lunes, 16 de octubre de 2017

La Armada Invencible

                                                                                                    Carlos V             

Carlos de Austria, I como rey de España y V como emperador de Alemania, fue el hombre más poderoso de su tiempo. Quiso dejar a su hijo Felipe todas sus posesiones, pero no logró que recibiese el Imperio. Dado que el de Emperador era un cargo electivo, el hermano de Carlos le negó su voto y el de sus amigos, con lo cual la familia de los Habsburgo o Austria se dividió en dos ramas: la austríaca y la española.

Felipe II, el Prudente (1556-1598), recibió como herencia una serie de Estados tan extensos y separados entre sí, que hacían difícil su conservación y gobernabilidad.

-Las Colonias americanas, que ya hubiesen necesitado, por su extensión y porvenir, la atención de todo un gran Monarca.

-Las posesiones de ÁAfrica (Canarias, Orán, Bugía y Túnez) que había que extender y defender contra los musulmanes.

Y en Europa:
-España
-Italia (Nápoles y Sicilia, Milán y Cerdeña)
-Países Bajos
-El Franco Condado

-Portugal fue anexionado a la Corona Española por el mismo Don Felipe.

-Las Islas Filipinas fueron descubiertas y conquistadas siendo Don Felipe Príncipe de Asturias y de él recibieron el nombre (1542).

Para su desgracia, Don Felipe sucede a su padre, con el cual inevitablemente se le compara, y además lastrado por la promesa que le hizo, poco antes de morir, de que mantendría a toda costa la religión católica en sus dominios.

                                                                                                      Felipe II

Es este uno de los motivos por el cual más se le critica, siendo así que en la época estaba plenamente vigente el “jus reformandi” que permitía al más humilde de los príncipes alemanes obligar a sus vasallos a que practicasen la misma religión que él.

Años antes, los profesores de la Universidad de Valencia estaban obligados a jurar que creían en el “Dogma” de la Inmaculada Concepción (dogma que no se proclamaría hasta siglos después), de lo contrario les costaba ser apartados de la docencia o hasta la misma muerte. ¡El eterno péndulo de reloj!

Los Países Bajos quisieron, respetaron y obedecieron al Emperador porque era uno de ellos, pero odiaron a su hijo porque era extranjero. La defensa de este estado y su religión será la derrota económica de España.

Inglaterra, la eterna enemiga, quiere enviar a su flota al Mediterráneo para ayudar a los contrarios de España, pero Lepanto hace ya inútil esta intervención. Entonces, ¿cómo actuar? ¡Queda el Atlántico!


                                                                                                        Isabel, reina de Inglaterra

Inglaterra y las Provincias Unidas descubren la enorme riqueza del Nuevo Mundo y empiezan a ejercer la piratería que proporciona un buen botín y debilita a España, por lo que cuesta económicamente reforzar las defensas de las colonias españolas y la lucha en mar abierto.

1578.- Portugal. Muere el rey portugués Don Sebastián sin sucesión directa. Don Felipe se considera con mayor derecho que otros pretendientes a ocupar el trono vacante por ser hijo de la emperatriz Isabel, hija primogénita del rey Don Manuel.

1580-81.- El Marqués de Santa Cruz se sitúa en la desembocadura del Tajo al mando de sus naves y tropas españolas, dirigidas por el duque de Alba, asedian Lisboa desde Extremadura, con lo que se produce la conquista militar de la nación vecina. Don Felipe es jurado rey de Portugal y establece la capitalidad en Lisboa porque considera que es el mejor puesto para dirigir la batalla del Atlántico.

                                                                              Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela 

Desde su nueva sede escribe las deliciosas cartas a sus hijas, que nos muestran su aspecto de padre amoroso. Por cuestiones políticas ha tenido que casarlas a las dos: a Catalina Micaela con el Duque de Saboya y a Isabel Clara Eugenia con su primo el archiduque Alberto de Austria, enviándoles como Gobernadores a los Países Bajos, en un último intento de restablecer la paz. Las dos infantas son el preciado recuerdo que le ha dejado la única esposa que ha querido: Isabel de Valois.

1581-1583.- El marqués de Santa Cruz conquista totalmente las islas Azores, punto estratégico para la defensa de las colonias americanas españolas.

Dice el refrán: “Dos es compañía, tres es multitud” y no solo en el aspecto amoroso. A Felipe II se le acusa de haber establecido una burocracia que ralentizaba cualquier respuesta o cualquier solución. Su desconfianza hacía que todo fuera revisado por él personalmente. Nada podía hacerse sin que llevase el V.º B.º de Su Majestad.

En la empresa de la “Spanish Armada” (como la llaman los ingleses), el Rey no permitió que los dos mandos: el Almirante (Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia) y el General (Alejandro Farnesio, duque de Parma), estuviesen en contacto directo; es decir, que preparasen una estrategia común y conjunta. La autoridad regia, como jefe supremo y desde su despacho, dirigía una batalla para cuya actuación no estaba preparado y más siendo naval y a merced de los vientos.

                                                                                  Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz

1583.- El Marqués de Santa Cruz, gran y experimentado marino, vencedor en Lepanto y Azores, se entusiasma ante la última victoria y, cansado de tener que defenderse siempre del atacante, le pide a Don Felipe que pasen de la guerra defensiva a la guerra ofensiva. En un año se puede prepara una gran flota, bajo su mando, que destroce “a la mujer hereje”. El Rey se muestra favorable a sus propósitos, porque ya sabe lo que piensa Farnesio, aunque sin advertírselo a Santa Cruz, es decir, que ya tenía una segunda opinión, pero ambos mandos militares no tienen comunicación directa entre sí, por lo que saben lo que va a hacer el otro solo a través de lo que les comunica el Monarca.

El Marqués había diseñado un plan de ataque consistente en que sus barcos y sus hombres abordarían directamente Inglaterra y la someterían. También se contaba con los católicos ingleses que vivían escondidos en el país y que podían levantarse en armas para ayudar al invasor. Esta ayuda era bastante hipotética, porque era menor el número de perseguidos de lo que se pensaba; la mayoría ya estaban refugiados en Europa y querían volver a la patria, pero no estaban preparados para levantarse en armas desde el interior y ayudar al invasor.


                                                                                                        Alejandro Farnesio, Duque de Parma

Farnesio propone preparar unos lanchones y trasladar en ellos a los Tercios desde Dunquerque a Inglaterra, pero es consciente de que los ingleses no solo son buenos marinos, sino que tienen excelentes defensas en tierra. Farnesio sabe que serán rechazados sin dejarles llegar a Londres, como era su intención, a no ser que alguien les cubra, y esta labor de protección correspondería a Santa Cruz.

Esta acción requiere silencio, pues el factor sorpresa es imprescindible si se quiere realizar con éxito.

El Rey pide a Don Álvaro que esta Armada que va a formar la divida en dos: una parte cubriría la operación de Farnesio y la otra se enfrentaría a la flota inglesa, pero sin atacar hasta que recibiese órdenes reales. Previamente hay que encontrar un lugar de aguas suficientemente profundas para que en ellas recalen las naves que componen la Armada. También el rey y Farnesio saben que, si no se cuenta con ayuda, los vecinos holandeses, siempre aliados de los rebeldes de los Países Bajos y de los ingleses, pueden impedir la salida desde el lugar de embarque.

Farnesio pide dinero para pagar a un eventual ejército que suplirá al suyo mientas este le acompaña para efectuar la invasión.

El Rey participa de las dudas de su general: sopesa el poderío inglés; sabe que será necesaria una fuerza abrumadora para superarlo. Por fortuna, España cuenta con inmensas reservas de poder: riquezas que llegan de las Indias, y los impuestos de Castilla y de la Iglesia.

Los astilleros aceleran sus esfuerzos. A pesar de la vigilancia que hay en el Canal, logran pasar convoyes con maderamen del Báltico, y de las ciudades hanseáticas llegan alimentos, pertrechos navales, cañones, naves que se adhieren a la flota española…

Pero todo se retrasa y pasa el tiempo sin que se tome ninguna decisión. En Europa ya se sabe cuáles son los proyectos españoles, con lo que el secreto que pedía Farnesio queda al descubierto.


                                                                                                        Isabel ennobleciendo a Drake

1587.- Drake asesta un fuerte golpe en Cádiz, que perjudica bastante la salida de la Armada, y la reina Isabel presenta disculpas, aunque evidentemente ha sido ella quien lo ha ordenado para debilitar a su enemigo.

1587, 18 de febrero.- María Estuardo es ejecutada por orden de su prima y este acto mueve el ánimo del rey a emprender la batalla.


                                                                                                        María Estuardo

1587. julio.- Don Felipe llega a un acuerdo con Sixto V que le ofrece un millón de ducados si la operación tiene éxito y alarga el período de la “cruzada” para alcanzar sus beneficios espirituales. El Monarca se cree con derechos dinásticos tanto a suceder a la asesinada María como al trono de Francia. Le promete al Papa que instalará en el reino inglés a un soberano fiel al catolicismo.

1588.- El Rey hace tiempo que urge a Santa Cruz a salir y este se resiste por no encontrar la flota  convenientemente preparada. Días después muere y le sustituye el duque de Medina Sidonia, hombre honesto y trabajador, muy afecto al Rey, pero que no es un marino con suficiente experiencia para dirigir semejante empresa. El Monarca le obliga a aceptar el cargo ya que él se resiste y es a bordo cuando se entera de cuál ha de ser su cometido, pues con anterioridad no había inspeccionado las naves, ni conocía los planes de navegación del difunto marqués ni los del Rey.

                                                                      Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia

Pone orden ayudado por sus fieles comandantes de escuadra: Recalde, Oquedo y Valdés, y establece con ellos las señales, órdenes e instrucciones oportunas para la batalla. No puede superar la carestía de cañones de largo alcance ni el escaso número de artilleros peritos. Sí que puede obtener más pólvora y obuses y el Rey le envía 10 galeones de Indias. Tiene que contratar pilotos expertos, algunos ingleses, que conocen bien el Canal y el Mar del Norte.

Farnesio está desesperado: ha gastado el dinero que le envió el Monarca y, como no quiere dejar los Países Bajos desguarnecidos, le propone al Rey desembarcar en Inglaterra, dejar el camino expedito para que la Armada ocupe la isla y volver rápidamente a su cuartel general. El rey hace oídos sordos.

1588, abril.- El Monarca le escribe a Medina Sidonia.

“Al recibir mi orden, salid con toda la Armada hacia el Canal inglés, avanzad por él hasta el cabo de Margate para reuniros con el duque de Parma y cubrid su travesía… Debéis poner especial atención en que el intento del enemigo será luchar a distancia, pues cuenta con la ventaja de una artillería superior, mientras que nosotros hemos de atacar desde pequeñas distancias…”.

Solo que no sabe explicarle cómo se hace lo que le pide y sobre todo sin haber encontrado todavía un puerto con aguas de gran calado.

Finalmente el Rey se encomienda a la Divina Providencia, cree que es cosa de Ella y que cuenta con el apoyo de Roma. Ordena preces públicas y privadas por el éxito de la expedición y pide a Don Alonso que

“Sus hombres vivan como buenos cristianos, absteniéndose de jurar y blasfemar, así como de otros vicios que tanto ofenden a Nuestro Señor”.

Antes de hacerse a la mar, todos los hombres de la flota confesaron y comulgaron. Les acompañaban 180 capellanes.

1588, mayo.- La flota, a la que Don Álvaro había puesto el nombre de Grande y Felicísima Armada, está situada frente a Lisboa, de donde parte formada de la siguiente manera: dos escuadras de galeones en primera línea, un grupo de pinazas para explorar el mar y una masa de naves de transporte hasta un total de 130 embarcaciones, con 2.431 piezas de artillería y 22.000 soldados y marineros. No llegaban al mínimo calculado por Santa Cruz y muchas embarcaciones no podían navegar a bolina. Con todo todavía era una formidable formación.


Cerca de La Coruña se dan cuenta de que faltan provisiones y tratan de llegar a este puerto, pero una tormenta los dispersa. Medina Sidonia quiere convencer a Don Felipe para que cancele la empresa, pero este vuelve a hacer oídos sordos y le manda que cargue lo necesario y parta sin dilación.

A los dos meses de navegación avistan el Cabo Lizard. Inglaterra estaba llena de hogueras encendidas que mandaban señales de aviso de peligro a todo el país. La Armada avanza con precaución hacia el Canal.

La reina Isabel, con su astucia habitual, ha hecho no lo que se debe, sino lo que conviene. Nombra Almirante de la flota a un noble, como es preceptivo, Lord Howard d’Effingham, y sus ayudantes también pertenecen a la alta clase social, pero el puesto de lugarteniente lo ocupa Francis Drake, quien en realidad dirije las operaciones, siendo como es uno de los mejores marinos de la época.

La Armada se dirige a Calais, donde supuestamente les esperan los ingleses.

Drake estaba jugando de trinquete cuando le avisan de que ya se han avistado los barcos españoles. Parece ser que dijo: “Bueno, en cuanto terminemos la partida nos ocuparemos de ellos”.

Los españoles quedan sorprendidos al ver que las naves del enemigo se materializan de repente a sus espaldas, procedentes de su escondite: el estuario de Plymouth, maniobrando de forma que les arrebatan la ventaja del viento que ya mantendrán durante toda la contienda. Los ingleses les persiguen, les hostigan… La flota española ejecuta su famosa formación creciente y los ingleses se mantienen a vanguardia para no quedar atrapados entre las dos alas. Aunque atacan no pueden romper la formación de la Armada. Los españoles se comportan de un modo soberbio gracias a su técnica, su disciplina y su espíritu combativo. Después de cuatro duros combates, la Armada conserva todo su poder de lucha.

A la arribada a Calais, echan el ancla; ha llegado el momento decisivo para el que se ha planificado toda la operación: el encuentro entre Medina Sidonia y Farnesio. Este le espera con sus lanchones invasores y el almirante le envía mensajeros diciéndole que se reúna con él o que le envíe 50 ó 60 lanchas de repuesto  que puedan contener al enemigo mientras el propio Farnesio efectúa la invasión. ¿No se da cuenta Don Álvaro de que es al revés? Que es la Armada la que ha llegado hasta allí para cubrir y proteger la fuerza de española dirigida por Farnesio. Este no puede maniobrar porque está totalmente bloqueado por las lanchas holandesas.

Moverse hacia el objetivo sería mandar a sus hombres a una muerte segura. Farnesio, con amargura, se da cuenta de ello. El Rey Felipe conoce enseguida la situación, pero Medina Sidonia no se entera hasta pasados unos días.

La actuación de Don álvaro le hace responsable tanto en la retirada como en el ataque; bien es verdad que no podía acercarse a la costa flamenca por el calado de las naves y que hasta su llegada a Calais no era realmente conocedor de la acción que debía llevar a cabo.

En Calais la Armada ofrece un blanco perfecto sin poder encontrar refugio, frente a los enemigos que llegan a favor del viento y que logran romper su formación, por lo que levan anclas y se dispersan, perseguidos por 150 unidades navales inglesas dispuestas a masacrarlos. La noche entre el 7 y el 8 de agosto, con gran valentía y disciplina, la guarnición española puede recomponer la formación, pero, imposibilitados para el abordaje y escasos de munición, son destrozados por los obuses ingleses.

Los españoles estaban dispuestos a morir combatiendo y se vuelven a reagrupar, aunque sus cañones están exhaustos. En ese momento una gran turbonada del nordeste pone fin a la contienda. En Gravelinas, y por vez primera, la Armada española ha sido derrotada, con unas pérdidas humanas enormes.


La Armada se encuentra en el Mar del Norte con un otoño especialmente duro para los españoles embarcados en ella. Farnesio, durante ese tiempo y de forma heroica, ha mantenido a sus tropas embarcadas, pero continúa marcado por los holandeses y viendo como los españoles se van alejando y ya no pueden volver a su encuentro.



Farnesio y los suyos desembarcan y se retiran a Brujas, recibiendo duras críticas. Medina Sidonia da la orden de volver a casa, zarandeados peligrosamente y con un mar hinchado por los fuertes vientos. El camino de vuelta es una pesadilla, rodeando las Islas Británicas y perdiendo miles de hombres en Irlanda, donde la guarnición inglesa acabó con los que no se habían ahogado.

El 23 de septiembre llegó la destrozada Armada a Santander; Don Álvaro, en un estado de semiinconsciencia y asegurándole al Rey que nunca más volverá a embarcarse. Varios centenares de tripulantes murieron aun antes de desembarcar. Se salvaron más naves de lo que se pensaba, pero, un objeto material se puede volver a construir, mientras que los oficiales y marinos eran seres humanos y muy difíciles de sustituir, por lo que implicaba la formación profesional del tipo de los perdidos.


El Rey se comportó de manera habitual: imperturbable. En su exterior no se podía ver lo que ocurría en su interior. Ningún reproche a Medina Sidonia, al que utilizó en otros puestos, siempre en tierra, claro. En cuanto a los enfermos, heridos y familiares de muertos se preocupó de su situación personal y económica con la esplendidez proverbial de los Soberanos Austria. No así la reina Isabel, rácana hasta la médula, y que, a pesar de las advertencias de los consejeros reales, prefirió dejar morir a sus fieles servidores antes que rascarse el bolsillo.

Don Felipe se encontraba en El Escorial cuando le llegó la triste noticia, pero recibió a las audiencias de ese día como tenía por costumbre. Entre sus visitantes estaba el P. Sánchez, jesuita, que venía a pedirle ayuda para la Misión de Filipinas y a explicarle cómo se podía invadir China. Muy prudente, el religioso se limitó a hablarle de la primera cuestión.

No fue la derrota de la “Armada Invencible” el final del poderío naval español. Ni España pudo invadir Inglaterra, ni esta a aquella cuando lo intentó (Cádiz, La Coruña, Lisboa). Felipe II hizo construir tipos de naves muy útiles para la defensa de las Colonias y la lucha contra la piratería. Pero es indudable que a su muerte se acabaron los Austrias grandes.

Su Majestad había ordenado preces por el éxito de la Armada y no pidió que cesase su orden, sino la finalidad: ahora había que dar gracias a Dios de que la derrota no hubiese sido peor.

                                                                                             El mayor barco de la Armada Invencible

Irlanda, los españoles y… las patatas

En las mismas fechas en que Medina Sidonia llegaba a Santander con las primeras naves, parte de ellas, rezagadas, estaban sufriendo las inusuales galeras que azotaban las costas de Irlanda. Centenares de españoles murieron ahogados o con los cráneos aplastados con piedras por lugareños, obligados por los ingleses. A los prisioneros se les ajustició.

                                                                               Cementerio donde yacen soldados de la Armada

En general, los irlandeses se portaron con piedad y simpatía con los españoles; enterraron a los muertos y escondieron a los vivos, pagando muchos de ellos (especialmente los católicos nobles) el caritativo acto con su propia vida. Algunos españoles, con el tiempo, pudieron huir pasando por Escocia hasta Flandes y escribieron sus memorias.

En inglés se conserva la expresión “Black Irish” para referirse a los irlandeses que tienen el pelo oscuro, por considerárseles descendientes de aquellos bravos españoles, a quienes, por lo visto, les cundió mucho el tiempo.

Los ingleses debían estar horrorizados ante la posibilidad de que se volviese a intentar la fallida invasión desde Irlanda o ¡todavía peor! que los pérfidos católicos españoles ayudasen a los pérfidos católicos irlandeses, con lo que ese pequeño dominio se les podía ir de las manos.

¿Y las patatas? Son un tubérculo procedente de Perú. Pizarro observó como los incas lo comían (crudo) con verdadero gusto y se le ocurrió mandar un puñadito a España. Lo fácil de su cultivo, su poder alimenticio y las diferentes formas de cocinarlo, hizo que fuera muy consumido en España y en toda Europa. Indudablemente habría patatas en las bodegas de las naves de la Armada, para uso de los embarcados, y las que se deshicieron contra las costas irlandesas dejarían caer su carga sobre las de un país con una tierra rocosa que recibía constantes lluvias, en la que no obstante prendieron cuando los irlandeses empezaron a cultivarlas.

                                                                              Homenaje de los irlandeses a los soldados españoles