martes, 5 de marzo de 2024

 

MEZQUITA DE CÓRDOBA

 

 


 

A Paco Fontana

 

 

1.- Enfrentamiento entre musulmanes y cristianos.

 

En 1233, en tierras de la campiña de Córdoba, se enfrentan los ejércitos cristianos y musulmanes. Los cristianos tienen la fuerza de la fe y los musulmanes el ser propietarios de la ciudad.

 

 

Córdoba, desgastada por el asedio cristiano, decide rendirse. El sábado 29 de junio de 1236, fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, se hizo la entrega de las llaves por parte del emir Ibn Hud. Aunque algunos nobles españoles hablaron de pasar a cuchillo a los moros de la ciudad, el rey Fernando aceptó la rendición en los mismos términos en los que había sido pactada antes: salir vivos y con sus bienes muebles a todos los musulmanes propietarios. Todos los edificios quedaron intactos tras la toma. En el alminar del Alcázar y de la mezquita fue colocado el pendón de Castilla y el crucifijo. La caída de Córdoba en manos cristianas conmocionó al mundo musulmán, ya que era la antigua capital del antaño poderoso Emirato, y posterior Califato, de Córdoba:

“Y así la enseña del Rey eterno fue acompañada con la bandera del rey Fernando. Al aparecer, por primera vez en la citada torre, produjo confusión y llanto inefables a los sarracenos y, por el contrario, gozo sin par a los cristianos. El día feliz iluminó a las criaturas de todos los puntos cardinales del mundo en la feliz festividad de los apóstoles Pedro y Pablo; esta solemnidad anual se celebraba en ese día”.

 

En la tarde del mismo sábado, el obispo de Osma, D. Juan de Soria, y el maestro Lope Fitero, futuro obispo de Córdoba, purificaron la mezquita para el servicio al culto cristiano, bajo la advocación de la Asunción de la Virgen María:

“Por la tarde el canciller, a saber el obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien por primera vez colocó la señal de la Cruz en la torre, entraron en la mezquita, y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia, expulsada la superstición o herejía mahometana, santificaron el lugar por la aspersión del agua bendita con sal, y lo que antes era cubil diabólico fue hecho Iglesia de Jesucristo, llamada con el nombre de su gloriosa Madre”.

 

El domingo 30 de junio, el rey Fernando III hizo su entrada solemne en la ciudad. En la iglesia reconsagrada pasó a celebrarse solemne pontifical por el obispo de Osma y se entonó el Te Deum. Después Fernando III pasó a residir en el Alcázar andalusí.

 

Un inciso.-

La mezquita se convierte en catedral, no por voluntad de la Iglesia sino por la del rey, ya que en la época el poder real era como el de Dios, infinito.

 

 

Sorprende a todos encontrarse con las campanas de la Catedral de Santiago de Compostela, que Almanzor trajo en 997 a hombros de cristianos, como obsequio a la mejor mezquita de España. Fueron encontradas en el monumento cordobés utilizadas como grandes lámparas y llevadas a hombros de moros a Galicia para que sonaran de nuevo en el santuario del apóstol Santiago.

 

 


Se dice que: «En Calatañazor, Almanzor perdió el tambor» –1002-, lo que significa que el guerrero perdió la alegría. De hecho, desde ese día, cuenta la leyenda que dejó de beber y de comer y por eso murió en Medinaceli, localidad soriana donde fue sepultado.

 

cb

 

2.- Actuación de Fernando III

 

Don Fernando III de Castilla, llamado «el Santo», porque lo era, nació en Peleas de Arriba el 24 de junio de 1201 y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Fue rey de Castilla desde 1217 hasta 1252 y de León, del 1230 al 1252. Hijo de Berenguela, reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó dinásticamente los reinos castellano y leonés, que permanecían divididos desde 1157 cuando Alfonso VII el Emperador, a su muerte, los repartió entre sus hijos, los infantes Sancho y Fernando.

 

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3.- Los Omeyas (661-750)

 

Al fundar la primera dinastía de los Omeya en Damasco, se vieron obligados a demostrar su dominio, a construir templos y palacios y a rodearse de productos espirituales y materiales que estaban todavía en pie, como en Egipto, Siria, Mesopotamia y Persia.

 

Damasco representaba el lugar de residencia, y la Meca y Jerusalén –como también para los cristianos y judíos- eran las ciudades santas. Ambas muy protegidas y con creaciones artísticas del mundo anterior, donde se mantuvieron los elementos cristianos tradicionales: planta de tres naves, como la antigua forma basilical. La del centro más elevada por pequeñas arcadas. Se inserta un crucero cubierto por una cúpula longitudinal. Se convierte en tendencia transversal y el conjunto queda así adecuado como el esquema ya usual de la mezquita y el patio con nave abierta. Posteriormente se añaden dos cúpulas a los lados de la primera, pero que no se ven desde el exterior; mármoles policromados y mosaicos, trabajados por artistas bizantinos y que se encuentran en torno al minarete. Se combinan elementos cristianos y mahometanos.

 

Minhrab Mezquita de Córdoba

 

El centro no es la alquibla ni el minhrab, sino que tiene una estructura central: la roca ahuecada que los mahometanos consideraban como el lugar desde el que Mahoma ascendió desde la tierra al cielo. En la época cristiana era el lugar que ocupó el altar. Este lugar de la roca tuvo una cúpula abierta, que con el tiempo se fue cerrando.

 

 

La utilización de elementos arquitectónicos antiguos –especialmente columnas y capiteles- no tiene un valor completo, sino que se utiliza cualquiera que sea la forma de la construcción, y se ve especialmente en la mezquita más antigua de Egipto. En medio del patio del siglo XVIII se alza una fuente, lo que indica que antes de la plegaria estaban prescritas determinadas abluciones.

 

Los Omeyas copian las tradiciones de los pueblos conquistados y sus desiertos eran los lugares preferidos, tanto para vivir como para educar a sus hijos.

Quseir Amra

 

Un inciso.-

“Badía” o abadía es la casa donde vive el cura o un edificio de tipo cultural. Se llamaban así aquellos que se construían para la educación de los hijos.

 

Cúpula mezquita Quseir Amra

 

Palacete balneario Quseir Amra, siglo VIII, cerca del Mar Muerto, en Jordania. No se trata de la conjunción de elementos dispares, sino se ven ya unas líneas de dirección preestablecidas.

Fresco Quseir Amra

 

La Mezquita de Córdoba es un trozo que continúa de la Iglesia Catedral. Ocupaba un espacio de gran tamaño con columnas numerosas todas diferentes.

 

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4.- Relación de poder entre la monarquía y la Iglesia.

 

¿Donó Fernando III la Mezquita de Córdoba a la Iglesia en 1236?

 

Todas las evidencias históricas disponibles apuntan a que, siendo consciente de su enorme valor simbólico y arquitectónico, el rey Fernando III mantuvo la mezquita bajo su propiedad.

 

La reciente publicación del Informe de la Comisión de Expertos designada por el Ayuntamiento de Córdoba para abordar el problema generado a raíz de la inmatriculación de la Mezquita por parte del obispado de la ciudad en 2006, ha reactivado el interés por la situación de este excepcional espacio histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984.

 

El Informe incide sobre uno de los asuntos clave en el debate público sobre la titularidad de la Mezquita. Frente a las pretensiones de la Iglesia, que afirma ser propietaria del edificio por donación del rey Fernando III desde la conquista de la ciudad en 1236, el Informe pone de manifiesto, no sólo que no existen testimonios históricos que acrediten de forma fehaciente esa circunstancia, sino que lo que las evidencias disponibles indican es todo lo contrario, es decir, que tal donación jamás existió.

 

A continuación comentamos las principales evidencias históricas relativas a este asunto. Para ello, debemos comenzar, en primer lugar, por las fuentes narrativas, que nos aportan el contexto histórico de las circunstancias en las que se produjo la toma de Córdoba en 1236. Existen dos textos coetáneos a estos hechos, escritos por dos personajes eclesiásticos de gran relieve en la época de Fernando III.

 

El primero es la Crónica Latina de los Reyes de Castilla, texto anónimo que la crítica especializada coincide en atribuir a Juan de Soria, obispo de Osma y canciller de Fernando III. Su testimonio posee un carácter decisivo, por cuanto fue protagonista directo de hechos que tienen que ver con el destino de la Mezquita. A este respecto, dicha crónica contiene un texto de una naturaleza absolutamente excepcional cuya relevancia en relación con el problema de la titularidad de la Mezquita no ha sido convenientemente calibrado hasta el momento. Al referirse a los momentos previos a la capitulación de la ciudad, la crónica menciona las negociaciones entre los musulmanes y el rey. Los musulmanes pretendían que se les dejase salir ‘salvas las personas y bienes muebles que pudieran llevar consigo’. Sin embargo, entre los magnates del rey había diversidad de opiniones. La singular excepcionalidad de este texto justifica que, a continuación, lo citemos de forma extensa:

«Había entre los magnates del rey algunos que le aconsejaban que no aceptara la condición: que los tomara por la fuerza y los decapitara, lo que podía hacer porque faltaban por completo alimentos y desfallecidos de hambre no podían defender la ciudad. Por el contrario, se le insinuaba al rey que aceptara la condición y no se preocupase de las personas de los moros de los bienes muebles con tal de que pudiera tener sana e íntegra la ciudad. De cierto se sabía que los cordobeses habían determinado que si nuestro rey Fernando no quería aceptar la condición, desesperados de la vida, destruirían todo lo que de valor hubiese en la ciudad, a saber, la mezquita y el puente; esconderían el oro y la plata; quemarían las telas de Siria, es más, toda la ciudad y a sí mismos se darían muerte».

 

Finalmente, el rey aceptó las condiciones de los cordobeses, aunque la crónica indica que fue ‘por deseo del rey de Jaén, con el que había hecho una alianza contra el rey Aben-Hut y los cordobeses’. Resulta muy significativo, en todo caso, que entre los elementos que los musulmanes utilizaron para negociar con el rey Fernando para que aceptase sus condiciones de rendición estuviese, en primer lugar, la Mezquita. No resulta descabellado pensar que el rey fuese perfectamente consciente del enorme valor simbólico del edificio, un lugar que había sido el emblema principal de la dinastía Omeya y, por lo tanto, centro neurálgico del poder musulmán en la Península. Apropiarse de ese espacio era, sin duda, el mayor acto simbólico de sumisión de los musulmanes que Fernando III podía realizar.

 

Este aspecto debe valorarse en el contexto de las demás informaciones de las que disponemos respecto a la Mezquita y, en particular, de un hecho incontrovertible: la Mezquita de Córdoba es el único templo musulmán que se ha preservado de forma íntegra en la Península. ¿Por qué las demás mezquitas fueron profundamente transformadas o destruidas casi en su totalidad y, en cambio, la de Córdoba se ha preservado casi intacta hasta el día de hoy? No resulta posible entender este hecho de forma correcta al margen de la absoluta singularidad del templo cordobés, una singularidad de la que el rey Fernando, como indica el texto de la crónica, era, sin duda, perfectamente consciente.

 

Puerta de San Esteban. Mezquita de Córdoba

 

De hecho, no parece tampoco que sea casual que el primer acto de Fernando III al serle entregada la ciudad, fuese la toma de posesión de la Mezquita, situando su bandera en lo alto del alminar junto a la cruz. Así lo narra la citada crónica:

«Cuando salían los sarracenos de la ciudad y en caterva caían de hambre, su príncipe Abohazán entregó las llaves de la ciudad a nuestro rey e inmediatamente el rey, como hombre católico, dando gracias a nuestro Salvador, de cuya especial misericordia reconocía que había recibido tanta gracia en la toma de tan noble ciudad, ordenó que la enseña de la cruz precediera a su bandera y que fuera colocada en la torre más alta de la mezquita para que, delante de todo, pudiera ondear junto con su bandera».

 

Ese mismo día, por la tarde, se produjo la consagración de la Mezquita como templo católico, operación que fue dirigida por el propio autor de la crónica, Juan de Soria, que narra el episodio de la forma siguiente:

«Por la tarde el canciller, a saber, el Obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien por primera vez colocó la señal de la Cruz en la torre, entraron en la mezquita y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia, expulsada la superstición o herejía mahometana, santificaron el lugar por la aspersión del agua bendita con sal, y lo que antes era cubil diabólico fue hecho iglesia de Jesucristo, llamada con el nombre de su gloriosa madre».

 

Como puede verse, la atención que se presta a la Mezquita en la crónica es extraordinaria, lo cual revela la importancia que se le atribuía. En este sentido, resulta muy significativa la total ausencia de cualquier clase de referencia a la donación del templo a favor de la Iglesia. El texto está escrito por un miembro de la jerarquía eclesiástica que era, a la vez, persona de máxima cercanía al rey Fernando III. No parece razonable pensar que algo tan relevante como la donación de un espacio tan extraordinario, a tenor de la importancia que se le atribuye, pudiese haber pasado desapercibido al cronista.

 

Capilla de Villaviciosa

 

El segundo testimonio cronístico coetáneo a la toma de Córdoba, está escrito por otro personaje de enorme influencia en la época, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada, autor de la crónica De rebus Hispaniae. Aunque, en este caso, no se trata de un testigo directo de los hechos, se trata de un personaje situado por encima de Juan de Soria, ya que, como arzobispo de Toledo, ejercía la primacía en la Iglesia católica castellana de la época, y además, la diócesis de Córdoba era sufragánea de la toledana. Es decir, se trataba de la máxima autoridad eclesiástica en Castilla en la época de la toma de Córdoba y, por tanto, no cabe duda de que estaba perfectamente informado de todo lo concerniente a la Iglesia de su época.

Comienzo del capítulo 17 del libro IX de la Crónica de Rodrigo Jiménez de Rada. Biblioteca Provincial de Córdoba, ms. 131, f. 111r (s. XIII).

 

La relevancia que Jiménez de Rada otorga en su relato a la Mezquita de Córdoba es, incluso, superior, a la que revela el texto anterior, ya que, en efecto, le dedica un capítulo completo, el XVII del libro noveno y último de la crónica. El texto es de una extensión excesivamente amplia para citarlo aquí de forma completa. Baste decir que el cronista afirma que la Mezquita de Córdoba ‘aventaja en lujo y tamaño a todas las mezquitas de los árabes’, explícita manifestación de la perfecta conciencia que existía entre los cristianos de la singularidad absoluta del templo cordobés. A continuación, el autor se refiere a sí mismo cuando menciona la consagración del templo por el ‘venerable Juan’, el cual ‘sustituía al primado Rodrigo de Toledo, que por entonces se encontraba en la sede apostólica’. Acto seguido, el cronista afirma que ‘el rey Fernando otorgó a la nueva iglesia una dote adecuada’, una vez más sin hacer referencia, en ningún momento, a la donación del templo a la Iglesia.

 

 

Probablemente, Jiménez de Rada era el mejor conocedor de la historia de los árabes en su época, como revela la obra que les dedicó bajo el título de Historia Arabvm. En ella vuelve de nuevo a enfatizar la excepcionalidad de la Mezquita de Córdoba, identificándola como la más importante construida por ellos (ut prerogatiuo opere omnes mezquitas Arabum superaret), lo cual ratifica la plena conciencia que poseía respecto a su relevancia arquitectónica.

 

Volviendo a la cuestión de la propiedad, en este punto resulta necesario insistir, de nuevo, en el argumento citado: ninguno de los dos cronistas, personajes eclesiásticos de primer nivel en la época y muy cercanos al rey, alude a la donación de la Mezquita a favor de la Iglesia. Una circunstancia que debe considerarse muy significativa dada la naturaleza coetánea de ambos testimonios y el protagonismo directo de ambos autores en los hechos narrados, sobre todo en el caso de Juan de Soria, protagonista directo de la toma de Córdoba y de la consagración de la Mezquita.

 

Tras las crónicas, debemos aludir a los documentos y, a este respecto, la primera consideración a tener en cuenta es que no existe documento de donación de la Mezquita de Córdoba por Fernando III a favor de la Iglesia. La inexistencia de un documento de donación resulta una circunstancia particularmente importante, que debe ser correctamente valorada. Resulta, a este respecto, totalmente infundado pretender, como algunos han hecho a raíz de la publicación del Informe, que en la Edad Media no existía un registro de la propiedad como en la actualidad. Lo que sí existían en esa época eran las leyes, los archivos y, obviamente, la noción de propiedad, y a este respecto la legislación de época de Alfonso X, hijo y sucesor de Fernando III, deja perfectamente claro que las mezquitas pertenecían al rey, que podía darlas a quien quisiera:

«Por esto en las villas de los cristianos no deben tener los moros mezquitas ni hacer sacrificios públicamente ante los hombres. Y las mezquitas que tenían antiguamente deben ser del rey, y puédelas él dar a quien se quisiere». (Partida VII, título XXV, ley 1)

 

De hecho, esta referencia legal del código de las Siete Partidas encuentra perfecto refrendo documental en la propia época del rey Sabio, el cual, en efecto, donó varias mezquitas en Sevilla, ciudad conquistada por su padre, Fernando III, en 1248. Así, en 1261, Alfonso X donaba a los genoveses de Sevilla ‘la mezquita que fue de Domingo Balbastro’, para que hicieran en ella ‘palazo’ donde ‘librar sos pleytos’ (González, Diplomatario, nº 251). Más aún, un año antes, en 1260, Alfonso X pidió al arzobispo y cabildo de la catedral de Sevilla que le devolviera una de las mezquitas que les había donado ‘para morada de los físicos que vinieron de allende’ (González, Diplomatario, nº 232).

 

Que esas mezquitas sevillanas fuesen donadas por Alfonso X significa que, tal y como establece la legislación de su época, formaban parte del patrimonio regio. Obviamente, esas mezquitas hubieron de pasar a formar parte de dicho patrimonio cuando Sevilla fue conquistada en 1248, lo cual confirma que la norma de las Siete Partidas relativa a la propiedad de las mezquitas no fue una innovación legal del rey Sabio, sino que estaba ya vigente en época de Fernando III.

 

En definitiva, las evidencias históricas desmienten por completo la pretensión de la Iglesia y de sus portavoces académicos de que la Mezquita de Córdoba pertenece en propiedad a la Iglesia desde 1236 por donación del rey Fernando III. Lo que las fuentes de la época ponen de manifiesto es que los cristianos eran perfectamente conscientes del enorme valor simbólico asociado al templo cordobés, a tal punto que el ‘rey Santo’ cedió a las exigencias de los cordobeses en el momento de la capitulación de la ciudad para evitar que destruyesen la Mezquita.

 

 

Asimismo, los textos coetáneos de la conquista de Córdoba describen la toma de posesión del rey de la Mezquita, con la instalación de su bandera y la cruz en el alminar, así como su consagración como templo católico y su dotación económica. De la donación, en cambio, no se dice absolutamente nada; un silencio que resulta enormemente elocuente, en particular debido a que, como indica la legislación de Alfonso X, ya vigente en la época de Fernando III, las mezquitas pertenecían al rey.

 

En definitiva, todas las evidencias históricas disponibles apuntan a que, siendo consciente de su enorme valor simbólico y arquitectónico, el rey Fernando III mantuvo la Mezquita bajo su propiedad. Mientras no se presenten evidencias fehacientes al respecto, la presunta donación a favor de la Iglesia debe considerarse tan solo otro más de los muchos mitos asociados a la historia medieval peninsular.

 

  Un inciso.-

Alfonso VIII “el de las Navas”, se había concertado su matrimonio con una dama inglesa, la hija de Enrique II y ella, Leonor de Aquitania (Plantagenet). También la reina tomó mucha parte en que se hiciese catedral la mezquita de Cuenca. Así se hizo. Por la falta de numerario, se aprovechó los trozos del muro de la mezquita que todavía quedaba, sin que se haya tocado hasta la época presente.

 

cb

 

5.- La Mezquita de Córdoba

 

            De la Mezquita se ha segregado la parte dedicada a Catedral, pero en el muro de la izquierda se puede visitar lo que queda de la antigua mezquita que lucía mil columnas diferentes entre sí.

 

 

            Lo esencial en una mezquita es que constituye un cuarto de oración donde los fieles se comunican con Alá. Si esta comunicación no es buena, hay un tabique invisible que, manipulándolo, puede restituirla. Esto es lo que ocurre en Córdoba sin éxito, y se deja estar hasta que termina la guerra en la ciudad. Entonces se vuelve a intentar también sin éxito y se deja estar por miedo a una catástrofe.

 

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6.- En tiempos de Franco: venta de la Mezquita

 

Finalizando los años 70, dos arquitectos españoles de prestigio lideran un debate: el primero trata de un proyecto arquitectónico, y el segundo lo dirige la Iglesia Católica que está en contra de él.

 

            El general Franco termina su vida en 1975, y unos diez años antes sorprende a todo el mundo exponiendo al pueblo español un proyecto que es frenado in extremis por la siempre todopoderosa Iglesia Católica: en lo que verdaderamente es, un monumento único en el mundo. La destrucción de la famosa Mezquita se hace piedra a piedra para ubicarla en otro sitio, y dejar la parte que se ha convertido en Catedral en donde está actualmente. La misma Iglesia quiere que se le quite el nombre de ‘Catedral’, y Franco estuvo a punto de darle el visto bueno a un proyecto que ya fue declarado Catedral por voluntad de Fernando III de Castilla. Y fue Franco el que estuvo a punto de dar lo que quería el Cabildo con este proyecto de purificación que consistiría en trasplantar a otro lugar que ahora ocupaba la Mezquita, sin que tuviese ningún uso de cultos.

 

La Catedral se purificó en su día, incrustada en el corazón de la Mezquita, durante el reinado de Carlos I, rey de España –siglo XVI-.

 

            El objetivo del general era devolverle su espíritu exclusivamente islámico y recuperar lo que el arquitecto Rafael de la Hoz –Director General de Arquitectura en aquel momento y principal propulsor de esta iniciativa- que había calificado la “idea”, “la de los constructores originales, que construyeron un espacio abierto y flexible, perecedero y dinámico opuesto al espacio clásico de inspiración grecorromana, que se traza siempre de una manera cerrada y se fija estéticamente en sí misma”. El arquitecto De la Hoz pronunció estas palabras en su discurso de ingreso en la Real Academia de las Artes de San Fernando.

 

            El Jefe del Estado contaba en aquel momento con dinero, mucho dinero, para ejecutar una obra que se suponía iba a ser millonaria. El rey Faisal de Arabia Saudí había prometido al Jefe español una financiación de diez millones de dólares para llevar a efecto esta monumental obra de purificación y trasplante, ambas palabras como se definió que lo que se convirtió en una auténtica batalla dialéctica entre arquitectos desarrollada entre 1972 y 1973 en la revista Arquitectura. El rey Faisal había visitado la famosa Mezquita en 1966 y había quedado maravillado por este monumento. Su guía fue Rafael Castejón –¿se puede ser juez y parte?- porque Castejón era el principal defensor de la idea franquista de evacuar la Catedral del interior de la Mezquita.

 

            Por un lado, Franco era todopoderoso en España, y por otro el obispo que estaba al frente del obispado de Córdoba, era el tristemente famoso José María Cirarda, que fue el que trató de frenar la operación, escandalizándose con la idea.

 

            Así continúa hasta nuestros días con una belleza que asombra al ojo humano.

 

Vista aérea de la Mezquita de Córdoba

 

cb

 

Un inciso.-

   Don Jaime I, el Conquistador, en 1265 conquista Elche y su Palmeral. Se lo ha pedido su consuegro –entretenido con sus poesías- y así lo hace el rey valenciano.

 

   El Palmeral consta de entre 200.000 y 300.000 palmeras en unas 500 hectáreas de terreno. Es el más grande de Europa y uno de los más grandes del mundo.

 

   Los nobles que le acompañan, como de costumbre dan muestra de su incultura y le piden al rey que cercene toda aquella maravilla, porque lo plantaron los moros. Don Jaime, como de costumbre, no hace caso y el Palmeral ha durado hasta hoy. Muy deteriorado a causa del tiempo y las condiciones atmosféricas. Causa impresión ver a los palmeros sentados en una especie de sillín de cáñamo, en el último tramo de la palmera, quitando las palmas muertas, de forma que se vea un ruedo que indica que ha transcurrido un año. También se cortan palmas enteras y palmerines para iglesias y familias devotas.

 

   Don Jaime sigue conquistando, en una marcha gloriosa, lo que consideramos hoy la provincia de Alicante.