dios les dio el heroísmo necesario para la renuncia.

François hace el noviciado en Orleans. Tiene una gran formación y notables dotes, así como vasta cultura. Adelanta a sus compañeros y en 1604 recibe la ordenación sacerdotal. Es lector de filosofía y encargado de novicios. Sobre todo es un predicador extraordinario que arrastra multitudes y produce conversiones. A veces ha de hablar al aire libre porque los que le siguen no caben en la iglesia. Su fama es grande.


                                                                                                      Real Abadía de Fontevraud

En Fontevraud existe un antiguo monasterio, cuya abadesa ha de ser de sangre real o por lo menos duquesa. En este momento ocupa ese puesto una Borbón, prima del rey Enrique IV. Imposible negarse a ir cuando lo llama con la pretensión de que las ‘reforme’. Estas señoras son de alta cuna y poseedoras de buenas fortunas que manejan ellas mismas. Parece que en vez de en un convento residan en un ‘country Club’. No quieren llevar una vida muy sacrificada y el capuchino elabora un plan de vida sencillo que las acerque más a Dios.

Sí que hay un grupo, encabezado por Antoinette d´Orleans, que quieren ser benedictinas contemplativas, de vida austera. Con ellas funda la “Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Calvario”. Sus visiones y revelaciones las utilizará para proyectar medidas políticas y dirigir campañas militares. Siendo un simple sacerdote, piensa que debe consultar con el obispo de la diócesis más cercana, Luçon. Este será su primer encuentro con Richelieu.

Enrique IV


Apodado el “Vert Galant” (Verde Galán), reina desde 1589 hasta 1610. Había nacido en 1553; hijo de Juana Albret, reina de Navarra y su heredero. Al subir al trono francés se encontró con un reino que deseaba, pero en un país devastado, súbditos desunidos y las arcas vacías. Dos cosas le eran urgentes: una esposa que aportase una buena dote y un heredero.

Política interior: su ministro Sully (calvinista) ordena la Hacienda Pública (el Monarca quería ahorrar por si había que hacer frente a otro desastre), y fomenta la agricultura, la industria de la seda y el comercio, restableciendo la prosperidad material de Francia.

Política exterior: debilitar la Casa de Austria (proyecto que seguirían Richelieu y Luis XIV hasta conseguir sentar en el trono español a un Borbón), para lo cual ayudó a los príncipes protestantes alemanes y a los rebeldes de los Países Bajos.

Enrique redujo a los nobles a la obediencia y, para hacer más seguro al Estado, aumentó el ejército en diez mil soldados suizos. Sin embargo no se preocupaba por su protección personal, por lo que el puñal de Ravaillac le alcanzó fácilmente. El asesinato es atribuido a los católicos, especialmente a los jesuitas, lo que se explica por el libro escrito por el Padre Mariana, referente al regicidio. El pueblo se amotinó y encendieron hogueras para quemar todos los ejemplares del libro que encontraron.

Juan de Mariana (1536-1624) jesuita, profesor en Salamanca, publicó un libro en 1599 titulado “De rege et regis institucione” (Del rey y la institución real), justificación doctrinal del tiranicidio. Ravaillac era un hombre exaltado, en el que cualquiera podía influir. Quizás los autores intelectuales del hecho le ayudaron a decidirse con su lectura.

Se dice que el busto de “la Marianne”, símbolo de la República francesa, lleva ese nombre en honor del escritor. “¡Libertad, igualdad, fraternidad o muerte!” dijeron los primeros revolucionarios. La palabra “muerte” se suprime al quedar bien establecido que la soberanía reside en el pueblo.

Enrique fue un rey muy querido por los franceses, sobre todo por el pueblo llano. Su recuerdo perdura en el París actual por la estatua ecuestre (Puente Nuevo) y los rincones que llevan su nombre.


“Je veux que le paysan puisse mettre la poule au pot tous les dimanches”
(Quiero que el campesino pueda poner una gallina en su puchero todos los domingos)
Palabras que sí que dijo y que causaron gran satisfacción en el Papa.

Vert galant: expresión literaria, aplicada a un hombre muy activo a pesar de su edad. Aunque el autor de la definición se muestra muy discreto, se entiende a lo que se referían sus compatriotas cuando le dieron ese sobrenombre.

María de Médicis

El ministro Sully obra con rapidez y cautela para elegir a la reina que le conviene a Francia, dado que el matrimonio de Enrique con Margarita de Valois (la famosa reina Margot), aunque anulado, puede crear algún problema en la Curia.

Se elige a María de Médicis, perteneciente a la riquísima familia de banqueros y que lleva sangre real, por lo que legitima a los hijos que puedan nacer del nuevo matrimonio. Su madre es una archiduquesa de Austria y por tanto ella nieta del Emperador.

Nace en Florencia en 1575, muere en Colonia en 1642, arruinada y en la casa que le presta Rubens.

Con el tiempo, su cuerpo se desentierra y se lleva a Francia para que repose en St. Denis, donde lo hacen tantos de sus reyes, después de haberle quitado el corazón y guardado en un relicario, según costumbre.

Son de ver los cuadros de busto y tamaño medio, debidos al magistral pincel de Rubens, de ambas reinas Borbón (María de Médicis y Ana de Austria) de riguroso luto y con la plácida expresión que da la viudez, colgadas “codo a codo” en el Prado.

Huérfana de padre y madre desde pequeña, vive en el palacio Pitti donde recibe una buena educación: le gustan particularmente el dibujo, las ciencias naturales, la música, el teatro, el baile. ¿Hay algo que la enloquezca? ¡Los brillantes! Casada en su ciudad por poderes, parte hacia Francia con una dote de 600 mil escudos y un séquito de dos mil personas. La ceremonia religiosa se celebra en la Catedral de Lyon y el Nuncio acude para impartir la bendición papal.


Físicamente es una mujer agradable, de piel blanca, ojos pequeños, cabellos castaños, alta y con porte regio. Moralmente es un desastre: muy celosa de las amantes del rey, una de las cuales la llama ‘la banquera gorda’. Le da al monarca seis hijos en nueve años. El que el mayor sea chico llena de felicidad al padre y al pueblo: hacía 50 años que no nacía un delfín en Francia. Enrique hace que sus hijos legítimos se eduquen con los ilegítimos, lo cual enfurece a María.

La reina es más tonta de lo que parece, vengativa, altiva, devota, pero supersticiosa, consulta constantemente la astrología. Es perezosa, inestable y con un temperamento más frío de lo normal; ávida de un poder que, cuando lo tiene, no sabe manejarlo.

Quiere ser coronada como reina de Francia, acto que el rey retrasa por motivos políticos. Aprovechando un viaje oficial del monarca, se hace coronar en Saint-Denis con gran pompa y entra en París de forma triunfal. Al día siguiente vuelve Enrique y es asesinado.

María obtiene la Regencia y despide a todos los colaboradores del rey muerto. Entrega el poder a su hermana de leche Leonora Dori, apodada la Galigai y a su marido Concino Concini, a quien ennoblece con el título de marqués de Ancre, y nombra mariscal y almirante. El Tesoro Público está a disposición de la Reina Madre, que lo vacía comprando brillantes, haciéndose construir el palacio de Luxemburgo y contratando los servicios de los mejores pintores.

¿Se ocupa del delfín? Ni lo ve. A sus 8 años lo manda a un internado con el mandato de que todas las mañanas le den unos buenos azotes como expiación por las faltas cometidas el día anterior. Su preferido es Gastón, completamente inútil, muy de su estilo y que heredará el trono si el rey muere sin hijos. Es un príncipe traicionero y que emplea toda clase de argucias para conseguir sus fines. Sufrirá el exilio definitivo al tiempo que su madre.

Los nobles vuelven a sublevarse y los hugonotes se encierran en sus plazas fuertes y se arman. Están disgustados por los compromisos matrimoniales de Luis y su hermana Isabel con dos infantes de España. La convocatoria de los Estados Generales (que no volverán a reunirse hasta 1789) no resuelve nada, pero la Reina Madre oye hablar a Richelieu y le gusta como orador. Recaba la opinión del Padre José, gran admirador del Cardenal y lo toma a su servicio. También se lo recomienda a su hijo para que le dé un puesto en el consejo de estado. Con el tiempo observa que el Cardenal no es el fiel esclavo que ella creía y va a pedirle al que ya es rey de pleno derecho que lo sustituya.

En lo que en 1530 ha pasado a la historia como “la journée des dupes” (el día de los engaños), se reúnen el rey, su madre y Richelieu. María se cava su propia tumba. Parece ser que el Cardenal era poseedor de unos documentos que incriminaban a la Reina Madre como participante en la conjura para asesinar a su esposo. El monarca, enfadado, se retira a su lugar preferido: el sencillo pabellón de caza que tiene en Versalles (donde su hijo Luis XIV construirá el palacio actual).

Desde allí llama a Richelieu y lo confirma como primer ministro. Si su madre esperaba alguna buena noticia, lo único que recibe es una Orden Real que la obliga a abandonar Francia y no volver a pisar la tierra que ha sido suya. Parte hacia los Países Bajos y, en su desesperación, maquina una ridiculez: puesto que sus hijas están tan bien casadas (reyes de Inglaterra y España y duque de Saboya), que los maridos, en lo que ella llama la “conspiración de los yernos”, se levanten en armas para defenderla. Sueños vanos que para ella se han convertido ya en pesadillas.

Luis XIII


Llamado el Justo, nacido en 1601, reina desde 1610 hasta 1643.

Luis monta en cólera y hace detener y ejecutar a Concini. Cuelgan su cuerpo destrozado en el Puente Nuevo. En esa fecha, 24 de abril de 1617, es cuando empieza a ejercer como verdadero rey. Richelieu pasa por allí en su carroza y piensa que es fácil conseguir el poder, lo difícil es conservarlo. No le ocurrirá a él.

El soberano es tímido, inestable, hipocondríaco, con una mala salud crónica. Tiene un temperamento triste, quizá reminiscencia de su infancia, es indeciso, algo perezoso. Ama las bellas artes, especialmente la música.

En su vida ha faltado la figura paterna, solo una vez le llamó su padre para explicarle cómo se debe comportar un rey, y la figura materna le ha demostrado que no lo quiere, se quiere a sí misma. Y él, ¿la amó?, ¿la odió? La Regencia acaba en 1614, pero él se siente excluido del poder por la actuación de María.

Detesta a Richelieu, el mejor estadista francés; le molesta hasta su presencia física, estar en la misma habitación que él. Quizás, reflexiona, es porque su ministro tiene las cualidades que él no tiene y que le gustaría tener, especialmente la voluntad férrea. Como Luis se toma muy en serio sus deberes de rey, finalmente se impone en él la razón de estado y lo acepta (1624), y lo estima porque sabe que lo que quiere es hacer de Francia uno de los países más grandes de Europa; desde entonces lo apoya.

En 1615 se une en matrimonio con Ana de Austria, a la que trata con desdén, y hasta 1624 no nace el delfín (futuro Luis XIV).

En 1635 las tropas españolas llegan cerca de París. Luis monta a caballo y los hace retroceder, pero en 1638 llora como un niño, porque tiene una crisis de conciencia. El Cardenal lo consuela y le explica lo que ocurre hasta que lo convence de que ha hecho lo correcto. Los Habsburgo le piden al Papa que excomulgue al rey francés y el Papa hace oídos sordos.

                                                                                                  Palacio del Louvre con la reforma de Luis XIII

En 1642 se descubre la conjura del joven marqués del Cinco de Marzo contra el Cardenal, lo que une más al monarca con su ministro. En diciembre de ese mismo año muere Richelieu, sabiendo que ha cumplido sus propósitos y que deja un Soberano respetado en toda Europa por ser uno de los más poderosos. Previsor, ha preparado bien a su sucesor: el Cardenal Mazarino.

Su Eminencia dejó escrito un “testamento político”, dirigido a Su Majestad, en que le da cuenta de todo lo realizado durante su etapa como ministro de estado. En el reparto de bienes le deja el Palais-Richelieu, que se convierte en el Palais-Royal, y joyas.

En 1643 muere Luis XIII, y durante su larga enfermedad le cuida, muy devotamente, su mujer, la reina Ana de Austria. A su cabecera está Vicente de Paúl. La reina quiere recompensarle al estilo del Padre José y fracasa porque, en realidad, Vicente de Paúl sí que es un verdadero hombre de iglesia.

Armand-Jean du Plessis, Cardenal y Duque de Richelieu


Duque de Tranfac, Obispo de Luçon, Abad General de Cluny, Par, Almirante de Francia, Comendador de las Ordenes del Rey, Jefe y Superintendente General de la Navegación y Comercio de Francia, Gobernador y Lugarteniente General por el Rey en Bretaña, secretario de Estado, Jefe de todos los Secretarios, Limosnero Mayor de la Reina, Ministro de Estado, Cardenal, etc.

“No tienen límite las honras de los reyes para quien miran con buenos ojos”.

El Cardenal es el tercer hijo de Francisco du Plessis, Señor de Richelieu, caballero de la Orden del Espíritu Santo, Gran Prevoste de Francia, y de Susana de La Porte, señora de ilustrísima sangre. Nace en 1585 y muere en 1642.

El padre fallece cuando ha cumplido cinco años y llegan tiempos difíciles; quizás de aquella época le viene el afán de triunfar, de acumular honores y fortuna. Richelieu no es un Cromwell cualquiera que mata a su señor natural, el rey, para convertirse en un dictador. El Cardenal tiene un programa político para engrandecer Francia a cuyo frente estará siempre el monarca, cuya autoridad se considera de origen divino.

Su aspecto físico se ve en la multitud de cuadros que ha dejado para la posteridad, en especial los del pintor Philippe de Champaigne: delgado, pálido, alto. En ellos se percibe el gusto, no solo por el poder, sino también por su apariencia, el fasto y la elegancia. Sus residencias son regias: en París el Palacio Cardenal; en la campiña el Castillo Richelieu; igual que sus pertenencias: carrozas, muebles, guardarropa, servidumbre…, y libros, porque su Eminencia es un gran intelectual.

El Cardenal se distingue por algo muy raro en la época: el amor a los gatos. Dado que no se había descubierto todavía la habilidad gatuna (su afición por los ratones), la gente los perseguía, los apedreaba, hasta algún hambriento se los comería. En el momento de su muerte tenía 14 gatos, con nombres curiosos que recordaban hechos o personajes que habían significado algo en su carrera. Alguno lo acompañaba en sus viajes y en su despacho los acariciaba mientras escribía o recibía visitas importantes. En sus residencias había una habitación dedicada a ellos y dos sirvientes que los atendían. La base de su comida era los patés elaborados con pechuga de pollo. Su dueño deja en el testamento dinero suficiente para que estos dos sirvientes puedan vivir espléndidamente, ocupados en la tarea de cuidar y alimentar a los gatitos.

Richelieu es un joven muy inteligente, aplicado y buen estudiante; va a la Academia Pluvinel (como el Padre José), a la Universidad, al seminario. Nombrado obispo de Luçon en 1606, tiene que pedir dispensa papal para cantar Misa, por no tener la edad. Vive en su sede para cumplir el precepto del Concilio de Trento. Allí es donde conoce al Padre José y, tras una larga conversación, comprueban lo similares que son sus puntos de vista y sus vidas quedan ya unidas hasta la muerte.

“Después de Dios, el Padre José ha sido el principal instrumento de mi actual fortuna”. El Padre José fue: su mano derecha, amigo, confidente, consejero, paño de lágrimas, intermediario, consolador, apoyo moral, y hasta director de conciencia porque le parecía que el Cardenal no cumplía bien sus deberes sacerdotales y se lo decía…

Tenía explosiones de rabia y depresiones que lo hundían. Estadista sagaz, conservador, voluntad de hierro, implacable en las determinaciones que tomaba. Fue un buen psicólogo: sabía elegir la persona adecuada. El prestigio de la religión y la alta moralidad pueden cubrir bien acciones políticas.

No tenía buena salud: especialmente le atormentaron jaquecas y hemorroides. A veces lo tenían que transportar en parihuelas por la imposibilidad de sentarse.

Francia se ahogaba en sus propias fronteras; el Cardenal deseaba que llegasen hasta la orilla izquierda del Rin. Su enemigo al norte, sur y este era la Casa de Habsburgo.

Para acabar con ella no le importó aliarse con los protestantes, proporcionándoles ayuda diplomática y financiera, y conseguir un estado centralizado y fuerte.

Puntos esenciales de su política:
-Acabar con la casa de Austria. La Paz de los Pirineos marca la decadencia definitiva de la España austracista.
-Acabar con el protestantismo en Francia. Preparó el camino para que Luis XIV lo hiciese definitivamente expulsando de Francia a los que quedaban.
-Acabar con los nobles. A los que no pudo reducir, los pudo seducir. “Dádivas ablandan peñas”, dice el refrán, y un cargo bien remunerado hace milagros.

                                                                                                      Sorbona y Capilla

-Efectúa grandes reformas judiciales y administrativas. Ordena las finanzas.
-Funda la Academia Francesa.
-Reconstruye la Sorbona y construye la Capilla, en cuyo interior está su tumba.

Su Eminencia y el rey son muy devotos de la Virgen. En 1636, para cumplir el voto que su majestad hizo en la Rochela, Richelieu encarga a Champaigne los cartones para tejer 14 tapices flamencos sobre la vida de María. Actualmente se encuentran en la Catedral de Estrasburgo.

Aunque ya había partido el Padre José, el que ha quedado recuerda sus conversaciones espirituales que avivan un rescoldo. Celebra misa más a menudo, se confiesa, reparte enormes cantidades de dinero en limosnas, beneficia a quien puede, manifiesta una piedad desconocida y hasta escribe un libro: “Estado de Perfección Cristiana”. El Cardenal siempre había temido a la muerte, pero la enfrenta sin una queja y en el convencimiento de que no había hecho nada que le impidiese alcanzar la salvación.

El sacerdote que le asiste le dice: “perdonad a vuestros enemigos”, a lo que él contesta serenamente: “nunca tuve enemigos, salvo los del Estado”. Cuando la noticia de su muerte llega a Roma, el anciano Urbano VIII se queda en silencio y luego comenta: “Si hay un Dios, el cardenal Richelieu tendrá mucho por lo que responder. Si no lo hay, ha hecho muy bien”.


                                                                                                     Tumba del Cardenal Richelieu. Girardon

Requiem por un capuchino

Es casi imposible, con la mentalidad actual, juzgar hechos del pasado. El Padre José se encontró apoyado por sus hermanos en la Orden; Galileo Galilei, contemporáneo suyo, ¿qué represalias hubiese sufrido por parte de la Inquisición si hubiera mantenido su heliocentrismo?

“Es uno de los nuestros” dicen los de su clase social y le apoyan, le ayudan, le reciben. Lo usan como intermediario, le encargan misiones de responsabilidad. Noble, patriota, militar, fraile y cardenal póstumo.

Hombre complejo. Su personalidad parece fascinante, precisamente por lo difícil que es de comprender, de desentrañar. ¿Creyó realmente que era un instrumento de la Providencia al servicio de la monarquía francesa? ¿Que el triunfo de Francia era el triunfo de Dios? ¿Que el individuo que prolonga una guerra está cumpliendo la voluntad divina? Como político obró sin ostentación, sin ruido, pero con placer porque sabía que estaba dotado para ello con sagacidad congénita.

¿Podía entregarse a Dios y conseguir la unión mística, al tiempo que negociaba con gobernantes, envuelto en las intrigas de la Corte o de la diplomacia? Y más partiendo del principio de que “el fin justifica los medios”. Parece una dicotomía insalvable.

Pasan los años y su actividad le produce sentimientos de amargura y frustración. Su vida espiritual ya no es la misma. Siente que Dios se está alejando de él.

François deseaba la acción, inmolarse a sí mismo, hacer algo heroico a la mayor gloria del Altísimo. ¿Vale la pena dejarse apartar de la senda de la santidad por cualquier causa imperfecta al lado de la causa de Dios, que es la máxima perfección?