Rosa de Lima
El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón desembarca en Guanahaní
y en nombre del Rey y la Reina, sus señores, toma posesión de unas tierras a
cuyos nativos llama indios y al territorio Indias Occidentales. Según sus
cálculos, él y sus hombres han llegado a la parte occidental de la India.
En 1532, Francisco Pizarro, al frente de un grupo de
aventureros españoles, se dirige a las costas de Perú buscando un reino de oro.
Fundan la ciudad de San Miguel de Piura y escalan los Andes, en lo que fue una
de las marchas épicas más grandes de la historia. Asestan un golpe traicionero
a los incas en la masacre de Cajamarca, hacen prisionero al emperador Atahualpa
y posteriormente le dan muerte. En 1533 se adueñan de Cuzco, capital de los
incas.
Durante décadas aquellos espacios vacíos se llenaron de
conquistadores en búsqueda de oro. No solo lucharon contra los indios, sino
entre ellos y especialmente en guerras civiles contra el poder establecido, que
llegaba desde España en forma de leyes reales para organizar la vida social y
económica en las tierras conquistadas. Pizarro pierde el mando por no querer
acatar las órdenes de Don Carlos y es sustituido por un gobernador general;
finalmente y por real cédula de 20 de noviembre de 1542, el Emperador crea la
figura del virrey, que durará hasta la independencia.
Victoria de Cajamarca
Victoria de Cajamarca
Estas leyes, que les perjudican, se derogan con el tiempo, y
en ello influye de manera especial la actuación de las mujeres, quienes
estuvieron en su mayoría de parte de la Corona.
En 1588, Felipe II escribe una carta a las damas de Arequipa,
agradeciéndoles su envío de dinero, joyas y adornos de oro para contribuir a la
lucha contra los turcos y los infieles.
En 1535, Pizarro había fundado otra ciudad con el nombre de Ciudad de los
Reyes, que con el tiempo se convirtió en Lima. En ella construyó su palacio y
en ella murió en 1541 a causa de una reyerta promovida entre los mismos
guerreros. Es Almagro quien dirige la facción enemiga de Pizarro y a su vez es
asesinado por los pizarristas en venganza.
Pizarro pertenecía a una familia noble, pero no ostentaba título
nobiliario. En 1537, el Emperador le había escrito una carta:
“…entre tanto os llamaréis
marqués, como os lo escribo. Por no saber el nombre que tendrá la tierra que en
repartimiento se os dará, no se envía ahora dicho título”.
Hay dudas sobre la alfabetización de Pizarro: parece ser que sabía leer,
pero no escribir. En documentos firmados por él pone dos rúbricas y entre ellas
está escrito ‘marqués’ o ‘Francisco Pizarro, marqués’, de la mano del mismo
escribano que había redactado el texto.
Doña Francisca
Había tenido de Inés Yupanqui, princesa inca, una hija llamada Doña
Francisca, que queda legitimada al llegar a España para casarse con su tío Hernando
Pizarro. Un nieto del matrimonio, Juan Fernando Pizarro, obtiene de Felipe IV
el título de Marqués de la Conquista para la familia. Hernando y Francisca
mandan en su testamento, firmado en 1578, que se construyan una Iglesia y un
Hospital. Aquella donación se ha convertido en la actual “Fundación Obra Pía de
los Pizarro”, que atiende obras sociales y culturales tanto en Perú como en
España.
La independencia de Perú es proclamada en 1821 y los títulos
nobiliarios abolidos a partir de1823.
Aclaraciones.- Virreinato del Perú: entidad territorial situada en América del Sur,
integrante del Imperio español y que fue creada por la Corona durante su
dominio en el Nuevo Mundo, entre los siglos XVI y XIX. El rey gobernaba a
través de instituciones que funcionaban en España y Perú.
-Casa de Contratación (1503). Organismo creado por la Corona; radicaba en
Sevilla y tenía por finalidad el control del comercio y la navegación entre
España y América. Españoles en América informaban al rey sobre tierras que se
iban conquistando.
-Casa de Indias. Organismo que asesoraba al rey en funciones ejecutiva,
legislativa y judicial. Sin sede fija, viaja con el rey y la Corte.
El monopolio de la corona da lugar al contrabando. Se envían a la metrópoli
productos agrícolas, manufacturados, oro y plata. La mano de obra india es muy
barata pero insuficiente; se importan negros de África que, al ser esclavos, no
cobran.
Otro ejército de hombres, los clérigos, vinieron tras los
conquistadores con el afán de que los incas dejasen de ser ‘adoradores del dios
sol’ y lo fuesen de un Dios cristiano, español y europeo. La iglesia de Lima se
institucionaliza en 1541 creando un Arzobispado. La invasión militar trae
consigo la imposición religiosa. Se enfrentan dos culturas, dos civilizaciones diferentes.
A pesar de todo lo que se ha escrito sobre los incas, es difícil el conocer su
mentalidad, su espiritualidad; sustituir sus creencias ancestrales. Sí que
admira a los españoles la dignidad y el porte de aquel pueblo con el que se ha
enfrentado.
Todos están apremiados por las prisas y los mensajes de los
soberanos y los virreyes: cada bautizo supone que haya un pagano menos y un
nuevo hijo de Dios.
Los conquistadores llevaron al Perú, a parte de la lengua y la religión,
los toros, las peleas de gallos y sobre todo los caballos, que tanta admiración
y respeto suscitaron entre los incas y fueron los progenitores de los que hoy
existen en el país.
Los virreyes fundan colegios para españoles, príncipes
incas, caciques. Para los demás hay también aulas de enseñanza más modestas:
los misioneros aprenden rápidamente sus lenguas y en ellas escriben los textos
de los catecismos.
La Inquisición es una institución para la defensa de la
pureza de la Fe, pero nunca tuvo jurisdicción sobre los indios.
La voluntad regia española, al empezar la gran empresa, no
era que se produjesen desórdenes y muertes, sino llevar la civilización al
Nuevo Mundo, y para ello eran necesarias la fundación de ciudades y la
presencia masiva de mujeres.
“Hijas de conquistadores” es una
expresión que se encuentra con frecuencia en documentos coloniales, de los
siglos XVI y XVII, virreinales, administrativos y clericales, y aun utilizada
por las mismas mujeres. No se refiere solo a la primera generación de hijas nacidas
en el Perú, de padres que participaron directamente en la conquista del Imperio
Inca. Hace también alusión a las mujeres nacidas en el Perú hispánico de antepasados
españoles, criollas puras o mestizas, al margen de su vínculo con los primeros
conquistadores y colonizadores. Señala, pues, a mujeres de raza española (al
menos en parte), que hablan solo castellano, viven en ciudades y están
profundamente influidas por el sistema de valores de la cultura y el
catolicismo españoles.
Desde el momento en que llegaron a España noticias tan
alentadoras sobre las colonias, la demanda de licencias se disparó, originando un
mercado negro. Francisca Brava distribuía un cartel por las calles de Sevilla con
el siguiente texto:
“Todo aquel que quiera comprar
una licencia para marchar a las Indias, puede ir a la Puerta de San Juan y
Santisteban, en la calle Tudela, cerca del puente de la piedra, y en esa calle
pregunte por Francisca Brava y ella se la venderá allí”.
Boda de Martín Loyola con princesa inca y Juan Borja con Ana María Loyola
Mujeres en El Perú
Hay mujeres de todas clases que desean irse: el riesgo, la
aventura, empezar una nueva vida, encontrar un marido… En 1533 ya había mujeres
en Piura; en 1534, en Jauja y Cuzco; en 1536, en Trujillo… La década de los 40
empieza con la existencia de 30 mujeres en todo Perú y acaba habiendo ya mil.
Soldaderas, esposas, madres, fundadoras de grandes
familias…, las que empuñan una espada o las que no se las oye porque caminan discreta
y silenciosamente…; todas tuvieron su papel y colaboraron en plantar las
sólidas bases de una sociedad española.
Los primeros hombres en llegar, sin mujeres propias a su
lado, mantuvieron relaciones sexuales con las nativas y tuvieron hijos. Algunos
se casaron con ellas; otros pagaban los servicios de cuidadoras para que los
criasen. Sin embargo, había muchos niños mestizos abandonados a los que se les
prestó generosa ayuda. Es digna de encomio la actitud de las mujeres españolas,
de cualquier clase social, en relación con este asunto. Durante todo el
virreinato estos niños fueron cuidados con esmero. Ellas sí que comprendieron
que se trataba de un dominio español pero sostenido sobre dos bases: española e
india.
-‘Soldaderas’, amantes y
mujeres de amor
‘Las soldaderas’ acompañan a los conquistadores y su
actitud no es pasiva, ya que luchan como uno de ellos, a veces de forma más
cruel. Son de gran ayuda: cuidan a los heridos, acompañan y animan a los
derrotados y hasta se ocupan de la intendencia.
Inés Suárez, venida de España en 1537, se convierte en la amante de Pedro
de Valdivia, cuya esposa continúa en la metrópoli. Inés es la única española
que participa en la conquista de Chile. En la cruenta batalla de Santiago, es
ella la que da orden de degollar a los caciques prisioneros y arrojar sus
cabezas sobre los araucanos, que huyen despavoridos. En medio del caos y la
ruina, y ante las risas de los hombres que yacen en tierra derrengados, Inés,
previsora, se dedica a correr detrás de los animales domésticos hasta que logra
capturar un gallo y una gallina, y un cerdo y una cerda.
Cerca de los 50 años, y con gran esfuerzo, aprende a leer y escribir, lo
que provoca muchas críticas. La sociedad machista de la época no era partidaria
de la alfabetización femenina.
El gobernador real del Perú, Pedro de la Gasca, hombre religioso y
cumplidor de las leyes, recrimina a Valdivia su concubinato y hace venir a su
esposa de España. Inés acata la situación con gran pena y acepta el matrimonio
con Rodrigo Quiroga. Con los años Quiroga será nombrado gobernador de la
colonia del sur, e Inés se convertirá en persona muy respetada y en una especie
de ‘primera dama’ del reino de Chile.
Isabel de Guevara (no se conocen bien las fechas de nacimiento y muerte), en 1535 se embarca en la expedición que dirige Don Pedro Mendoza. En ella iban mil personas (entre ellas un hermano de Santa Teresa de Ávila) y solo entre ocho y once mujeres. Se dirigen a lo que con el tiempo sería Buenos Aires y después quieren fundar lo que, también con el tiempo, sería Asunción. Hay una gran hambruna. Comen ratas, culebras, sabandijas y hasta zapatos de cuero. Son las mujeres las que mantienen a los hombres con vida. Lavan su ropa, hacen la comida, los limpian, les arman las ballestas; están todo el tiempo 'sargenteando' a los soldados. Para animarlos, gritan y cantan.
En 1556, escribe una carta dirigida a "la muy alta y poderosa señora Doña Juana de Austria, princesa gobernadora de los reinos de España", pidiendo ayuda y que se acuerden de ellos en los repartimientos. La carta llega tarde porque hace una año que Doña Juana ha muerto y Don Carlos no se digna responderle.
Isabel de Guevara escribe: “Las mujeres eran física y psíquicamente más fuertes que los hombres, porque Dios las había hecho la fuente y el soporte de sus vidas”.
Isabel de Guevara (no se conocen bien las fechas de nacimiento y muerte), en 1535 se embarca en la expedición que dirige Don Pedro Mendoza. En ella iban mil personas (entre ellas un hermano de Santa Teresa de Ávila) y solo entre ocho y once mujeres. Se dirigen a lo que con el tiempo sería Buenos Aires y después quieren fundar lo que, también con el tiempo, sería Asunción. Hay una gran hambruna. Comen ratas, culebras, sabandijas y hasta zapatos de cuero. Son las mujeres las que mantienen a los hombres con vida. Lavan su ropa, hacen la comida, los limpian, les arman las ballestas; están todo el tiempo 'sargenteando' a los soldados. Para animarlos, gritan y cantan.
En 1556, escribe una carta dirigida a "la muy alta y poderosa señora Doña Juana de Austria, princesa gobernadora de los reinos de España", pidiendo ayuda y que se acuerden de ellos en los repartimientos. La carta llega tarde porque hace una año que Doña Juana ha muerto y Don Carlos no se digna responderle.
Isabel de Guevara escribe: “Las mujeres eran física y psíquicamente más fuertes que los hombres, porque Dios las había hecho la fuente y el soporte de sus vidas”.
Muchos conquistadores, colonizadores y hacendados tienen
amantes con las que la mayoría se casa. Estas primeras mujeres no están sujetas
a normas morales y jurídicas y por tanto obran por su cuenta y con total
libertad. Su coraje, actividad y actuación son de gran ayuda en épocas
caóticas.
En las otras colonias se conocen las riquezas del Perú y
hacia allí se dirigen mujeres de moral dudosa pensando amasar una fortuna. En 1527
ya se ha expedido una real licencia: “para
abrir una casa dedicada a mujeres públicas… en un lugar adecuado, porque
resulta necesario para evitar peores daños”. Los obispos manifiestan su
disgusto porque para ellos la moral de estas pupilas no es dudosa, está perdida,
pero la licencia viene de la Corona…
Capítulo aparte merecen las llamadas ‘mujeres de amor’ que, como no querían encerrarse en una casa de
prostitución, iban por libre. Buscaban un amante rico y no era raro que
llegasen a casarse con él. Naturalmente eran ignoradas por la ‘gente decente’.
-Amas de casa
La vida en los claustros concedía una autonomía y una
libertad que la hacía envidiable para las peruanas que vivían escondidas en
casa, vigiladas por maridos celosos o padres severos. Su cotidianeidad era
monótona, restringida y poco propicia para desarrollar su propia personalidad. El
honor de la familia dependía de la virtud de las mujeres del clan y eran
vigiladas por todos los hombres que pertenecían a él. Estas mujeres no llamaban
la atención porque vivían igual que sus hermanas de Castilla.
En la primera década del siglo XVII había en Lima 26.441
habitantes, de los cuales 5.359 eran mujeres, 100 más que hombres, sin contar
las 820 religiosas que vivían en los conventos.
Las amas de casa tenían un poder casi absoluto dentro del
hogar: se ocupaban de todos los detalles que implicaba llevar el control de una
gran casa. Educaban a los hijos, propios y ajenos; también a sirvientas negras
e indias, enseñándoles el castellano, la religión cristiana, el estilo de vida
español, a preparar comidas y coser vestidos.
Llevadas por la piedad y los hábitos culturales, las amas
de casa, tuviesen o no hijos, tomaban bajo su cuidado a niños huérfanos
españoles, mestizos, indios y negros. Esto por supuesto suponía tener una buena
posición económica, porque muchas mujeres, a mediados del siglo XVII, llevadas
por la necesidad, trabajaban fuera del hogar en el marco de pequeños negocios
personales: panaderas, curanderas, parteras, costureras, sombrereras,
bordadoras, ceramistas, confeccionadoras de velas, patronas, mesoneras…
¡Qué consternadas debieron quedar las primeras mujeres
llegadas a Perú, al darse cuenta de que no podían seguir la dieta española! No
había huevos, leche, trigo, aceite de oliva, ternera, cerdo ni las frutas
habituales.
Las 12 mujeres que vivían en la recién fundada Lima, recibieron con gran alegría
a los pocos animales domésticos que llegaron de España y los cuidaron en sus
patios, procurando su reproducción.
Inés Muñoz
Inés Muñoz (¿?-1594), mujer extremeña cuyos dos hijos adolescentes murieron en la travesía de España al Perú, casada con Martín de Alcántara y cuñada de Pizarro, era una de aquellas doce mujeres. Un día, limpiando arroz para cocerlo, vio granos de trigo mezclados con él; los plantó en una maceta y salieron unas hermosas espigas. El trigo había llegado a Perú. En 1539 se construyeron los primeros molinos y en 1543, por un real, se podía comprar en Lima tres libras y media de pan.
Inés Muñoz (¿?-1594), mujer extremeña cuyos dos hijos adolescentes murieron en la travesía de España al Perú, casada con Martín de Alcántara y cuñada de Pizarro, era una de aquellas doce mujeres. Un día, limpiando arroz para cocerlo, vio granos de trigo mezclados con él; los plantó en una maceta y salieron unas hermosas espigas. El trigo había llegado a Perú. En 1539 se construyeron los primeros molinos y en 1543, por un real, se podía comprar en Lima tres libras y media de pan.
Inés era respetada y considerada por su papel benefactor en
aquella sociedad emergente. El escritor peruano Ricardo Palma, la llamaba “la
Ceres peruana”. Era encomendera y tenía varias fincas en Lima y alrededores.
En 1541, ante sus ojos, asesinaron a su marido y a su
cuñado y destruyeron su casa. Ella no se dejó amilanar y reprochó su actuación
a los traidores. A la vista de ellos, y en compañía de otras mujeres, lavó los
cuerpos de los muertos, dispuso su entierro y salvó a sus sobrinos Pizarro.
Pasado el tiempo casó con Antonio de Rivera, dueño como
ella de cuantiosos bienes y con quien compartía su afición por las plantas. En
1560, de vuelta de un viaje a España, Rivera obsequió a su esposa con los tres
primeros olivos que llegaron a Perú. Los plantaron en un huerto cercano,
vigilados día y noche por esclavos negros y perros guardianes. A pesar de tanta
precaución, uno fue robado apareciendo meses después plantado en la frontera
con Chile. La fertilidad de aquella tierra hizo que en pocos años una gran
arboleda de olivos dominara las vistas sobre el Pacífico.
En una fiesta de Corpus Christi, el piadoso matrimonio
Rivera-Muñoz regaló a la Catedral una rama de olivo como símbolo de paz. La
rama fue robada por un canónigo avispado, quien se la entregó a un amigo que la
hizo fructificar en un huerto de su propiedad. Ambos consiguieron hacer una
buena fortuna.
¿Y qué tal un buen vino español? En 1550 ya había vid
española en el valle de Lima, pero fue Doña Usenda de Loayza Bozán quien la llevó
a Cuzco. Plantó en sus tierras 60.000 vides, que se fueron extendiendo por las
regiones andinas peruanas.
Usenda de Loayza
Quedaba un problema acuciante por resolver: el vestido.
Aquellas señoras querían vestir a la española, por lo que tenían que importar
el paño castellano. En 1548, las Cortes de Valladolid prohibieron su
exportación, por lo que Inés tuvo que poner otra vez a contribución su ingenio.
Había ovejas merino desde 1537, su carne se comía, pero la
lana se desechaba. La familia Rivera-Muñoz fundó, hacia 1545, el primer ‘obraje’
de telas en su encomienda, situada en el Valle de Jauja. Empezaron con personal
y técnicas nativas, hasta que llegaron tejedores españoles con experiencia y
maquinaria apropiada.
En torno al año 1560, Inés Muñoz había convertido la
industria textil en una de las más importantes del Perú colonial. Existían
también los llamados ‘chorrillos’, obrajes caseros que manejaban familias
humildes. Inés murió anciana y sin descendencia. Había fundado el Monasterio de
la Encarnación y fue enterrada en él.
Es cierto que la actuación de los conquistadores -Pizarro
en el imperio inca, Almagro en Chile y Ursúa en el valle del Amazonas– fue
transcendental para abrir el Nuevo Mundo a Europa, pero la introducción del
trigo, el aceite de oliva, la industria textil, la educación de los primeros
niños mestizos, fueron más importantes a la hora de crear una sociedad estable
y duradera. Y eso se lo debieron a las mujeres.
Encomienda
¿Qué es una encomienda? Una institución legal, por medio de
la cual la Corona concedía a algunos españoles el derecho de cobrar los
tributos a un grupo determinado de indios que vivía en una región concreta.
El encomendero tenía la obligación de proteger a esos
indios e instruirlos en la doctrina cristiana y en la cultura española. Esta
concesión no contemplaba en sí misma ninguna cesión de tierras, pero, como los
límites de la ley son tan sutiles, a los encomenderos les resultaba fácil
traspasarlos y utilizar en su provecho el terreno donde estaba emplazada la
encomienda. A los indios los utilizaban para trabajarlo o bien los arrendaban a
colonos o mineros a cambio de un beneficio económico.
Las encomiendas se adquirían por dos causas: como real recompensa
por méritos propios o por herencia. En el Perú hispánico era la manera de
adquirir poder económico y prestigio social, por lo que eran muy codiciadas.
Las mujeres podían ser encomenderas en las mismas
condiciones que los hombres, pero había muchas viudas propietarias que se
volvían a casar, en cuyo caso el nuevo marido se convertía en administrador de
la encomienda y accedía a la elite de la sociedad virreinal.
Con el pretexto de que las viudas no eran capaces de elegir
por sí mismas al esposo adecuado, los virreyes pidieron a los monarcas
españoles que aboliesen este privilegio para las mujeres o bien que fuesen los
propios virreyes quienes eligieran el marido conveniente, que ¡oh casualidad! siempre
era pariente o amigo íntimo suyo. Las mujeres pleitearon y no se rindieron
nunca.
Finalmente, Felipe II resolvió no atender las peticiones de
los virreyes. ¿Era amor a la justicia o deseo de proteger a las mujeres lo que
motivó la decisión del Rey? En cualquier caso, el Monarca conocía el
comportamiento de las encomenderas, lo que quizá le indujo a dejar las cosas tal
como estaban.
Estas hacendadas dieron, en todo momento, muestras de
enorme generosidad con respecto a los indios que estaban a su cargo: los educaron,
liberaron de pagar tributos a los más pobres, fundaron hospitales para
atenderles, se ocuparon de sus problemas. En testamentos de la época se puede
comprobar que esta caridad femenina no era la excepción, sino la regla.
¿Y la educación? Los padres pagaban a preceptores para que
enseñasen a los niños en casa. Cuando la población infantil se hizo numerosa,
se pensó en fundar colegios. ¿Niños y niñas juntos? La Iglesia consideró que no
era “decente”. Y empezaron a proliferar colegios religiosos y seglares para
todas las clases sociales, pero siempre con separación de sexos. No había ‘escuelas
públicas’ en el sentido actual de ser costeadas por el Estado, pero sí muchas
fundaciones particulares que suplían con creces a los desatendidos.
Plan de estudio de las niñas: formación religiosa y vida de
piedad; saber leer y escribir, aritmética, cocina, costura, bordado, ser una
buena ama de casa y quizás algunos rudimentos de latín para poder seguir con
devoción las funciones de la iglesia.
Llama la atención la importancia que se le dio a la música
y al canto. Las mismas alumnas pedían que se les enseñase solfeo, aprender a tocar
uno o varios instrumentos y a cultivar su voz. Buenos profesores se desplazaban
a los colegios para cumplir esta misión. Puesto que la mujer solo podía ser
esposa y madre o religiosa, no tenía porqué recibir una formación específica
para ejercer una profesión determinada.
Los conventos de Lima eran de clausura y no recibían estudiantes.
Las mejores familias limeñas tenían algún familiar en la comunidad y les
rogaron que aceptasen a sus hijas. Mandaban algunas ¡que acababan de nacer! Las
monjas se encariñaban con ellas y las criaban como hijas. Recibían una
educación elitista dentro de las materias usuales, pero la mayoría ya no salían
del convento: porque preferían tomar el velo.
Dos tipos de mujeres bien visibles y conocidas, tanto por
los naturales del país como de los viajeros que arribaban de Europa, eran las
tapadas y las beatas. Quizás porque estaban en el punto de mira de los clérigos
y de la Inquisición.
-‘Las tapadas’
Acabada la conquista de Granada en 1492, una Real Orden
prohibió a las mujeres árabes continuar utilizando los velos islámicos,
costumbre en ellas ancestral, porque, cubiertas de tal forma, ocultaban su
identidad. Estaban obligadas a usar el chal castellano y lo hicieron pero al
modo del antiguo velo, dejando ver un solo ojo. Las prohibiciones continuaron
en los reinados del Emperador y de Felipe II y también para las cristianas,
porque las mujeres andaluzas las imitaban. Tal costumbre pasó desde Sevilla al
Perú, donde arraigó.
Tapada es una mujer que se cubre con un velo o chal para no
ser reconocida. Protegida por el anonimato, se atreve a hacer y decir lo que
con el rostro descubierto no haría.
Las tapadas eran mujeres mundanas. Vestían con elegancia y
riqueza: encajes de Bruselas, sedas de la China, perfumes orientales y el largo
de la falda un poco más corto de lo normal, para que se viese la ropa interior
y las zapatillas negras de terciopelo, con que calzaban los pies, bordadas en
colores. Honestas madres e hijas de familia, hartas de su encierro y de no
poder hacer nunca su voluntad, se arreglaban de igual manera y salían solas.
Ambos tipos de mujer eran de diferente clase social, pero las asemejaba su
conducta y el velo.
Al salir de casa lo llevaban al modo tradicional, pero
cuando estaban lejos de su ambiente habitual se lo colocaban sobre la cabeza,
dejando ver solo un ojo y lo abrían a la altura de los pechos, mostrando el
nacimiento de estos. Eran parlanchinas, coquetas, sabían moverse de una manera
que encandilaba la mirada. Se convirtieron en un símbolo sexual, eran las que
arrastraban a los hombres al pecado.
Pero lo que molestaba a las autoridades más que su
seducción era no poder conocer su identidad. Iban a la iglesia, a los toros, a
los conciertos, tenían reuniones con amigos, formaban grupos entre ellas mismas
en el Paseo de la Alameda. “¡Vestidos sencillos y modestos!” Clamaban los virreyes
y los mandos civiles. También se oía ese clamor de los predicadores desde el
púlpito.
El tercer concilio limeño insistió tercamente sobre esta
cuestión, pero sin soluciones concretas. En 1609 se instó al marqués de Montesclaros,
virrey a la sazón, a que tomase cartas en el asunto, pero bien porque tuviese
sentido del humor, no le diese tanta importancia o lo encontrase inviable,
contestó:
“… Puesto
que he visto que el marido no puede controlar a su propia mujer, no confío
mucho en qué puedo hacer yo para controlarlas a todas juntas”.
En 1624, el virrey Guadalcazar, por pragmática sanción,
ordena que a las ‘tapadas’ cogidas in
fraganti se las multe y, si iban en carroza, se les quiten los carruajes y
los caballos y se las encierre cinco días en la cárcel. Las señoras de buena
familia pueden cumplir los días de cárcel en casa. Sus ojos deben estar
descubiertos para que se las reconozca en todo momento. Las implicadas hacen
poco caso y es corto el número de las que se dejan sorprender.
Las ‘tapadas’ estaban deseando obtener más libertad
personal, pero no fueron realmente conscientes del camino social que estaban
abriendo hasta que llegaron a un punto de encuentro con las primeras
feministas, que tomaron su relevo. En el siglo XVIII, las mujeres francesas
cultas se convierten en ‘femmes salonnières’ o mujeres de salón, es decir,
abren los suyos para recibir a todo hombre o mujer franceses o extranjeros con
inquietudes intelectuales. Esa costumbre se extiende por otras partes del mundo.
En Perú hay mujeres que presiden sus salones artísticos y literarios y que
buscan con entusiasmo todo tipo de conocimiento seglar.
No pueden obtener títulos oficiales porque las
universidades todavía no las admiten, pero en el Siglo de las Luces se codean
con los hombres más progresistas y tratan de igual a igual a los que
representan la elite intelectual del país y a viajeros que los visitan.
Apasionadas lectoras, instruidas en filosofía, matemáticas,
historia antigua, teología, literatura... El “Mercurio Peruano” les publica
cartas y ensayos donde exponen opiniones sobre cuestiones sociales y
culturales. Sin ejercer ninguna profesión, lideran un movimiento intelectual en
los últimos tiempos del virreinato.
A comienzos del XIX y finales del imperio español, las
mujeres peruanas estaban cerca de ganar una completa igualdad social y legal
con el hombre gracias a las ‘tapadas’, que se habían negado a someterse a los
patrones de conducta que restringían su voluntad.
¿Qué tal una estatua suya al lado de las de San Martín y
Bolívar? Ellos dieron la libertad política, sin valor si no hay una libertad
mental y espiritual, interna y profunda, que es la que consiguieron ‘las
tapadas’.
-“Islas de mujeres”
El monacato femenino peruano no era comparable al de ningún
otro país católico en la época colonial. A diferencia de los beaterios tenían
todos los reconocimientos canónicos y las religiosas permanecían en él de por
vida, ligadas por los votos perpetuos, mujeres que elegían separarse del mundo
y vivir en un reino autónomo, porque no querían hacerlo en una sociedad
controlada por hombres. Hasta el punto de que llegó a preocupar a las
autoridades civiles y eclesiásticas el que fuese disminuyendo tanto el número
de solteras disponibles.
Monasterio de la Encarnación. Lima
Monasterio de la Encarnación. Lima
Había uno o dos conventos en cada ciudad importante. Lima contaba
con 13, de los cuales 6 eran los conocidos como “conventos grandes”, fundados en
los siglos XVI y XVII por mujeres importantes y ricas. Eran verdaderos
bastiones que ocupaban de una a dos manzanas urbanas y el interior parecía un
pueblo formado por claustros, jardines, alojamientos comunitarios, cocinas,
almacenes, talleres, cementerio, porterías, locutorios, sección dedicada a las ‘damas
estudiantes’ y especialmente las llamadas ‘celdas’ de las monjas de ‘velo negro’,
que se podían comparar a una pequeña urbanización actual. En estas celdas
vivían una o varias monjas emparentadas entre sí, con sus sirvientes y esclavas,
y hasta con patios y jardines particulares.
En los conventos grandes existían clases sociales, cuyas distancias se
guardaban escrupulosamente: monjas de velo negro, clase alta con la dote y la celda
pagadas; monjas de velo blanco, clase media y dote incompleta; novicias; ‘donadas’,
dote pagada por el arzobispado o algún benefactor; sirvientas, y esclavas.
Había también hombres empleados para ciertos trabajos, pero dormían en sus
casas.
Existían verdaderos conventos donde se seguía con todo
rigor la Regla de los fundadores de la Orden, pero en general estos monasterios
eran reuniones de mujeres, donde, aparte de las obligaciones que les imponía su
condición, se celebraban representaciones teatrales, que los jesuitas habían
puesto de moda, conciertos, fiestas, y se recibían continuamente visitas de
seglares, tanto de familiares como de amigos.
Madre abadesa. Tamara de Lempicka
Madre abadesa. Tamara de Lempicka
Nadie tuvo tanto poder en Perú como la abadesa de uno de
ellos. No atendían órdenes del arzobispo ni del rey. Gozaban de total independencia
y manejaban libremente sus propias fortunas y las del convento. En épocas
florecientes llegaron a albergar de 700 a 1.000 personas. Empezaron a decaer a
partir del siglo XVIIIl, porque también decayeron las creencias religiosas,
pero durante el virreinato eran el mejor emplazamiento para una mujer.
Estas beatas vestían el hábito religioso de cualquiera de
las muchas órdenes femeninas que pululaban por el país, pero sin estar
vinculadas a ninguna reconocida jurídicamente. Asistían a todo tipo de
celebraciones litúrgicas que tenían lugar en iglesias y capillas, practicaban a
diario ejercicios religiosos y actos de caridad. El pueblo de la época,
profundamente religioso, las creía dotadas de cierto poder sobrenatural y
acudían a ellas en busca de ayuda y consejo. Gozaban de respeto y prestigio.
Aunque modestamente, podían vivir con las limosnas y regalos que recibían. La
Iglesia alentaba a estas mujeres para que continuasen con su santa forma de
actuar.
Existían también los beaterios, casas de retiro, donde las
beatas vivían en comunidad de manera informal. Esta forma peculiar de vivir no
les permitía hacer votos ni estar juntas más que como un grupo de amigas
seglares. En contrapartida, el derecho canónico no contemplaba la injerencia de
las autoridades eclesiásticas en sus asuntos. El estar unidas no afectaba a sus
prácticas religiosas, pero sí tenía importancia en sus ingresos económicos. Un
grupo de mujeres juntas se podía mover con tranquilidad y tener más éxito en sus
demandas entre sus numerosos amigos. Los conventos tradicionales y lo beaterios
tenían un parecido exterior, pero el interior era completamente distinto.
Todas las ciudades importantes tenían beaterios: el de las
Amparadas, el de Viterbo, el de Patrocinio, el de las Nazarenas y el de
Copacabana estaban en Lima. Este último era importante y singular, pues se
había construido ex profeso para mujeres de la aristocracia inca que gozaban de
los beneficios de grandes propiedades urbanas y rústicas. En Cuzco estaban las Nazarenas
de Cuzco, al frente de cuyas finanzas se encontraba una india que compró muchas
fincas urbanas. Pasaba gran parte del año recorriendo zonas rurales, donde
recibía cuantiosos bienes como limosna. Los mismos hacendados le confiaban sus
cosechas, que ella almacenaba en el beaterio y vendía en tiempo oportuno. Al
propietario le pagaba el precio que marcaba el mercado, después de quedarse con
un buen porcentaje.
Es indudable que todas estas mujeres no hubiesen podido
prosperar sin las generosas limosnas que recibían y la protección de las
mujeres de las clases altas.
Una de estas damas, Doña María Fernández de Córdoba, viuda
del general Calderón de la Barca, no tenía hijos y se consideraba que su
fortuna era la más grande del Perú. Su vida estaba dedicada a la caridad. Cuando
un terremoto destruyó el beaterio de las Nazarenas de Lima les construyó uno de
nueva planta.
Los jesuitas habían introducido en Perú los Ejercicios Espirituales
de San Ignacio, uno de los libros más influyentes de la Contrarreforma española.
Miles de estudiantes y de hombres seglares ya los habían hecho.
Doña María pensó en construir una ‘casa de retiro’ para las
señoras de la nobleza, donde pudiesen dedicarse a tal práctica, dirigidas por los
propios jesuitas. A tal efecto, en 1750, Doña María donó su propia casona y
compró las casas del entorno que aderezó de forma que adquiriesen la paz
conventual apropiada para tal finalidad. En un año, más de 300 damas de
alcurnia habían pasado por dicha casa de retiro, permaneciendo durante 7 días
en régimen de internado, silencio y oración.
-Falsas beatas
No todo eran buenas personas en aquel mundo de beatas y
beaterios; mujeres carentes de virtudes cristianas, sin sentido moral, ignorantes
y de baja extracción social, se aprovechaban y burlaban de los crédulos para
mejorar su estatus. Practicaban la hechicería y brujería, preparaban pócimas de
amor, leían manos y decían la buenaventura. Muchas de ellas acababan en las
garras de la Inquisición, aunque con ligeras penas de cárcel o servicios en los
hospitales.
La Inquisición castigaba con cierta benevolencia a estas
personas, pero no podía tolerar las faltas contra el Dogma, so pena de que todo
el entramado eclesial se viniese abajo.
Hacia la misma época, Doña María Pizarro, emparentada con los
hermanos Pizarro y perteneciente a una prominente familia peruana, se presentó
como visionaria e intérprete de la doctrina oficial. Unas cuantas amigas
cerraron filas en torno suyo, convencidas de la verdad de lo que decía. Por
desgracia, también atrajo a frailes y jesuitas, y aquel grupo se hizo muy opaco
y difícil de comprender para los eclesiásticos ortodoxos.
Ocultaba a un conjunto de ‘elegidos’, que cayeron en la
trampa del misticismo erótico y la sexualidad sagrada. Los niños que venían en
camino los consideraban enviados especiales de Dios para hacer surgir una ‘Nueva
Jerusalén’. Vigilados por la Inquisición, en 1752 fueron llevados ante ella. Se
les encerró en mazmorras, aplicándoles refinadas torturas, con lo que todo el montaje
salió a la luz. Un fraile irredento fue quemado; otros, enviados a cárceles
españolas; sacerdotes suspendidos a
divinis y expulsados de Lima. Doña María murió debilitada por la situación y
fue enterrada en una tumba sin nombre en el convento de los dominicos.
La Rosa de Lima
Entre las miles de beatas que recorrían las calles del Perú,
ninguna causó mayor impacto entre la población como Isabel Flores de Oliva.
Su padre, Gaspar Flores de la Puente (1525-1626), nacido en
Baños de Montemayor (actual provincia de Cáceres), era un hidalgo venido a
menos y que emigró a Perú donde se empleó como arcabucero de la guardia del
virrey. Tuvo varios empleos suplementarios para subvenir a las necesidades de
su numerosa familia, pero que no tuvieron éxito. En 1525-1527 se había casado con
María de Oliva Herrera, una criolla o mestiza (no se comprende por qué hay
tanto interés en ocultar si Rosa de Lima tenía o no sangre india). María cosía
y bordaba con primor y continuó haciéndolo después de casada como ayuda
familiar. Tuvieron 13 hijos, aunque algunos de ellos murieron en edad temprana.
Isabel fue la cuarta hija. La precedió un hermano, Hernando, con el que estuvo
muy unida y era su ayudante en todo cuanto le pedía.
Los Flores de Oliva eran una más entre las muchas familias
modestas que vivían en Lima y hubiesen continuado en el anonimato sin un hecho,
al que aquella sociedad tan religiosa y creyente en leyendas piadosas, consideró
milagroso. Un día, la pequeña Isabel dormía en su cuna y la joven sirvienta
india, que ayudaba en los trabajos domésticos, quiso ver cómo se encontraba. Le
retiró la sábana. ¡Quedó estupefacta! La niña lucía en cada mejilla una rosa de
vivos colores. Llamó a gritos a la madre, parientes y vecinos. Todos
consideraron aquella señal como una elección divina: el Señor la había marcado
con un atributo mariano: ‘rosa sin espinas’. La pequeña fue conocida desde
entonces como ’La rosa de Lima’.
A los 11 años, el obispo de Lima, Toribio de Mogrovejo (un
futuro santo que confirma a tres niños futuros santos), la confirmó con el
nombre de Rosa de Santa María. Ella no abandonó nunca la vida laica ni la casa
paterna, siendo una de las mujeres más respetadas e influyentes en la ciudad de
Lima.
Sus padres la querían casada y hasta le habían buscado un
novio rico, pero Rosa ya tenía hecho el voto de castidad. Se le aparecía el
demonio, la tentaba con el fin de apartarla del Divino Esposo, por lo que
extremó los ayunos, las mortificaciones y los cilicios; el permanecer despierta
por las noches para seguir rezando y ofreciendo sus sacrificios a Dios. Los
intentos de entrar en conventos resultaron fallidos por lo que comprendió que
el Señor la quería en una Orden como Terciaria. De muy joven había llevado el
hábito franciscano, pero lo cambió por el dominico, ya que era a Catalina de
Siena a quien quería imitar.
El marianismo estaba en pleno auge y, como ocurría en otras
partes del mundo, para ocupar ciertos puestos había que jurar que se creía en
el dogma de la Inmaculada Concepción, aunque este no se declarase de forma
oficial hasta siglos después. Rosa visitaba todos los días iglesias de
advocación mariana: la dominica de Nuestra. Señora del Rosario y otras dos
jesuitas, Nuestra Señora del Loreto y la de los Remedios. Eran sacerdotes de
estas órdenes los que la dirigían espiritualmente. Rosa era ‘camarera’ de estas
tres imágenes.
Casa paterna
A fin de tener cierta independencia para recibir a sus visitas, Hernando la ayudó a construir una especie de cabaña, hecha de adobe, en un extremo del jardín. Dada la cercanía del río, la humedad y las plagas de mosquitos eran constantes pero, cuando llegaban visitas, Rosa conminaba a los molestos animalillos a que permaneciesen en las alturas para no picar a nadie.
Rosa hizo de su vida un eterno regalo a Dios. No solo fue
una mujer dedicada a rendirle culto, sino que tenía otras habilidades: pericia
para coser y bordar, sabía leer y escribir y poseía talento para la redacción. Como
Teresa de Ávila, escribía “coplas a lo
divino”. A través de sus escritos demuestra que tenía mucho conocimiento de
Dios, una especie de iluminación de lo alto. Sus confesores decían que era muy
docta y que, por lo que había escrito, tenía una formación muy especial. Fue una
revolucionaria en su tiempo porque era autónoma, es decir, sabía tomar sus
propias decisiones.
Rosa tenía un gran carisma religioso. En su cabaña recibía por separado a dos generaciones: madres e hijas. Las señoras iban a visitarla y
la habían convertido en su mentora; permanecían horas con ella, embelesadas,
oyéndola hablar. La invitaban a pasar temporadas en sus lujosas casas, a ir con
ellas en sus carrozas a la iglesia y a hacer visitas a amistadas y enfermos. Era
un honor y un privilegio que Rosa aceptase y se convirtiese en su amiga. Los
esposos de estas damas recibían sus palabras y consejos como norma de vida. El
trato con la aristocracia limeña le dio una aceptación y respetabilidad que no
le correspondía por su propio estatus.
A las jóvenes, cuyas madres las habían puesto bajo su guía,
las recibía otro día junto con sus sirvientas, y, aparte de sus pláticas
espirituales, les enseñaba a coser y bordar; ella misma lo hacía para vender
sus trabajos y ayudar a la familia. Con las jóvenes se divertía de “manera honesta”: tocaban la guitarra,
cantaban… Algunas de sus seguidoras tomaron los hábitos.
Pasa gente cerca de su cubículo, y se para a verla, igual que cuando va por la calle. Todos son atendidos por igual: pobres y ricos, laicos y clérigos. Le entregan ropa y cuantiosos donativos, que ella emplea adecuadamente socorriendo a los necesitados.
Sabiendo cómo era la Inquisición, Rosa pidió a sus
oficiales que examinasen su doctrina para corregir cualquier error, si lo
hubiese, antes de emprender ninguna enseñanza.
Rosa tenía mucha influencia sobre dos órdenes religiosas:
los jesuitas y los dominicos. Hombres que dirigían a teólogos y a confesores de
fieles de la alta sociedad, la seguían a ultranza y declararon a favor de su
santidad en el proceso de beatificación.
Meses antes de su muerte, se produjo un extraño suceso que
el pueblo consideró un milagro suyo y la veneró aún más.
En la noche del 15 de abril de 1617, Rosa se hallaba
hospedada en la casa de Don Gonzalo de la Maza. Llegada la noche, la esposa, Doña
María de Usátegui, empezó a preparar la capilla privada para la plegaria
familiar nocturna en la que se reunían el matrimonio, los hijos, sirvientes y
esclavos. Rosa se postró de rodillas ante el altar, presidido por un lienzo del
Ecce Homo, y cayó en trance; nadie fue capaz de sacarla de él durante el
trascurso de los hechos.
De repente, una de las hijas observó que la imagen de
Cristo empezaba a traspirar. Corriendo fue a avisar a su madre y la esclava que
la ayudaba dio grandes voces llamando a todos los de la casa. Llegó Don Gonzalo,
persona sensata, y comprobó que no era la llama de los cirios lo que derretía
la pintura. Avisado su vecino, Don Juan de Tineo, entre los dos decidieron
mandar recado al autor del cuadro, Angelino Medoro, pintor italiano afincado en
Lima. Medoro tanteó con cuidado la pintura: solo traspiraban el cabello, la
cara y la barba, mientras que el resto permanecía seco.
Examinó la textura, buscó los olores de barniz, aceites o
pintura y sus conclusiones fueron que el líquido que rezumaba era de origen
misterioso y que no tenía nada que ver con su trabajo. Se volvió a los reunidos
en la capilla y les dijo: “Basándome en
mi experiencia y técnica del arte de la pintura, esto es una cosa sobrenatural
y milagrosa y considero la mayor de las fortunas que haya ocurrido en un cuadro
hecho por mí con tanto cuidado”.
Llegaron los jesuitas de San Pablo. Uno de ellos, usando un
algodón, secó el sudor y seco se mantuvo unos instantes, pero enseguida volvió
a rezumar. Hizo la prueba hasta en tres ocasiones, con el mismo resultado. Los
jesuitas decidieron cubrir el cuadro con un velo y avisar al Arzobispo, el cual
envió a su Vicario general y al Notario público de la audiencia real.
A pesar de la hora tan tardía, la noticia había corrido por
toda la ciudad y los limeños se dirigían apresuradamente hacia el domicilio de
los Maza. Hubo que ordenar el tráfico.
Se accedía por la puerta principal, se entraba a la capilla y se salía por la
puerta trasera. Las personas que así lo hacían, emocionadas, pasaban su mirada
del Ecce Homo, que continuaba traspirando, a Rosa que permanecía inmóvil y con
la cara transfigurada.
Se llamó a declarar a testigos oculares y todos confirmaron
los hechos del 15 de abril. La Iglesia no se pronunció oficialmente, pero los
fieles creyeron que era un auténtico milagro debido a las oraciones y la
presencia de Rosa.
Rosa permanecía en casa de los Maza, presa de un mal
desconocido, que le producía grandes dolores; no se quejaba y repetía: “mi Dios, mi Señor, mi Jesús, mi Esposo, y
mis amores, dadme dolores”.
Rosa se agrava; a las hijas les dice que sean buenas con
sus padres, a estos les emplaza a encontrarse con ella en el cielo; llama a los
cinco esclavos niños, que viven con la familia, para darles una bendición
especial, y diciendo: “Jesús, Jesús sea
conmigo” expira a las doce y cuarto de la madrugada.
Murió el 24 de agosto de 1617. Al amanecer, y desde aquella
casa, se la trasladó al convento de los dominicos. Las calles limeñas centrales
eran una sólida masa de humanidad. Todos querían ser portadores del cuerpo. Al
pasar por delante del palacio virreinal, se hizo un alto para que el virrey y
la virreina pudiesen arrodillarse rindiéndole homenaje. Se dice que Lima entera
olía a rosas.
La comunidad dominica, presidida por el Arzobispo, recibió
el cuerpo de Rosa en la puerta principal de la iglesia, que estaba ya llena de
una turba histérica e ingobernable. El cuerpo de Rosa ya no estaba cubierto por
el hábito, que se lo había ido arrancando la multitud, ávida de tener una
reliquia suya. Un jesuita cuenta que un amigo seglar pudo conseguir un dedo de
la mano porque se lo había arrancado de un mordisco. Como no se pudo
restablecer la calma, se llevó el cuerpo a la seguridad del claustro encerrándolo
en la sala capitular, de difícil acceso para los laicos. El funeral se pospuso
para el día siguiente, necesitando toda la noche para limpiar y poner orden en
el recinto.
Está enterrada en el convento limeño de los dominicos. Su
fama fue creciendo entre los peruanos que la consideraban ya una santa, pero
querían que lo fuese de manera oficial. Se presiona al Arzobispado de Lima, el
cual abre los preliminares del proceso, trasladándolo luego al convento
dominico de Santa Sabina en Roma. Don Gonzalo de la Maza todavía puede dejar su
testimonio antes de morir en 1628.
Cuenta la tradición que Clemente X se mostraba escéptico y
comentó “limeña, bonita y santa, ni
aunque llovieran flores”, y al momento cayó una lluvia de pétalos de rosa
sobre su escritorio. No había excusas para elevarla a los altares, y así lo
hizo el 15 de marzo de 1671.
En el solar de la casa de los Maza se construyó un convento
con iglesia; otra iglesia se construyó sobre la casa paterna.
Hay muchas mujeres que llevan su nombre, así como
innumerables iglesias y hasta pueblos. Se la ha declarado patrona de Lima, las
Américas y Filipinas. La Iglesia Católica había establecido su festividad el
día 30 de agosto, hasta la celebración del Concilio Vaticano II, que acordó que
las festividades de los santos se celebrasen el día de su muerte. Dado que el
24 de agosto ya se conmemoraba la fiesta de San Bartolomé, Pablo VI decidió que
la de Santa Rosa se celebrase el 23.
En Lima se sigue la tradición y se conserva la fecha del 30
de agosto, fiesta oficial en que participa toda la ciudad y las autoridades
salen a la calle para presidir los actos religiosos y lúdicos, porque además es
patrona de la policía limeña.
"Oh dulce martirio, que con harpón de fuego me ha
herido.
Corazón herido, con dardo de amor divino,
da voces por quién lo hirió, Purifica mi corazón.
Recibe centella de amor, para amar a su Creador.
Temor santo, amor puro, la vida es cruz.
!Oh dichosa unión¡ !abrazo estrecho con Dios¡".
sic (Rosa de Lima)