“Mme. Curie es de todos los
seres célebres el único al que la gloria no ha corrompido, siguiendo como una
extraña el curso de su propia vida, intacta, natural, casi insensible a su
sorprendente destino”. Albert Einstein
Marie con Einstein
La decadencia del Imperio Romano
(siglo V) supone la formación de las naciones cristianas en Europa. Nuevos
pueblos invaden el continente, principalmente son germánicos y entre ellos
están los eslavos, que ocupan desde el Vístula hasta los Urales. Estos pueblos
no se dejan dominar y hablan su propia lengua, por lo que romanos y griegos les
llaman “bárbaros”, cuyo significado
propiamente es “el que habla un idioma
que no entendemos” y por esta causa parece que tartamudea o habla mal.
Viene de bar-bar-iza -ver barbarismo en el María Moliner-.
El
origen del nombre de Polonia es Polska
-en polaco- que significa “tierra de las
llanuras” por la conformación plana del territorio. A partir del siglo XI
se considera a Polonia como un verdadero estado habitado por eslavos, católico
y monárquico y que habla su propia lengua. La posesión de Polonia fue deseada
por tres de sus países vecinos más importantes: Austria, Prusia y Rusia.
Durante el siglo XVIII se producen los tres repartos de Polonia entre estas naciones.
Se dice que la Emperatriz María Teresa de Austria firmaba llorando, pero como
comenta un historiador “las lágrimas de
la mujer no borraban las injusticias de la reina”. En la parte dominada por
los rusos hay levantamientos, pero no logran expulsar al invasor. A pesar de su
patriotismo y bravura, su ejército es menor en cuanto a personal y armamento. Los polacos odian al zar porque les obliga a hablar su
lengua, seguir sus costumbres y conocer su historia. Después de la Gran
Guerra y de la Revolución bolchevique quedará libre este pueblo tan martirizado.
Por poco tiempo. El año en que muere Marie -1934- ya está en marcha la amenaza
del nacionalsocialismo alemán.
En un país valiente y doliente aparece en 1867 una
niña cuya vida tendrá rasgos inverosímiles. Será una mujer hermosa, pobre, con
una inteligencia y una memoria sorprendentes. Con una vocación tan decidida que
la hará abandonar su patria y establecerse en París. Sufre soledad y angustia y
posteriormente una felicidad excepcional, junto a un hombre de su misma valía con
quien da cima a su gran descubrimiento. Un accidente se lo arrebata. El dolor y
la enfermedad no la vencen: hasta su muerte será un ejemplo de generosidad y de
entrega a la ciencia y a la humanidad. Su espíritu no se deja arrebatar por la
fama. No supo ser célebre. Se sintió siempre como la estudiante ilusionada y
deseosa de saber que llegó a la Sorbona en 1891.
Enterrada en el pequeño cementerio de Sceaux, rodeada
de florecillas silvestres. Antes de morir pensó que ese sería el eterno lugar
de descanso de sus despojos junto a los de Pierre y no que los franceses los
trasladarían al sitio que merecían: El Panteón de los Hombres Ilustres. ¿Qué
hubiesen contestado ambos si se lo hubiesen podido preguntar?
Panteón
Marya Sklodowska. Infancia y
adolescencia
Varsovia. Polonia
Domingo, 1872. En la calle Nowolipki se encuentra el “Gimnasio de niños”, nombre grabado en
idioma ruso en el frontis de un edificio ancho y bajo. Consta de planta baja y un
piso, sencillo, sin estilo determinado.
Sepultura en Sceox
Se oyen campanas de alguna iglesia que tocan a
vísperas, murmullos de gente que va de paso, el trote de un caballo, el rodar
de alguna carreta. Nada comparado con el estruendo que sale por las ventanas de
la vivienda que se encuentra abajo, en el ala izquierda. Se la proporciona el centro
de enseñanza al profesor y subinspector Sklodowski y a su familia.
Un tío bonachón ha regalado a los sobrinos un juego
de construcciones en madera para que conozcan los distintos estilos arquitectónicos.
Ellos aprovechan las piezas para hacer la guerra divididos en dos bandos y
lanzándose los cubos como proyectiles.
¿Quiénes forman esta familia? Cinco niños entre los 5
y los 9 años: Sofía-Zosia,
Bronislawa-Bronia, Helena-Hela, José-Jozic y Marya-Mania, Maniusia, Anciupecio. Y los padres: Wladyslaw Sklodowski y Bronislawa Sklodowska,
nacida Boguskt. Ambos pertenecen a la nobleza rural, clase social perseguida y
castigada por la rapiña de los invasores. Quedan pocas tierras en poder de sus
legítimos propietarios y otras imposibles de cultivar por su largo abandono.
Hermanos Sklodowski niños
Algunos miembros de estas familias van a la
universidad para labrarse un porvenir. Wladyslaw Sklodowski ha estudiado en la
de San Petersburgo y se especializa en matemáticas y física. La madre es
maestra y ha dirigido un pensionado muy selecto para señoritas de la mejor
sociedad. Son piadosos, tranquilos y buenos pedagogos. Después de nacer Mania,
a la señora Sklodowska han empezado a manifestársele los primeros síntomas de
la tuberculosis, que van en aumento. Esa tos seca, que hace que al profesor se
le ponga una cara tan seria, el comer en vajilla aparte, el acariciar el pelo
de esos hijos tan queridos pero nunca besarles, sobre todo a Mania, preferida
de toda la familia por ser “la peque”.
En su plegaria de la noche, el padre y los hijos
dicen: “Devolved la salud a nuestra
madrela”. Lo piden con verdadero sentimiento, aunque sin comprender, por su
corta edad, la gravedad de la situación.
Padres de Marie Curie
Con tanto pariente en el campo, tienen las vacaciones
aseguradas. El año anterior, Bronia y Mania han jugado “a los profesores”, recortando letras mayúsculas y minúsculas tan
difíciles de diferenciar. Vueltas a casa, Bronia ha querido sorprender a sus
padres leyendo y lo ha hecho bien, pero con algunos tropezones. De repente
Mania le arrebata el libro y se pone a leer de corrido como una persona adulta.
Todavía no está escolarizada. Los padres quedan asombrados y quitan de sus manos
todos los folletos y álbumes que encuentran por la casa. Quieren que esté al aire libre,
que corra, que se separe de la enferma.
-“Madrela, ¿puedo leer?”.
-“Preferiría que salieras al
jardín. ¡Hace un día tan hermoso!”.
Mania sale a pasear, a correr con Zosia, pero le
pide:
-“Cuéntame una historia”.
Zosia es fabulosa contando cuentos y escribiendo comedias.
Las representa ella misma delante de sus hermanos que quedan alucinados. Lo
extraño es que una niña de 5 años las pueda entender.
El último levantamiento polaco dura dos años y
termina con el ahorcamiento de los dirigentes. Las cabezas se cuelgan en las
murallas para que sus compatriotas puedan contemplarlas. Rusia cambia de
táctica: en vez de mandar soldados, que solo matan el cuerpo, mandan a civiles espías,
funcionarios, profesores, que tratan de matar el alma. Los polacos saben defenderse
en este terreno; cuanto más escarnio y burla se hace de su religión, más demuestran
ellos su catolicismo.
El puesto de director del “Gimnasio” lo ocupa un ruso: el Sr. Iwanow. Es detestado por todos.
Suyas son las mejores habitaciones: las que caen a la derecha de la parte alta.
Con tanto hijo y un sueldo parco, la jornada del ama
de casa no tiene fin: hay que ahorrar. La Sra. Sklodowska hace hasta el calzado
de los niños:
-“Total con un poco de cuero, hilo
impregnado en pez y unos clavitos, mira Maniusia qué zapatos tan bonitos te
estoy haciendo. ¡Qué cómoda andarás con ellos!”.
La habitación de trabajo, donde se sientan los padres,
es la que más le gusta a Mania, pero a veces las personas mayores tienen
conversaciones aburridas. Cuando papá le habla a mama de: complot…, deportaciones…,
el zar…, Siberia… Mania prefiere no oírlo. Va a la sala cuando no hay nadie
y, siguiendo órdenes paternas, no toca nada. Ve el escritorio francés, la
tacita de Sèvres, la mesita de Toscana con el juego de ajedrez, el retrato del
cardenal antepasado que, según dice la familia, solo la familia, se debe al
pincel de Ticiano. Hay una serie de utensilios expuestos en una vitrina. El padre
la informa:
-“Son aparatos de física”.
Ella no lo olvidará. Mania no olvida nunca.
Han pasado cinco años. Las señoritas Sklodowska están
en un pensionado. Su uniforme es de sarga azul oscuro, con cuello blanco bien
almidonado. Aquellos pelos siempre revueltos los llevan ahora recogidos en
trenzas bien prietas. Las profesoras son severas, pero dulces y buenas
pedagogas.
-“Marya Sklodowska”.
-“¡Presente!”.
-“Háblenos de Estanislao Augusto”.
-“Fue un monarca nuestro del
siglo XVII. Inteligente, culto…, desgraciadamente no era decidido”.
La voz de Mania es agradable, firme, segura. Con
temperamento obstinado y voluntarioso, independiente.
La profesora tiene en el rostro una expresión de
complacencia. ¿Cómo no ser así cuando es la alumna que ocupa el primer puesto
en todas las asignaturas? Se establece un silencio total y recorre el aula un
hálito de fervor: son polacas a quienes se les está hablando en polaco de un
rey que lo fue de Polonia.
De repente suenan un timbrazo largo, dos cortos y
otro largo, señal secreta del portero para anunciar una visita no deseada. Las
alumnas se afanan y sacan sus útiles de costura, al tiempo que en la puerta se
oyen voces y en el dintel se recorta la figura del “inspector de los pensionados particulares de Varsovia” -el Sr. Hornberg-,
ataviado con su hermoso uniforme: pantalón amarillo, chaqueta azul con botones
relucientes y unas botas negras bien lustradas. A su lado la directora que, muy
tranquila al ver que todo está en orden, le dice:
-“Nuestras niñas dedican dos horas
semanales a la costura”.
El inspector simula cansancio y aburrimiento. ¡Es tan
pesada y de tanta responsabilidad su tarea! Pero sus ojos -detrás de sus gafas
doradas- tienen una expresión perspicaz: procura que no se le escape el menor
detalle. Sin pedir permiso levanta la tapa de varios pupitres. Nada. No encuentra
libros ni cuadernos que indiquen que allí se estudia la lengua y la historia
polacas.
-“A ver quién me dice los
nombres y títulos de la familia imperial rusa”.
Naturalmente, desde que ha entrado, solo se emplea el
ruso, como es preceptivo en los centros de enseñanza. Nadie se levanta y,
aunque está muy estresada, lo hace Mania. Ella lo sabe y sus compañeras, no.
Para terminar, Hornberg le hace recitar el Padre Nuestro en ruso. ¡Qué ofensa
para un polaco que solo lo reza en su lengua materna! Semejante tipo se va y la
profesora desciende de la tarima y besa en la frente a Mania, que rompe en
hondos sollozos.
Museo Marie Curie. Varsovia
Tía Lucía va a buscarlas porque en casa hay malas
nuevas: mamá ha pasado un año en la Riviera, acompañada por Zosia, y acaban de
llegar. No solo no ha mejorado, sino que está peor. Aquella cara tan bonita se
ha desfigurado, continúa el peligro de contagio. Una maniobra vengativa del Sr.
Iwanow consigue que despidan a papá del gimnasio.
El sueldo perdido, el gasto aumentado por la enfermedad de madrela y los ahorros que significaban las dotes matrimoniales de
sus hijas, desaparecidos por la mala gestión de un cuñado a quien se los habían
prestado. Hay que buscar una casa grande para poder hospedar estudiantes. Les
ofrece: cama, comida y clases particulares. La encuentran en la calle
Carmelitas. En enero de 1876, alguien con tifus se aloja en la casa y contagia
a Bronia y a Zosia. El padre se lleva a casa de un hermano a los tres pequeños.
Bronia supera la enfermedad, pero Zosia muere. ¡Qué guapa está con sus quince
años, toda vestida de blanco y hasta parece que hay un esbozo de sonrisa entre
los labios! Es la primera vez que Mania tiene un contacto tan profundo con el
dolor y acude al entierro con su abriguito negro. La madre, como no puede
salir, va corriendo por toda la casa buscando la ventana por la que podrá ver
mejor el ataúd camino de la iglesia.
Tía Lucía saca a las pequeñas para que tomen el aire
y no estén tanto en la habitación de la enferma. Paseando por el centro de
Varsovia, donde han vivido antes de trasladarse al gimnasio, entran en la antigua capilla de Santa María, donde Mania
ha sido bautizada. Recuerda también su Primera Comunión y se cuestiona si Dios
no es demasiado riguroso al no salvar a mamá. Papá está deshecho. A pesar de
que él mismo elige a sus pupilos entre los mejores estudiantes, aquella casa ya
no parece el hogar de antaño, sino una plaza pública. Mania procura aislarse y
lo hace plenamente cuando se sumerge en la lectura. Es increíble que ocurra a
esa edad y con tanto jaleo en torno.
Los hermanos Sklodowski continúan yendo al colegio.
Papá está pendiente de mamá y de la casa. Contrata los servicios de un ama, que
resulta ser sucia y no presta la menor atención a los niños. La Sra. Sklodowska
es ya una sombra de lo que fue y se prepara para una muerte tranquila y
consciente. Llama al médico y al sacerdote, habla con cada uno de los miembros
de su familia. Con la mano temblorosa los bendice, diciendo con voz tenue:
-“Os quiero tanto…”, y expira.
Mania se vuelve a poner de luto. Ha perdido a su
adorada madre y a la hermana mayor que hacía sus veces cuando la necesitaba. El
Sr. Sklodowski dedica
a sus hijos todas las horas que tiene libres, pero son demasiado pequeños para
que no echen de menos los cuidados de una mujer. Mania se encuentra un poco
abandonada. No se resigna y en su interior surge una protesta que no manifiesta
delante de los demás. Cuando va a la iglesia a la que acompañaba a madrela, no reza con la misma devoción y
el mismo amor al Dios que la ha golpeado tan duramente. ¿Dónde están su alegría
y su ilusión? La vida es cruel con las personas y los pueblos y ella lo ha
sabido demasiado pronto. Solo hay una cosa que le interese con verdadero afán: estudiar,
aprender, ser la primera en todas las asignaturas.
Los huéspedes son un poco más soportables desde que
los Sklodowski se han cambiado de domicilio. La calle Carmelitas es muy
sombría, pero la de Leschen es luminosa con hermosos edificios que recuerdan el
Occidente, por ejemplo el de columnas que ocupó Napoleón, cuyo amor por Polonia
es un agradable recuerdo que todavía perdura en Varsovia. La finca alquilada
por la familia tiene estilo, con un gran patio tranquilo y unos balcones
emparrados. El Sr. Sklodowski puede reservarse cuatro habitaciones en el primer
piso y encuentra trabajo en otro gimnasio.
Hay familias que, en alguna de sus generaciones, muestran
a todos sus componentes de una altura intelectual y física que causa admiración
a sus contemporáneos. De un matrimonio tan enfermo y extenuado han nacido cuatro
mujeres y un varón excepcionales.
Es primavera y los hermanos desayunan juntos, con
gran apetito. Las pequeñas Hela y Mania se llevan un “refuerzo” para mitad mañana. Son alegres y simpáticos, muy unidos.
Jozic -con aspecto de atleta nórdico- ha terminado el gimnasio y recibido la Medalla de Oro. Empieza sus estudios en la
Facultad de Medicina. Los profesores son rusos y polacos y sin gran calidad.
Cuando se reúnen por las noches, las hermanas lo asaetean a preguntas,
carcomidas por la envidia, ya que las mujeres polacas todavía no han conseguido
acceder a la enseñanza superior, como es su deseo.
Señor Sklodowski con sus tres hijas
Las tres chicas son rubias, especialmente Mania que
tiene un pelo y unos ojos tan claros que los califican de color ceniza. Su piel
es trasparente, con pómulos eslavos. Bronia tiene diecisiete años. Ha terminado
los estudios recibiendo también la Medalla de Oro. Ahora ya es una señorita y
se adorna el pelo con moño y la falda con una pequeña cola que le arrastra por
detrás. Se ha convertido en el ama de casa y se ocupa de todo lo concerniente
al hogar.
Hela tiene dieciséis años, es alta y lo más precioso
que hay en la casa. Lleva uniforme azul, alumna fiel del pensionado al que ha
ido siempre. Mania ha engordado y crecido, cerca de cumplir los quince años. Su
uniforme es marrón porque va a un gimnasio
que da un título oficial y es la más brillante de todos los alumnos de los
Gimnasios del Gobierno.
-“Jozic -dice Hela-, esta noche hay clase de baile, ¿supongo que contamos contigo?”.
Ante la respuesta afirmativa de su hermano, se vuelve
a Bronia y le pregunta:
-“¿Crees que mi vestido todavía
está ‘ponible’?”.
-“A la fuerza, es el único que
te queda. Cuando vuelvas, lo arreglaremos”.
A las señoritas Sklodowska, todos los años, una
sencilla modista les cose dos vestidos para diario y dos de más vestir. Los
ingresos no dan para más.
Hay profesor de baile en todos los gimnasios: a los dieciséis años las
chicas ya pueden bailar con los chicos -hasta entonces bailan entre ellas- y
con el profesor: valses, mazurcas, lanceros, galops, polkas…
En casas particulares se celebran reuniones de
familias íntimas donde los jóvenes bailan. Mania dice a sus amigas:
-“Esta noche en casa habrá baile,
¿queréis venir?”.
-“¡Sí! -gritan todas-. ¡Qué ilusión!”.
Tendrán que estar sentadas: no pueden tomar parte activa
ni moverse por el salón estorbando. Les queda poco para ser unas señoritas y participar
en las fiestas de sociedad. Y luego, si es posible… ¡el matrimonio! O un oficio
modesto: maestra, institutriz…
Los pueblos oprimidos tienen la moral del esclavo -puesto
que como tales son tratados por el vencedor-, consideran el odio como una
virtud y la obediencia como una cobardía. Mania y sus amigas son buenas y cooperadoras,
pero se ponen a bailar en clase cuando asesinan al zar Alejandro II, y se establecen
días de luto en el Imperio.
En la plaza de Sajonia hay un obelisco con cuatro
leones y una leyenda grabada en piedra donde pone: “A los polacos fieles al zar”. Ningún patriota puede pasar por allí
sin escupir.
Un joven, hermano de una condiscípula, está condenado
a muerte por haber participado en un complot. Todas las amigas se pasan la
noche en casa del prisionero arrodilladas, rezando, llorando hasta que las
avisan de que la ejecución ya se ha llevado a cabo. ¿Cómo sentirse? Mania
siempre piensa que la cultura es lo único que puede salvar a un pueblo.
Mania adolescente
12 de junio de 1883. El curso ha terminado. Mania
lleva un vestido negro de ceremonia y recibe la tercera Medalla de Oro de la
familia. Ha trabajado duro y bien y papá está orgulloso. No quiere que Mania y
Hela sigan estudiando en cuanto empiece el nuevo curso. Cree que les conviene pasar
lo que ahora se llama un “año sabático”
y lo hacen en propiedades rurales de parientes. Ellas que solo han vivido en la
llanura, conocen la maravilla de Los Cárpatos, aprenden a montar a caballo, a
nadar en inmensos lagos naturales, participan en la fiesta de los trineos
llamada “kulig”.
Una antigua alumna de la Sra. Sklodowska se ha casado
con un conde francés -el conde Fleury- e invita a sus hijas a pasar dos meses
en su propiedad, donde se juntan con los hijos de los condes y su alegre grupo
de amigos, y conocen cómo vive la alta sociedad polaca con fortuna.
Se celebra un baile en su honor como no lo tendrán en
el resto de su vida. Mania, cuando en su vejez habla de la ociosidad y del
descanso de que gozó en ese período, se le llenan los ojos de lágrimas: ha
aceptado cumplir una vocación tan austera e inexcusable que dice:
-“Doy gracias al destino por
haber conocido hace medio siglo lo que es volar en un trineo durante un “kulig”
alocado y haber destrozado un par de escarpines color castaño rojizo por no
parar de bailar en otra noche igualmente alocada”.
Hay un importante cambio en la vida de Mania cuando
en septiembre se incorpora a la vida familiar. Por de pronto, han mudado
nuevamente de domicilio. Han vuelto a la calle Nowolipki, a un piso más pequeño
y pobre que los anteriores, y han prescindido de los pensionistas, lo que
permite una tranquilidad deseada. El silencio y la intimidad crean un ambiente
que propicia la reflexión. El profesor Sklodowski está a punto de jubilarse
después de 30 años dedicado a la enseñanza. Bajo, grueso, con un semblante con
aspecto plácido, alargado por una barbilla gris. Por su forma de ser y de
vestir parece lo que es: un funcionario, pero con una forma de enseñar
interesante y atractiva, de la que pueden dar fe sus alumnos y sus propios hijos.
La familia se reúne los sábados por la noche en el
despacho del padre, adornado con plantas e iluminado por una lámpara de pie. El
samovar humeante reposa en una mesita auxiliar. Se podrían llamar “sábados literarios” en los que
disfrutan todos por igual. El padre recita poesía o lee. Es lo que hace por
ejemplo con David Copperfield, traduciéndolo directamente del inglés. Les hace
conocer a los poetas polacos de la “protesta”,
editados de forma clandestina. Cualquier tipo de literatura es interesante para
aquellos espíritus tan jóvenes en plena etapa de formación. Un viudo triste que
no ha podido consolarse por la muerte de su mujer, humillado por haberlo
preterido en la enseñanza y a veces llorando por haber dispuesto de manera poco
meditada de un dinero que pertenecía a sus hijos. Ellos le perdonan y le
animan. Con firmeza e ilusión dicen:
-“¡Somos fuertes, triunfaremos!”.
¿Cómo es Mania en el momento en que empieza su
juventud? Goza de muy buena salud, como siempre, y continúa siendo reflexiva, honesta,
alegre, con un corazón amante. Ha sido una estudiante brillante y, según los
profesores, está magníficamente dotada. Hasta el momento nada ha señalado en
ella el rasgo genial. Tiene muchas amistades, cuyo mayor o menor grado de
afecto depende de la asiduidad con que las trate. Lo principal para ella es la
familia y dentro de ella las dos personas que piensa que necesitan más ayuda:
su amado y admirado padre y Bronia. Jozic acabará medicina y podrá establecerse
y Hela, la belleza de la familia, ha recibido ofertas de matrimonio -¡sin
contar con la dote!-, que ha rechazado, y tiene una voz tan preciosa que duda
entre dedicarse al canto o a la enseñanza.
Al Sr. Sklodowski le entristece pensar que los hijos
tendrán que ayudar al mantenimiento de la casa dando clases, oficio ingrato y
humillante.
Mania le escribe a una amiga:
-“Todo sigue igual. Nuestra
modista ha teñido un traje de Bronia y otro mío y les está dando un aire nuevo.
Espero que queden bien. No escribo a nadie. No tengo tiempo y menos dinero”.
Mania es una señorita sin dote, activa y razonable,
pero tiene sus propios sueños íntimos. Uno de ellos es común a todos los jóvenes
polacos, que desean la independencia de su país, pero cada uno piensa actuar
según su forma de ser y sus habilidades. Mania no es ni revolucionaria ni
mística. Por tradición y por guardar las formas, continúa siendo practicante,
pero las muertes de su hermana y de su madre han disipado su fe, que se va
diluyendo poco a poco. Su madre, piadosísima, le estaba enseñando a serlo, pero
su padre, bellísima persona, es un católico tibio y librepensador. La hija
tiene en su mente adorar algo sublime y muy grande, pero que no tiene nada que
ver con la divinidad.
Es curioso: ella siempre asegura que no haría nada
para que una persona perdiese su fe en Dios, pero acompañado de un razonamiento
filosófico que es el que justifica su propia postura y que puede influir en la
forma de pensar de su interlocutor
El Sr. Sklodowski, profesor de ciencias, no se ha
limitado a enseñar con los libros de texto de los gimnasios, sino que se ha informado y contrastado conocimientos con
revistas científicas para personas adultas, y las hace circular entre sus compañeros.
Las doctrinas filosóficas de la época -personificadas por Augusto Comte
(1798-1857) y Heriberto Spencer (1820-1903)-, cambian el modo de pensar en
Occidente. Va desapareciendo el romanticismo y, antes de leer la literatura
convencional, hay que conocer a Pasteur (1822-1895), Darwin (1809-1882) y Claude
Bernard (1813-1878). Estas noticias llegan a Polonia y, como en los jóvenes los
juicios son categóricos, estos grupos revolucionarios quieren dejar de lado la
literatura y el arte y que solo cuente la ciencia.
Mania está en ese grupo, pero no en esa línea. Aparte
de dejar su pasaporte cuando alguien lo necesita, piensa que hay que abandonar las
“vanas quimeras”, la falta de estructura,
los impulsos desordenados, los lamentos inútiles. Lo primero es el trabajo:
convertir Polonia en un extraordinario país desde el punto de vista intelectual,
educar al pueblo, sacarlo de ese oscurantismo donde lo mantiene el invasor.
Mania y Bronia
Mania y Bronia son presentadas a la Srta. Piasecka,
institutriz de un gimnasio. Es alta y
rubia, de veintisiete años. Su fealdad la compensa su simpatía y actividad. Está enamorada de un estudiante al
que acaban de expulsar de la universidad por sus actividades subversivas.
La joven Piasecka se interesa, de forma apasionada,
por las ideas modernas y se relaciona con otros “positivistas”. Se reúnen en domicilios particulares, de una manera
informal, y hasta penada por la Ley, en lo que llaman “Universidades volantes”. Estas universidades se componen de grupos
de 10 ó 12 estudiantes que han terminado el gimnasio
y quieren informarse sobre nociones modernas de anatomía, sociología, historia
natural… explicadas por profesores benévolos -¡y valientes!-. Esta forma de
enseñanza no acaba aquí. Los discípulos se convierten en maestros: dan
conferencias a mujeres del pueblo, a empleados de talleres… Mania logra formar,
libro a libro, una pequeña librería de volúmenes polacos para obreras. Cuando
tiene tiempo, se encierra en su habitación para leer a los autores que pueden
ayudar a cambiar el mundo. Pasado medio siglo escribe:
“Tengo un recuerdo muy vivo de
aquella simpática atmósfera de camaradería intelectual y social…”.
¿Qué elegir? ¿La idea nacional polaca o aquella que
englobe a toda la humanidad? Mania sigue siendo una chiquilla encantadora y más
ahora que se ha cortado su pelo “color
ceniza”. Nunca se permite decir una palabra malsonante ni encender un
cigarrillo. Tampoco es socialista ni marxista en el sentido de partido, porque
este, piensa, que coarta la libertad. Si habla de socialismo es en el sentido
humano de que cualquier ser ha de preocuparse del que necesita ayuda.
En cuanto a la familia, basta de especulaciones. Hay
que llegar a algo concreto. A Bronia le gustaría ser médico y trabajar entre
los campesinos. ¿Dónde ir? Siendo mujer, la admitirán en París, pero “el extranjero” es excesivamente caro. No
se atreve a confiar sus deseos a nadie, pero la “peque” tiene un instinto de “terranova”
y va a encontrar lo que están buscando. Conversación entre las dos hermanas:
-“Con las economías que has
hecho, ¿cuánto tiempo puedes vivir en París?”.
-“Tengo para el viaje y un curso
en la Universidad, pero tú sabes que la carrera son cinco años”.
-“Con lo que pagan por las
lecciones particulares, ninguna de las dos vamos a poder ir a la Sorbona. Hemos
de aliarnos”.
-“De acuerdo. ¿Y cómo lo hacemos?”.
-“Tú te vas y, cuando te haga falta
dinero, te lo mandaremos papá y yo. Cuando vuelvas seguro que nos cubres de
oro. Entretanto, yo trabajaré de institutriz y me pagarán 400 ó 500 rublos
anuales, que es una cantidad importante”.
-“¿Por qué no vas tú primero?”.
-“Tú tienes veinte años y yo diecisiete.
Es justo que vaya la mayor”.
Septiembre de 1885. Una joven espera su turno en una
agencia de colocaciones. De sus dos vestidos de diario, se ha puesto el más
severo, con un sombrero negro y unas peinetas que recogen su pelo corto. Una
institutriz de la época deberá ser correcta y con un físico y una forma de arreglarse
que no la distinga de los demás. Mania ha estado en casas donde el jefe de
familia gana suficiente dinero como para poderse permitir ciertos lujos -por
ejemplo, que los niños tengan institutriz-, pero ni un mínimo de educación.
Szoczuki. Polonia
Mania joven
Después de dos fracasos en la ciudad, decide probar en
el campo. Hacia allí sale en enero de 1886. Su destino es Szoczuki, que se encuentra
a 100 Km de Varsovia y cuesta llegar 3 horas de tren y 4 de trineo. Está desesperada,
a punto de bajarse en la primera estación. Nunca ha dejado a su familia para ir
a casa de unos completos desconocidos. Piensa que su padre puede enfermar y
ella no estará con él. Por fin se tranquiliza, sobre todo al ser bien recibida
por los señores Zorawski. Se trata de un ingenio azucarero, con una
fábrica enorme y todo rodeado de campos de remolacha. El padre de familia es el
ingeniero jefe y hay otros ingenieros con los que habla y le prestan revistas y
libros. Hay mucha gente que va y viene de Varsovia. Ella da clases a dos niños
pequeños hasta que vayan a un internado como sus hermanos mayores. Al ver pasar
a los trabajadores y sus hijos vestidos de harapos y sin mayor porvenir, Mania
recuerda las ideas pedagógicas de las “Universidades
volantes” y se ofrece a dar clases gratuitas a los jóvenes. Cuando terminan
de trabajar suben a los departamentos de la institutriz, donde se ha instalado
una mesa enorme -pagada por Mania- para que los aprendices puedan escribir con
comodidad sus palotes. Se permite a los padres que estén detrás de pie. Les
caen lágrimas silenciosas al ver que sus hijos van a tener oportunidades que
ellos no alcanzaron.
El hijo mayor del ingeniero jefe, Casimiro, se
encuentra en Varsovia en la universidad. Cuando va a casa y él y Mania se ven
por primera vez, se enamoran. El joven es bueno e inteligente pero incapaz de
oponerse a la voluntad de los padres. Mania es tratada como una amiga de la familia,
se codea con los invitados, su padre y sus hermanos han sido invitados varias
veces a Szoczuki y no se puede valorar a la joven mejor de lo que se hace, pero
una boda sin dote, ¡ni hablar! Casimiro podría casarse con la hija del
terrateniente más rico de la región.
Han pasado 3 años desde que Mania es institutriz, con
algunas pequeñas satisfacciones pero sobre todo dolor, monotonía, mucho trabajo
y pocas ganancias. Repentinamente parece que algo se pone en movimiento. Bronia
le escribe pidiéndole que no le envíe más dinero.
En abril de 1888, el Sr. Sklodowski ha encontrado un
nuevo empleo bastante desagradable, pero que le proporciona un buen sueldo:
director del correccional de niños en Studzieniec, no lejos de Varsovia. Bronia
le pide al padre que, del nuevo sueldo, separe una cantidad mensual como ayuda para
devolver el dinero prestado por su hermana y que servirá para pagar los
estudios de la pequeña.
Jozic ya es médico y Mania le sugiere que no se vaya
a cualquier pueblo, que se establezca en Varsovia, para que pueda ser el gran médico
que su inteligencia y preparación han pronosticado. ¿Y el dinero para esta empresa?
No sabe cómo, pero ella está segura de que lo conseguirá. ¿Y Hela? Un señor de
posibles, llamado Casimiro, la ha “plantado”
pero no de un modo discreto, sino poniéndola en ridículo ante la sociedad en
que ambos se desenvuelven. Hela está muy dolida y humillada y no quiere salir
de casa. Mania también considera entre sus obligaciones ocuparse de ella y
buscarle un empleo.
Por de pronto, en el verano de 1889, Mania se
encuentra en El Hotel Schulz de la playa de Zopport, como institutriz de unos
pequeños a quienes toma afecto. Hace frío y la familia se vuelve a Varsovia. A
la señora le encanta “la exquisita”
señorita Sklodowska y quiere tenerla siempre a su lado. Es una mujer joven muy
guapa, muy elegante y muy rica. Tiene un armario lleno de trajes de Worth -modisto
inglés que fue el primero en abrir un salón de Alta Costura en París-, pieles,
joyas. Es la primera y única vez que Mania conoce lo que es el lujo.
En marzo de 1890 llega una inesperada carta de París,
en la que Bronia anuncia su próxima boda con Casimiro Dluski, polaco como ella
pero con dificultades para volver a la patria.
Pensaría el pobre padre ¿por qué no se queda cada una
con su “casimiro” y así yo viviría más
tranquilo?
“Si todo marcha como esperamos, podré casarme
durante las vacaciones. Mi novio ya será doctor y yo no he de hacer más que mi
último examen. Nos quedaremos todavía un año en París, durante el cual
terminaré mis exámenes, y luego iremos a Polonia. No veo nada en nuestros
proyectos que no sea razonable. Dime tú misma si no tengo razón. Recuerda que
tengo veinticuatro años -que no son nada-, pero que él tiene treinta y cuatro,
lo cual ya es más grave. Sería absurdo esperar más tiempo.
Y ahora tú, querida Mania. Es necesario que hagas
algo de tu vida. Si reúnes este año algunos centenares de rublos, el año
próximo podrás venir a París y vivir con nosotros, en donde tendrás cama y
comida. Es necesario, de todas maneras, que tengas estos centenares de rublos
para la inscripción en la Sorbona. El primer año vivirás con nosotros. Para el
segundo y tercero, cuando nosotros no estemos, creo que papá podrá ayudarte.
Es necesario que tomes esta decisión. Hace
demasiado tiempo que esperas. Te garantizo que en dos años te licenciarás.
Piénsalo y ahorra dinero, ponlo en lugar seguro y
no lo prestes. Acaso será preferible que lo vayas convirtiendo en francos, pues
el cambio es bueno ahora y más tarde puede bajar”.
Pero a Mania la paralizan los escrúpulos y no quiere
irse sin dejar los problemas familiares solucionados.
“Querida Bronia:
He sido tonta, soy tonta y seguiré siendo tonta
durante todos los días de mi vida, o mejor aún, para decirlo en estilo
corriente, no he tenido nunca, no tengo y no tendré jamás suerte alguna.
Había soñado con París como la redención, pero
desde hace mucho la esperanza del viaje me había abandonado. Y ahora que esta
posibilidad se me ofrece, no sé qué hacer...
Tengo miedo de hablar a papá. Creo que nuestro
proyecto de vivir juntos el año próximo le ha llegado al corazón y que está
seguro de ello. Quisiera darle un poco de felicidad en su vejez. Por otra
parte, se me parte el corazón cuando pienso en mis aptitudes perdidas y que, de
todas maneras, algo deben valer. También hay de por medio la promesa que le he
hecho a Hela de tenerla en casa dentro de un año y de buscarle una situación en
Varsovia. Tú no puedes saber la pena que me da. Siempre será la “pequeña” de la
casa, y siento que mi deber es velar por ella; ¡la necesito tanto!
Pero a ti, Bronia, te lo ruego; encárgate con toda
energía de los intereses de José, e incluso, si te parece que no es tu papel el
de mendigar cerca de esta señora S., que puede sacarle de apuros, domina este
sentimiento. Después de todo, el Evangelio dice, textualmente: “Llama y te será
abierto”. Y si tienes que sacrificar un poco de amor propio, ¿qué puede
importarte? Una petición afectuosa no puede ofender. ¡Cómo sabría escribir yo
esa carta! Hay que exponer a esta señora que no se trata de una suma
considerable, sino, simplemente, unos centenares de rublos, para que José pueda
quedarse en Varsovia, estudiar y ejercer, que su porvenir depende de esto, que
si falta esa ayuda van a perderse unos magníficos dones... Hay que escribir eso
largamente, pues, querida Bronechka, si te limitas a pedir prestado ese dinero
a la dama en cuestión, no le importará el asunto. No es ese el medio de
triunfar. Incluso, aunque tengas la impresión de ser importuna. Y bien, ¿qué?
¿Qué importa, con tal de que se logre lo que se desea? Además, no es una
petición tan abrumadora. ¿Es que las gentes no importunan, a veces, más que
eso? Con esta ayuda, José puede ser útil a la sociedad, mientras que si va a
una provincia está perdido.
Te molesto con lo de Hela y lo de José y con lo de
mi padre, y con lo de mi propio porvenir fracasado. Mi corazón está tan sombrío
y tan triste que comprendo que hago mal hablarte así y en envenenar tu
felicidad. Tú sola, entre todos nosotros, has sido la que has tenido eso que se
llama suerte. Perdóname, pero, ¿ves?, tantas cosas me hacen daño que me es
difícil terminar esta carta alegremente.
Te beso tiernamente. La próxima vez te escribiré
más largo y con mayor alegría, pero hoy me siento excepcionalmente mal en este
mundo. Piensa en mí con ternura y acaso lo sienta desde aquí”.
“...Ahora, Bronia, te pido una contestación
definitiva. Decide si verdaderamente puedes tenerme en tu casa, pues estoy
dispuesta a ir. Tengo con qué pagar mis gastos. Si, sin privarte de mucho,
puedes darme de comer, escríbeme. Será un gran honor, pues, moralmente, esto me
daría aplomo, después de las crueles pruebas que he atravesado este verano y
que influirán sobre toda mi vida, pero, por otra parte, tampoco quiero ser una carga
para ti.
Puesto que esperas un niño, podría ser útil en tu
casa. De cualquier manera, escríbeme lo que sea. Si solamente mi ida es una
cosa posible, me lo dices, y dime a qué exámenes de ingreso debería someterme,
y en qué fecha, lo más tardar, me puedo inscribir como estudiante.
Estoy tan nerviosa ante la perspectiva de mi viaje
que no te puedo hablar de nada más antes de tener tu contestación. Te ruego que
me escribas inmediatamente, y os envío a los dos mis cariños.
Me podéis colocar donde sea y no os importunaré. Te
prometo no daros ningún disgusto, ni produciros ningún desorden. Te imploro una
contestación, pero muy franca”.
Monumento a Madame Curie en Lubrin
Bronia insiste, pero no tiene la fuerza necesaria que
da el dinero y deciden que, cuando Mania termine su contrato actual de
institutriz, se quedará otro año en Varsovia, dando clases y acompañando a su
padre, que ya ha dejado la dirección del correccional. Ocurre algo totalmente
¿fortuito? Pocos años antes, Mania le había escrito a su hermano, con bastante
amargura:
-“Estoy aprendiendo ‘Química’
con un libro. ¿Crees que eso es posible?”.
Los Sklowdoski tienen un primo llamado José Boguski,
que dirige un laboratorio clandestino, con una fachada falsa para que no lo
clausuren los rusos. Puestos en contacto ambos primos por la “Universidad volante”, Mania empieza a
trabajar con él.
De regreso a casa, a la madrugada, no puede dormir. Recuerda
la infancia, los utensilios de papá que tenía prohibido tocar y los que sí
utiliza ahora: los electrómetros, los tubos de ensayo, las balanzas de
precisión. Una vocación largo tiempo reprimida, la obliga a obedecer una orden
secreta. Solo con coger las probetas del laboratorio, ha reanudado el hilo de
su vida.
Padre e hija pasan unos días en Zakopan, en los Cárpatos.
Casimiro Zorawski ha anunciado su visita para hablar con la mujer que, dice,
ama. Empieza con sus dudas, sus temores. Mania se muestra “altiva y orgullosa” y rompe con él definitivamente diciendo:
-“Si usted no ve el medio de
aclarar nuestra situación, no soy yo quien ha de enseñárselo”.
Hace ocho años que terminó el gimnasio, seis que empezó a trabajar como institutriz. Ya no le
pone bridas ni a la prisa ni a la paciencia. Escribe a Bronia y mientras espera
respuesta, arregla problemas familiares. Hace cálculos sobre sus gastos: pasaporte,
billetes de 3.ª, entre Varsovia y Alemania, y Alemania y París, porque en toda
Alemania existe la 4.ª clase. ¡Qué suerte, ya que baja bastante el precio!
Consiste en vagones con duros bancos en los cuatro lados y un espacio libre en
el centro para que el viajero pueda poner su silla plegable y el equipaje de
mano. En pequeña velocidad se facturan los bultos pesados. El colchón y un gran
baúl, que lleva pintadas las letras M. S., con la ropa personal y la de casa.
Todo lo que se necesita para vivir de forma que no se produzcan gastos
imprevistos en París, donde la vida es tan cara.
Mania se arrebuja en su silla plegable y de vez en
cuando palpa los paquetes que ha puesto en torno suyo por comprobar si está
todo. Es un viaje que no se cuenta por horas, sino por días. No es el viaje de
una adolescente, que produce tanta ilusión y se hace con cierta inconsciencia.
A Mania le faltan unas semanas para cumplir veinticuatro años. Es ya una mujer.
Siente dolor, preocupación, una inmensa alegría porque por fin puede cumplir su
vocación, y la incógnita de su porvenir, pero ¿sería capaz de imaginar si iba
hacia un viaje programado o hacia la gloria universal?
Instituto del Cáncer. Varsovia
Marie Sklodowska. Juventud I
París. Francia
¡Por fin, París! Mania desciende del tren en la
estación del Norte y se queda en el andén rodeada de todos sus bártulos. Poco a
poco va hacia la salida, cansada por el largo trayecto. Casimiro, su cuñado, ha
ido a buscarla -Bronia está de viaje-. Le acompaña un grupo de camaradas
polacos con una carreta para trasladar los enseres pesados. Al ver la ciudad, Mania
se siente más ligera, más joven, más ágil. Parece que sus pulmones se
ensanchan: por primera vez en su vida respira aire libre en un país libre. ¡Qué
maravillosa sensación!
Casimiro conduce a Mania al domicilio conyugal y
entre él y los amigos la instalan. Pasados unos días, Casimiro le ruega a
Bronia que vuelva, ya que tanto las habitaciones como la cocina están hechas un
asco. Bronia llega y en unas horas queda todo como de costumbre. Precisamente
por eso, por la costumbre de la época, es el ama de casa -aunque tenga una
profesión- la que se ocupa de todo el interior: limpiar, comprar, cocinar,
lavar, planchar… y cuidar a los niños.
Casimiro Dluski, polaco, es un tipo muy especial,
inteligente, encantador, brillante, ojos chispeantes, propagandista
revolucionario, ¡y qué actividad la suya! ¡Fuera las preocupaciones y el
cansancio cuando acaba el trabajo! Si hay dinero, el matrimonio Dluski sale a
algún espectáculo en locales públicos modestos y si no hay medios, los amigos
van a su casa y Bronia les sirve té, jarabes, agua fresca y dulces de la tierra
que elabora ella misma. Casimiro es infatigable, si no puede hacer nada, toca
el piano y, aunque es solo un aficionado lo hace maravillosamente. Su hermano
que es un pianista profesional y compositor sí que es un fuera de serie.
Casimiro ha estudiado en Petersburgo, Odesa y Varsovia, y en París Ciencias
Políticas y Medicina, que es la profesión que ejerce. Expulsado de Rusia por su
participación en la conjura contra Alejandro II y de Francia por los informes
que manda la policía rusa. Casimiro tiene un aspecto noble que le proporciona
en parte su barba. Parece de temperamento dulce y apacible, incapaz de
cualquier muestra de severidad.
Mania tiene abiertas las puertas de una de las
universidades más prestigiosas de Europa, fundada en 1257 por el confesor del
rey san Luis, Robert de Sorbon, de ahí el nombre.
Sube a un ómnibus tirado por dos caballos. La parte
de bajo queda resguardada, y por una escalerilla se sube a “la imperial”, parte descubierta a todos los vientos, pero con un
precio de billete bastante inferior al de la plataforma bajera. Mania ve los
dos brazos del Sena, las islas, Notre-Dame, los monumentos, las plazas y, por
fin, “el palacio”. Este año cerca de
la portería hay pegado un cartel en donde se lee:
“República Francesa - Facultad
de Ciencias - Los cursos se inauguran en la Sorbona el día 3 de noviembre de
1891”.
Con los pocos rublos que le quedan, Mania se
matricula y adquiere el derecho a asistir a los cursos que desee, donde, guiada
y aconsejada por los mejores profesores, podrá aprender los textos y manejar los
aparatos en el laboratorio. Será una “estudiante
de la facultad de Ciencias de la Universidad de la Sorbona”.
Se inscribe con su nombre: María -“Marie” en francés- y su apellido: Sklodowska, que es
impronunciable para sus compañeros y llamarla por su nombre denotaría una
confianza que no es procedente todavía. Marie, aun sin querer, guarda una
especie de anonimato misterioso. Llama la atención por el color de su pelo y
por su distinción, bien a la vista aunque vaya tan modestamente vestida.
-“¿Quién es?”.
-“Es una extranjera con un
apellido imposible. En la clase de Física·se pone siempre en primera fila. No habla
con nadie”. Y añaden: “¡Qué
hermosa cabellera!”. Su estado civil será por mucho tiempo su hermoso cabello.
Marie en su primer curso. París
A Marie no le importan los estudiantes, pero hay otra
clase de hombres que sí encuentra interesante: “los profesores de enseñanza superior”. Graves caballeros que para impartir
clase se atavían con frac y la pajarita blanca correspondiente. Habrá que
cepillar bien sus trajes manchados con polvo de tiza blanca. Marie quisiera
poder arrancar todos los conocimientos que llevan en sus mentes y trasladarlos
a la suya.
Hay dos contrariedades que no se esperaba:
-Relativas a la lengua. Creía que hablaba un
francés perfecto y hasta se anunciaba como profesora de esta lengua de buena
fe. Se equivocaba. Frases enteras que dicen los profesores se le “escapan”.
-Relativas a los conocimientos. El
bachillerato que ha estudiado en el gimnasio
es muy flojo, en cuanto transmisión de cultura, al lado del sólido que proporciona
el del liceo francés. Sabe que son carencias que ha de corregir a base de
estudio suplementario y en clase se recoge en sí misma como lo hace desde años
atrás y con expresión felicísima escucha y apunta las ecuaciones expuestas con
tanta claridad. ¡Arriba las matemáticas!
El Quartier Latin
(el Barrio Latino) se construyó en torno a la Sorbona para que en sus casas viviesen
los estudiantes extranjeros. El latín era el idioma culto que utilizaban
profesores y alumnos, lo mismo que en todas las universidades europeas. En
Maastricht-Holanda, actualmente hay una Universidad Internacional donde el
idioma oficial es el inglés, cuya universalidad se puede decir que ha
sustituido al latín de la edad media. Aparte de movimientos literarios como el “existencialismo” o triunfos de cantantes
como Juliette Greco, ya hacía muchos años que personas de diferentes países
habían huido de ellos, especialmente por motivos políticos. Se habían refugiado
en aquel barrio por causas económicas. A finales del XIX existía una comunidad polaca.
Bronia de soltera vive en una habitación cerca de la
universidad. La deja al casarse. Encuentra un piso en la calle de Alemania -hoy
Jean Jaurès-, 92, 2.º, en el barrio llamado de los mataderos, porque los que surten
de carne a la ciudad se encuentran por allí. Es una calle llena de castaños y
diferentes vendedores la recorren a pie pregonando su mercancía: la vendedora
de pan, el vendedor de cordones… Bronia va a los almacenes municipales y
adquiere muebles, un piano y adornos para el nuevo hogar. Tiene gusto, es
ahorrativa y sabe darle “ambiente” a
la casa. Tienen la consulta en ella. Casimiro trabaja como médico internista y
ella como ginecóloga. Los dos visitan también a domicilio y dos días a la
semana, gratis. El matrimonio es un ejemplo como tal, se quieren y, como ella
es muy organizada, todo reluce de limpio y se come bien.
Casimiro le escribe a su suegro:
“Querido y respetable señor:
En casa todo marcha bien. La señorita Marie trabaja
nuevamente, pasa casi todo el día en la Sorbona, y sólo nos reunimos a la hora
de comer. Es una muchacha muy independiente, y, a pesar de la formal delegación
de poderes por la cual la puso usted bajo mi protección, no sólo no me
demuestra ningún respeto, ni ninguna obediencia, sino que se burla de mi
autoridad y de mi seriedad, como de un zapato agujereado. Tengo la esperanza de
reducirla por el convencimiento, pero, hasta ahora, mis talentos pedagógicos no
han demostrado su eficacia. De todas maneras, vivimos muy bien y nos entendemos
perfectamente”.
Los Dluski tienen sus amigos especiales que le
presentan a Marie: Ignacio Paderewski, que con el tiempo llegará a ser un
pianista y compositor genial y primer ministro de Polonia; el joven Wojeiechowski
que será presidente de la República Polaca; Stanislao Szalay, que formará parte
de la familia al casarse con Hela.
Marie se ha entregado completamente al trabajo, pero,
dado su carácter, es pronto para intimar con sus condiscípulos franceses. Lo
hace con sus compatriotas y se lo cuenta a su padre, quien le contesta:
“Querida Mania:
Tu última carta me ha entristecido. Lamento que
hayas tomado parte tan activa en la organización de esa representación teatral.
Aunque sea una cosa inocente, se llama la atención, y bien sabes que hay en
París gentes que espían con suma atención vuestra conducta, que anotan los
nombres de las personas que se comprometen, y que envían aquí esas
informaciones, para ciertos usos.
Ello puede ser la fuente de muchas molestias, e
incluso puede privar a esas personas el acceso a ciertas profesiones. Por eso,
todos aquellos que quieran ganarse la vida, más tarde, en Varsovia, sin estar
expuestos a determinados peligros, deben tener interés en permanecer tranquilos
y en una especie de retiro, y completamente ignorados. Las fiestas, tales como
bailes, conciertos, etc., son descritas por algunos corresponsales de
periódicos que citan los nombres.
Sería para mí un gran dolor ver tu nombre citado.
Por estas razones, he hecho en mis cartas anteriores algunas indicaciones, y te
ruego que procures estar alejada de todo esto lo más posible”.
¿Son las sensatas palabras paternas o su buen sentido
lo que la hace reflexionar? Además, en la calle Alemania siempre hay
conversaciones, jaleo que le impiden concentrarse en el estudio. Consejo de
familia: los tres tienen gran pena pero comprenden que es mejor la separación.
Las hermanas tendrán ocasiones de demostrarse lo que se quieren y lo que es la
ayuda mutua. Casimiro y Marie sentirán el uno por el otro un afecto fraternal
que durará toda la vida. Los tres, con una carretilla de mano donde van los
pobres enseres de Marie, se dirigen al cuarto que ha alquilado.
Marie ha vivido un período de aclimatación en la
calle Alemania; ahora llega el de la elección, que será la soledad. Durante más
de tres años vive una existencia espartana, dedicada solo al estudio. ¿Puede
una estudiante en 1892 cubrir sus necesidades con 40 rublos, o sea 100 francos
al mes? Alquiler cuarto, comida, ropa, tasas universidad, material estudio. Hay
jóvenes que lo resuelven juntándose 3 ó 4 para compartir gastos o bien una sola
que hace trabajos, ajenos a los estudios, para aumentar sus ingresos. Bronia
guisa -catering actual- porque todos sus compañeros saben que es una excelente cocinera.
Durante años ha sido ese su trabajo extra, mientras que el de Marie como
institutriz, ha sido intelectual. No hay problema que se le presente a Marie
que no sepa resolver.
¿Hay que prescindir de algo? De los alimentos. Cuesta
dinero comprarlos y tiempo cocinarlos. Se ahorra el dinero y el tiempo se
dedica a las matemáticas o la física. Marie alquila habitaciones en hoteles
pobres o en las buhardillas que hay en la parte alta de edificios distinguidos
para uso del servicio doméstico. Alquila una de estas, minúscula, con un
tragaluz por donde se ve un trocito de cielo. Es gélida. Una noche en que no le
queda petróleo se levanta y se viste con toda su ropa de calle para poder
entrar en calor y dormir. Como muebles tiene lo que ha traído de Polonia y compra
una mesa y una silla de cocina, una estufa, una lámpara de petróleo, una vasija
para el agua -que hay que buscar en el grifo de la escalera-, una estufa de
alcohol para calentar las comidas, dos platos, un cuchillo, un tenedor, una
cuchara, una taza y una cacerola. Para cuando vayan sus hermanos y puedan tomar
el té de la hospitalidad ha adquirido una tetera y tres vasos. Como no tiene
luz se refugia en la Biblioteca de Santa Genoveva para estudiar hasta que
cierran a las 10 de la noche. En casa enciende la lámpara mientras permanece
trabajando hasta la madrugada.
Lo único que sabe hacer Marie es coser -aprendió en el
colegio-. Compra un retal y se hace una blusa ella misma. Sus vestidos los
cuida con esmero: los limpia, los cose y recose. Cuando hace falta lavar la
ropa, lo hace en una palangana.
La comunidad polaca, con un poco de malicia, acecha
para averiguar si sabrá hacerse un caldo; pero no, Marie, cuando no hay dinero,
come un trozo de pan con manteca y un vaso de té. Un día se desmaya en su propia
casa. No quiere admitir la causa, pero el siguiente desmayo tiene testigos.
Avisado por ellos, el doctor Dluski va corriendo a su domicilio.
-“¿Qué has comido hoy?”.
-“Hoy… no sé. ¡Ah! Sí. He comido
cerezas”.
Casimiro está furioso contra ella y contra sí mismo
por no haberse dado cuenta de su cara pálida, de sus ojeras y de que está
anémica. Le hace ponerse el abrigo y el sombrero y coger el material para
estudiar durante una semana. Llegados a la calle Alemania, le da unos
medicamentos y hace que Bronia la alimente espléndidamente. Como por ensalmo
reaparecen los colores en sus mejillas. Durante unos días se deja cuidar.
Obsesionada por los exámenes, pide permiso para volver a la buhardilla y se lo
conceden bajo ciertas promesas, que ella naturalmente no cumple; vuelve a vivir
del aire.
Destaca por su atención y rendimiento y, aún siendo
estudiante, los profesores le confían trabajos sencillos en el laboratorio, que
le permiten demostrar la singularidad de su espíritu. Se codea con los mejores
guardando la atención y el silencio que son precisos. Marie está siempre de
pie, con unas manos que empiezan a estropearse por el contacto con ácidos. Se
cubre con una bata de tela rugosa. En la mesa de roble se encuentran los
utensilios: el cuévano, aparatos de precisión, sopletes… Es lo que prefiere, el
laboratorio y así lo demostrará hasta el final de sus días.
Entusiasmada con su trabajo y conociendo sus
posibilidades, piensa en hacer no una licenciatura, sino las tres: Matemáticas,
Física y Química. ¿Quién se lo dice a papá? Tan sumisa que ha sido siempre ante
él y ahora tan independiente. Es el único que no ha comprendido cuál es su
verdadero carácter.
Los extranjeros son bien recibidos en la Sorbona. La
mayoría son pobres y por tanto deben ser muy inteligentes e interesantes para
prestigiar la Universidad, de lo contrario no harían tanto sacrificio económico
y llevarían una vida tan austera para triunfar. Marie es diferente, con su
cabellera color ceniza y su frente alta y abombada. Demuestra su cordialidad a
los estudiantes para agradecerles su estima, pero una cosa es la amistad y otra
el amor, y allí está el paraguas de la Srta. Dydynska, convertida en su guardia de corps, y que amenaza con
golpear a los admiradores que se acercan demasiado. A Marie la sostiene su
voluntad de hierro, acompañada por un cerebro preciso y una inteligencia clara,
suficiente para conseguir lo que su voluntad se ha propuesto de forma cercana a
la perfección. Nada ni nadie podrá derrotar su testarudez. En 1893 obtiene la
licenciatura en Física y en 1894 la de Matemáticas.
Ahora le toca el turno a la lengua francesa. Aprende
bien la ortografía y la sintaxis y evita todo acento, solo le queda el pequeño “rodar de la r”. En su voz dulce y
encantadora siempre será una gracia.
Llega julio. En una sala se agrupan 30 estudiantes -entre
ellos Marie- para rendir exámenes. A los pocos días el catedrático se dirige al
anfiteatro, donde están reunidos alumnos, familiares, amigos… Marie está
apretujada entre ellos y tan nerviosa como en la prueba. Se hace un silencio
profundo y de repente se oye como nota máxima y a distancia de la siguiente:
-“¡Marie Sklodowska!”.
Marie sale corriendo y rehúye las felicitaciones. ¡Vacaciones!
A 2.000 km la esperan su padre y sus hermanos, que se indignan al ver su
palidez y la sobrealimentan de tal forma que en otoño vuelve a París francamente
gorda.
Se plantea el problema de todos los años: ¿con qué
medios cuenta para pasar otro curso? La Srta. Dydynska -defensora a paraguazo
limpio de sus admiradores- la ha tomado bajo su protección porque se ha dado
cuenta de su extraordinaria valía, y mueve todos sus recursos para que obtenga
la “Beca Alexandrowitch”, concedida
por una Fundación de Varsovia a estudiantes de mérito que quieren continuar sus
estudios en el extranjero. ¡Seiscientos rublos! Suficiente para vivir quince
meses. Marie -que hubiese sido incapaz de pedirlo para sí misma- está encantada
y agradecida. Vuelve a París y le escribe a Jozic:
“Ya he alquilado
una habitación que me conviene en un sexto piso y en una calle limpia y
decente. Dile a padre que donde debía alquilarla no había nada libre y que
estoy muy contenta de esta habitación. Tiene una ventana que cierra bien y
cuando haya arreglado la pieza no hará frío en ella, puesto que no está enladrillada
y tiene piso de madera. Comparada con mi habitación del pasado año es un
verdadero palacio. Cuesta 180 francos por año. Por lo tanto, es sesenta francos
menos cara que aquella de que me había hablado padre.
¿Es necesario que
te diga que estoy locamente satisfecha de mi regreso a París? Me ha sido muy
doloroso separarme nuevamente de padre, pero he visto que está bien de salud,
muy ágil y que puede pasarse sin mí, tanto más cuanto
que tú vives en Varsovia. Para
mí esto es la vida que está en juego.
Me ha parecido que podía quedarme aquí sin tener remordimientos de conciencia.
Estudio
matemáticas de una tirada para poder estar al corriente en cuanto empiecen los
cursos. Tres veces por semana tengo lecciones con una de mis
compañeras, francesa, que prepara el examen que yo acabo de pasar. Dile a padre
que estoy acostumbrada a este trabajo, que no me fatiga más que el de antes y que no tengo la intención de abandonarlo.
Empiezo hoy la
instalación de mi rinconcito del año actual, muy pobremente, pero ¿qué se le va
hacer? Uno se lo debe hacer todo, porque si no todo está fuera de nuestro
alcance. Voy a limpiar mis muebles o, mejor dicho, lo que
pomposamente denomino así, pues el conjunto no vale una veintena de francos”.
Marie no deja de encarecer a su hermano que haga el
doctorado.
La Beca que recibe Marie ha sido providencial. La
Sociedad de Fomento de la Industria Nacional le encarga un estudio técnico bien
remunerado. De este importe separa 600 rublos que le entrega al asombrado Secretario
de la Fundación Alexandrowitch, ya que es la primera vez que ocurre. Ella le
explica que su beca la tomó como un préstamo y lo devuelve para que a otra
persona pueda hacerle el bien que a ella le hizo.
Pierre Curie
Pierre Curie
Marie ha renunciado al amor. El desengaño que le ha
producido su relación con Casimiro Zorawski, que ha durado seis años, lo que ha
herido no son sus sentimientos de cariño sino de orgullo y dignidad, ya que la
familia la ha rechazado por no tener dote. Hay muchas mujeres que renuncian a
su vida profesional para dedicarse a un hombre o bien lo contrario. Marie está
entre estas últimas. Un día, un polaco llamado Kowalski, profesor de física en
la Universidad de Friburgo, hace un viaje a París con su esposa. Ambos habían
conocido a Marie en casa de los Zorawski y la visitan para interesarse por su
vida. Ella les explica sus dificultades de espacio y el doctor le dice:
-“Conozco a un físico de gran
valor que va a venir mañana noche a tomar el té. ¿Quiere usted unirse a
nosotros?”.
He aquí la descripción que hace la futura Mme. Curie
del que será su esposo:
“Cuando entré, Pierre Curie se hallaba
en el dintel de una puerta que daba a un balcón. Me pareció muy joven,
a pesar de tener ya treinta y cinco
años. Me impresionó la expresión
de su clara mirada y una ligera
apariencia de abandono, su alta
estatura. Su palabra un poco lenta y reflexiva, su simplicidad, su sonrisa, a
la vez grave y juvenil, inspiraba confianza. Trenzamos una conversación que
pronto fue amistosa. Tenía como objeto
algunas cuestiones científicas sobre las cuales yo estaba encantada de obtener su consejo”.
La conversación se generaliza y él se encuentra
asombrado ante los conocimientos de la Srta. Sklodowska. La encuentra
sorprendente. Le produce una intensa curiosidad. Una mujer atractiva sin rasgos
de coquetería. ¡Qué agradable es!
-“¿Va usted a quedarse para
siempre en Francia?”, -pregunta el profesor Curie-. Entonces la
conversación la monopolizan los tres polacos y Pierre tiene ocasión de conocer
cómo es la vida en su país.
¿Quién es Pierre Curie?
Un sabio francés genial, casi desconocido en su tierra,
pero altamente considerado por sus colegas extranjeros. Viene de una familia de
médicos, de origen alsaciano y protestantes. Intelectuales, hombres de ciencia.
El padre, librepensador, no los ha bautizado ni instruido en asuntos
religiosos. Los dos hijos -Pierre y su hermano Jacques, Pedro y Jacobo en
español- están muy unidos y el segundo siente mucho tenerse que ir a Montpellier,
donde le ofrecen una cátedra.
Pierre tiene un espíritu independiente y soñador. No
ha podido doblegarse a la disciplina y al trabajo de los liceos, por lo que lo han educado entre su padre y un mentor muy
prestigioso. Trabaja en la Facultad de Ciencias y en el laboratorio de la
Sorbona. Tiene mucho ingenio que le permite el invento de artilugios, que
utiliza él mismo, pero su sueldo es de 300 francos mensuales, equivalente al
salario de un obrero especializado en una fábrica.
Hombre que tuvo una instrucción un poco caprichosa.
Tiene al expresarse, tanto de forma oral como escrita, un estilo elegante y
vigoroso. Ha hecho suya la máxima de Alejandro Dumas, hijo: “Hay que hacer de la vida un sueño y del
sueño una realidad”.
El profesor Curie es sensible e imaginativo. Tuvo un
amor de juventud que acabó trágicamente, ya que ella murió. No se ha casado y
no quiere a nadie. Las muchachas insignificantes que ha encontrado en su
camino, no son de su agrado. Escribe en su diario:
-“Las mujeres de genio son
raras”.
Ha quedado subyugado por Marie, ya que ha percibido
en ella lo que hay de excepcional. Le dedica un libro escrito por él. Le pide
permiso para visitarla. Pasan los meses y aumentan la estima y la recíproca
admiración. Empujado por ella escribe una magnífica tesis doctoral que versa
sobre el magnetismo.
-“Me gustaría que conociera
usted a mis padres. Vivo con ellos en un chalecito en Sceaux -cerca de París-. Se lo
describe. Su padre, muy inteligente, un poco colérico y de gran bondad, y su madre,
muy buena ama de casa, decidida y alegre, aunque ha perdido casi su movilidad
al sufrir un cáncer de mama. Marie se queda admirada al ver las analogías que
hay entre ambas familias: la suya y la de Pierre y le relata lo que van a ser
sus vacaciones. Dice Pierre:
-“¿Pero usted va a volver en
octubre, verdad? Prométame usted que volverá. No tiene derecho a abandonar la
ciencia”.
Marie guarda un momento de silencio, le mira a los
ojos y le contesta con voz dudosa:
-“Creo que tiene usted razón. Me
gustaría volver”.
Antes de partir, Pierre la ha pedido en matrimonio,
pero Marie considera una traición casarse con un francés, abandonar para
siempre a su familia y alejarse de Polonia y sus actividades patrióticas. El
profesor Curie se encuentra en Suiza acompañando una temporada a su padre y no
puede olvidarla. ¿Y si fuese a buscarla a Polonia, de la cual está celoso? Pero
sabe que ella no quiere. El 10 de agosto de 1894 le escribe esta carta:
“No hay nada que me dé tanta alegría
como recibir noticias suyas. La perspectiva de quedarme dos meses sin saber de
usted me era completamente desagradable. Con esto queda establecido que su
carta ha sido bien recibida.
Confío en que hará usted provisión de
aire puro y regresará por el mes de
octubre. Yo no pienso viajar; me quedaré en el campo, en donde paso todo el día
con la ventana de mi habitación abierta, o en el jardín.
Nos hemos prometido (¿no es cierto?)
mantener, cuando menos, una gran amistad. ¡Mientras no cambie usted de
intenciones! Pues no hay promesas que sean firmes. Son cosas que no se pueden
imponer. Y, no obstante, sería algo hermoso, en lo que no me atrevo a creer, el
hecho de pasar la vida cerca el uno del otro, hipnotizados en nuestros sueños:
su sueño patriótico, nuestro sueño humanitario y nuestro sueño científico.
De todos estos sueños, éste, el último,
es el que creo legítimo. Quiero decir con esto que somos impotentes para
cambiar el estado social, y siendo así, no sabríamos qué hacer, y actuando en
algún sentido no estaríamos nunca seguros de hacerlo mejor o peor, retardando
alguna evolución inevitable. En cambio, desde el punto de vista científico, el
terreno es mucho más sólido, y todo descubrimiento, por pequeño que sea, es un
avance.
Usted ve cómo todo se encadena... Está
convenido que seremos muy buenos amigos, pero, si dentro de un año usted
abandona Francia, sería una amistad demasiado platónica ésta de dos seres que
no se verán más. ¿No sería mejor que se quedara usted a vivir conmigo? Ya sé yo
que este asunto le enoja, y no quiero volverle a hablar de ello, tan indigno de
usted me considero, desde todos los puntos de vista.
Había pensado pedirle permiso para
encontrarla por casualidad, en Friburgo. Pero supongo que usted se quedará allí
un solo día, y ese día debe usted consagrarse necesariamente a nuestros amigos
Kowalski.
Créame su devoto amigo”.
A la que sigue esta otra del día 14:
“No estoy muy decidido a ir en su
busca. He dudado todo el día, para llegar a esta conclusión negativa. La
primera impresión que he tenido al recibo de su carta es que usted prefiere que
no vaya. La segunda, que, de todas maneras, era usted muy amable al darme la
posibilidad de pasar tres días con usted, y estuve a punto de marchar. Luego me
ha sobrecogido una especie de vergüenza de perseguirla así, casi contra su
voluntad, y, por último, lo que me ha decidido a quedarme, la casi certidumbre
de que mi presencia podría ser desagradable a su padre y le estropearía el
placer de pasear con usted.
Ahora que ya no hay tiempo, lamento no
haber ido. ¿Acaso no era doblar la amistad que tenemos el uno para el otro, el
hecho de pasar tres días juntos y de tomar fuerzas, para no olvidarnos durante
los dos meses y medio que nos separan?
¿Es usted fatalista? ¿Recuerda usted el
miércoles de ceniza? La he perdido a usted, bruscamente, entre la multitud. Me
parece que nuestras amistosas relaciones fueron bruscamente interrumpidas, sin
que lo deseáramos uno y otro. Yo no soy fatalista, pero acaso sea una
consecuencia de nuestros caracteres. No sabría actuar en el momento oportuno...
De todas maneras, no será un mal para
usted, pues no sé por qué motivo se me ha metido en la cabeza que debo
retenerla en Francia, desterrada de su país y de los suyos, sin tener nada que
ofrecerle de bueno a cambio de tanto sacrificio.
La encuentro a usted un poco
presuntuosa, cuando dice que usted es completamente libre. Todos somos, más o
menos, esclavos de nuestros afectos, esclavos de los prejuicios de quienes
amamos y, además, debemos ganarnos la vida, y con esto, convertirnos en una
rueda más de la máquina, etc.
Lo más penoso son las concesiones que
hay que hacer a los prejuicios de la sociedad que nos rodea. Según se siente
uno más o menos fuerte, más o menos concesiones se hacen. Si se hacen algunas,
acaba uno por ser aplastado. Si se hacen demasiadas, se envilece uno y acabamos
por despreciarnos a nosotros mismos. Heme aquí lejos de los principios que
tenía hace diez años. En esa época creía que era necesario ser excesivo en todo
y no hacer ninguna concesión al ambiente que nos rodea. Creía que era necesario
exagerar, tanto los defectos como las cualidades, no me ponía más que camisas azules,
como los obreros, etc.
En fin, ya ve usted que he envejecido y
que me siento debilitado.
Le deseo muchas satisfacciones.
Su devoto amigo”.
Y en septiembre, los días 7 y 17, manda las
siguientes:
“...Como puede usted suponer, su carta
me intranquiliza. Le aconsejo que regrese a París en el mes de octubre. Me
causaría mucha pena que no volviera este año. No es sólo por un egoísmo de
amigo por lo que le digo que venga. Creo, tan sólo, que trabajará mejor, y que
aquí dará una labor más sólida y más útil.
¿Qué pensaría usted de alguien que se
tirara de cabeza contra un muro de piedra, con la pretensión de derrumbarlo?
Eso podría ser la resultante de sus hermosos sentimientos, pero, de hecho, esta
idea sería ridícula y estúpida. Creo que ciertos problemas reclaman una
solución general, que hoy no pueden tener una solución local, y que cuando se
lanza uno a una vía que no tiene salida puede hacerse mucho daño. Creo que la
justicia no es de este mundo y que el sistema más fuerte, o mejor aún, el más
económico, será el que prevalezca. Un hombre se extenúa por el trabajo, y vive
por ello miserablemente. Es una cosa indignante, pero no por eso cesará.
Probablemente desaparecerá, porque el hombre es una especie de máquina, que
tiene la ventaja, desde el punto de vista económico, de hacer funcionar una
máquina cualquiera dentro de un régimen normal, sin forzarla.
Tiene usted una manera sorprendente de
comprometer el egoísmo. Cuando yo tenía veinte años, tuve una gran desgracia.
En circunstancias terribles, perdí una amiga de la infancia, a quien quería
mucho... Me falta valor para decir cómo. Los días y las noches que siguieron
los pasé con una idea fija; sentía como un placer en torturarme a mí mismo. Me
había dedicado, de buena fe, a una existencia de sacerdote, me había prometido
a mí mismo no interesarme más que por las cosas y olvidarme de mí y de los
hombres. A menudo me he preguntado, años más tarde, si esta renuncia a la
existencia no era simplemente un artificio que usaba vis a vis de mi mismo,
para adquirir el derecho de olvidar.
¿Es libre el correo en su país? Lo dudo
mucho, y creo que para el porvenir será mejor no disertar en nuestras cartas
sobre materias que, puramente filosóficas, podrían ser mal interpretadas y
causarle algún perjuicio.
Su amigo devoto”.
“Su carta me inquietó mucho. La sentía a usted
trastornada e indecisa. Su carta de Varsovia me tranquiliza y noto que se ha
calmado usted. Su retrato me gusta mucho. ¡Qué excelente idea ha tenido usted
al enviármelo! Se lo agradezco de todo corazón.
En fin, viene usted a París, y ello es
para mí un gran placer. Vivamente deseo que seamos, por lo menos, amigos
inseparables. ¿Está usted de acuerdo conmigo?
Si usted fuera francesa llegaría
fácilmente a ser profesora en un liceo o en una escuela normal de señoritas.
¿Le gustaría esta profesión?
Su amigo muy devoto.
He mostrado su retrato a mi hermano.
¿Hice mal? Le ha encontrado a usted muy bien. Y ha añadido: "Tiene el aire
muy decidido, e incluso obstinado”.
Pierre siente por Marie el atractivo pasional de un
hombre y el atractivo intelectual de un científico y le ofrece hasta
expatriarse. Ambos, cada uno por su lado, hablan con los Dluski, y la madre de
Pierre le dice a Bronia:
-“No hay en el mundo un ser que
valga lo que mi Pierre. Que no dude su hermanita. No será tan feliz con otro
como con él”.
El 14 de julio de 1895, Jozic le envía a su hermana
la absolución de toda la familia:
“...Y ahora que eres la novia del señor
Curie, te envío, primero, mis más
sinceros deseos de que encuentres a su lado tanta felicidad y satisfacción como
mereces a mis ojos y ante los ojos de todos aquellos que conocen tu excelente
corazón y tu carácter.
Creo que haces bien en seguir tu corazón,
y ninguna persona razonable puede condenarte por ello. Estoy persuadido, porque
te conozco, que tu alma entera será siempre polaca, y también lo estoy que de
corazón seguirás formando parte de nuestra familia. También nosotros seguiremos
ayudándote y considerándote de los nuestros.
Mil veces prefiero saberte en París,
feliz y contenta, antes que verte regresar a nuestro país, quebrantada por el
sacrificio de una vida entera y víctima de una concepción demasiado sutil de tu
deber. De todas maneras, hemos de procurar vernos, a pesar de todo, lo más a
menudo posible.
Cien veces te beso, querida María, y
una vez más te deseo todo género de felicidades, alegrías y éxitos. Saluda
afectuosamente a tu novio de nuestra parte. Dile que veo en él a un futuro miembro
de nuestra familia y que le ofrezco sin reserva alguna mi amistad y mi
simpatía. Y creo que él también me concederá su amistad y su estima.
Tu hermano, que sinceramente te quiere.
José”.
La señora Dluska, madre de Casimiro, que vive con el
matrimonio en la calle Alemania, le regala su vestido de novia y Marie dice:
-“Uno que me pueda poner todos
los días”.
Es de lana azul marino con una blusa azul claro. El
novio va a buscar a la novia para conducirla a casa de sus padres. Como no hay
dinero, todo será muy sencillo: ni vestido blanco ni anillo de oro ni banquete.
La ceremonia será civil porque Pierre es librepensador y Marie hace tiempo que
ha dejado de ser practicante.
Boda de Pierre y Marie Curie
El padre de la novia le habla al padre del novio en
un francés perfecto:
-“Va usted a tener en Marie una
hija digna de su afecto”.
Marie Curie. Juventud II
Pierre y Marie van a emprender su viaje de novios. ¿Y
qué vehículo utilizarán? Dos bicicletas que han comprado con el regalo en
metálico enviado por un pariente. A partir del 26 de julio de 1894 Marya Sklodowska
se ha convertido en Marie Curie -en Francia, según las leyes, la mujer toma el
apellido del marido-.
Viaje de novios
Pierre adora el campo y dar largos paseos. Cuando
depende de él nada tiene una hora determinada: da lo mismo pasear al alba que a
la noche y comer pan con queso y fruta a cualquier hora del trayecto. Duermen
en las sencillas posadas que les salen al paso o sobre la hierba cercana a alguna
laguna. En una bolsa llevan ropas sencillas y viejas, cuyas faldas Marie se
permite levantar hasta la rodilla. Los senderos son tan estrechos que han de ir
uno detrás del otro. Pierre -delante- le habla de su trabajo, de sus sueños. Marie
-detrás- le escucha atentamente, hace alguna reflexión, le da algún consejo… Pierre
ha encontrado una “mujer hecha para él”
y la maravilla de una colaboración extraordinaria. Sus dulces palabras convencen
a Marie y el lujo de la “soledad para dos”
convierte su amor en indestructible. En agosto pasan unos días con los Sklodowski,
que han alquilado una finca para el verano. Llama la atención lo que han ligado
los miembros de dos familias procedentes de sitios tan dispares. Lo único que asombra
a Marie son las continuas discusiones políticas de los franceses. Pierre no
entra en ellas.
-“No estoy muy fuerte para
disgustarme”, decía cuando empezaban los gritos. Solo toma partido en
el proceso Dreyfus, porque le causa horror la injusticia.
En octubre se establecen en París, calle de la Glicière
24. Es una casa modesta e incómoda, que consta de tres habitaciones, cuyo
encanto es el vasto jardín al que dan las ventanas traseras. Rechazan el ofrecimiento
de muebles de los padres de Pierre: cuanto más trastos, más limpieza y la pobre
Marie no tiene tiempo. En el despacho común, la librería, una mesa grande y dos
sillas en los extremos para cada uno de los cónyuges. Si alguien hace el
esfuerzo de subir al 4.º piso, baja pronto porque no hay una tercera silla que
ofrecerle. La existencia de los Curie solo tiene un ideal: la investigación.
Para Marie está también la vida material, doméstica. Ha comprado una libreta de
tapas negras donde resaltan las letras doradas: “Gastos”, apuntados todos los días. A Pierre le pagan ahora 500 francos,
suficiente para que un matrimonio viva con cierto desahogo, pero sin ayuda
doméstica.
Poco antes de casarse, Marie hace una tortilla y su
futura suegra le pregunta:
-“¿En Varsovia no enseñan a
cocinar a las jóvenes?”.
Por amor propio y porque uno no sabe lo que se puede
esperar de un estómago desagradecido, Marie sigue un cursillo exprés con Bronia
y la Sra. Dluska que da excelentes resultados.
En la biblioteca de Marie se encuentran varios libros
de cocina y en uno de ciencia ha escrito en el margen de una página una receta para
hacer la mermelada. Se levanta muy temprano y hace la compra, dejando preparada
la comida de la noche y la casa arreglada, la ropa propia y la de Pierre limpia
y aseada. Acabado el trabajo a media tarde, vuelve a entrar en una tienda o en la
lechería para las últimas compras y acaba de preparar la cena. La luz del piso
de los Curie no se apagará hasta las 2 ó 3 de la madrugada.
Nota curiosa: hasta pasada la II Guerra mundial, las
mujeres no se “plantan”. Han
trabajado en primera línea -hospitales de campaña, ambulancias- y en la
industria pesada -fábricas de todo tipo-. Es el momento de que el amante
compañero de su vida les eche una mano en el hogar.
En las oposiciones a la enseñanza secundaria, el
primer puesto es para Marie. Pierre está orgullosísimo. ¿Modo de celebrarlo?
Hinchar las ruedas de las bicicletas y partir al descubrimiento de un terreno
nuevo para el verano.
Marie está embarazada y, aunque indispuesta, no
abandona su trabajo. El matrimonio no se ha separado en los dos años que llevan
de casados, y en su octavo mes -actualmente de 31 a 35 semanas- viene el Sr. Sklodowski
desde Varsovia, para acompañar a su hija a un hotel de Port-Blanc, ya que
Pierre no puede abandonar Paris. Pero pasados unos días se presenta. ¿No puede dejar
a su amada esposa? Más bien le ha entrado su locura ciclista que inician ambos
y acaba antes de tiempo porque Irene, la primogénita, viene al mundo en París
el 12 de septiembre de1897. El parto lo atiende el Dr. Curie, quien tendrá una
relación muy especial con su nieta: será su educador y su mejor amigo. Muerta
la anciana Sra. Curie, él se va a vivir con sus hijos que se han trasladado a
un modesto pabellón en el Boulevard Kellermann. Allí sí que llevan los hermosos
muebles de los padres de Pierre porque hacen falta.
Irene y su abuelo Eugenio Curie
¡Qué diferencia entre el aspecto físico de la Marya
que llegó a Paris en 1891 y el de la Marie de ahora! Delgada, graciosa,
distinguida, con su cabello que llama la atención. Quizás embellece porque su
cita con la gloria está muy próxima y
quiere recibirla con el mejor aspecto. Marie tiene licenciaturas -Física, Química
y Matemáticas- obtenidas en la Sorbona y ha ganado una oposición para dar clase
de Física en los liceos -en la época
una mujer podía ser profesora en la enseñanza secundaria, pero no en la
superior-.
Marie trabaja en el laboratorio del cual Pierre es el
jefe. No tiene ningún mérito para hacerlo, simplemente es una deferencia
especial del jefe de Pierre.
1.ª etapa del descubrimiento del radio
Marie quiere obtener el Doctorado y ha de elegir el
tema de la tesis. Los acuerdos personales los toman conjuntamente. Ambos leen los
trabajos presentados el pasado año -por ejemplo los de Henri Becquerel, físico
francés que compartirá con ellos el Premio Nobel-. Dicho físico ha examinado
las sales de uranio que emiten espontáneamente rayos de naturaleza desconocida.
Los Curie consideran interesante descubrir este enigma: nadie en Europa se ha
interesado por él y como bibliografía solo existen las Comunicaciones presentadas por Becquerel a la Academia de Ciencias.
Marie, con curiosidad por todo lo desconocido, está
dispuesta a lanzarse por un sendero no hollado, original y que puede ser
fecundo, sin imaginar que de sus compatriotas no recibirá ninguna ayuda, ni
solución a las dificultades. Es de rigor consignar que Francia fue el último país
en el mundo en reconocer la heroica labor de Pierre y Marie Curie.
Las continuas gestiones de Pierre, cerca de su jefe superior,
el director de la Escuela, dan como resultado que les deje un almacén de madera
en la planta baja, lleno de trastos, con frío y calor incontrolables y unas
vidrieras tan agujereadas que, cuando llueve, el interior se moja. Es imposible
que los aparatos de precisión guarden estabilidad encima de las mesas, aparte
de que puede afectarles la humedad y los cambios de temperatura. Por no hablar
de la salud de Marie, que ella se niega en absoluto a considerar. Cuando
pasados los años presenten el radio
puro, Marie habrá perdido 7 kilos y un hijo en un aborto espontáneo.
Marie empieza por comprobar los resultados con el
uranio y constata que esta radiación es una propiedad atómica. ¿Es el único
metal? Prueba “todos los cuerpos químicos
conocidos” y ocurre lo mismo con el “torio”.
Marie propone el nombre de “radiactividad”
a esta propiedad y los cuerpos poseedores de esta radiación particular se llamarán
“radioelementos”.
Los productos que no tienen uranio y torio son
inactivos. La actividad de los que los tienen es más o menos intensa
dependiendo de la cantidad de estos elementos que lleven. Marie piensa:
-“Esto debe de ser un error en
el experimento”; y lo comprueba diez, veinte veces más, dando
siempre el mismo resultado. Puesto que se han probado ya todos los cuerpos
conocidos, Marie con seguridad lógica da a conocer una audaz hipótesis:
-“Estos minerales con toda
seguridad ocultan una materia radiactiva que es al mismo tiempo un elemento
químico desconocido hasta el presente”. ¡Un cuerpo nuevo! ¡Qué momento
único para un científico! Por un razonamiento riguroso de su cerebro, Marie
logra la certidumbre de que ha colocado a la Ciencia sobre una vía insospechada.
Laboratorio primitivo
En una Comunicación
a la Academia publicada en los Resúmenes
del 12 de abril de 1898, Marie Curie anuncia la probable existencia en los
minerales de pechblenda -óxido de uranio- de un cuerpo nuevo.
2.ª etapa del descubrimiento del radio
Por su intuición, Marie se ha dicho a sí misma y a
los demás: “es así”, pero hay que
llegar a aislar este elemento y mostrarlo al mundo diciendo:
-“¡Aquí está!”.
Es tal el entusiasmo de Pierre con los resultados de
su mujer, que deja de momento de lado sus intereses sobre cristología para ayudarla a ella.
La autoría de los trabajos de Marie, después de la
prematura muerte de su marido, obviamente es toda suya. Pierre, antes de
conocerla, había publicado varios libros científicos y construido algunos
instrumentos. Era muy modesto y enemigo de los premios. Rechazó dos veces la Legión
de Honor.
Pero en el trabajo que realizaron conjuntamente, durante
ocho años después de la intuición de Marie, se puede hablar de igualdad y así lo
quisieron ellos. Actualmente en cualquier campo se suele trabajar en equipo. ¿Sería
legítimo intuir que junto al amor tan grande que se tuvieron los Curie les unía
un instinto de grupo inconsciente?
Marie titula su tesis “Estudio de los rayos del uranio”. En mayo de 1898 buscan la “sustancia muy activa” en la pechblenda.
Utilizan un método inventado por ellos que consiste en la eliminación.
Finalmente quedan dos sustancias, una de las cuales se puede separar del resto
y así lo anuncian:
-“Tienes que buscarle un nombre”, dice Pierre.
-“¿Y si lo llamamos Polonio?”, dice Marie muy emocionada,
porque se honrará a su patria en todo el mundo. Envía un manuscrito a José Boguski,
que lo publica en Polonia al mismo tiempo que se da conocer en el resto de
Europa.
En la memoria de julio de 1898 se lee:
“...Creemos que la substancia que hemos sacado de la
pechblenda contiene un metal no conocido aún, vecino del bismuto por sus
propiedades analíticas. Si la existencia de este nuevo metal se confirma, nos
proponemos denominarle polonio, del nombre del país de origen de uno de
nosotros”.
Dato curioso: En Londres -noviembre de 2006- es
envenenado el espía ruso Alexander Litvinenko. Ocurre en un hotel cuando está
tomando el té con unos amigos. El veneno utilizado es polonio disuelto en su
bebida. Es un crimen que todavía sigue sin dilucidar.
Llegan las vacaciones. Marie, antes de ir a la región
de Auvernia, donde va a pasar esos meses la familia, manda las bicicletas a la
estación de Orleans, hace mermelada casera para el invierno y tiene la inmensa
pena de despedirse de los Dluski, que se trasladan a Polonia para construir y
dirigir un sanatorio antituberculoso en Zakopane -los Cárpatos-. Los Curie hacen
excursiones, se bañan en los ríos y hablan continuamente del “nuevo metal”, lo que no le impide a Marie
hacer anotaciones sobre la vida de Irene: dientes, decir adiós, andar…
Vuelven a trabajar en septiembre. He aquí unas líneas
que se publican en Comunicaciones del
26 de diciembre de 1898: Se anuncia la existencia en la
pechblenda de un segundo elemento químico.
“... Las diversas razones que acabamos de enumerar
nos hacen creer que la nueva substancia radiactiva contiene un elemento nuevo,
al cual nos proponemos dar el nombre de radio. La nueva substancia radiactiva
contiene, con toda seguridad, una considerable proporción de bario; a pesar de
ello, la radiactividad es considerable. La radiactividad del radio debe ser,
pues, enorme”.
El hombre de la calle puede creerse o no si existe el
radio cuando se lo digan, pero los
profesionales necesitan pruebas determinadas.
-“Si no hay peso atómico, no hay
radio”.
Para obtener radio
y polonio puros, y no solo indicios,
tendrán que pasar cuatro años. Hace falta mucha materia prima. La pechblenda,
donde se esconden el radio y el polonio, es un metal precioso que se extrae
de las minas de San Joachimatal, en Bohemia. De él se retiran las sales de
uranio para fabricar el famoso cristal. ¡Son muy caras las toneladas de
pechblenda para la modesta economía del matrimonio Curie! Si falta la fortuna,
hay que aguzar el ingenio. Sí, la pechblenda es muy cara, pero los bohemios
solo usan las sales de uranio y el resto lo tiran como desperdicios. Es decir, que
es en ellos donde permanece todo lo que hay de los metales tan ansiosamente
buscados.
¿Y qué cuestan los desperdicios? Le piden a un colega
austríaco una carta de recomendación para el gerente de la mina -Bohemia
pertenece en aquel momento al imperio austro-húngaro-. Puede que se los vendan
a buen precio y, ¿trasportarlos hasta París? Créditos oficiales, la Sorbona, el
Gobierno… Aparte de no ayudarles, se reirían al ver la petulancia de dos físicos
chalados que quieren comprar un metal color polvo de carretera.
Pechblenda
Dato curioso: Antoine Lavoisier (1743-1794), padre de
la Química moderna, enunciador de varios principios y leyes, miembro de la
Academia de Ciencias, durante la Revolución Francesa fue condenado a morir en
la guillotina por orden de Robespierre. El fiscal, Fouquier-Tinville, en el
momento de emitir sentencia, y exasperado por la cantidad de franceses que
pedían su exoneración, dijo:
-“¡El Estado no tiene necesidad
de hombres de ciencia!”. ¿Realmente han pasado más de dos siglos?
Los Curie recuentan sus magros ahorros. Entretanto llegan
buenas noticias de Austria. Las minas son propiedad del Imperio. Gracias a la
intervención del doctor Suess y de la Academia de Ciencias de Viena, el
Gobierno austriaco da orden de que se envíen gratis los desperdicios de la
ultima extracción, que molestan porque están sobre los pinos que bordean la
entrada, y para próximas peticiones, se cobrarán cantidades mínimas. De momento
los Curie solo pagarán el trasporte.
Otro problema: ¿dónde descargarlo? El almacén en el
que han trabajado da a un patio y enfrente hay un local, que tiempo atrás sirvió
de depósito de cadáveres para diseccionar los estudiantes. El techo de vidrio
está tan deteriorado, que al llover se trabaja mejor fuera. La buena voluntad
del director permite que lo utilicen. Cuando llega el mineral, Marie deslía un
saco con premura y, mientras ríe, mete las manos para sacar una cantidad
mezclada con alguna pinocha. A causa de los gases nocivos -la instalación
interior no funciona-, hay que trabajar al aire libre y, si es dentro, establecer
una corriente de aire. Así trabajaron de 1898 a 1902. Años más tarde lo cuenta
Marie:
“No tenemos dinero, laboratorio, ni ayuda para llevar
a cabo esta labor importante y difícil. Era como crear alguna cosa con nada y
si mis años de estudiante habían sido calificados por Casimiro Dluski como
"los años heroicos de la vida de mi cuñada", puedo decir sin
exageración que este período fue, para mi marido y para mí, la época heroica de
nuestra existencia común.
...No obstante fue en ese miserable y viejo hangar
donde transcurrieron los mejores y más felices años de nuestra vida,
enteramente dedicada al trabajo. A menudo prefería comer allí para no tener que
interrumpir alguna operación de importancia particular. A veces pasaba el día
entero removiendo una masa en ebullición con una barra de hierro casi tan
grande como yo. Por la noche estaba rendida de fatiga”.
Durante el primer año se ocupan conjuntamente de la
separación del radio y del polonio. Los productos que obtenían eran
cada vez más activos. Luego hay una división en el trabajo. Marie cuenta:
“Me he visto obligada a tratar
hasta veinte kilos de materia, a la vez, que tuvo por efecto llenar el hangar
de grandes vasos repletos de precipitados y líquidos. Era un trabajo extenuador
transportar los recipientes, trasvasar los líquidos y remover durante horas y
más horas la materia en una evaporadora de hierro”.
Parece que el radio
no quiere que lo conozcan los humanos. Marie escribe:
“En esa época estábamos completamente absorbidos por
las perspectivas que se abrían ante nosotros, gracias a un descubrimiento
inesperado. A pesar de las dificultades de nuestras condiciones de trabajo, nos
sentíamos felices. Nuestros días transcurrían en el laboratorio. En nuestro
mísero hangar reinaba una gran tranquilidad. A veces, al atender alguna
operación, nos paseábamos de arriba abajo, hablando de la labor presente y
futura. Cuando teníamos mucho frío, una taza de té caliente, tomada cerca de la
estufa, que emitía calor solo a 1 metro de distancia, nos confortaba. Vivíamos
en una preocupación única, como en un sueño.
Veíamos muy pocas personas en el laboratorio. Algunos
físicos o químicos que venían, ya para ver nuestras experiencias, ya para pedir
algún consejo a Pierre, cuya competencia en múltiples ramas de la física era
harto conocida. Entonces, se trenzaban, frente a la pizarra, conversaciones de
las que conservo un excelente recuerdo, porque actuaban sobre nosotros como un
estimulante del interés científico, sin interrumpir el curso de las reflexiones
y sin perturbar esta atmósfera de paz y de recogimiento que es la verdadera
atmósfera de un laboratorio”.
El matrimonio, en sus ratos de descanso, habla de una
manera informal de su tarea:
-“Me pregunto cómo será, cuál
será su aspecto”, dice ella.
-“Yo quisiera que tuviese muy
buen color”, dice él.
Es curioso que Marie, mientras la investigación
avanza, en sus cartas a su familia hable poco del trabajo y casi se reduzca a
dar noticias familiares.
Durante los años 1899 y 1900 publican tres memorias sobre
el descubrimiento de la “radiactividad
inducida”, provocada por el radio;
otra sobre la “radiactividad”, y otra
sobre la “carga eléctrica transportada
por los rayos”.
Finalmente envían al Congreso de Física de 1900 un
informe general de sustancias radiactivas, que suscita entre los hombres de
ciencia un interés extraordinario.
Los Curie tienen necesidad de colaboradores, de
especialistas, porque el éxito está cercano. Llega el momento de la purificación
y de la cristalización fraccionada. También quisieran que tuviese una cuna más
noble para su nacimiento, que nadie ofrece. Pierre está agotado y quisiera descansar.
Marie le convence para seguir. Han pasado cuatro años desde que anunciaron la
probable existencia del radio. Marie
en 1902 obtiene un decigramo de radio
puro y determina que el peso atómico de la nueva sustancia es de 225. Nadie puede
dudar ya. ¿Reconocerán que se debe a la obstinación y coraje de una mujer? Ahí
está el radio, nacido ya oficialmente.
El matrimonio ha cenado y Marie dice:
-“¿Quieres que nos acerquemos al
laboratorio?”. Irene duerme, el doctor Curie ha sido avisado de su
salida. Van caminando lentamente. Al llegar, Marie pide: “No enciendas”, y continúa: “¿Te
acuerdas cuando pedias que tuviese un buen color?”.
Marie extiende la mano y logra encontrar una silla en
el espacio oscuro y se sienta. Pierre por detrás le acaricia el pelo. A falta
de armarios, sobre mesas y estantes, en unos minúsculos recipientes de cristal,
se ven las siluetas brillantes, fosforescentes, azuladas, suspendidas en la oscuridad.
Luciérnagas, gusanos de luz; una noche de hechizo de las que no se olvidan.
Los físicos Curie serían felices con su trabajo en el
barracón si no fuese porque este les cuesta dinero y lo que cobra Pierre -500
francos- no es suficiente para mantener el hogar, cuyos gastos han aumentado: dos
sirvientas para la casa y la cocina y una nodriza para la pequeña Irene. Pierre
solo pide una plaza en la Sorbona y un laboratorio equipado para formar bien a
sus alumnos. Si le concediesen lo que pide, ganaría 10 mil francos anuales y
eso sería suficiente.
Marie se abstrae en su trabajo y al mismo tiempo tiene
los pies en la tierra: si tienen invitados pone la mesa, hace arreglos florales
y el hogar acogedor. Pierre come con buen apetito pero la nueva cocinera nunca
recibe alabanzas de su parte. Se preocupa. Un día lo aborda y le pregunta:
-“Profesor Curie, ¿le ha gustado
el bistec que he preparado hoy?”.
-“¡Ah! ¿Pero he comido bistec?”.
Mejor dejarlo por imposible.
Los amigos le piden a Pierre que sea más flexible,
que presente sus respetos a las camarillas que han de elegir profesores para
cubrir plazas que quedan vacantes. Desde la Presidencia del Gobierno se le
ofrece -¡por segunda vez!- la Legión de Honor. La plaza en la Sorbona depende
de que la acepte. A los amigos les dice:
-“No necesito una pequeña cruz
de esmalte colgada de una cintita roja, lo que necesito es un laboratorio”.
Le avalan veinte años de enseñanza y la opinión de discípulos
pasados y actuales. Por supuesto continúa la vida dura.
El gran público no está al tanto de lo que realizan
los Curie, pero sí es conocido por el mundo internacional de los físicos y
llega la deseada propuesta. No viene de Francia sino de Suiza. La Universidad
de Ginebra, conociendo que la colaboración de una mujer y un hombre tan extraordinarios
como los Curie pondría el claustro ginebrino por encima de los otros europeos, ofrece
a Pierre Curie la Cátedra de Física, un sueldo de 10 mil francos, dos ayudantes
y alojamiento. Una situación oficial sería concedida a Marie en el mismo
laboratorio. En julio de 1900 se desplazan a Suiza para dar su conformidad. Las
vacaciones les hacen reflexionar, porque irse de Francia es alejarse del radio momentánea o definitivamente... Renuncian
a la solución helvética. Pierre cambia su puesto por otro en el Pabellón de
Ciencias Naturales -PCN- y Marie solicita una plaza de profesora de física en
la Escuela Normal Superior, cerca de Versalles. Pierre pide que se le dé un
laboratorio más grande. Se le niega. Los amigos le aconsejan que opte a ser
elegido miembro de la Academia de Ciencias. Es en su oponente en quien recae
ese honor.
Cuando le llegue la fama, los periódicos publicarán
lo que les contó en mayo de 1902:
“... Subir pisos, llamar, hacerse anunciar y
comunicar el objeto de su visita eran cosas que llenaban de vergüenza al
candidato a pesar suyo, pero, además, era necesario exponer sus títulos, decir
la buena opinión que de sí mismo tenía, elogiar su ciencia y sus trabajos, y
esto le parecía que estaba por encima de sus fuerzas humanas. Entonces,
sinceramente, hacía el elogio extraordinario de su competidor, diciendo que el
señor Amagat estaba mejor calificado que él para entrar en el Instituto...”.
Pierre tiene muchos y buenos amigos, pero es un
idealista. “No sabe bailar el agua”. Los
amigos también les reprochan su mal aspecto, que no descansan, que Marie tiene
lo que hoy se llama anorexia y
entonces se llamaba surmenage. Pierre
se asombra:
-“¡Sí que descansamos! ¡Todos
los veranos nos vamos al campo o a la playa!”.
Solo que, en vez de recuperar la calma física y moral
se dedican a recorrer en bicicleta todo el país. El responsable es Pierre,
incapaz de permanecer tranquilo en un mismo sitio. Si lo hace por dos o tres días,
enseguida le dice a Marie:
-“Hace mucho tiempo que no hemos
hecho nada…”.
En 1899 han hecho un largo viaje. Marie no había
vuelto a Polonia desde su casamiento. Van a Zakopan, donde los Dluski han
construido su sanatorio. Acuden el padre, Jozic -que se ha convertido en un
notable médico-, Hela -que trabaja en la enseñanza- y su marido Estanislao Szalay
-director de una próspera empresa de fotografía-. El hotel Eger -cercano al
sanatorio- está lleno de gente amiga que ha venido a verles. Pierre es objeto
de muchas atenciones y dice:
-“¡Es un país hermoso! ¡Ahora
comprendo que pueda querérsele!”.
Con un acento horrible, pero lo dice en polaco. Todos
le aplauden: ha cumplido su promesa de aprender el idioma.
Con gran angustia, Marie vuelve a hacer sola ese
viaje -mayo, 1902-, avisada de que el padre ha sufrido una operación y está
grave. Antes de llegar, un telegrama le anuncia que ha muerto y ella les contesta:
-“No lo enterréis hasta que yo
me haya despedido”. Encerrada en la cámara mortuoria con el tan querido
padre, vuelven a aflorar sus remordimientos, aunque sabe que sus hermanos lo han
cuidado muy bien. Vivía con Jozic y la falta de brillantez en su vida, se ha
debido a la situación política. Ella le ha dado muchas satisfacciones. Solo con
haber vivido dos años más, hubiese llegado a conocer su Nobel. Los hermanos
quedan en verse el siguiente año. Una solidaridad fraterna que no se ha roto nunca,
debe continuar.
Marie sufre la pena de que un hijo de los Dlusky, de
12 años, muera de meningitis tuberculosa. Lo peor de todo es la enfermedad de Pierre,
que pasa noches enteras gimiendo. Los médicos atribuyen sus dolores al reumatismo,
porque no encuentran indicios de otra causa, pero ¿estará bien diagnosticado? Es
la única vez que Pierre se queja.
-“Dura es la vida que hemos
elegido”.
-“Si uno de nosotros desaparece,
el otro no debe sobrevivirle, ¿verdad, Pierre?”.
Él piensa que un científico no tiene derecho a dejar
la ciencia de lado.
-“Te equivocas. Pase lo que pase,
y aunque fuésemos un cuerpo sin alma, el que sobreviva debe continuar”.
De 1899 a 1904, los Curie han publicado juntos, por
separado o con otros compañeros, 32 Comunicaciones
científicas, relativas al radio o
a la radioactividad. Estos dos servidores apasionados, agotados, han culminado
felizmente su trabajo durante “los años
difíciles”. Pueden cantar victoria. Conocido ya a nivel mundial, es numerosa
la correspondencia que mantienen los descubridores con colegas extranjeros: preguntas,
demandas, solicitudes. Otros científicos, abierto el camino, descubren otros cuerpos.
¡Qué maravilloso y cambiante es el radio!
Se encuentra en el agua de fuentes termales, como cloro es un polvo blanco parecido
a la sal; desprende calor espontáneamente; roe, reduciendo a cenizas el papel y
algodón que lo cubre. Esta destrucción le sirve por ejemplo para descubrir si
los diamantes son verdaderos o falsos -a los que se conoce con el nombre de estrás-
y otras mil maravillas. Y, considerándolo un milagro, puede curar un mal atroz:
el cáncer. El radio es útil y bienhechor
y quema, aunque sea a través de un tubo de cristal. Henri Becquerel lleva un tubo
de radio en un bolsillo del chaleco y se quema. Acude indignado a casa de los Curie
y les dice:
-“¡Mirad lo que me ha hecho vuestro
hijo!”. Provoca quemaduras, pero también las cura.
Marie tiene un gramo de radio del que no se separa. Al empezar la Gran Guerra, y con miedo
de que los alemanes invadan Paris -como así ocurrirá-, ella, con grandes
penalidades, se desplaza a Burdeos para meterlo en una caja de seguridad de un
Banco. De allí lo saca en 1915 y lo pone al servicio de la nación.
Puesto en el mercado, se convertirá en una de las
sustancias más caras del mundo: un gramo, 750 mil francos oro. Se edita la
primera revista monográfica dedicada a él. El radio ha adquirido una personalidad comercial que llama a la
industria. En 1904, el empresario francés Sr. Armer les ofrece un laboratorio al
tiempo que empieza a construir sus fábricas. No es el único, pero mientras los científicos
no conozcan el secreto de la preparación del radio puro -que de momento pertenece solo a Marie-, es inútil
levantarlas, puesto que no habrá profesionales que sepan tratarlo. Hay una solución:
si los Curie lo patentan, se convertirán en millonarios ellos y sus descendientes.
Pierre está preocupado y habla de esta cuestión con Marie:
-“Tenemos dos soluciones, describir
sin ninguna restricción los resultados de nuestras investigaciones o nos
consideramos los inventores del radio, y antes de publicar nuestra técnica, la
patentamos”.
Ya se sabe lo que piensa Pierre a este respecto, ¿y Marie?
-“¡Imposible!... Eso sería contrario
al espíritu científico”.
-“También lo pienso yo… Pero con
dinero no tendríamos problemas y podríamos construir un buen laboratorio”.
Es una casualidad que el radio tenga esa vertiente
económica.
-“Me parece horrible sacar de
ello un beneficio. Como tú dices,
es contrario al espíritu científico”.
Minutos después y puesto que es domingo, cogen sus
bicicletas. Han escogido la pobreza. Vuelven al anochecer cargados de flores
silvestres y felices.
Doctorado. La Sorbona
El día 25 de junio de 1903, Marie se encuentra en “la salita de los estudiantes”, a la que
se accede por una escalera de caracol. Va a defender su tesis doctoral, que ha retrasado
cinco años, hasta que ha podido conseguir aislar el radio puro.
Lleva el pelo recogido hacia atrás
y un traje elegante negro de lana y seda, que Bronia -venida para el acto- la
ha obligado a comprarse. Hace justo 20 años que Marie recibió la medalla de oro
en su gimnasio al acabar la
secundaria. El tribunal -los tres profesores vestidos de frac-, presidido por
Lippmann, su primer profesor al llegar a la Sorbona, cuyo francés “se le escapaba”. En un banco se
encuentran sentados los Curie -padre e hijo- y Bronia. Hay un grupo de fans, sus
alumnas del liceo. La sala está llena. Físicos mayores y jóvenes, y público en
general por la curiosidad que despierta la protagonista. Marie se entusiasma y
los presentes se emocionan cuando expone uno de los más grandes descubrimientos
del siglo. El
presidente Lippmann pronuncia la fórmula consagrada:
-“La Universidad de París le concede el título de doctora en ciencias
físicas, con la mención de sobresaliente cum laude”.
Cuando se acallan los discretos aplausos, el
presidente añade, simple y amistosamente, con tímida voz de viejo
universitario:
-“Y, en nombre del jurado, señora, tengo el honor de ofrecerle nuestros parabienes”.
La Confederación Helvética ya se ha interesado por ellos;
ahora es Inglaterra quien quiere homenajearles. Marie será la primera mujer en
ser admitida en la Real Institución de Ciencias, donde Pierre da una
conferencia sobre el radio. Todo
Londres quiere conocer a “sus padres”;
están invitados a cenas y banquetes. El frac de Pierre está un poco esmerado y
el vestido de Marie es demasiado sencillo, y por supuesto no lleva joyas. Todos
la miran con extrañeza y ella está violenta. ¡Mujer y universitaria! Cuando se
retiran, Marie le comenta:
-“Nunca había visto tantos
diamantes juntos”.
-“Yo tampoco -le contesta Pierre-. Estuve calculando cuántos laboratorios se
podrían construir si se vendiesen”.
A los pocos días, Pierre vuelve a Londres para
recibir una de las condecoraciones inglesas más importantes: La Medalla Davy. Marie
no le acompaña porque está indispuesta. A su vuelta Pierre le enseña la medalla
de oro. No sabe dónde ponerla. Se la entrega a Irene y a los amigos les dice:
-“Pasad a verla. Irene está encantada
jugando con su medallita de oro”.
Llegan noticias de Suecia: en su solemne reunión
general del 10 de diciembre de 1903, la Academia de Ciencias de Estocolmo
anuncia públicamente que el Premio Nobel de Física para el año corriente, queda
atribuido por mitades iguales entre Henri Becquerel y los Curie, por sus
descubrimientos sobre la radiactividad. Los Curie no acuden por ser pleno
invierno, un viaje muy largo y Marie está delicada -43 días de viaje para estar
solo 4 en Estocolmo-. El embajador francés los representa. Marie se lo comunica
de forma sencilla a su familia e íntimos amigos. ¡Como si ser la primera “sabia” del mundo reconocida
oficialmente fuese acontecimiento diario! El día 2 de enero de 1904 llega el cheque
al Banco de los Gobelinos -70 mil francos oro- donde tiene sus ahorros el matrimonio.
Hacen préstamos, donaciones a sociedades científicas y a personas necesitadas,
a estudiantes pobres…
Con lo que queda compran renta francesa y
obligaciones de la Villa de Varsovia. En la prensa, las fotos del profesor y su
esposa, “una joven rubia, distinguida y
de cintura graciosa, una mamá encantadora cuya sensibilidad exquisita se une a
un espíritu curioso de lo insondable, con su adorable hijita y el gato Didi”.
Más que heroica, la vida de la Dra. Curie debió de
ser milagrosa, porque no se comprende con esas “cualidades” que le atribuye la prensa, cómo llegó a descubrir el radio, por mucho que la ayudase su
marido. ¿Se compra algún vestido o sombrero nuevo esta singular física? No. Hay
que cambiar el cuarto de baño de la casa y tapizar de nuevo el salón, y no hay
para tanto.
Les asedian con peticiones de entrevistas, de poses
de foto. La gente les quiere, pero prefieren conocer anécdotas de su vida, su
intimidad más que el trabajo científico que están llevando a cabo.
Marie relata un infortunio a su hermano José:
“Una gran desgracia nos ha afectado recientemente. En
el curso de una delicada operación con el radio, hemos perdido una importante
cantidad de nuestra provisión. No podemos comprender todavía la causa de este
desastre. Debido a ello me he visto obligada a dejar para más tarde el trabajo
sobre el peso atómico del radio que debía empezar en la Pascua. Estamos
consternados”.
En un teatro de Montmartre se representa en escena el
barracón, que ellos no dejan ver a nadie, y a dos actores que encarnan a los
científicos buscando con poses cómicas el material desaparecido. No deja de ser
un vaudeville de gracia populachera y que pone en ridículo algo tan serio.
-“En la ciencia debemos interesarnos
más por las cosas que por las personas”, dicen constantemente los
Curie.
No pueden eludir las comidas oficiales y banquetes en
honor de sabios extranjeros. Pierre se pone su viejo frac y Marie su traje de
noche comprado hace años y que una costurera transforma un poco cada temporada.
Las mujeres elegantes pueden mirarla con pena, pero ninguna tiene su gracia
personal. Y Pierre se lo dice:
-“¡Te sienta tan bien el vestido
de noche!”.
Los Curie cenan en el Elíseo. Mme. Loubet, esposa del
Presidente de la República, se acerca a Marie y le pregunta:
-“¿Quiere que le presente a los
reyes de Grecia? En aquel momento suponía un verdadero honor conocer a
personas de la realeza o de la aristocracia. Marie no se da cuenta de quién le
está hablando y con toda displicencia contesta:
-“No veo la necesidad”. ¿Cómo se dice “trágame tierra” en polaco?
Marie se levanta al darse cuenta de quién es la
señora, le pide disculpas con su encanto habitual y le dice:
-“¡Pues claro! No sabe usted la
ilusión que me da conocerlos”.
A veces van al teatro. Llegan a conocer a Eleonora
Duse y Sarah Bernhardt y ven obras de Ibsen y Strimberg, que los ponen tristes.
Su existencia no les ha permitido estar en contacto con la vida cultural. El Dr.
Curie dice:
-“Al teatro hay que ir a
divertirse”.
Pierre tiene prisa como si presintiese que le queda
poco tiempo.
En el año 1904 el nombre de los Curie es ya un gran
nombre. Marie está muy fatigada, sobre todo porque espera un hijo sin ilusión.
Bronia viene a ayudarla en un parto laborioso y largo: el de su nueva hija Eva.
Marie empieza un cuaderno gris donde escribe la vida de la recién nacida como hizo
con Irene. Poco a poco el nacimiento la anima y vuelve a incorporarse al liceo
y reanuda el trabajo en el laboratorio.
Los Curie invitan a su mesa a los más íntimos y los
domingos por la tarde se sientan en el jardín con los niños correteando. Marie
no pierde el tiempo. Se puede hablar del radio
pero con la costura en las manos.
Marie con sus hijas Irene y Eva
El gobierno piensa que Pierre debe pertenecer a la
Academia de Ciencias. Afortunadamente es elegido aunque solo sea por un voto de
diferencia. ¿Y la Sorbona? Sí, pero sin laboratorio. Pierre se niega.
Laboratorio, aunque sea en otro lugar anexionado a la cátedra concedida.
El domingo 15 de abril de 1906 hace un tiempo
esplendido. Pierre y Marie salen de excursión en bicicleta, las niñas juegan en
el prado. Antes de volver a casa Pierre contempla a su mujer, acaricia sus
mejillas, su hermoso cabello y dice:
-“La vida ha sido muy dulce
junto a ti”.
Cinco días antes de morir, Pierre escribe refiriéndose
a su trabajo:
-“La Sra. Curie y yo hemos
conseguido...”. Juntos hasta la muerte.
Jueves 19 de abril de 1906. El tiempo ha cambiado.
Llueve constantemente. El suelo está resbaladizo y embarrado. Marie viste a las
hijas en el piso de arriba. Pierre se prepara para salir de casa mientras pregunta:
-“¿Irás luego al laboratorio?”.
Cuando Marie se asoma a la barandilla de la escalera,
solo oye el ruido de la puerta al cerrarse. Pierre tiene prisa porque almuerza
con sus compañeros de la Asociación de Profesores de la Facultad de Ciencias en
el Hotel de las Sociedades Sabias. Allí está en su elemento: gente como él, el
tipo de conversaciones que le gustan… Se habla de poner los medios para evitar
los accidentes en los laboratorios. Pierre se ofrece para que cuenten con él. A
las dos y media se levanta porque tiene una cita con su editor. Llegado al
lugar, encuentra las puertas cerradas. ¿Qué pasa?
-“¡Ah, sí! No recordaba que hoy
los talleres hacían huelga”.
Paseando bajo su enorme paraguas llega a la calle
Dauphine, estrecha arteria del viejo París, muy transitada a esas horas. En la
calzada se cruzan los vehículos casi rozándose y las aceras son demasiado
estrechas para tanto viandante. Pierre va sorteando los obstáculos y camina
detrás de un coche cerrado para evitar los codazos, pero que le impide ver a
los que vienen de frente. Piensa que será más prudente alcanzar la otra acera y
da unos pasos hacia la izquierda. En esos momentos, un carretón, de seis metros
de largo, tirado por dos percherones y cargado con pertrechos para soldados -un
camión militar actual- avanza a buen paso con intención de cruzarse con el
coche cerrado. Pierre queda encajonado entre los dos vehículos y trata de coger
una correa de uno de los animales que se encabrita y lo hace resbalar y caer al
suelo bajo sus cascos. Es difícil frenar un obstáculo que pesa seis toneladas.
El cochero se esfuerza, aunque no puede impedir que se deslicen sobre el cuerpo
caído las patas traseras de los animales y las dos ruedas delanteras. Pierre
está indemne, sin perder el conocimiento.
Recreación de la muerte de Pierre Curie
La gente se arremolina diciendo:
-“¡Alto! ¡Alto!” -e increpando al cochero; este
se pone nervioso-. ¿No se da cuenta de que no ha inmovilizado totalmente a los
caballos, o no ha podido? Muy suavemente se deslizan las ruedas traseras y la
izquierda abre un boquete en la cabeza de Pierre por donde sale sangre y parte
del cerebro. Dos guardias lo sacan, pero no consiguen que pare ningún coche: los
conductores temen que se ensucie su interior. Llegan otros dos guardias con
unas parihuelas, sobre las que colocan el cuerpo. Lo conducen a una farmacia y,
confirmada la muerte, a la comisaría de Grands Augustins. Un médico le venda la
cabeza y cuenta los 16 fragmentos óseos que se han desprendido del cráneo de Pierre:
su cara está descubierta y no se ha visto afectada y él ya está indiferente a
todo. El comisario saca la documentación del difunto y, al darse cuenta de quién
es, telefonea a la Facultad de Física. La triste noticia se extiende por todo
París.
El Decano y unos amigos íntimos se dirigen al Boulevard
Kellermann. Solo está el Dr. Curie con el servicio. No quieren decir nada hasta
que llegue Madame, pero de repente el anciano rompe a llorar y dice:
-“¡Mi hijo ha muerto! ¿En qué
iría pensando esta vez?”.
En medio de las explicaciones, se oye la llave que
abre la puerta de la calle y Marie entra sonriendo. Nuevas explicaciones. Dice:
-“¿Muerto? ¿Muerto del todo?”.
Para admiración de la sociedad en general, Marie se
mantendrá siempre impasible en público. Solo derramará amargas lágrimas en la
intimidad. Se ha convertido en una mujer solitaria, aislada del mundo. Se
envían telegramas a ambas familias e Irene está en casa de los vecinos hasta
que su madre pueda hablar con ella. El entierro tiene lugar en el cementerio de
Sceaux. Marie se apoya en el brazo de su suegro. En todo el mundo se conoce ya
el accidente del profesor Curie tan querido y admirado. Llegan cartas de pésame
firmadas por manos ilustres o gente modesta.
La pena no evita el que se tenga que hablar de cosas
materiales. El Gobierno ofrece una pensión vitalicia que Marie no acepta.
-“Soy demasiado joven como para
que no pueda ganar mi sustento y el de mis hijas por mí misma”. Y pide la plaza de Pierre.
Las negociaciones son arduas. Por parte de Marie están
su propio hermano y Jacques Curie, hermano de Pierre.
Está claro que Marie es la única persona en Francia
que puede continuar el trabajo emprendido por ella y su marido… pero pesan
mucho las costumbres, los usos del momento… Finalmente los poderes públicos
tienen un gesto generoso: Marie Curie será la primera mujer en Francia que
alcance un puesto en la enseñanza superior.
Por aquello de la “negra
honrilla” se llamará -durante 2 años- “encargada
de curso” en vez de “profesora o
catedrática”, pero lo ha conseguido.
"UNIVERSIDAD DE FRANCIA.
La señora de Pierre Curie, doctora en Ciencias,
jefe de trabajos en la Facultad de Ciencias de la Universidad de París, está
encargada del curso de física de dicha Facultad.
La señora Curie recibirá por ello un sueldo anual
de diez mil francos, desde 1 de mayo de 1906”.
Marie compra un cuaderno y por primera vez escribe un
diario a través del cual se comunica con Pierre:
“...Pierre, mi Pierre, tú
estás ahí, tranquilo como un pobre herido, que reposa durmiendo con la cabeza
envuelta. Tu figura es dulce y serena; eres tú mismo, encerrado en un sueño del
cual no puedes salir. Tus labios, que antes decía yo que eran golosos, están
descoloridos; tu pequeña barba, grisácea. Apenas se ven tus cabellos, pues la
herida empieza ahí, encima de tu frente, a la derecha, donde aparece un hueso
que ha saltado. ¡Oh! ¡Cómo has sufrido, cómo has sangrado! Tus ropas están
llenas de sangre. ¡Qué choque más terrible ha sufrido la pobre cabeza que yo
acariciaba tan a menudo, tomándola entre mis dos manos! He besado tus párpados,
que cerrabas para que te los besara, ofreciéndome tu cabeza, en un movimiento
familiar.
...Te pusimos en el ataúd
el sábado por la mañana, y he sostenido tu cabeza para ese traslado. Puse mi
último beso sobre tu frío rostro. Luego, algunas hierbas doncellas del jardín en
el ataúd y un retratito mío, aquel que tú decías que era el de "la pequeña
estudiante sensata" y que tanto querías. Es el retrato que te debía
acompañar a la tumba, el retrato de aquella que tuvo la dicha de gustarte
tanto, para que no dudaras en ofrecerle el compartir tu vida cuando apenas la
habías visto algunas veces. Me has dicho, muy a menudo, que fui la única
ocasión de tu vida en que actuaste sin dudar, con la convicción absoluta de que
obrabas bien. Pierre mío, creo que no te equivocaste. Estábamos hechos para
vivir juntos, y nuestra unión debía realizarse.
Tu ataúd está cerrado, y ya
no te veo más. No quiero que lo cubran con esa espantosa tela negra. Lo cubro
de flores, y me siento junto a él.
...Vienen a buscarte.
Triste asistencia. Les miro y no les hablo. Te llevamos a Sceaux, y te veremos
descender al hoyo profundo... Luego, sigue un horroroso desfile de gente. Se
nos quieren llevar. Nos resistimos. Jacques y yo queremos ver hasta el final.
Cómo se llena la fosa, cómo ponen los ramilletes de flores... Todo ha
terminado. Pierre duerme su último sueño bajo la tierra. Es el fin de todo, de
todo, de todo...”.
“Al día siguiente del
entierro se lo he contado todo a Irene, que aun permanecía en casa de los
Perrin. Primero, no comprendió, y me dejó marchar sin decirme una palabra;
luego al parecer, lloró y reclamó verme. En casa, lloró muchísimo, y luego
regresó a casa de sus amiguitos, para olvidar. No me pidió ningún detalle, y
tenía miedo, al principio, de hablarme de su padre. Abrió sus grandes ojos,
inquietos, sobre los negros vestidos que me trajeron. Ahora no parece que
piensa más en ello.
Llegaron Bronia y José.
Están bien. Irene juega con sus tíos; Eva, que durante todos estos
acontecimientos corría por la casa con inconsciente alegría, juega, ríe y
habla con todo el mundo. Y yo veo a Pierre sobre su lecho de muerte.
En la mañana del domingo
que ha seguido a tu muerte, Pierre, he ido, por primera vez, al laboratorio, en
compañía de tu hermano Jacques. He tratado de hacer un cálculo, para una medida,
de la cual habíamos hecho juntos algunos puntos. Pero me he visto en la
imposibilidad de continuar.
En la calle, camino como
hipnotizada, sin preocupación por nada. No me mataré, no tengo ni el deseo del
suicidio. Pero, entre tantos coches, ¿no habrá uno que me haga compartir la
misma suerte de mi amado?”.
Los venidos de fuera han dejado París y Bronia lo
hará al día siguiente. Marie le ruega que la acompañe a su alcoba, donde luce
un fuego impropio de la estación primaveral. Saca del armario, envuelto en papel
impermeable, un paquete voluminoso que contiene la ropa que llevaba Pierre,
manchada con barro, sangre, porciones de cerebro. Sentadas enfrente de la chimenea
y manejando cada una un par de grandes tijeras empiezan a cortar pedazos que el
fuego consume. Al acabar, a Marie la sacuden grandes sollozos y abraza a su hermana.
-“Gracias y perdóname. No
hubiese soportado que manos extrañas realizasen esta tarea”.
A Bronia la sustituye Hela. Viene a ocuparse de las
niñas durante el verano.
El Dr. Curie le dice a Marie:
-“Ahora que Pierre no existe, no
tienes obligación de aguantar a este anciano, aunque por gusto me quedaría
contigo para siempre”.
A Marie le da una alegría porque es un verdadero
amigo y es quien está formando a Irene. Curiosa familia. Una viuda de 38 años,
un anciano de 80 y dos niñas de 8 y 1. Viven en Sceaux porque es más sano y allí
reposa el cuerpo de Pierre.
Cuando el anciano está enfermo, la nuera le dedica
todo el tiempo libre a hacerle compañía. Muere en 1910. Al enterrarle hace que
inviertan la situación de los ataúdes: bajo el del Dr. Curie, encima el de
Pierre y queda un sitio libre que será el que ocupe ella al morir. Se queda
largo rato en silencio contemplándolo. Estarán juntos en la muerte como lo han
estado en vida.
“La célebre viuda” -como se la llama- ha pasado el
verano en París preparando sus clases con los libros y apuntes de Pierre. Hay
mucha curiosidad. ¿Cuáles serán sus primeras palabras? ¡Y pronunciadas por una
mujer por vez primera vez en la Sorbona! El anfiteatro está lleno. A las 13:30 en
punto se abre la puertecita -situada en la parte posterior del estrado- y entra
una mujer delgada y grácil, que se agarra al borde de la mesa. Al cesar los aplausos
comienza:
-“Cuando se observan los
progresos que se han realizado en física desde hace una docena de años…”.
Marie empieza con la última frase que dijo Pierre. Al
acabar, se vuelve y con rapidez desaparece por la misma puertecilla por la que
ha entrado.
¿Y las hijas? Pierre comentaba con amigos íntimos que
ya tenía planes sobre su educación. ¿Lo había hablado el matrimonio? No fueron
bautizadas y la mentalidad que prevaleció fue la librepensadora. No veían mucho
a su madre, pero notaban de lejos su sombra protectora y que las directrices
que seguían sus profesores habían sido marcadas por ella: deporte, vida sana, esfuerzo,
saber ganarse el pan. De mayores las trató más como amigas dejando que
eligiesen libremente su profesión. Se puede decir que se quisieron y admiraron
mutuamente toda su vida.
Las hijas, nietos y yerno llamaron a sus padres Pé y Mé
-père: padre y mère: madre-.
Madame Curie. Madurez
No parecía que Mme. Curie fuese capaz de realizar un “esfuerzo superior”, pero lo fue. Con su
aspecto frágil, dulce, un tono bajo de voz, una belleza sugestiva a sus 40 años,
iluminada por la vida del espíritu, era una mujer ilustre y extraordinaria con
una voluntad de hierro. Acabada la gloria de la pareja, empieza la fama de Mme.
Curie sola, que crece a la velocidad de un meteoro.
Profesora, investigadora y directora de laboratorio. Da
clases en la Sorbona -en donde es profesora titular desde 1908- y donde ha dado
el primer y único curso de radiactividad en el mundo. Continúa yendo al Liceo,
del cual es profesora titular. En 1908 publica las Obras de Pierre Curie y en 1910, un magnífico Tratado de Radiactividad, 970 páginas de texto que resumen los
conocimientos adquiridos desde el descubrimiento del radio. Crea un Servicio de Medidas,
una clasificación de los radioelementos -preparación del primer patrón
internacional del radio-, modelo para
los cinco continentes y depositado en la Oficina
de Pesos y Medidas de Sevrès.
Su casa está llena de diplomas y medallas, pero no
expuestos, sino guardados en cajones. Ha tenido un ejemplo en Pierre.
El número de alumnos de Mme. Curie aumenta
constantemente. Andrew Carnegie -filántropo americano-, a partir de 1907
concede varias becas anuales para quienes quieren asistir a sus laboratorios,
unidas a las becas que concede la propia universidad. Todo lo dirige Mme. Curie,
acompañada por un grupo de colaboradores muy selecto, entre ellos su sobrino
político Maurice Curie formado por ella misma y por quien siempre sintió un
afecto maternal.
Mme. Curie crea un programa de nuevas investigaciones
relativas al radio y al polonio.
Francia honra a sus hijos ilustres por medio de la
Legión de Honor o la pertenencia a las Academias. En 1910 se le ofrece la
condecoración -que rechaza en recuerdo de su marido-, pero a las Academias se pertenece
por votación de los propios académicos. Los mejores intelectuales del país le
piden que presente su candidatura a la Academia de Ciencias. Su contrincante es
un ferviente católico. Los correveidiles
de siempre informan a los católicos de que ella es judía y a los
librepensadores de que es católica. El 31 de enero de 1911 se produce el
contrasentido de que al abrir la sesión de la elección, el presidente les grita
desaforadamente a los ujieres:
-“Que se permita entrar a todo
el mundo excepto a las mujeres”.
O sea, que uno de los candidatos no puede entrar,
candidato que es además Premio Nobel. Mme. Curie pierde por un voto, pero la Academia
de Estocolmo está al quite y en 1911 “queriendo
reconocer los brillantes trabajos realizados por la ilustre profesora después
de la muerte de su esposo”, le concede el gran premio Nobel de Química y ningún
otro laureado, mujer u hombre, fue ni es juzgado digno de recibir dos veces la
recompensa. Por tanto es un honor que nadie más recibirá.
Diplomas del Premio Nobel de Química a Madame Curie. Este premio lo da la Academia Sueca a la labor de toda una vida. Es una excepción que no se repetirá.
A Mme. Curie la acompañan Bronia e Irene Curie. ¡Quién
iba a decirle a aquella adolescente que 24 años más tarde ocuparía el lugar que
ocupa ahora su madre!
Parte del discurso de agradecimiento:
“…Antes de abordar el tema
de la conferencia, he de recordar que los descubrimientos del radio y del
polonio han sido hechos por Pierre Curie, de acuerdo conmigo. A Pierre Curie se
deben también, en el dominio de la radiactividad, estudios fundamentales, que
ha efectuado completamente solo, unas veces; en colaboración conmigo, otras, y
aun en colaboración con sus discípulos.
El trabajo químico, que
tenía por objeto aislar el radio al estado de sal pura y de caracterizarlo como
un elemento nuevo, ha sido efectuado especialmente por mí, pero se encuentra
íntimamente ligado a la obra común. Creo, pues, que debo interpretar
exactamente el pensamiento de la Academia de Ciencias al admitir que la alta
distinción de que soy objeto se debe a esta obra común, y constituye, a su
modo, un homenaje a la memoria de Pierre Curie…”.
Marie viuda. Primera clase en la Sorbona
“Calumnia, que algo queda”, decía el filósofo Voltaire.
Mme. Curie se ha ganado la admiración de mucha gente,
pero también el odio y la envidia. Si ha escogido una profesión de hombres, es
natural que esté siempre rodeada de hombres. No se sabe quién da el pistoletazo
de salida para injuriar a una mujer llamándola “rompe matrimonios”. Periodistas y demás ralea le pedirán perdón
años después con lágrimas en los ojos. Los hermanos y el cuñado acuden a sostenerla,
a darle coraje, a arroparla con su afecto. Los discípulos, colaboradores y
amigos íntimos permanecen fieles, pero el dolor y la pena le producen una grave
enfermedad y un matrimonio de su círculo la lleva a Italia para que se reponga.
Una amiga británica le ofrece su casa en la costa inglesa. Cuando se habla de ella
en Francia es la polaca, la judía, la alemana… Cuando son los demás países los
que la premian, es la ilustre profesora francesa la que ha sido homenajeada. Ni
siquiera se nombra su nacimiento polaco. Francia tiene gestos con los Curie que
no la honran.
Mme. Curie se traslada a vivir a París -el trayecto
desde Sceaux le resulta muy largo- y alquila un apartamento en Quai de Béthume
18. Las hijas están en Bretaña para pasar el verano.
En esos momentos de desaliento e incertidumbre, un
nuevo camino se le presenta: desde la revolución de 1905 el zarismo ha perdido
fuerza en Polonia. Mme. Curie pertenece desde 1911, como miembro de honor, a
una sociedad de Ciencias, que trabaja con actividad e independencia. Sus científicos
han concebido la grandiosa idea de crear un laboratorio de radiactividad en Varsovia
y, ¿quién mejor que su compatriota para dirigirlo? En mayo de 1912, y encabezada
por el hombre más célebre del país -el escritor Enrique Sinkiewiez-, una comisión
de intelectuales se dirige a París y le expone sus deseos.
Un dilema para la “célebre
viuda”. Los años no pasan en balde. En París ha vuelto a convertirse en lo
que era antes de la calumnia. Le han presentado disculpas y ella ha otorgado el
perdón, y además algo muy importante: el Gobierno ha aprobado en 1909 la
construcción del laboratorio tan deseado por los Curie. Dejar Francia es dejar
también este proyecto. Finalmente se decide por dirigir de lejos el de Varsovia
y ponerlo bajo la vigilancia efectiva de dos de sus mejores ayudantes de
nacionalidad polaca. En 1913 se traslada a Varsovia para inaugurar el Pabellón
de Radiactividad. No hay presencia rusa, pero tampoco impiden el libre
movimiento. Por primera vez en su vida pronuncia una conferencia científica en
polaco. Su visita es una apoteosis. Tiene la ocasión de saludar a una
ancianita: la Srta. Sikorska, que fue directora del pensionado donde Marya
Sklodwska hizo sus primeros estudios.
La salud de Mme. Curie mejora y en el verano de ese
mismo año puede hacer una excursión por los Alpes suizos. Le acompañan sus
hijas, un grupo de jóvenes y Albert Einstein, quien, obsesionado con sus ideas,
aprovecha la ocasión para exponérselas:
-“Usted comprende que lo que
necesito saber con exactitud es lo que les sucede a los pasajeros de un
ascensor cuando este cae por el vacío…”.
Los jóvenes que les acompañan tienen que disimular para
no ofenderle con sus risas. No pueden sospechar que Einstein está hablando de
uno de los problemas de la Relatividad
más trascendentales.
Mme. Curie, después de estas breves vacaciones se
traslada por trabajo a Inglaterra, a Bruselas y a Birmingham. ¿Qué pasa en
París? El gobierno ha caído en estado letárgico, lo que le impide recordar su
aprobación de la construcción del laboratorio, pero hay otros científicos que
están ojo avizor. El doctor Roux,
director del Instituto Pasteur, lanza la idea de que él va a ofrecer la
construcción de dicho edificio. ¡Horror! Si Mme. Curie se pasa al Instituto
Pasteur, eso quiere decir que va a abandonar la Sorbona. El doctor Roux y el
vicerrector Liard se ponen de acuerdo y pagan a escote 800.000 francos. Fundarán el Instituto del Radio, que constará de dos partes bien divididas: un
laboratorio de radiactividad, dirigido por Mme. Curie; y un laboratorio de
investigaciones biológicas, cuyo director será el doctor Regaud, muy afín a
Mme. Curie. Ella siempre llama, señalándolos con un dedo, a sus vecinos “los de enfrente”.
Marie en su madurez
Y aquí está ella, con el pelo cano pero llena de
ideas nuevas y modernas, con sus dibujos y planos y una idea innovadora y muy
cara, y que hace enfadar a los ingenieros: ¡un ascensor! En cuanto al entorno
natural, hace que se empiecen a plantar ya los tilos y las rosaledas para que
estén crecidos cuando se inaugure el Instituto. Y le dice al equipo constructor:
-“Plantando inmediatamente ‘mis’
plátanos y ‘mis’ tilos gano dos años. Cuando inauguremos los laboratorios, los
árboles habrán crecido y los macizos estarán en flor. Pero ¡cállense ustedes,
por favor! No le he dicho una palabra al señor Nenot”. Arquitecto de la obra que estará
de acuerdo con ella.
Ella misma planta rosales trepadores en los muros
inacabados y cada día los riega. Una mañana en que está trabajando, llega el
señor Petit -el único físico colaborador que tuvieron desde el principio los
Curie gratia et amore- para
anunciarle que están demoliendo los viejos barracones donde nació el radio. Van los dos juntos a decirles
adiós y tienen tiempo de rescatar la pizarra en que todavía permanecen las
fórmulas escritas por Pierre Curie.
Matrimonio Curie y su ayudante señor Petit
.
“Queriendo, como tantas
otras, ponerme al servicio de la defensa nacional en los años que acabamos de
atravesar, me orienté inmediatamente hacia la Radiología...”. Escribe
al final de la guerra.
Marie al volante de una ambulancia
Empezada la movilización, Mme. Curie envía a sus
hijas bajo la protección de su tío Jacques Curie y ella piensa qué puede hacer
por su segunda patria. En 1895, el físico alemán Wilhelm Röntgen descubre unos
rayos a los que da el nombre de X,
que permiten, sin utilizar la cirugía, ver el interior del cuerpo y fotografiar
huesos y órganos. Hay varios aparatos en el laboratorio y su directora -a pesar
de que su especialidad no es la Radiología-, ha procurado dar varias clases a
sus alumnos para que se familiaricen con su manejo. La mayoría de médicos
rechazan esta nueva técnica y se niegan a utilizarla.
Mme. Curie estudia el campo sanitario y descubre que
el servicio de sanidad militar para la guerra ha previsto instalaciones en
ciudades de lujo como Amiens, pero trasladar a los heridos del frente a
cualquier ciudad, supone tiempo y un movimiento de los heridos que puede causarles
la muerte. Ni siquiera las ambulancias que los transportan están provistas de
estos aparatos. Mme. Curie imagina una solución: con los fondos que le
proporciona la Unión de Mujeres de
Francia crea el “primer coche
radiológico”. Y entre los “suyos”
recluta a los manipuladores. Los coches de que dispone son corrientes y donados
por señoras de la nobleza, como la princesa Murat. Bien es verdad que entonces
quien disponía de vehículos era esa clase social.
Irene Curie enfermera
Imagina lo siguiente: poner en el coche un aparato
completo de Rayos X y una dinamo que,
accionada por el motor del coche, produce la corriente necesaria. Estos puestos
móviles circulan por los hospitales de campaña ya en agosto de 1914. En casos
extremos utiliza el ferrocarril. Ofrece sus servicios al Socorro Nacional, cuyo presidente la encuentra muy extenuada y le
aconseja que se tienda sobre un canapé y repose. Mme. Curie no se arredra y
presiona a autoridades y funcionarios indolentes para que atiendan sus
peticiones.
El alto mando militar dice:
-“No es posible que los civiles
nos molesten”.
Un petit Curie
Hay 20 automóviles -llamados en el frente petits Curie, pequeños Curie- preparados
para acudir a todas las llamadas. Entre ellos está el de Mme. Curie: un Renault
chato, con la carrocería de un camión de reparto, color gris reglamentario y que
lleva pintadas en la misma plancha una cruz roja y una bandera francesa. Avisada
de que la necesita una ambulancia repleta de heridos, acude rauda -alcanza
hasta 60 km/h, lo máximo en aquel momento-. Su atuendo: un manto, un gorrito de
viaje que ha perdido la forma y el color de tanto lavarse y una bolsa amarilla,
toda rajada, que hacía 20 años le habían regalado las mujeres polacas.
Después de muerta, en esa bolsa se encontrará: una
tarjeta expedida por la Subsecretaría de Artillería
y Municiones y dirigida a Mme. Curie, Directora de los servicios de
radiología, “autorizándole a hacer uso de
los automóviles militares” y órdenes especiales de la Unión de Mujeres de Francia para realizar “misiones especiales”;·fotos familiares y… ¡dos saquitos de
semillas vacíos y donde está escrito: “romero
oficinal. Sembrarlo de abril a junio en planteles”. ¿Cómo ha tenido tiempo
de adquirirlo y plantarlo en el Instituto? Cuando tiene un momento de descanso lo
dedica a él. En su coche radiológico traslada el material de los viejos talleres
al nuevo edificio. Está haciendo la guerra, pero prepara la paz.
Mme. Curie no sigue el reglamento en cuanto a uniforme:
lleva su blusa blanca en las salas de Rayos
X y su cabello gris al descubierto.
“Irene me dijo que está
usted en los alrededores de Verdún -le escribe su sobrino
Maurice Curie, artillero en Vauquois-. Meto la nariz en todos los automóviles
sanitarios que pasan por la carretera, pero no veo más que quepis muy
galoneados, y no creo que la autoridad militar haya querido regularizar la
situación de su peinado, escasamente reglamentaria...”.
Sus hijas, como pueden, continúan sus
estudios. Eva es demasiado pequeña -tiene 10 años-, pero Irene ha cumplido ya
17 y es enfermera. Su madre la llama para que trabaje. Quiere hacerle una consulta:
-“El Gobierno pide a los particulares que den oro y emitirá empréstitos
de guerra. Pensaba dar todo el que tengo, pero como sé que no lo recuperaremos,
no quiero hacer semejante ‘tontería’ sin consultártelo a ti”.
La hija asiente. Llevan al Banco de Francia
todo su oro, hasta las medallas.
El funcionario, amante de las glorias
nacionales, se indigna y rechaza las condecoraciones, que su poseedora devuelve
al Instituto y allí o en el Museo lucen ahora bien a la vista.
¿Qué hace Mme. Curie al llegar a un puesto
sin asistencia radiológica? Prepara dos habitaciones: una que debe permanecer
en la oscuridad y donde instala los Rayos X, y al lado la de “baños”
-revelado-. Los usuarios poco a poco se van dando cuenta de la enorme utilidad
de estos aparatos, convertidos ya en indispensables. Los sufridores de su uso
tienen miedo. Mme. Curie los tranquiliza:
-“No se preocupe. Es como una foto”.
Como el Estado no ha organizado tratamientos
médicos, dedica su gramo de radio para “emanaciones”. En el Hospital
del Grand Palais se aplican para curar cicatrices, lesiones de piel…
Clases sobre radiología
A partir de 1916, organiza cursillos para
adiestrar a enfermeras dirigidos por ella, y donde enseñan Irene Curie y la Sra.
Klein, colaboradora suya. Estas clases continuarán dándose hasta dos años después
de acabada la guerra. Se le pide que escriba un libro y lo hace con el título La
Radiología y la guerra. Terminada esta, admite a soldados del cuerpo expedicionario
americano para darles a conocer la radiactividad.
Mme. Curie sonríe siempre, aunque tardará en
olvidar lo que ha visto y vivido: sin noticias de su propia familia, cuerpos
destrozados, los gritos de los agonizantes… Va tan sencillamente vestida, que algunos,
sin conocerla, la toman por una subalterna. Distinguidas damas la tratan con
desprecio, que a ella le es indiferente. En el Hospital belga de Oogstade
ha conocido a los reyes Alberto y Elisabeth que desarrollan una labor discreta
y de cuya amistad gozará para siempre.
Los cañonazos del armisticio la sorprenden en
el laboratorio. Pone banderas francesas en las ventanas y dedica el día a dar una
vuelta por las calles de París. El pueblo está feliz y no la deja avanzar en la
plaza de la Concordia y al final lo hace lentamente, con gente subida en los
guardabarros y en el techo transformado en Imperial.
¿Creen las autoridades civiles y militares que ella
no es un “yo”, que es una “entidad”? Mme. Curie ha rechazado la
Legión de Honor y la volverá a rechazar, pero sus íntimos saben que le hubiese
gustado recibirla a “título militar”.
Llevar sobre el pecho la insignia concedida a cualquier soldadito que ha hecho algo heroico. Pasado el tiempo nadie se
acordará de su trabajo en la guerra. Hay que hacer un máster en USA para
encontrar un buen puesto, pero está al caer.
La Sra. Meloney tiene una cita con Mme. Curie -a
quien admira como muchas otras mujeres americanas- una mañana de mayo de 1920.
Es propietaria de una revista y quiere hacerle una entrevista.
“Me quede muda ante su
presencia. Para romper el hielo me dijo ella:
-América posee alrededor de
cincuenta gramos de radio: cuatro en Baltimore, seis en Denver y siete en Nueva
York...
-¿Y en Francia? -le
pregunte.
-Mi laboratorio posee un
poco más de un gramo de radio.
-¿Usted no tiene más que un
gramo de radio?
-¿Yo? ¡Oh, yo no tengo nada
en absoluto!... Ese gramo pertenece a mi laboratorio.
Le hablé de la patente, de
los beneficios que deberían haber hecho de ella una mujer riquísima.
Apaciblemente me contestó:
-El radio no debe
enriquecer a nadie. Es un elemento. Pertenece a todo el mundo.
-Si usted pudiera designar
la cosa de lo que tenga más deseos en el mundo -pregunté impulsivamente-, ¿qué
pediría usted?
Era una pregunta estúpida,
pero que se reveló fatídicamente.
...Aquella semana me enteré
de que el laboratorio de la señora Curie,
a pesar de que era nuevo, no poseía los medios necesarios para el trabajo, y
que su provisión de radio estaba consagrada enteramente a la preparación de
tubos de emanación para los tratamientos médicos”.
La Sra. Meloney -que conoce la labor que se
desarrolla en USA en torno al radio-, queda admirada de la pequeñez francesa.
-“¿Qué desea usted?” -le pregunta-.
-“Un gramo de radio para
continuar mis investigaciones”.
El precio en aquel momento es de un millón de dólares.
Meloney tiene la idea de pedirle a diez amigas ricas que den 100 mil dólares
cada una, pero solo tres responden afirmativamente. ¿Qué hacer? Meloney se
replantea la cuestión y piensa:
-“¿Por qué no organizar una
suscripción? Pedir a todas las americanas -pobres y ricas- que contribuyan con
la cantidad que quieran”.
Nada es imposible en este país nuevo. Al cabo de un
año, Mme. Curie recibe una carta:
“Se ha encontrado el dinero y el
radio es para usted. ¿No quiere venir a vernos? Y si no quiere separarse de sus
hijas, nosotras las invitamos”.
Las hijas están encantadas con la aventura y le hacen
comprar a su madre ropa nueva.
Marie Curie en ¡América!
Los americanos se extrañan de que esta señora no
tenga condecoraciones ni sea académica. Francia quiere solucionarlo concediéndole
la Legión de Honor que ella vuelve a rechazar, pero que posteriormente pedirá
para la Sra. Meloney.
Por iniciativa de la revista Je suis tout -Yo soy todo-, se celebra el 27 de abril de 1921 una
fiesta de despedida en la Ópera, a la que asisten autoridades, científicos,
artistas, intelectuales, a beneficio del Instituto
del Radio.
Con el Presidente Haring y la Asociación de mujeres americanas
Días después, la familia Curie y su anfitriona se embarcan
en el Olympic. Al llegar al puerto de Nueva York se quedarán asombradas de la
ciudad y de la inmensa multitud que, apretujada, igual que en todas partes por
donde se desplacen: ciudades, colegios, universidades…
40 fotógrafos de periódicos y de cine suben a bordo
para captar todos sus gestos. Los periodistas le lanzan sus preguntas. Las
hijas le sirven de “Guardias de corps”
y se dan cuenta ahora de lo que su madre significa para el universo. Reuniones
multitudinarias con la Asociación de mujeres
Universitarias, con las sociedades científicas… El día 20 de mayo se celebra
“El homenaje al genio” en Washigton.
El Presidente Harding le entrega a Madame Curie el símbolo del gramo de radio -el verdadero, por el peso del embalaje
de protección se pondrá directamente en el barco-. Fiesta en la Casa Blanca, pero
Mme. Curie dice:
-“Hay que modificar esta acta. El radio que me
ofrece América debe pertenecer para siempre a la Ciencia. Mientras viva, lo
usaré yo, desde luego, únicamente en trabajos científicos, pero si dejáramos
las cosas en este estado, el radio, después de mi muerte, se convertiría en el
patrimonio de personas particulares, de mis hijas.
Esto es imposible. Yo deseo hacer donación de él a
mi laboratorio. ¿Puede usted llamar a un notario?
-Pero... claro -contesta la señora Meloney un poco
extrañada-. Si a usted le parece, nos ocuparemos de estas formalidades la
semana próxima...
-No, la semana próxima, no. Mañana tampoco. Esta
noche. El acta de donación va a entrar en vigor y yo puedo morirme dentro de
unas horas.
Un notario, encontrado con grandes dificultades, a
una hora improcedente, ha redactado ante Marie el acta adicional que la ilustre
profesora ha firmado inmediatamente”.
Los artículos de los periódicos son encantadores por
lo humanos y pintorescos.
¡DEMASIADA HOSPITALIDAD!, proclama un diario con
letras enormes: "Las mujeres americanas han dado pruebas de una
inteligencia superior yendo en ayuda de una ilustre investigadora. Pero amargas
críticas podrían condenarnos de hacer pagar nuestro regalo a la señora Curie
con su propia vida, por la sola satisfacción de nuestro orgullo". En otro
diario se declara netamente "que cualquier director de circo o de music-hall hubiera ofrecido a la
señora Curie una suma más elevada del precio del gramo por una mitad de
trabajo". Y los pesimistas toman a lo trágico el acontecimiento:
"Estuvimos a punto de matar al mariscal Joffre por nuestro exceso de
entusiasmo. ¿Vamos a matar a la señora Curie?".
Marie hablando con científicos de Pittsburgh
Medallas, títulos honoríficos, doctorados. Visita a
las fábricas de Pittsburgh, puesta en marcha de las minas de Washington y de otros
laboratorios. El presidente de una fábrica le regala un miligramo de mesotorio. Ella ofrece a la sociedad
filosófica americana un cuarzo piezoeléctrico “histórico”, construido y utilizado por ella durante sus primeros años
de investigaciones.
Flores, discursos, himnos, cánticos.
Hay algo que no puede perderse a título personal por
su belleza y porque es único: el Gran Cañón del Colorado. El 29 de mayo es
nombrada Doctora Honoris Causa por la
Universidad de Columbia. Emotivo es para ella la visita al barrio polaco de
Chicago, donde sus compatriotas solo quieren besar sus manos y tocar su ropa.
Finalmente, el 24 de junio se embarca en el Olympic,
muy fatigada y muy contenta. Su camarote está repleto de flores y telegramas, y
no deja de recordar las veces que le han dicho:
-“Deje París y venga a
Washington”.
Parece que los franceses lo han oído también.
Marie con sus hijas
Mme. Curie conserva de este viaje un recuerdo
excepcional e impresionante y no puede olvidar la actividad de su vida
universitaria, la potencia de sus asociaciones femeninas, los numerosos
hospitales y laboratorios que tan bien funcionan. En su vuelta a casa escribe:
“...Gran número de mis
amigos afirman, no sin razones aceptables, que si Pierre Curie y yo hubiéramos
garantizado nuestros derechos, habríamos adquirido los medios financieros
necesarios para la creación de un Instituto de Radio satisfactorio, evitando
todos las obstáculos que han sido un handicap para los dos y que siguen
siéndolo para mí. No obstante, mantengo mi convicción de que nosotros teníamos
razón.
La humanidad,
evidentemente, tiene necesidad de hombres prácticos que sacan el máximo de su
trabajo y, sin olvidar el bien general, salvaguardan sus propios intereses.
Pero la humanidad también tiene necesidad de soñadores, para quienes los prolongados
desintereses de una empresa son tan cautivadores que les es imposible consagrar
cuidados a sus propios beneficios materiales.
Sin duda alguna, esos
soñadores no merecen la riqueza, puesto que no la desean. De todas maneras, una
sociedad bien organizada debería asegurar a estos trabajadores los medios
eficaces de cumplir su labor, en una vida libre de toda preocupación material y
libremente consagrada a la investigación”.
Mme. Curie, al llegar a Francia por primer vez solo
hablaba bien el polaco y el ruso. Perfeccionó su francés y aprendió inglés y
alemán. No eran pues las lenguas un impedimento para viajar y el que hizo a USA
fue una enseñanza; si su sola presencia conseguía lo que deseaba para su
trabajo, adelante con sus viajes que aúnan trabajo y pasión por la naturaleza.
Marie en un Simposio en la Universidad de Madrid
Congresos científicos y conferencias la llevan a Río
de Janeiro, España, Gran Bretaña, Italia, Holanda y Bruselas, donde va con
regularidad al Congreso Solvay y
comparte la mesa de los reyes. Hasta en China encuentra un retrato suyo entre
los “Bienhechores de la Humanidad”.
El 15 de mayo de 1922, el Consejo de la Sociedad de Naciones, la nombra Vicepresidenta de la Comisión Internacional de Cooperación
Intelectual. Trabaja para la ciencia y la cultura. Lucha contra la anarquía
científica: en cada país se deben tener archivos con la información de lo que
se hace en otros países y ¡vivir para ver!, quiere establecer los derechos de
la propiedad científica, es decir, que el autor de un descubrimiento cobre por
los beneficios industriales que genera la utilización de sus trabajos.
-“Mi más ardiente deseo es crear
un Instituto del Radio en Varsovia que sea centro de investigación y
tratamiento del cáncer”.
La población, dada su pobreza, puede contribuir a su
construcción con dinero o con ladrillos. La doctora Bronia Dluska, ya mayor,
interviene en el proyecto y en su manejo con todo su entusiasmo. Las dos
hermanas han hecho una buena aportación de sus ahorros. Es la última vez que
Mme. Curie visita su tierra natal tan amada. En 1923 ya hay una cuantiosa provisión
de ladrillos y Mme. Curie pone la primera piedra. Está presente el Presidente
polaco Estanislao Wojciechowski.
Diálogo entre el Presidente y Mme. Curie:
-“¿Se acuerda usted de un
almohadón que me prestó para un viaje y que me fue tan bien?
-Claro que me acuerdo. Y también
me acuerdo de que no me lo devolvió”.
Se levantan los muros, pero no hay dinero para
comprar la más indispensable cantidad de radio.
Aunque en 1929 se produce el crack económico
en USA, Mme. Curie se acuerda de la Sra. Maloney -ya en posesión de la Legión de Honor- con quien contacta. El
Presidente Hoover la invita a residir en la Casa Blanca. Se vuelve a producir
la donación del gramo de radio esta
vez para Polonia. Diversos regalos, objetos para el laboratorio. Visita la Universidad
de Saint Lawrence, en cuyo frontispicio se halla un bajorrelieve que la
representa. Asiste al jubileo de Edison; todos los discursos hablan de ella;
hasta la nombra el comandante Byrd desde el Polo Sur.
Instituto de Cáncer de París
El 29 de mayo de 1932 se inaugura el Instituto del Radio de Varsovia donde,
desde hace unos meses, ya se admiten enfermos. Es la última vez que la gran descubridora
visita aquella tierra tan amada.
¿Qué pasa en Francia?
-1920.- Por iniciativa del Barón Henri de Rothschild
se crea la Fundación Curie, dedicada
a mantener el Instituto del Radio.
-1922.- 35 miembros de la
Academia de Medicina someten a sus colegas la siguiente propuesta:
“Los miembros abajo
firmantes piensan que la Academia se honraría eligiendo como miembro asociado libre
a la señora Curie, en reconocimiento de la parte que ha tomado en el
descubrimiento del radio y del tratamiento por la curieterapia”.
Los aspirantes al sillón vacante
se retiran para que pueda ser elegida ella, como así lo es en las elecciones del
7 de febrero.
El Presidente la recibe así:
-“Saludamos en usted a una
ilustre profesora y a una mujer de corazón, que no ha vivido más que para la
devoción al trabajo y a la abnegación científica; una patriota que, en la
guerra como en la paz, ha cumplido siempre con su deber. Su presencia aquí nos
aporta la bondad moral de sus ejemplos y la gloria de su nombre. Le damos las
gracias. Estamos orgullosos de su presencia entre nosotros. Es usted la primera
mujer de Francia que ha entrado en una Academia, pero ¿qué otra mujer hubiera
sido digna de ello?”.
-En 1923 la Fundación
Curie celebra con brillantez el 25.º Aniversario del descubrimiento del radio. El gobierno se une y las dos cámaras
votan por unanimidad una pensión anual de 40 mil francos concedida a Mme. Curie
como “recompensa nacional”; pensión
revertible a sus hijas. Tanto los profesionales como los civiles se unen en
homenajearla como es debido, aunque hayan tardado tanto.
El departamento donde vive -en la Isla de San Luis-
es demasiado grande; está pensando en cambiarse a la zona de la Ciudad Universitaria.
Ha comprado un terreno en Sceaux con intención de construir una casa con jardín
que echa de menos. Para las vacaciones de verano, en vez de Bretaña, prefiere
ahora la costa mediterránea por la temperatura. ¡Qué espanto causa en sus
vecinas que la ven meterse en el agua y nadar con tanta soltura! ¡A su edad!
Mme. Curie tiene un Ford último modelo con chofer que
la lleva al laboratorio, a sus reuniones académicas.
-“¡Ah! ¡Qué cansada estoy!” -dice cuando vuelve a casa-.
“Lo natural es que una mujer entre
60 y 65 años no trabaje 14 horas diarias”, le dicen sus hijas y los médicos.
A Mme. Curie le interesa todo. Cuenta sus experiencias
científicas diarias; les pregunta a sus hijas sobre su vida y trabajo. Cuando
está con amigos no discute, pero mantiene sus opiniones de siempre:
-“Soy liberal, como siempre, sin
ninguna adscripción política”.
-“Para hablar de dictaduras hay
que haber vivido en una como me ocurrió a mí”.
-“¿Hacía falta guillotinar a
Lavoisier?”.
-“¿Por qué me ponen de ejemplo ante
otras mujeres? Cada ser humano tiene su personalidad, su forma de ser y ha de saber
desarrollarlos por sí mismo”.
Pregunta a Eva:
-“¿Tienes un libro para dejarme,
que no sea deprimente?”.
Dostoievski ya no es su preferido como en su juventud;
ahora es Kipling. ¡Ah, el Libro de la
selva! La noche no acaba ahí. Se sienta en el suelo de su dormitorio y,
rodeada de papeles, empieza a hacer cálculos en voz casi inaudible y en polaco,
como todas las personas que, por bien que hablen un idioma extranjero, cundo
cuentan, lo hacen en su lengua materna.
40 años de trabajo le han proporcionado un enorme
saber. Es una biblioteca ambulante del radio.
Ha leído obras sobre él en los cinco idiomas que conoce. Orden, sentido común,
prudencia. Atiende a sus estudiantes, a las visitas, a su laboratorio personal.
Mme. Curie es la cortesía misma, pero sabe ser cortante con gente que estorba.
Sus discípulos y gente subordinada la adoran.
La correspondencia le llega solo con que ponga en el
sobre Mme. Curie, París o “para la mujer
sabia”. Desarrolla una incansable y terrible actividad. Mme. Curie habla mucho
de la muerte, aunque le horroriza y piensa que está lejana. No la acepta, rechaza
la idea del fin. Cuanto más ocupada esté, más se alejará de ella. Un día en el
laboratorio dice en un murmullo:
-“Tengo fiebre. Me voy a casa…”.
Al bajar da una vuelta por el jardín y encuentra un rosal
mortecino. Le dice al jardinero:
-“Mire ese rosal. ¡Hay que
curarlo inmediatamente!”.
Una discípula se acerca y le pide que no permanezca
al aire libre. Antes de hacerlo le repite al jardinero:
-“No se olvide del rosal”.
Y la mirada inquieta que le dirige es su despedida
del laboratorio.
Madame Curie en el jardín de su laboratorio despidiéndose
Acaba de construir en Arcueil fábricas destinadas al tratamiento
de los minerales; ha de acabar su último libro… Al llegar a casa, las hijas se
asustan y piden el consejo de los mejores médicos. En los años 20 le sacaron un
enorme cálculo, como a su padre, pero se repuso. Tiene las cataratas que la
hacen ver mal y un zumbido constante en los oídos. A los médicos les parece
descubrir una caverna en un pulmón. Al sanatorio: la envían a Sancellemoz -Alto
Saboya-. Su fiebre sube a 40ºC y es ella -desconfiada- quien lee el mercurio.
Se la instala en la mejor habitación.
En un mes de mayo de 1934, con un tiempo glorioso que
inunda de sol y claridad su estancia, la brusca bajada de leucocitos y hematíes
la llenan de temor. Hay que evitar que en una mente tan lúcida entre la idea de
la cercana muerte. El 3 de julio dice mirando la ventana:
-“Lo que me va bien es el aire libre,
la altura”.
Entra en agonía.
-“No puedo expresarme, estoy
ausente”.
Sus últimas palabras están dedicadas al trabajo, al
laboratorio:
-“Los párrafos de los capítulos…
¿Esto se ha hecho con radio o…?”.
La fuerza y una resistencia terrible luchan contra
una fragilidad que no es sino aparente. Durante16 horas sigue latiendo su corazón
y cuando el sol acaricie sus mejillas y sus ojos color ceniza, dejará de
hacerlo.
La ciencia dice que la descubridora del radio ha sido una víctima de él:
“La señora Curie ha
fallecido en Sancellemoz, el día 4 de julio de 1934. La enfermedad era una
anemia perniciosa aplástica, de marcha rápida, febril. La médula ósea no ha
reaccionado, probablemente porque está alterada por una larga acumulación de
radiaciones”.
El viernes 6 de julio de 1934, el ataúd de Mme. Curie
es depositado encima del de Pierre. Sin autoridades ni celebridades, acompañada
por sus más íntimos, entra en la eternidad vestida de blanco y con un puñado de
tierra de Polonia, y unas flores silvestres sueltas.
Un ser audaz y original a quien no le gustaba lo convencional.
La mirada de quien lleva algo dentro