MEMORIA DE SANTA ROSA DE LIMA
Santa Rosa de Lima. Claudio Coello
Hoy,
la Iglesia Católica celebra la memoria de santa Rosa de Lima, primera mujer
canonizada en Latinoamérica, y primera también que lleva este nombre en el orbe
católico por la explicación que a continuación se da.
Parte
de este artículo se publicó ya en noviembre del año 2017:
La Rosa de Lima
Entre las miles de beatas que recorrían las calles del
Perú, ninguna causó mayor impacto entre la población como Isabel Flores de
Oliva.
Su padre, Gaspar Flores de la Puente (1525-1626), nacido en
Baños de Montemayor (actual provincia de Cáceres), era un hidalgo venido a
menos y que emigró a Perú donde se empleó como arcabucero de la guardia del
virrey. Tuvo varios empleos suplementarios para subvenir a las necesidades de
su numerosa familia, pero que no tuvieron éxito. En 1525-1527 se había casado
con María de Oliva Herrera, una criolla o mestiza (no se comprende por qué hay
tanto interés en ocultar si Rosa de Lima tenía o no sangre india). María cosía
y bordaba con primor y continuó haciéndolo después de casada como ayuda
familiar. Tuvieron 13 hijos, aunque algunos de ellos murieron en edad temprana.
Isabel fue la cuarta hija. La precedió un hermano, Hernando, con el que estuvo
muy unida y era su ayudante en todo cuanto le pedía.
Los Flores de Oliva eran una más entre las muchas familias
modestas que vivían en Lima y hubiesen continuado en el anonimato sin un hecho,
al que aquella sociedad tan religiosa y creyente en leyendas piadosas,
consideró milagroso. Un día, la pequeña Isabel dormía en su cuna y la joven
sirvienta india, que ayudaba en los trabajos domésticos, quiso ver como se
encontraba. Le retiró la sábana. ¡Quedó estupefacta! La niña lucía en cada
mejilla una rosa de vivos colores. Llamó a gritos a la madre, parientes y
vecinos. Todos consideraron aquella señal como una elección divina: el Señor la
había marcado con un atributo mariano: ‘rosa sin espinas’. La pequeña fue
conocida desde entonces como “’La rosa de Lima’.
A los 11 años, el obispo de Lima, Toribio de Mogrovejo (un
futuro santo que confirma a tres niños futuros santos), la confirmó con el
nombre de Rosa de Santa María. Ella no abandonó nunca la vida laica ni la casa
paterna, siendo una de las mujeres más respetadas e influyentes en la ciudad de
Lima.
Sus padres la querían casada y hasta le habían buscado un
novio rico, pero Rosa ya tenía hecho el voto de castidad. Se le aparecía el
demonio, la tentaba con el fin de apartarla del Divino Esposo, por lo que
extremó los ayunos, las mortificaciones y los cilicios; el permanecer despierta
por las noches para seguir rezando y ofreciendo sus sacrificios a Dios. Los
intentos de entrar en conventos resultaron fallidos por lo que comprendió que
el Señor la quería en una Orden como Terciaria. De muy joven había llevado el
hábito franciscano, pero lo cambió por el dominico, ya que era a Catalina de
Siena a quien quería imitar.
El marianismo estaba en pleno auge y, como ocurría en otras
partes del mundo, para ocupar ciertos puestos había que jurar que se creía en
el dogma de la Inmaculada Concepción, aunque este no se declarase de forma
oficial hasta siglos después. Rosa visitaba todos los días iglesias de
advocación mariana: la dominica de Nuestra .Señora del Rosario y otras dos
jesuitas, Nuestra Señora del Loreto y la de los Remedios. Eran sacerdotes de
estas órdenes los que la dirigían espiritualmente. Rosa era ‘camarera’ de estas
tres imágenes.
A fin de tener cierta independencia para recibir a sus
visitas, Hernando la ayudó a construir una especie de cabaña, hecha de adobe,
en un extremo del jardín. Dada la cercanía del río, la humedad y las plagas de
mosquitos eran constantes pero, cuando llegaban visitas, Rosa conminaba a los
molestos animalillos a que permaneciesen en las alturas para no picar a nadie.
Rosa hizo de su vida un eterno regalo a Dios. No solo fue
una mujer dedicada a rendirle culto, sino que tenía otras habilidades: pericia
para coser y bordar, sabía leer y escribir y poseía talento para la redacción.
Como Teresa de Ávila, escribía “coplas a
lo divino”. A través de sus escritos demuestra que tenía mucho conocimiento
de Dios, una especie de iluminación de lo alto. Sus confesores decían que era
muy docta y que, por lo que había escrito, tenía una formación muy especial.
Fue una revolucionaria en su tiempo porque era autónoma, es decir, sabía tomar
sus propias decisiones.
Rosa tenía un gran carisma religioso. En su cabaña recibía,
por separado, a dos generaciones: madres e hijas. Las señoras iban a visitarla
y la habían convertido en su mentora; permanecían horas con ella, embelesadas,
oyéndola hablar. La invitaban a pasar temporadas en sus lujosas casas, a ir con
ellas en sus carrozas a la iglesia y a hacer visitas a amistadas y enfermos.
Era un honor y un privilegio que Rosa aceptase y se convirtiese en su amiga.
Los esposos de estas damas recibían sus palabras y consejos como norma de vida.
El trato con la aristocracia limeña le dio una aceptación y respetabilidad que
no le correspondía por su propio estatus.
A las jóvenes, cuyas madres las habían puesto bajo su guía,
las recibía otro día junto con sus sirvientas, y, aparte de sus pláticas
espirituales, les enseñaba a coser y bordar; ella misma lo hacía para vender
sus trabajos y ayudar a la familia. Con las jóvenes se divertía de “manera honesta”: tocaban la guitarra,
cantaban… Algunas de sus seguidoras tomaron los hábitos.
Pasa gente cerca de su cubículo, y se para a verla, igual
que cuando va por la calle. Todos son atendidos por igual: pobres y ricos,
laicos y clérigos. Le entregan ropa y cuantiosos donativos, que ella emplea
adecuadamente socorriendo a los necesitados.
Sabiendo cómo era la Inquisición, Rosa pidió a sus
oficiales que examinasen su doctrina para corregir cualquier error, si lo
hubiese, antes de emprender ninguna enseñanza.
Rosa tenía mucha influencia sobre dos órdenes religiosas:
los jesuitas y los dominicos; hombres que dirigían a teólogos y a confesores de
fieles de la alta sociedad, la seguían a ultranza y declararon a favor de su
santidad en el proceso de beatificación.
Meses antes de su muerte, se produjo un extraño suceso que
el pueblo consideró un milagro suyo y la veneró aún más.
En la noche del 15 de abril de 1617, Rosa se hallaba
hospedada en la casa de Don Gonzalo de la Maza. Llegada la noche, la esposa,
Doña María de Uzátegui, empezó a preparar la capilla privada para la plegaria familiar
nocturna en la que se reunían el matrimonio, los hijos, sirvientes y esclavos.
Rosa se postró de rodillas ante el altar, presidido por un lienzo del Ecce
Homo, y cayó en trance; nadie fue capaz de sacarla de él durante el trascurso
de los hechos.
De repente, una de las hijas observó que la imagen de
Cristo empezaba a traspirar. Corriendo fue a avisar a su madre y la esclava que
la ayudaba dio grandes voces llamando a todos los de la casa. Llegó Don
Gonzalo, persona sensata, y comprobó que no era la llama de los cirios lo que
derretía la pintura. Avisado su vecino, Don Juan de Tineo, entre los dos
decidieron mandar recado al autor del cuadro, Angelino Medoro, pintor italiano
afincado en Lima. Medoro tanteó con cuidado la pintura: solo traspiraban el
cabello, la cara y la barba, mientras que el resto permanecía seco.
Examinó la textura, buscó los olores de barniz, aceites o
pintura y sus conclusiones fueron que el líquido que rezumaba era de origen
misterioso y que no tenía nada que ver con su trabajo. Se volvió a los reunidos
en la capilla y les dijo: “Basándome en
mi experiencia y técnica del arte de la pintura, esto es una cosa sobrenatural
y milagrosa y considero la mayor de las fortunas que haya ocurrido en un cuadro
hecho por mí con tanto cuidado”.
Llegaron los jesuitas de San Pablo. Uno de ellos, usando un
algodón, secó el sudor y seco se mantuvo unos instantes, pero enseguida volvió
a rezumar. Hizo la prueba hasta en tres ocasiones, con el mismo resultado. Los
jesuitas decidieron cubrir el cuadro con un velo y avisar al Arzobispo, el cual
envió a su Vicario general y al Notario público de la audiencia real.
A pesar de la hora tan tardía, la noticia había corrido por
toda la ciudad y los limeños se dirigían apresuradamente hacia el domicilio de
los Maza. Hubo que ordenar el tráfico.
Se accedía por la puerta principal, se entraba a la capilla y se salía por la
puerta trasera. Las personas que así lo hacían, emocionadas, pasaban su mirada
del Ecce Homo, que continuaba traspirando, a Rosa que permanecía inmóvil y con
la cara transfigurada.
Se llamó a declarar a testigos oculares y todos confirmaron
los hechos del 15 de abril. La Iglesia no se pronunció oficialmente, pero los
fieles creyeron que era un auténtico milagro debido a las oraciones y la presencia
de Rosa.
Rosa permanecía en casa de los Maza, presa de un mal
desconocido, que le producía grandes dolores; no se quejaba y repetía: “mi Dios, mi Señor, mi Jesús, mi Esposo, y
mis amores, dadme dolores”.
Rosa se agrava; a las hijas les dice que sean buenas con
sus padres, a estos les emplaza a encontrarse con ella en el cielo; llama a los
cinco esclavos niños, que viven con la familia, para darles una bendición
especial, y diciendo: “Jesús, Jesús sea
conmigo” expira a las doce y cuarto de la madrugada.
Murió el 24 de agosto de 1617. Al amanecer, y desde aquella
casa, se la trasladó al convento de los dominicos. Las calles limeñas centrales
eran una sólida masa de humanidad. Todos querían ser portadores del cuerpo. Al
pasar por delante del palacio virreinal, se hizo un alto para que el virrey y
la virreina pudiesen arrodillarse rindiéndole homenaje. Se dice que Lima entera
olía a rosas.
La comunidad dominica, presidida por el Arzobispo, recibió
el cuerpo de Rosa en la puerta principal de la iglesia, que estaba ya llena de
una turba histérica e ingobernable. El cuerpo de Rosa ya no estaba cubierto por
el hábito, que se lo había ido arrancando la multitud, ávida de tener una
reliquia suya. Un jesuita cuenta que un amigo seglar pudo conseguir un dedo de
la mano porque se lo había arrancado de un mordisco. Como no se pudo
restablecer la calma, se llevó el cuerpo a la seguridad del claustro
encerrándolo en la sala capitular, de difícil acceso para los laicos. El
funeral se pospuso para el día siguiente, necesitando toda la noche para
limpiar y poner orden en el recinto.
Está enterrada en el convento limeño de los dominicos. Su
fama fue creciendo entre los peruanos que la consideraban ya una santa, pero
querían que lo fuese de manera oficial. Se presiona al Arzobispado de Lima, el
cual abre los preliminares del proceso, trasladándolo luego al convento
dominico de Santa Sabina en Roma. Don Gonzalo de la Maza todavía puede dejar su
testimonio antes de morir en 1628.
El 15 de abril de 1668 es beatificada por Clemente IX.
Cuenta la tradición que Clemente X se mostraba escéptico y
comentó “limeña, bonita y santa, ni
aunque llovieran flores”, y al momento cayó una lluvia de pétalos de rosa
sobre su escritorio. No había excusas para elevarla a los altares, y así lo
hizo el 15 de marzo de 1671.
En el solar de la casa de los Maza se construyó un convento
con iglesia; otra iglesia se construyó sobre la casa paterna.
Hay muchas mujeres que llevan su nombre, así como
innumerables iglesias y hasta pueblos. Se la ha declarado patrona de Lima, las
Américas y Filipinas. La Iglesia Católica había establecido su festividad el
día 30 de agosto, hasta la celebración del Concilio Vaticano II, que acordó que
las festividades de los santos se celebrasen el día de su muerte. Dado que el
24 de agosto ya se conmemoraba la fiesta de San Bartolomé, Pablo VI decidió que
la de Santa Rosa se celebrase el 23.
En Lima se sigue la tradición y se conserva la fecha del 30
de agosto, fiesta oficial en que participa toda la ciudad y las autoridades
salen a la calle para presidir los actos religiosos y lúdicos, porque además es
patrona de la policía limeña.
"Oh dulce martirio, que con arpón de fuego me ha
herido.
Corazón
herido, con dardo de amor divino,
da voces por
quién lo hirió, Purifica mi corazón.
Recibe centella de amor, para amar a su Creador.
Temor santo, amor puro, la vida es cruz.
!Oh dichosa unión¡ !abrazo estrecho con Dios¡".
sic (Rosa de Lima)
qqq
En
el Ayuntamiento de Valencia existe una capilla, ahora dedicada a celebrar
exposiciones, cuya descripción literal sacamos de la web de dicho ayuntamiento:
CASA CONSISTORIAL Y SU ENTORNO URBANÍSTICO
HISTORIA:
Ocupa una manzana de una extensión de 6.173 m2. El área recayente a las
calles del Arzobispo Mayoral y de la Sangre integra el edificio de la Real Casa
de Enseñanza, parcialmente edificada sobre terrenos de la extinta Archicofradía
de la Sangre, de la que se conserva la portada de su derribada iglesia. La
fachada principal y toda el área de ampliación que comprende, más diversas
dependencias interiores, con el Salón de Fiestas, Consistorio, escalera
principal, salón acristalado, etcétera, han ido añadiéndose a la aludida Casa
de Enseñanza entre 1915 y 1942.
Esta edificación fundada por el arzobispo Don Andrés Mayoral como centro
docente de niñas, fue construida entre 1758 y 1763, y se ordena en torno a un
bello patio claustral de orden toscano de tres plantas, con ocho vanos por
crujía en los dos primeros pisos, y doble número de ventanales en el piso
superior, formando elegante “logia” unos y otros, dispuestos entre sencillas
pilastras. Sobre el andito de la cornisa del primer piso corre una barandilla
de hierro, formando una galería volada. La sobriedad típicamente neoclásica de
este patio resulta muy afectada en la actualidad al habérsele añadido
modernamente el cuerpo de edificio que forma el garaje y el consistorio, no
atenuando apenas la desarmonía de tales aditamentos con la adecuación de sus
fachadas al orden arquitectónico imperante en el resto del claustro, que
perdió, con tal motivo, la fuente y jardín que lo embellecían.
La crujía sur recayente a este patio por el interior y a la calle de
Periodista Azzati por fuera, se halla parcialmente ocupada por la antigua
iglesia de la Real Casa de Enseñanza, dedicada a Santa Rosa de Lima. De esta
capilla se conserva íntegramente su sencilla fachada con entrada por la calle
de Arzobispo Mayoral, y las pinturas murales de la bóveda, pero no así los
altares, retablos y demás accesorios propios de un templo, que fueron
desmontados al construir un piso intermedio a la altura del nivel del coro con
la finalidad de habilitar dos recintos, la llamada Sala Foral del Archivo Museo
Histórico en la planta resultante, y las Salas de Exposiciones de éste último,
al nivel del piso antiguo de la iglesia. La aludida fachada se sitúa en el extremo
derecho de la fachada de la calle Arzobispo Mayoral e integra en un doble
cuerpo el vano adintelado de la puerta –cuyos batientes conservan las planchas
de latón dorado, que el tiempo ha patinado, adornada con bellos burilados de
estilo rococó- y el vano del ventanal que daba luz al coro, sobre clásico
entablamento toscano denticulado y flanqueado por acanaladas pilastras de orden
jónico adornadas con volutas; el conjunto se corona con clásico frontón,
también denticulado, adornado con bolas en las vertientes.
Al franquear la portada se accede a un breve atrio o “hall” –tal es el
efecto logrado tras la transformación de esta iglesia- cuya bóveda rebajada
sustenta el antiguo coro, de aquí se pasa al resto de la antigua nave,
habilitada actualmente como Sala de Exposiciones según queda dicho, dividida en
cinco compartimentos sobriamente decorados con mármoles en zócalos y pilastras
angulares. La susodicha transformación de la iglesia de Santa Rosa determinó
desmontar los ocho altares laterales, con sus correspondientes retablos, y todo
el presbiterio. Las pinturas que adornaban las hornacinas de aquéllos se
conservan depositadas en dependencia aneja y se encuentran en buen estado.
Representan los desposorios místicos de Santa Catalina Mártir, el martirio de
Santa Lucía, la presentación de la Virgen en el templo, Inmaculada y San Miguel
Arcángel (que eran las que adornaban los altares del lado izquierdo o del
Evangelio) y San Francisco de Sales dando la Regla a Santa Juana Francisca
Fremiot, Santa Ana dando lección a la Virgen, desposorios de San José y la
Virgen, y Calvario (que eran las pinturas de los otros cuatro altares). Todos
estos lienzos miden 3’30 por 1’92 metros. Y se atribuyen a José Vergara, autor
de los frescos de la misma iglesia, de calidad tal vez ligeramente superior.
Settier y Cruilles suponen que fue Luis Planes en realidad el autor de los
citados óleos.
El altar Mayor estaba formado por un retablo de orden corintio, de madera
dorada, en cuya hornacina figuraba la imagen de Santa Rosa de Lima entre
ángeles mancebos. En los extremos de dicho retablo se hallaban las imágenes, en
madera policromada, de San Andrés Apóstol y Santo Tomás de Villanueva,
emplazadas en la actualidad justo arriba, en la llamada Sala Foral, levantada
según se ha dicho, al nivel del piso del coro. De estas imágenes atribuidas a
Ignacio Vergara, dijo Elías Tormo ser “de lo mejor y más admirable de la
escultura valenciana del setecientos, a la altura de lo de Villabrillo, Carmona
o Salzillo”.
Además de haberse desmontado los citados altares por el referido motivo, la
adaptación de dicha iglesia conllevó la desaparición de las pilastras,
cornisamentos y zócalos que decoraban los paramentos de la nave, así como las
tribunas con celosías, apeadas sobre finas ménsulas de estilo rococó, estilo
que a pesar del impulso neoclásico de la iglesia y resto del edificio pervive
también en las molduras que encuadran los ventanales de aquélla. Como queda
indicado, se conserva íntegramente la bóveda de cañón con lunetos, de la nave,
y la bóveda vaída del presbiterio, con las pinturas al fresco que decoran una y
otra.
La tonalidad blanca de las paredes, las cintas grises que subrayan las
aristas de los lunetos o de los arcos fajones y la rutilante pintura al fresco
de José Vergara, permiten intuir el grato efecto que debía producir la visita
de esta capilla, de tan lograda unidad de estilo como equilibrada y elegante
sobriedad. El medio punto, algo peraltado, del testero representa un
frontispicio con simulado ventanal ovalado. Flanqueado por las figuras
alegóricas de la disciplina con libros y azotes, acompañada de un eros niño, y
la religión, también, con libro y una lucerna, acompañada por una grulla,
símbolo de la vigilancia. La bóveda vaída se decora con una bella composición
en la aparece Santa Rosa de Lima, arrodillada a los pies de la Virgen a quien
presenta un grupo de niñas educandas de la Casa Enseñanza. En distintos planos
aparecen sobre nubes, el Padre Eterno, el Espíritu Santo y diverso número de
ángeles. Circunda esta celeste composición una balaustrada bajo la cual, en los
cuatro ángulos de la bóveda, aparecen cuatro alegorías con diversos atributos y
cuyas respectivas cartelas nombran “El piadoso celo” –el anciano con ardiente
corazón en la mano-, “La educación espiritual” –la matrona con un libro y un
sol-, “La perfecta enseñanza” –la matrona con un cesto de labores y los
correccionales azotes- y “El beneficio común” –mancebo con cornucopia
desbordada de tesoros- completándose así un bello conjunto perfectamente
programado en torno a la finalidad docente de la Fundación del Arzobispo Andrés
Mayoral, cuyo escudo, por cierto, figuraba sobre el entablamento del retablo
del altar mayor.
La bóveda de cañón aparece dividida en tramos, a los que corresponden
sendos rondos puros alternados con otros de puntas, a modo de medallones,
pintados al fresco, por el propio José Vergara. El primer rondo (empezando por
el más inmediato a la precitada composición) representa la aparición de Cristo
abrazado a la cruz a Santa Rosa; en el segundo figura dicha santa coronando al
niño Jesús, que le llama “esposa”, con unas rosas; en el siguiente, el niño
Jesús, en brazos de la Virgen la bendice; el siguiente rondo muestra como la
santa cae desvanecida al aparecérsele la Virgen; en el último óvalo grande ,
sobre el coro, se representa el desposorio místico de Santa Rosa de Lima con el
niño Jesús en presencia de la Virgen. Todas estas pinturas se caracterizan por
la corrección típicamente académica del dibujo, los valientes escorzos, la
claridad de la gama cromática y la elegancia de las actitudes de las figuras.
Fuera de la iglesia y el patio, la antigua Real Casa Enseñanza ostenta toda
su severidad arquitectónica, algo monótona, a lo largo de la amplia fachada
recayente a la calle dedicada precisamente a Mayoral, el arzobispo fundador.
Severidad que la larga teoría de ventanas con rejas y algún balcón, en sus tres
plantas y ático, contribuye a resaltar. En esta fachada, y no lejos de la
puerta de la excapilla de Santa Rosa, se halla una lápida decorada con un
retrato femenino en relieve y la siguiente inscripción: “A la eminente pedagoga
María Carbonell y Sánchez. Hija predilecta de la ciudad. Valencia para su
memoria MCMXV”. Lo que explica por estar aquí mucho tiempo establecida la
escuela normal de Magisterio.
Por otra puerta recayente a esta misma fachada se pasa a una escalera cuya
restauración, zócalos y paneles de azulejería valenciana, modernamente
añadidos, barandal de madera, etc., le prestan especial carácter. A través de
esta escalera se accede por el primer piso a dos estancias de relativo interés,
la actual oficina de actas, por conservarse en su techo una alegoría de la
“noche”, pintada al temple por José Brel; la otra sala es el antiguo
consistorio, con artesonado de molduras de escayola y reminiscencias académicas
en su trazado, todo proyectado en 1905 por el arquitecto Ángel Barbero. En
oficina decórase el techo con otra alegoría al temple “el día” de José Brel.
La fachada de la calle de la Sangre muestra la portada principal,
adintelada, de lo que fue gran centro docente, espléndidamente dotado por su
fundador. Se corona con artístico escudo prelacial de Mayoral y todavía la
inscripción “Real Casa Enseñanza de niñas y colegio de educandas”. Dicha puerta
aparece cerrada por verja de hierro, ochocentista, con escudos de la ciudad.
Otra puerta de parecidas características a ésta, pero practicable, existe en
esta misma fachada, a la izquierda, y es la de la desaparecida iglesia de la
Archicofradía de la Sangre, de la que sólo subsiste este vestigio. Al
presbiterio de la citada iglesia abría coro y tribuna de la Casa de Enseñanza,
así como una verja en la planta baja para comulgatorio; ello en virtud de la
venta que hizo la citada Archicofradía del “Parador de la Sang”, sobre cuyo
solar se edificó parte del colegio de niñas que su fundador denomina “Doncellas
de distinguit naiximent” en cláusulas fundacionales. Al tiempo, pues, de su
construcción se integró en la propia fachada que comentamos la puerta de la
iglesia de la Sangre, resultando un conjunto sobriamente neoclásico, pero con
cierto aliento, destacando en el alto zócalo de piedra, las seis pilastras del
llamado orden “gigante” (por salvar en este caso las tres plantas sin
establecer dimensiones intermedias) y cornisamento denticulado. Dichas
pilastras, discretamente realzadas del muro, enmarcan cinco balcones en planta
principal; de mayores proporciones los situados sobre las antedichas portadas.
El balcón situado sobre la puerta aludida de la antigua Casa Enseñanza ostenta
todavía la inscripción “Ayuntamiento” por haber servido de balcón principal
antes de la construcción de la moderna fachada recayente a la plaza. El vano se
adorna con sencillas volutas apenas realzadas. El del otro gran balcón, situado
sobre la puerta de la desparecida iglesia de la Sangre, se decora con pilastras
jónicas acanaladas. Por este tramo de fachada un tímpano suavemente curvo, con
dentículos corona todo el cornisamento.
Con motivo del estado ruinoso en que se hallaba la histórica Casa de la
Ciudad, situada junto al Palacio de la Generalidad, en 1854 solicitó el
Ayuntamiento autorización para trasladarse “provisionalmente” a la Casa
Enseñanza del arzobispo Mayoral, “sin que afectara el traslado lo más mínimo a
ninguna clase de enseñanzas establecidas allí”. El 26 de mayo de dicho año se
celebraba ya la primera sesión, sin que desde el principio se planteara la
necesidad de edificar una sede municipal propia. Contrariamente se codició de inmediato
la posesión de aquel edificio, si amplio, no del todo apropiado a su nuevo y
forzado destino. Tras varias vicisitudes y reclamaciones, al año siguiente se
consumaba ya el desahucio presentado a la comunidad que regía al colegio de
niñas y en 1856 se instalaban todas las dependencias municipales en el piso
principal y la planta baja recayente a la calle de la Sangre. Al poco, en 1864
concretamente, se hizo entrega al Ayuntamiento, por orden del gobernador, de
los bienes de esta fundación, convertidos en títulos de la deuda consolidada,
por la Ley de desamortización de 1885; si bien no obtuvo la corporación
municipal el pleno y absoluto dominio de la Casa de Enseñanza.
A fin de paliar en lo posible la falta de espacio, ya en 1875 se acordó
iniciar un proyecto de casa consistorial que debía construirse en los solares
del derribado convento de Santa Tecla o en el exconvento de San Francisco, a la
sazón cuartel de caballería. Frustrados estos planes, y ante la conveniencia de
seguir usufructuando la Casa de enseñanza, en 1904 la corporación municipal
encargó a su arquitecto Carlos Carbonell proyecto de construir una nueva ala de
edificio recayente a la plaza de San Francisco. Ello venía urgido no sólo por
la ampliación que de ellos se derivase sino por la necesidad de dotar de una
fachada digna a dicho tramo, muy afectados por el derribo del convento de San
Francisco. Sobre la base de limitar el presupuesto hasta la cornisa general,
sin incluir obras del interior ni las torres y los cuerpos altos, el citado
Carlos Carbonell y Francisco Mora Berenguer presentaron detallado “pliego de
condiciones facultativas –con fecha de 29 de octubre de 1905- que debería regir
en la ejecución de las obras de ampliación de la casa consistorial de Valencia,
con fachada recayente a los jardines de San Francisco”. Al día siguiente se
colocaba ya la primera piedra.
En la referida fachada hay que distinguir el bloque de edificio
propiamente, constituido por planta baja y dos pisos, según diseño de Carlos
Carbonell, y el conjunto que forman las torres angulares, la torre del reloj y
los dos cubos que la flanquean, algo pretencioso, conforme al proyecto de
Francisco Mora Berenguer, incorporado individualmente a estas obras a partir de
1924. La fachada en cuestión se ordena en torno a un cuerpo central que engloba
la puerta principal, los dos cuerpos salientes con sus respectivas puertas a
cada lado de aquélla, sendas alas de tres ventanales por lado, con tímpano los
de la planta noble y simplemente adintelados los del segundo piso, y las torres
circulares a los extremos. Sobre la puerta principal se abre un arco en cuyas
enjutas figuran alegorías de mármol, en medio relieve, de la administración y
la justicia, obra de Mariano Benlliure, autor asimismo del grupo en bronce del
escudo municipal sustentado por dos desnudos femeninos de mármol que simbolizan
las artes y las letras, conjunto todo que realza notoriamente esta parte de la
fachada. En 1967 fue modificado parcialmente el citado arco, que hubo de ser
elevado al adicionar el gran balcón de piedra.
Los cuerpos algo salientes que flanquean el citado tramo central se adornan
con cuatro grandes columnas pareadas de orden corintio cuyos fustes se adornan,
en su tercio inferior, con cartelas y amorcillos esculpidos por Ricardo
Tárrega. Dichas cuatro columnas sustentan, sobre sendos pedestales, otras
cuatro grandes estatuas de mármol, exentas, que simbolizan las virtudes
cardinales, siendo de Carmelo Vicent “la Justicia” y “la Prudencia”, y de
Vicente Beltrán “la Fortaleza” y “la Templanza”. Estos dos cuerpos se elevan
ligeramente a modo de torres, coronándose las respectivas terrazas por
balaustradas con pináculos, que centran el escudo de armas de la ciudad. A uno
y otro lado de ambas elevaciones destaca sobremanera la torre-reloj, demasiado
alta quizá, formada por tres cuerpos y coronada por carillón sobre metálico
armazón que fue inaugurado el 12 de marzo de 1930.
El resto de la fachada, limitado por los antedichos cuerpos ligeramente
salientes y las torres de los extremos, se inspira en la arquitectura clásica
del renacimiento sin caer en los excesos neobarrocos de aquellas otras partes.
Cada ala se estructura sobre un alto zócalo de piedra de mármol y paramento
almohadillado en el resto de la planta baja, dividiéndose las otras dos plantas
por tres pilastras de estilo corintio que enmarcan otras tantas ventanas,
coronadas las del piso principal por frontones clásicos, según quedó indicado.
Sobre la cornisa, una balaustrada corrida con obeliscos sirve de enlace entre
este cuerpo y las dos plataformas de ambos lados de la torre central. Las
torres angulares, de planta circular, se cubren por características cúpulas,
muy peraltadas, de refulgente color cobrizo por el reflejo metálico de sus
tejas imbricadas.
Paralelamente, y con parecida lentitud, se fueron construyendo costosas
obras interiores afectadas las mas de parigual pretenciosa suntuosidad, así la
gran escalinata, cuyo proyecto es de fines de 1924; el salón de fiestas, que
fue inaugurado por Alfonso XIII el 15 de octubre de 1929; el consistorio, los
despachos del alcalde, secretario general y saloncito “pompeyano”; salón de la
“chimenea”, antesalas, escalera secundaria, diversas obras de enlace con el
antiguo edificio, etcétera.
La susodicha escalinata se construyó lujosamente con mármoles de Italia, en
estilo neoclásico. Durante la guerra fue dañada por la explosión de una bomba;
posteriormente, en 1941, se colocó sobre el rellano la imagen marmórea del
sagrado corazón, obra de Ramón Mateu.
El consistorio, de planta semicircular y por ello también llamado
“hemiciclo”, consta de estrado para la presidencia, graderío capaz para 109
asientos, y tribunas para el público. Las columnas y pilastras son de granito
pulimentado procedente de Alemania, con aplicaciones ornamentales de bronce. Las
portadas y el testero son de mármol de Italia. En sendos mediopuntos situados
sobre dichas portadas figuran alegorías de Valencia, pintadas por Luis Dubon,
en estilo “art decó”. El retrato al óleo de Juan Carlos I, pintado en 1976 por
Alex Alemany, preside este salón. En la antesala, y colocado bajo un dosel, se
conserva el lienzo de Jaime el conquistador pintado por Bernardino Alzamora en
1631.
El salón de fiestas ocupa una superficie de 22’60 metros de largo por 10
metros de ancho y se cubre por bóvedas de cañón con lunetos. Las vidrieras
polícromas de los ventanales tamizan suavemente la iluminación del local,
suntuosamente decorado con dos arañas de cristal de Bohemia, talla dorada,
relieves, consolas, etcétera. Destacan los tres plafones elípticos de la bóveda
pintados al óleo por Salvador Tuset. Representan alegorías de la tierra, el
cielo y el mar valencianos, de colorido muy vivo.En las enjutas de los seis
arcos laterales hay doce relieves de mármol de decorativos desnudos femeninos o
masculinos; los cuatro del fondo obras de Vicente Beltrán, los cuatro del
centro de Carmelo Vicent , los cuatro primeros realizados por Enrique Giner,
los de la derecha y los de la pared opuesta por Vicente Coret. Sobre el
cornisamento figuran seis representaciones heráldicas de la ciudad de Valencia,
y más arriba, en sendas cartelas se leen en letras doradas los nombres de Pedro
el grande, san Vicente Ferrer, Ausias March, Luis Vives, Gilabert Jofre y Juan
de Juanes.
Cuando acabaron estas obras se procedió a la habilitación ya apuntada, de
la iglesia de Santa Rosa, como Archivo-Museo Histórico, cuyas instalaciones
fueron inauguradas en 1935. Se exhiben en dicho museo documentos tan preciados
para la historia de Valencia como el códice “Dels furs” recopilado en 1329, el
códice del “Consolat del mar” con bellas miniaturas de Domingo Crespi
realizadas en 1407; el “penó de la conquesta”, la “real senyera”, el plano
delineado por el P. Tosca en 1704, la famosa “Taula de canvis”, la tabla del
juicio final procedente de la antigua capilla de los jurados (atribuida Vrancke
van der Stock, discípulo de Van der Weyden), determinados recuerdos del rey Don
Jaime, la llave musulmana de la ciudad, banderas gremiales, etcétera. Además el
archivo histórico propiamente dicho, con centenares de series completas de
documentos como “Manuals de concells”. El primero de los cuales data de 1306,
libros de clavería, de protocolos, de fábrica de murs e valls, cridas, cartas
misivas, etc. En 1958 fue concluida la espléndida decoración mural realizada
por Ramón Stolz Viciano en la salita del códice “Dels furs”, con representación
de los reyes de Valencia, Jaime el conquistador, Pedro I el grande, Alfonso I
el franco, Jaime II el justo, Pedro II el ceremonioso, Juan I el cazador,
Martín el humano y Alfonso III el magnánimo. Además, un caballero del siglo XV
enarbolando la senyera y un espacioso panel en el que se representa con mucha
propiedad el gesto memorable en que Francisco Vinatea protesta ante el rey
Alfonso II el benigno, por el contrafuero urdido por su esposa Leonor de
Castilla. El artesonado de esta salita, inspirado en los de estilo mudejar, fue
labrado por José Sanmartín, y los motivos heráldicos, deducidos de las “trobas”
del pseudo-febrer, fueron pintados por Francisco Baró. Trasladada la biblioteca
y hemeroteca que ocupaban el piso superior al nuevo edificio de la plaza de
Maguncia, salvo la biblioteca legada por José E. Serrano Morales, que permanece
“in situ”, hay que señalar muy particularmente los fondos arqueológicos
depositados en la planta baja, con elementos procedentes de excavaciones
practicadas en la ciudad o pertenecientes a la colección Martí Esteve,
constituida por numerosísimas series de objetos de muy heterogénea condición,
como medallas, monedas, planchas de cobre, grabados, armas, exvotos ibéricos,
tanagras y vasijería helenísticas, cobres y tablas pintadas, etcétera. En la
sala de exposiciones figura el mosaico de la medusa gorgona, descubierto en
1949 en la calle del Reloj Viejo, y un sepulcro de piedra, anepígrafo, procedente
de la necrópolis paleocristiana de la Boatella.
Ello y el conjunto de obras de arte propiedad del Ayuntamiento de Valencia,
cuya relación más o menos detallada e inventariada fue publicada en 1958,
imposible de resumir en unas líneas, ha planteado la necesidad de agrupar esta
colecciones con vistas a la formación de determinados museos.
Especialmente vinculados al Ayuntamiento de Valencia son los objetos
artísticos que pudieron salvarse cuando el derribo de la antigua Casa de la
Ciudad, así hay que citar el artesonado del “Saló daurat”, ricamente labrado en
madera dorada y policromada a principios del siglo XV, que fue trasladado al
salón del edificio del consulado de la Lonja, donde se conserva también el
lienzo exvoto del que representa “Los jurados de Valencia arrodillados ante la
Purísima”, pintado en 1662 por Jerónimo Jacinto de Espinosa, pintor valenciano
del que el Ayuntamiento conserva otras pinturas. En la misma Lonja se conserva
un cancel de hierro forjado con relieves platerescos y las armas de la ciudad,
procedente de aquella histórica casa. De la capilla de los Jurados, además de
la citada tabla del juicio final, se conservan unos medios puntos que
representan un apostolado pintado por Miguel Esteve y Miguel de Prado hacia
1519, así como otras pinturas de Sarinyena, Agustín Ridaura, etcétera. También
se conserva alguna pintura de Joan de Joanes, si no de él mismo, como la
Sagrada Familia que hay en el “salón de la chimenea” y la de Ribalta, varios
lienzos de Vicente López, Joaquín Sorolla “Mi familia” y “Mi jardín” –Manuel
Benedito- retrato de Sorolla; Stolz Viciano “retrato de Mariano Benlliure” e
infinidad de cuadros de pintores valencianos modernos. Hay también esculturas
de Ignacio Vergara, José Esteve, José Capuz, Gutierrez Frechina, Vicente
Navarro, Prudencio Marín, Ramón Mateu, Octavio Vicent, Ciriaco, Silvestre de
Edeta, Alfonso, etcétera.
Finalmente para aprovechar el solar resultante del derribo, en tiempo de la
guerra, de la iglesia de la Sangre, el Ayuntamiento, adquirió de la archicofradía
de la Santísima Sangre, adscrita a la parroquia de San Agustín y Santa
Catalina, dicho terreno por 700.000 pesetas, según escritura firmada el 21 de
mayo de 1942. El propio Mora Berenguer dirigió la construcción de un amplio
semisótano -de 1.180 metros cuadrados- en la parte recayente a dicha calle de
la Sangre, donde se instaló con gran holgura la caja blindada de la tesorería
municipal, caldera para la calefacción y refrigeración, archivo de Depositaría
e Intervención, y otros servicios.
En la planta baja, con entrada por la que había sido de la iglesia de la
Sangre, el citado Mora construyó el llamado patio acristalado, amplia estancia
de planta rectangular y dos pisos, circundado por las oficinas de depositaría,
contaduría, intervención, plusvalía y otras oficinas abiertas al público a
manera de un banco o local destinado a pagos y cobros. Recibe iluminación
cenital por gran claraboya de cristales que componen, al centro, el escudo de
la ciudad. Aunque funcional, resulta una estancia de cierto efecto por el
revestimiento de mármoles en mostradores y pilares. Estas obras concluyeron en
1952.
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Santa
Rosa de Lima fue proclamada excelsa patrona de Lima, del Perú en 1669, del
Nuevo Mundo y las Filipinas en 1670. Además, es patrona de institutos
educativos, policiales y armados de Venezuela, Policía Nacional de la República
del Perú, Policía Nacional del Paraguay y las Fuerzas Armadas argentinas. En
virtud de la enfermedad que le produjo la muerte, es santa patrona de los
tuberculosos. Es llamada por los niños santa Rosita.
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