Thomas Becket (1118-1170)
Canciller,
Arzobispo, Mártir
A mi hijo Boro
“El celo por tu Casa me devora”.
Jn 2, 17
“Todo cargo lleva aparejada una carga”.
Magdalena Sofía Barat, Fundadora
La Edad
Media es el período de la formación de las naciones Europeas cristianas, se
produce por la invasión del continente por tribus procedentes de Asia. Los
nuevos pueblos se cristianizan no solo como individuos sino
como sociedad: instituciones políticas y sociales. La nueva Iglesia va formando
y conformando a las recientes naciones.
La Edad Media es un período de tiempo
que dura desde el siglo V hasta el siglo XV. Este es el momento en que empieza
el Renacimiento: “El hombre se convierte
en medida de todas las cosas”.
En este período surge esa maravilla que
es el estilo románico, cuyas iglesias mantienen todavía el ábside mirando a
Jerusalén. También de esta época es la expresión “toquemos madera”. El hombre medieval defiende su cuerpo con
armaduras y cotas de malla. Como tiene la costumbre de santiguarse antes de que
empiece la batalla, deja al descubierto la axila, lugar fácil para la flecha
enemiga, con lo cual sustituyen este gesto por el de tocar la madera de la
montura de su caballo, en recuerdo de que fue también de madera la cruz de
Cristo.
En el año 33 dC, Jesús de Nazaret es
crucificado ateniéndose a las leyes judías. En el año 67 se crucifica a Simón
Pedro por ir contra las leyes romanas. Poco a poco, tanto la Iglesia Oriental
como la Occidental o Latina, van elaborando documentos escritos que contienen
las normas por las que deben regirse en todo el mundo. Este corpus de leyes, recomendaciones,
advertencias, prohibiciones, etc., se llama Código Canónico, cuya última
revisión tiene fecha de enero de 1983.
BECKET
Se
cuenta que un día el papa Gregorio El Magno (590-604) se paseaba por el mercado
romano. En el terreno dedicado a la venta de esclavos vio un grupo de
adolescentes que le llamó la atención por tener los cabellos y los ojos claros.
-“¿Quiénes son estos?” –preguntó.
-“Son anglos, santidad” –le contestaron.
-“Desde ahora, estos “angli” serán “angeli”.
El papa
busca a Agustín, abad de la Abadía benedictina de San Andrés en Roma, y junto a
cuarenta monjes benedictinos los envía a Inglaterra con intención de evangelizar
a los habitantes de aquel país.
A su llegada, el monje Agustín funda la Abadía de Canterbury –que se encuentra
en el condado de Kent- y luego construye la catedral del mismo nombre.
Posteriormente se convertirá en sede del Primado de la Iglesia Católica y
actualmente de la Iglesia Anglicana.
Después del desastroso
incendio de 1174, que destruyó el
extremo oriental de la catedral, durante la gestión de Ricardo de Dover, Guillermo de Sens reconstruyó el lugar con un diseño mucho más moderno, gótico, incluyendo altos arcos puntiagudos, arbotantes, con
acentuación de las líneas verticales de los altos pilares y agujas en el
exterior para crear alturas mayores en el interior. Agustín muere en el año 604,
es canonizado posteriormente y entre sus sucesores se encuentra
Thomas Becket.
Un inciso. Después de Enrique VIII, la
Catedral de Canterbury se convierte en la sede del Primado Anglicano.
Hasta Juan XXIII no hay contactos de este con
el Primado Católico. Es el doctor Fisher quien visita, de forma privada, al
Papa Juan XXIII en Roma en diciembre de 1960. A su anuncio al Papa de su deseo
de visitarle, este le responde con gran alborozo que será muy bien recibido y que
está deseando verle. Los poseedores de la verdad que andan por el vaticano, se
comportan de la manera más grosera posible –¡y yo con estos pelos!-, pérdida
inoportuna de los gemelos de oro… TODO SEA POR UNA BUENA CAUSA. Entre tanto los
dos primados constatan que, por el momento, Dagarin ha llegado más cerca de Dios
que ellos.
A la canonización del Cardenal Newman asistió el
Príncipe de Gales –actualmente rey Carlos III del Reino Unido- y también era la
primera vez que a una
ceremonia católica asistía un representante de la Corona Inglesa.
Thomas Becket, Canciller de Inglaterra
bajo el reinado de Enrique II y posteriormente Arzobispo de Canterbury, desconcertó
a sus contemporáneos y dio a los cronistas motivo para estudiar sobre su oculta
forma de actuar, pues cambió súbitamente de ser un devoto servidor del rey a
ser obstinado opositor de su política, desde el mejor compañero hasta un
austero arzobispo. Su tragedia,
enfrentado con Enrique II, es que este se vio en la necesidad de deshacerse de
él, haciendo que lo asesinasen en la Catedral de Canterbury, donde estuvo
enterrado. La catedral es uno de los lugares más intensos de su vida y donde se
producen hechos sobre los que los cronistas tienen distintas opiniones.
Becket
nace en el año 1119 ó 1120, no se sabe con exactitud el año pero sí se sabe el
día, que es el 5 de diciembre en el que se celebra la fiesta de Santo Thomas Apóstol,
nombre que le pusieron sus padres para que este le protegiese. Nació en Londres
en un barrio de artesanía medieval, que ahora llamaríamos de comerciantes,
llamado Theapside –sitio barato-, donde vivía gente de clase media. A él se
habían trasladado sus padres desde Caen –Normandía- de donde eran originarios.
Su madre, Matilda, era mujer muy piadosa –dice la leyenda que era sarracena, lo
cual no se ha confirmado. Quizá la causa fuese que tenía el cabello tan negro como su
hijo-. Influye en él inculcándole buenos principios, hasta su muerte que
acontece cuando Thomas tiene 21 años. Su padre, Gilberto, parece ser que ha
amasado una pequeña fortuna tratando con vinos. No pertenece a la alta clase
social, pero tampoco es labriego, que es la más baja. En todo caso, su afán era
educar bien a su único hijo varón, en quien ya brillaba la inteligencia.
En la Saga Islandesa del autor Roberth de
Cricklade, este dedica una de las sagas a Becket titulada Vida y milagros de Thomas Becket. Por medio de este escrito podemos
conocer al biografiado. Hay una vívida descripción de su persona que dice así: “Al verlo, era delgado de complexión y tez pálida, de cabello oscuro, una larga nariz y un rostro de rasgos rectos. Alegre
de semblante era él, cautivante y agradable de conversación, sincero de palabra
en sus declaraciones, aunque tartamudeaba ligeramente, tan perspicaz de discernimiento e inteligencia que
siempre podía ver lo que pasaba antes que los demás”.
Era
limpio por dentro y por fuera. El rey, los nobles y los que pudiesen
mantenerlo, disponían de un habitáculo en el que instalaban una estufa que,
encendida, podía calentar una buena cantidad de agua para tomar un baño.
Inciso. Aún en el siglo pasado, había
franceses que llamaban al cuarto de baño: salle
d’eaux –sala de agua-, como reminiscencia a esta costumbre medieval. Becket
daba siempre la impresión de que acababa de salir de tal artilugio.
A pesar
de estar en ambientes militares, el lenguaje de Becket fue siempre muy correcto,
no como de otros generales, ni era dado a la bebida ni al desenfreno. Siempre
bien vestido, muy lujoso, era esto del lujo lo que más le gustaba y así lo
demostró en un viaje a París. En su viaje a Francia en 1158 fue a negociar un
tratado matrimonial. Viajó con tal pompa que la gente decía, “Si este no es más que el Canciller, ¿cuál
no será la gloria del Rey?”.
Por
dentro, hay que decir que no salían de su boca palabras malsonantes, tacos, blasfemias, expresiones contra la
castidad. Mantenía esta actitud ante servidores civiles o militares, aunque
fuesen generales, y hubo alguno a quien castigó por sobrepasarse.
¿Y el
celibato que mantuvo toda su vida? Sería normal que un hombre tan mundano, y
suponemos que tratando a tantas mujeres, tendría ocasión de momentos íntimos
con alguna. Quizá el celibato fue en él una elección, aunque no nos den noticias de ello
ni los cronistas ni su propia pluma. Fue un hijo fiel de la Iglesia, dispuesto
a sacrificarse por una vida entregada a los demás, pero sin renunciar al lujo y
a los placeres permitidos, propios de la clase alta de la iglesia. Por eso se
resiste tanto a ser elegido arzobispo por su rey, porque su negativa puede llevarle a un punto sin
retorno. Un no a la realeza puede conducirle a lo que le condujo: el
martirio.
De
pequeño lo llevaron a la Abadía de Merton en Surrey para aprender a leer, y a
los 10 años empezó sus estudios rudimentarios de Derecho con los padres agustinos.
Después acudió a la Escuela de Londres o a la de Saint Paul, que tantas glorias
ha conocido y finalmente fue a París a ampliar estudios y especializarse
en Derechos Civil y Eclesiástico.
En Oxford estudió Teología y se trasladó a las universidades de Bolonia y
Auxerre a estudiar Derecho. Al terminar se encontró que su padre había tenido
un revés económico y tuvo que emplearse al servicio de su pariente Osbert
Huitdeniers, como secretario, quien trabajaba en el Departamento de Justicia de
Londres.
Finalmente,
su padre le presenta a Teobaldo, Abad de la Abadía de Bec –Normandía-, a quien
complace mucho sus dotes intelectuales y lo toma a su servicio. Teobaldo
considera que Becket será un buen preceptor para el príncipe Enrique, que está
todavía en la infancia, y así se lo recomienda al entorno familiar de su Alteza. Becket es aceptado en este nuevo
cargo.
Fue
Gilberto quien le presentó también a un acaudalado noble llamado Richer de L’Aigle
–quien posteriormente firmó la Constitución de Clarendon contra Thomas-. Este
caballero frecuentaba la casa de los Becket porque le atraían las bellas hijas –Mary,
Rouse y Agnes, de ellas la primera fue nombrada Abadesa de Barking Abbey en
1173, como reparación por el asesinato de su hermano-, y fue de L’Aigle quien
enseñó a Thomas las buenas maneras de desenvolverse en sociedad, el arte de la cetrería
y a manejar un caballo, que le permitiría tomar parte en justas y torneos.
Torre de toque de la Abadía de Barking,
donde
la hermana de Thomas Becket fue Abadesa
Nuevamente
vuelve al servicio de Teobaldo, ya Arzobispo de Canterbury, quien conociendo su
talento y sagacidad le encargó varias misiones en Roma.
En 1154
Thomas fue nombrado arcediano de Canterbury –vicario general encargado de
administrar una parte de la diócesis- y preboste de Beverly –persona que dirige
o gobierna una comunidad-.
En 1155,
el arzobispo Teobaldo, admirado por la
capacidad de trabajo de su empleado, se lo recomienda cordialmente al rey
Enrique II para que lo nombre Canciller. –¡Qué sorprendido se hubiese quedado
Gilberto Becket, obsesionado por el estrato social al que uno podía llegar,
al ver que su hijo se encontraba a tan considerable altura, como era llegar a
ser Lord Canciller (Primer Ministro) encargado de administrar las finanzas de
todo un reino-!
Desde
que se conocieron el niño y el hombre, ha nacido entre ellos lo que ahora
llamamos un buen feeling, que durará
toda su vida. Al final, el rey sobrepone las prerrogativas reales a cualquier otra
clase de sentimiento y Becket valora lo que es justo: el honor de Dios es
superior al de cualquier ser humano. Ambos obran en consecuencia. La vida del
rey desde ese momento hasta su muerte, es trágica y miserable.
Hay una
diferencia de 15 años entre los dos, lo que permite al mayor experimentar los
sentimientos de un padre cariñoso y al mismo tiempo no es tan grande como para
que en sus cuerpos no exista el mismo vigor y fuerza. ¡Tantas noches dedicadas a
divertimentos peligrosos con estallidos de risa y felicidad! ¡Qué placer montar
en sus caballos a galope tendido por la campiña inglesa como lo que son, dos
compañeros bien avenidos! Y la caza, tan peligrosa pero atractiva para hombres
como ellos, que la practican solos o con otros cortesanos. Eso no les impide
reunirse en la estancia para llevar a término las ideas que el rey tiene
concebidas para reformar la vida política y social.
Se dice
que Becket es el más fiel servidor del rey y ejecutor práctico de sus ideas,
pero hay cronistas que aseguran que es Becket quien inspirará al monarca esta
serie de transformaciones y cuyo cumplimiento será él mismo quien siga,
mientras no atente al honor de Dios.
Inciso. Juan de Salisbury: Abogado eclesiástico
itinerante, escritor y filósofo, es la única persona que duda de la total
devoción de Becket hacia el rey. Más que dudar sabe, porque él es un ferviente
católico e intuye lo que pasa en el corazón de Becket. Fue secretario de Becket,
acompañándolo en todo momento cuando huyó a Francia. Estuvo en Canterbury
durante su asesinato y escribió una Vida
sobre el santo que se ha perdido. Participó en el III Concilio de Letrán.
Los
súbditos estaban gozosos de que el rey y el canciller fuesen una sola voz. La primera
vez, cuando el rey y su canciller establecen la paz social, levantándose para
acallar a los barones levantiscos y apoderarse de sus numerosos castillos.
En 1159,
Becket parece haber sido el principal organizador de la expedición del Rey a
Toulouse, en la que lo acompañó. Aunque se duda de en qué momento fue creado el
impuesto de “Scutage” –de derecho
feudal derivado de la obligación de auxilium
que tiene el vasallo-, Becket indudablemente exigió la obtención de esa
contribución monetaria en lugar del servicio militar y la puso en vigor en
contra del eclesiástico, de tal manera que se hicieron amargas quejas sobre la
tan desproporcionada carga que este impuso a la Iglesia.
En las
operaciones militares Becket asumió un papel importante, y Garnier, un cronista
francés que vivió para escribir De las
virtudes de Santo Thomas y su martirio, declara que en esos encuentros lo
vio desmontar a muchos caballeros franceses; y Edward Grim también nos da a
entender que al cubrir de ruinas el país enemigo con fuego y espadas, los
principios del canciller no se diferenciaban esencialmente de los de otros
comandantes. Ambos autores son contemporáneos de Becket.
Administración.- Están las cuestiones de Escocia y Gales,
el fraude de los funcionarios fiscales, los efectos de la justicia real, la
intromisión de las cortes feudales.
Defensa.- Construcción de castillos en las fronteras
con otros reinos para evitar invasiones, aplastar las resistencias peligrosas,
especialmente de los barones levantiscos, cuyos castillos se desmochaban para
evitar nuevos ataques. Tanto el rey como Becket se lucieron en estas guerras.
Asombra
a la gente el que participara en aquellas batallas, en donde siendo diácono
Becket tomara parte activa en ellas, puesto que en el siglo XII existía una
sacramentalidad que era el primer paso hacia el presbiterado. Radford, escritor
del siglo XIX en su libro titulado Thomas
of London, habla sobre ello.
Mantener
la seguridad y el orden con una reorganización del tesoro del reino que
proporcionaba las suficientes partidas para mantener todo lo que se proyectaba.
Conquistas.- El rey, bajo su
dominio, además de Inglaterra, conquistó varios feudos franceses de Normandía,
Bretaña, Maine, Turena y Anjou, a los que añadió Aquitania, por su matrimonio
con Leonor
de Aquitania (1152). El rey impulsó además la
conquista de las islas Británicas bajo dominio inglés, sometiendo Escocia y
Gales e iniciando la conquista de Irlanda (1171).
Justicia.-
Becket había estado aligerando el trabajo por lo que se crearon varias plazas. Reorganizó junto al rey la
administración real en un sentido centralizador, implantando un sistema de
inspectores reales itinerantes. Creó un Tribunal del Rey central y cinco
tribunales permanentes con normas procesales establecidas, así como un sistema
de jurados de elección popular; impulsó asimismo el desarrollo del derecho
común y de un ejército permanente.
En todo
momento estuvieron claros los principios de Becket sobre la Iglesia y en
asuntos que atañían a esta, por ejemplo en la dispensa de votos
de una abadesa para hacer un matrimonio de conveniencia del monarca, a la que
el papado se opuso, siguiendo las directrices del Canciller y así se lo dicen
al monarca cuando espera la respuesta de Roma: “si yo fuese arzobispo no lo concedería”. Este al oír estas
palabras piensa que Becket no tendrá suficiente fortaleza de espíritu para
oponerse a sus reales ordenes si es nombrado Arzobispo, y lo quiere hacer para
aprobar una plataforma de reformas que elevará el poder Real en detrimento del
de la Iglesia.
El arzobispo Teobaldo fallece el 18 de abril de 1161 y deja
vacante la sede del arzobispado de Canterbury y según las normas es el obispo
Gilbert Foliot a quien le corresponde ocuparla, pero es el rey que de manera arbitraria coloca como sucesor del
difunto Teobaldo a Becket, quien el 3 de junio de 1162 recibe el sacramento del
orden. Lo nombra Arzobispo de Canterbury. La elección tuvo lugar en mayo y
Becket fue consagrado más tarde. A Foliot se le dio en compensación el obispado
de Londres.
Becket
se niega a recibir el cargo porque hacía tiempo que barruntaba las intenciones
del rey poderoso y además había sido débil en algunas concesiones de tipo
eclesial y que pensaban que iría haciendo lo mismo, pero su firme actitud hace
que el rey lo lleve a un proceso que hablaremos en la última parte.
Escudo de Becket
Becket se
entregó en cuerpo y alma a su misión y se propuso guardar celosamente los
derechos del pueblo y de la Iglesia. Desde el momento en que
es consagrado, una transformación radical se opera en el nuevo primado, ante la
estupefacción general de todo el reino. El cortesano alegre y amante de los
placeres da paso a un prelado austero y piadoso con ropas de estameña de monje agustino y dispuesto a
sostener hasta la muerte la causa de la jerarquía eclesiástica. Reparte entre
los pobres sus riquezas, acoge en su propia casa a los necesitados, lava los
pies a los pobres a diario e incluso llora al celebrar la Misa.
El rey empieza a darse cuenta de su error y se apoya cada vez más en el obispo
de Londres, Gilbert Foliot,
que resulta ser el verdadero partidario de la autonomía de la Iglesia de
Inglaterra y no Thomas Becket.
El rey comprende rápidamente el resultado inevitable que esta actitud del arzobispo comporta y convoca al clero en Westminster el 11 de octubre de 1163, exigiendo la derogación de todas las demandas de excepción jurídica civil y reconociendo la igualdad de todos los individuos ante la ley. La alta prelatura se halla dispuesta a admitir las peticiones del rey, a lo que se niega firmemente el arzobispo. El rey no está dispuesto a mantener una disputa abierta y propone un acuerdo apelando a las costumbres del pasado. Becket acepta este acuerdo, aunque con ciertas reservas respecto a la salvaguarda de los derechos de la Iglesia; no hay consenso y la cuestión queda sin resolver. El rey, insatisfecho, abandona Londres. “Serví bien a nuestro Teobaldo cuando estaba con él, serví bien al Rey Enrique como Canciller, ya no soy suyo, y debo servir a la Iglesia”. No sabe que su amigo no defiende su propio honor sino el honor de Dios.
Ante el cisma que dividía a la Iglesia, Becket se inclinó a favor del papa Alejandro III, que sustentaba los mismos principios jerárquicos, y recibió el palium o estola de Alejandro en el concilio de Tours. Las disensiones con el rey llegaron pronto. Becket repudiaba cualquier prebenda del monarca sobre sus súbditos, como propugnaban las Constituciones de Clarendon en 1164. Le había apoyado siempre incondicionalmente, pero no podía tolerar las presiones que ejercía sobre la Iglesia. Su rechazo a las decisiones que tomaba el rey, oprimiendo al pueblo y haciéndole objeto de distintos atropellos, supuso para él un destierro de seis años en territorio francés. Primeramente vivió con la comunidad cisterciense de Pontigny, pero la ira del rey que amenazaba la vida de todos si cobijaban a Becket, hizo que en 1166 este se trasladara a la abadía de San Columba Abbey, en Sens, donde se gozaba de la protección de Luis VII de Francia, hasta que el papa Alejandro III medió entre las partes. Tomás pudo regresar a Cantorbery y fue recibido triunfalmente por los fieles, a quienes él saludó con estas palabras: “He regresado para morir entre vosotros".
Las Constituciones de Clarendon fueron un conjunto de procedimientos
legislativos aprobados por el Rey de Inglaterra
en 1164. Estaban compuestas por 16 artículos y representan un intento de
restringir los privilegios eclesiásticos
y frenar el poder de los tribunales de la Iglesia y el alcance de la autoridad papal en Inglaterra.
En las condiciones
anárquicas del predecesor de Enrique II, Esteban
(que reinó entre 1135 y 1154), la Iglesia había ampliado su jurisdicción
aprovechando la debilidad de la autoridad real. Se afirmó que las
Constituciones restauraban la ley tal como se observó durante el reinado de Enrique
I
(1100-1135).
Las Constituciones toman su nombre de Clarendon
Palace Wiltshire,
el pabellón de caza real en el que fueron promulgadas. El objetivo principal de
estas era abordar la controvertida cuestión de los “clérigos criminales”, o clérigos que habían sido acusados de
cometer un delito secular grave, pero que fueron juzgados en tribunales eclesiásticos
por “beneficio del
clero”.
A diferencia de los tribunales reales, estos tribunales eclesiásticos estaban
estrictamente limitados en los castigos a los que podía someterse un
delincuente convicto; en particular, se prohibió el derramamiento de sangre. Un
caso eclesiástico de asesinato a menudo terminaba con la destitución
del acusado (destituido del sacerdocio). En una corte real, el asesinato a
menudo se castigaba con la mutilación o la muerte.
Las Constituciones de Clarendon fueron
los intentos del rey de lidiar con estos problemas (y al mismo tiempo aumentar
convenientemente su propio poder), al afirmar que una vez que los tribunales
eclesiásticos habían juzgado y destituido a los clérigos, la Iglesia ya no
podía proteger al individuo y condenaba a los antiguos. El clero podría ser
castigado aún más bajo la jurisdicción de los tribunales seculares.
De regreso a Inglaterra el 3 de diciembre de 1170, Becket empezó a poner en práctica el proyecto que había preparado: liberar a la Iglesia de Inglaterra de las limitaciones que él mismo había consentido aplicar. Su objetivo era doble: abolición completa de toda jurisdicción civil sobre la Iglesia, con el control no compartido por el clero, libertad de elección de sus prelados y la adquisición y seguridad de la propiedad como un fondo independiente.
Bibliografía:
-Los cuentos de Canterbury. Geofrey Chalcer.
Un grupo de peregrinos que se dirigen a la Catedral de Canterbury.
-Asesinato en la catedral. T. S. Eliot.
Basado en la historia de un clérigo –Edward Grim- que fue testigo del suceso.
Un inciso: Nuestro Federico García Lorca no
fue simplemente un señorito andaluz y un poeta de romances gitanos. Fue un
hombre, quizás con una visión romántica del marxismo, que viajó a Estados
Unidos y tuvo amistad con el notable escritor T. S. Eliot. En homenaje a él y a
su magna obra Tierra baldía, tituló
una obra de teatro Yerma.
-Becket o el honor de Dios. Jean Anouilh.
Obra de teatro de 1964, que fue adaptada al cine con el mismo título por el
director Peter Grenville. Protagonizada por Peter O’Toole y Richard Burton.
-El santo. Conrad Ferdinand Meyer. Basado
en Thomas Becket.
-Los pilares de la tierra. Ken Follett.
Relato ficticio sobre las luchas de la Iglesia y la aristocracia que en su
final relata el martirio de T. Becket a manos de los hombres de Enrique rey.
ENRIQUE II
El Imperio
Angevino, cuyo nombre deriva de Anjou, aunque actualmente le llamamos “Imperio” era en realidad el Reino
Angevino, dado que en esa época solo existió el Sacro Imperio Romano Germánico,
para indicar el conjunto de Estados gobernados por los Plantagenet. Esta área
se extendía desde Los Pirineos a Irlanda durante los siglos XII y XIII y
abarcaba más o menos la mitad occidental de la Francia Medieval, toda
Inglaterra y parte de Irlanda.
Pese a
su poder, los Plantagenet fueron derrotados por Felipe Augusto de la Casa de
los Capetos, que partió el imperio en dos tras despojarle de Normandía y Anjou.
Esta unión de territorios franceses e ingleses afectó a sus habitantes durante
el medio siglo que se mantuvo, pero al rey que pertenecían todos estos
territorios se le llamo siempre Rey de Inglaterra.
Al
territorio ingles compuesto por siete condados se le llamaba Northampton,
tenían su capital y un sheriff que velaba por el orden. La nobleza inglesa
tenía sus privilegios, importantes pero no tanto que pudiesen revelarse contra
el rey. Enrique I ocupa el trono inglés de 1100 a 1135, tras librar distintas
batallas con sus hermanos, todos ellos descendientes de los duques de
Normandía.
El rey
cree que al morir él, en 1135, lo heredaría su nieto, pero los barones
normandos unidos a los barones ingleses –a quienes no les gustaba Godofredo de
Anjou- apoyaron al sobrino del rey muerto –Stephen de Blois- y fueron a la
guerra civil, que marcó los años siguientes de confusión. El joven Enrique, a
pesar de la situación, es educado esmeradamente como un futuro rey, tanto en
Inglaterra como en el extranjero. Esta formación le permite que, al subir al
trono en 1154, sus súbditos no se encuentren con un novato ni en la diplomacia
ni en el arte de la guerra.
Enrique II
Plantagenet nació en Le Mans, el 5 de marzo de 1133
y muere en Chinon,
el 6 de julio
de
1189.
Fue rey
de Inglaterra (1154-1189), duque de Normandía, conde
de Anjou, conde de Maine, conde de Nantes,
señor de Irlanda y duque de
Aquitania por matrimonio con Leonor de Aquitania. En diferentes momentos,
también controló Gales,
Escocia
y Bretaña.
Inciso:
Este matrimonio fue muy desgraciado por el carácter belicoso de ambos, sobre
todo de Leonor, que indisponía a sus hijos contra el padre. Se ha escrito
mucho: obras de teatros, comentarios sobre Leonor, Ricardo Corazón de León y
Juan sin Tierra –el hijo más joven y al que más quería el rey-. En realidad
todos fueron mediocres y emprendieron distintas guerras para quitarse las posesiones
unos a otros.
Hijo primogénito de Godofredo V de Anjou
y de su esposa Matilde, hija de Enrique I de Inglaterra,
fue el primer monarca de Inglaterra de la dinastía Plantagenet.
Inciso: Plantagenet. ¿Qué significa este
nombre?
La dinastía Anjou comenzó a ser conocida como
dinastía Plantagenet, debido a una característica de la vestimenta de Godofredo
V, duque de Anjou. Este personaje usaba como cimera una ramita de retama (o
genista, o hiniesta), y en el francés antiguo (que se hablaba entonces en
Inglaterra), “hiniesta” se decía “genest” (posteriormente y hoy, genêt).
Esto le valió en su época el apodo de “Godofredo
Plantagenest”, luego “Plantagenet”.
Desde entonces, la Casa pasó a ser conocida como de los Plantagenet, hasta 1399
con Ricardo III.
El joven Enrique estuvo activamente involucrado
desde los 14 años en los esfuerzos de su madre por obtener el trono de Inglaterra,
en ese momento ocupado por Esteban de Blois.
Fue nombrado Duque de Normandía a los 17 años, heredó Anjou en 1151 y a los 19
años se casó con Leonor de Aquitania,
con la cual tuvo 8 hijos.
Luego de la expedición militar que hizo
Enrique a Inglaterra en 1153, se acordó, con Esteban de Blois el tratado de Wallingford,
que estableció a Enrique como heredero de Esteban a su muerte, lo que sucedió
al año siguiente en 1154, cuando fue nombrado Rey de Inglaterra.
Según los cronistas, Enrique era guapo,
pelirrojo, pecoso, con una cabeza grande; tenía un cuerpo corto, fornido y era
de piernas
arqueadas, posiblemente de montar. A menudo estaba
desaliñado. No tan reservado como su madre Matilde, ni tan encantador como su
padre Godofredo, Enrique era famoso por su energía y liderazgo. También era
conocido por su mirada penetrante, su intimidación, sus estallidos de cólera y,
en ocasiones, su hosco rechazo a hablar. Algunos de estos estallidos, sin embargo,
pueden haber sido teatrales y para el efecto. Se dijo que Enrique había
aprendido una amplia gama de idiomas, incluyendo el inglés, pero solo hablaba latín
y francés.
En su juventud, Enrique disfrutaba de la guerra, la caza y otras actividades
aventureras. A medida que pasaron los años puso cada vez más energía en los
asuntos judiciales y administrativos y se hizo más cauteloso, pero siguió
siendo enérgico y con frecuencia impulsivo a lo largo de toda su vida.
La
relación de Enrique con la Iglesia varió considerablemente en sus diferentes
dominios y a lo largo del tiempo: como con otros aspectos de su gobierno, no
hubo ningún intento de formar una política eclesiástica común. Tampoco se puede
hablar de la existencia de una política religiosa propiamente dicha, sino de
que una gran parte de sus acciones estuvieron destinadas a acrecentar la
autoridad real a expensas de la autoridad eclesiástica y papal. En el siglo XII
surgió un movimiento reformador en el seno de la Iglesia, el cual buscaba
obtener para el poder espiritual una mayor independencia respecto al poder temporal de los soberanos. Esta búsqueda de una mayor
autonomía respecto al poder secular provocó grandes fricciones en toda Europa,
como la querella de las investiduras entre el papado y el Sacro Imperio.
Son
épocas de discusión entre el papado, el emperador y los reyes. Unos quieren el
poder temporal y político para sí y los otros reclaman el poder espiritual. Así
como Becket fue preceptor del rey siendo este príncipe, le envía a su hijo
primogénito para que se eduque según las costumbres establecidas entre los
nobles del reino.
Godofredo, hijo primogénito del rey,
dice que ha recibido más amor paternal de Becket que el que su padre le dio en
su vida entera.
El 12
de julio de 1174, Enrique II tuvo que hacer penitencia públicamente. Fue azotado
por monjes ante la tumba de su vasallo y enemigo, que se convirtió en uno de
los lugares de peregrinaje más populares de Inglaterra, hasta que fue destruida
durante la disolución de los monasterios (1538 a 1541).
Dice un cronista piadoso que sufrió
mucho en esta vida, pero era tanto lo que tenía que pagar por su actitud con
Becket y la Iglesia, que quizá Dios piadoso lo hizo sufrir en la vida presente
para no hacerlo sufrir en su vida futura después de la muerte. Sucumbió a su
dolor por la traición de sus hijos, principalmente de su hijo preferido Juan
sin Tierra. Parece ser que el Santo Padre levantó la pena de excomunión antes
de su muerte. Su cadáver fue despojado y sepultado humildemente en la Iglesia
de Fontevrault, Francia.
EL
JUICIO DE CANTERBURY O JUICIO DEL MILENIO
Llamado así por el tiempo que se habló
de él por todo el continente europeo y aún hoy en día.
Al principio, el juicio se celebró en la
catedral de Canterbury, pero quedando en tablas, el rey todo enfurecido lo llevó
a una parte de sus posesiones: el castillo de Northampton. Lo curioso es que
Becket, siendo Arzobispo de Canterbury, era la máxima autoridad de entre los
obispos que querían que desapareciese, si quedaba en campo abierto –con gran
peligro para su vida- cuando el rey le mandaba ir a cualquier sitio de Northampton.
Luego de la muerte de Teobaldo, Becket
es nombrado Arzobispo de Canterbury después de convertirse en sacerdote. Es
algo que Becket nunca ha querido porque no ve en ello un honor, sino que el rey
lo quiere convertir en un miembro de la Iglesia dispuesto a concederle todos los
favores que le pida.
Sus compatriotas ven asombrados como
Becket cambia de un día a otro: un hombre amante del lujo, bien vestido, bien
arreglado, se dedica a vestir un traje de estameña y al ayuno, al
sacrificio, a la limosna, a preocuparse de los pobres. Introdujo algunas normas
pastorales y doctrinales, llevadas a cabo por el Papa Gregorio Magno y supo
establecer los preceptos temporales y espirituales como deseaba el Papado.
El arzobispo Becket supo mantener y
extender los derechos de la Iglesia. Una serie de conflictos se establecieron
entre el Rey y el Arzobispo, especialmente lo relacionado entre los tribunales
seculares y eclesiásticos, lo que aumentaba la antipatía entre ambos, y el
clero no se definía claramente ni por uno ni por otro lado. En octubre de 1164
en Westminster se publicaron las constituciones de Clarendon.
Anteriormente se suponía que el rey
quería que todos los clérigos acusados de delitos fueran juzgados en los
Tribunales del Rey. Pero esta impresión, como demostró FW Maitland, es ciertamente
errónea. Se propuso un arreglo bastante complicado, por el cual el conocimiento
del caso se debía tomar primero en la Corte del Rey. Si el culpable resultaba
ser un clérigo, el caso debía ser juzgado en el Ttribunal Eclesiástico, pero
debía estar presente un funcionario de la Corte del Rey. El oficial, si el
acusado era declarado culpable, debía llevarlo de regreso al Tribunal del Rey
después de la degradación, donde sería tratado como un delincuente común y
castigado adecuadamente.
El argumento del rey era que la
flagelación, las multas, la degradación y la excomunión, más allá de las cuales
los tribunales espirituales no podían ir, eran insuficientes como castigo. El
arzobispo instó a que, aparte del principio del privilegio clerical, degradar a
un hombre primero y colgarlo después era castigarlo dos veces por el mismo
delito. Una vez degradado, perdió todos sus derechos y, si cometía otro delito,
podría ser castigado con la muerte como cualquier otro delincuente.
En 1163, el Rey invita a Becket a
visitarlo en el castillo de Northampton, pero lo espera en el parque –parque
que actualmente lleva el nombre de Tomas Becket-. Insiste el rey en que entre,
indicándole que está lleno de cortesanos y sirvientes, pero Becket se vuelve a
negar. Los caballos de ambos están retozones, frescos, descansados, pero
demasiado lejos para que quienes los montan puedan entenderse, aunque sea a
gritos. El rey consigue hacerle llegar su mensaje: “posiblemente no te acuerdas de que eras pobre, perteneciente a la
clase social más baja, y yo te he subido hasta el pináculo de los caballeros y
del honor, aparte de que eres un ingrato y has estado fijándote en todo lo que
hago para hacerlo igual”.
Los dos estuvieron hablando a gritos
durante una hora y al final ambos se callaron. Probablemente es en este momento
cuando Becket bebe de un pozo que está al lado de las murallas, que
incorrectamente se ha atribuido a su juicio. En esto llega el noble Jhon
Marshal que va contra él porque ha pisado tierra que no le pertenece.
Miércoles 6 de octubre de 1164. Becket
llega a la ciudad seguido por una larga fila de monjes capellanes y cuarenta
empleados como escolta militar. Encuentran alojamiento en la Plaza Real y va a
San Andrés, en el priorato de Cluneniac, fundado alrededor de 1100 por Simón
Senlis. El Rey, entretanto, está dedicado a la cetrería como si no ocurriese
nada.
Miércoles 7 de octubre. Los barones y la
asamblea de notables se reúnen en el gran vestíbulo del castillo. Becket carga
contra los presentes por desobedecer al escrito del rey. Entonces es encontrado
culpable porque ignora que una corte convocada había decidido que era capaz de
apropiarse de todos los bienes inmuebles. Horrorizados de que Becket pudiera,
tanto los barones como los prelados, anular su sentencia, diciendo que era un
hombre de Iglesia, los prelados lo rehusaron diciendo que no era un juicio
clerical sino secular. El rey ordenó a Henry de Winchester –este será el
acusador del juicio- a entregárselo. Entonces se le mandó que adoptase una
vestimenta corriente, de lo que se encargó al noble John Marshall, que
retuviesen las tierras que Becket había confiscado como arzobispo.
El rey determinó cargarle con la culpa
de malversación y falsedad. Le preguntó a Becket que le dijese cuánto había
gastado en la época que había sido canciller. Él dijo que no sabía nada y que
la corte lo había aplazado.
Viernes, 9 de octubre. La corte se
vuelve a reunir por la mañana tal como le acaba de ordenar el acusador y este
intensifica sus ataques sobre Becket, a tiempo que le pide que devuelva los 1.000
marcos de plata, “distraídos” por
Becket durante la campaña de Toulous. Becket se queja de que tiene la lista de
lo que se ha gastado pero no encuentra esa cantidad, y sí que la encuentra en
la de los favores que le ha hecho el rey. El acusador pide que Becket sea
encarcelado. Este ha encontrado la partida que se le pedía pero el acusador
sigue adelante y le dice que guarde ese dinero con todas las cuentas
desaparecidas y que han pasado por sus manos cuando era canciller. Otra
cantidad de 30.000 libras, que es menor que la que el rey cobraba durante un
año de Europa, si Becket no encuentra esa cantidad es porque pertenece a la
Abadía de Canterbury. Este expresa que en aquel tiempo no se llevaban las
cuentas de la iglesia.
Sábado 10 de octubre. Los obispos y
abades visitan a Becket en San Andrews. Estos han decidido ofrecer al rey 2.000
marcos para aliviar sus culpas. El acusador lo prohíbe y ordena que los obispos
estén encerrados para poder deliberar. Gilbert Foliot y otro obispo impidieron
el desastre e imploraron a Becket que se humillase él mismo. El acusador dice: “el rey recuerda haber dicho que en su reino
no existe lugar para los dos”, y urge a Becket para que le aclare cuál es
su sitio.
Domingo 11 de octubre. Becket lo pasa en
conclave con sus sacerdotes en el priorato; este se ve atacado por una forma de
colitis.
Lunes 12 de octubre. Becket fue incapaz
de galopar hasta el castillo debido a la colitis. El acusador clamó que aquello
era una ficción. Corrió el rumor de que el acusador había prometido que si
Becket no iba a la sala del juicio sería ejecutado.
Martes 13 de octubre. Por la mañana los obispos se reunieron en el priorato. Lady Chapel le dijo a Becket que el acusador había resuelto matarlo como traidor; le rogó resignarse incondicionalmente. Becket más tarde prohibió a los obispos cualquier juicio a los seculares. Querían jurar que podían ser excomulgados. Una hora después, Becket se dirigía hacia el castillo; en el camino se paró ante la iglesia del sepulcro o de Santa María, ató en su puerta su “Pallium” y celebro una misa que normalmente era la de San Esteban, protomártir de la iglesia católica y empezó con el salmo 119:23
“Príncipes también se sentaron y hablaron contra mí; mas tu siervo meditaba en tus estatutos”.
Cuando acabó continuó hacia el castillo y
delante de él iba primero Alexander Llewelyn, cargando la cruz archiepiscopal. Entró
en el patio del castillo, la gran puerta se cerró detrás de él, Becket asió la
cruz y blandiéndola tomó una flecha, se acercó al gran hall, viendo este desde la
ventana y subió al cuarto de arriba. El acusador entró en cólera. Gilbert
Foliot, obispo de Londres, trata de arrebatarle la cruz que lleva Becket en sus
manos, pero este lo empuja lejos de él.
Becket espera a que se acerque el
acusador en una habitación pequeña adjunta al gran hall en el piso de abajo.
Roger de Pont, el obispo L. Eveque, el arzobispo de York, llegan al castillo
también con una cruz a su frente. Este ha sido despedido por el Papa por
levantarla delante de Becket.
La corte protesta, los obispos suben al
segundo piso y están divididos; el acusador dice que Becket es un malversador
antes de acusarle de perjurio y traición, prohibiendo a los obispos que formen
parte en el juicio y pidiendo al Papa que se involucre en el concilio. El
acusador no quiere enfrentarse a Becket cara a cara, posiblemente por miedo a
la excomunión.
Becket espera en la pequeña antecámara y
el acusador envía abajo una delegación de barones y obispos a preguntarle si
está preparado para presentarse y después, si es posible, que el Papa lo llame.
Becket responde que está dispuesto a hacer cualquier cosa y dice que prometió
cualquier obligación cuando fue consagrado obispo. Cuando ellos oyen su
respuesta vuelven arriba a la cámara del rey. Los barones pierden la paciencia
y piden a los obispos que obedezcan al rey.
Una delegación de obispos, algunos
llorando, tratan de persuadir a Becket de retirar su prohibición. Robert de
Pont y L. Eveque entrecruzan sus cruces episcopales uno contra el otro. Eventualmente
los obispos se excusaron de sentarse en ese momento del juicio y el acusador
encarga a los nobles y a los sheriff de apoyar a los barones.
Becket baja y ellos hacen que baje el jurado
y el pronunciamiento de la sentencia. Por las causas de la sentencia, Becket
probablemente fue condenado a la prisión de por vida.
Cuando ellos bajan para pronunciar el
juicio, Robert de Beaumont ruega que le dejen hablar, decidido a pronunciar su
sentencia. Como Beaumont pide que se le deje pronunciarse, Becket dice: “No es cosa tuya juzgar a tu arzobispo por
un crimen”.
Reginal de Cornwall trata de continuar
con la sentencia pero se equivoca en unas líneas. Becket abre la puerta
llevándolo por el gran hall con gritos de perjurio y traición por encima de una
hoguera. Una vez en el patio del castillo, sube a su caballo pero encuentra las
puertas cerradas; el portero le pide a un chiquillo que traiga las llaves que
están colgadas y se va del castillo y de la ciudad seguido por sus criados, era
una multitud. Muy querido por ellos lo consideraban un héroe; todos iban
rezando a Dios para que lo salvase.
En el priorato, Becket reza las Vísperas
hablando a través del claustro hasta la receptoría. Uno de sus soldados del
ejército real se levanta y le pregunta al acusador si tiene que disparar.
Después de cenar escribió al rey preguntándole por un camino seguro para ir a
Canterbury. El acusador es el que le contesta diciéndole que lo decidirá al día
siguiente. Becket decide escaparse y lo hace por la noche, rezando primero en
la capilla del priorato.
Jueves 14 de octubre. Los monjes prepararon
una cama para Becket en la parte alta del altar y allí estuvo despierto. Pasado
alrededor de una hora, durante una lluvia torrencial que parecía el sonido del
caballo como si fuesen tres verdaderos miembros, se va por la puerta norte.
Cuando el acusador encuentra que ha desaparecido dice “aún no hemos terminado con el seguimiento de este desgraciado”.
Becket se hace con un barco continental
el día 2 de noviembre de 1164, escapa y llega a Sens, donde en ese momento el
Papa iba a verlo. El papa Alejandro III no quiere liberar a Becket de su cargo
si no que lo apoya y lo ratifica y lo despide, cosa que no hace con su rey.
Becket
se exilia en Francia desde el 2 de noviembre de 1164 hasta el 2 de diciembre de
1170.
EL
PROCESO
Primera
parte.
Crimen.
Inciso:
El código canónico escrito en latín traduce crimen en inglés como delito. Se
refiere a cualquier clase de acción penada por la ley, y en español crimen se
toma como homicidio o asesinato.
La Iglesia y reyes luchan ferozmente por
imponer sus códigos de justicia. Imponer la moral espiritual o material. El rey
piensa que si la culpa recae sobre un clérigo lo liberarán de ella y la Iglesia
piensa que si el culpable es laico será castigado doblemente, se le castigará
con látigo y luego con la pena que corresponde al delito.
La larga primavera de 1166, Becket
amenaza al rey con un castigo eclesiástico y este no cree redimirse con él. En
la fiesta de Whitsun –Bretaña- de 1166, Becket excomulga a una cantidad de
clérigos y seguidores del acusador, incluyendo a Josceline de Bohon, obispo de
Salisbury.
Segunda
Parte.
Becket y el rey, a través del Papa
Alejandro, finalmente llegan a un acuerdo el 22 de julio de 1170. El arzobispo
vuelve a Inglaterra el 2 de diciembre de ese mismo año.
Durante
la Navidad de 1170 el acusador estaba en su castillo en Bures-Normandía, en
donde se informó que Becket había excomulgado a una cantidad de arzobispos que
defendían al rey, incluyendo el de York, Edward Grim, quien estuvo presente en
el asesinato de Becket y por tanto pudo escribir Vida de Santo Tomas. El acusador en respuesta a ese libro dice “qué miserables zánganos y traidores he
criado y promovido en mi casa, que dejan que su señor sea tratado con tan
vergonzoso desprecio por un escribano de baja cuna”.
Reginald
Fitzure de Bulwick, que está alrededor de 6 millas dirección noreste de Corby,
Hugh de Morville, William de Tracy y Richard le Bretnon, regresaron de
Normandía a Canterbury con la intención de forzar a Becket a retirar su
excomunión; alternativamente lo toman de regreso a Normandía por la fuerza.
29
de diciembre de 1170. Por el lado derecho, el monje Gervase de Canterbury y el
testigo Edward Grim, se sitúan bajo un árbol en la catedral y se colocan la
armadura antes de entrar para sorprender a Becket. Los nobles informan a Becket
que debe de ir a Winchester a dar cuenta de sus acciones, pero Becket se niega a
cumplir los deseos del rey y los despide.
Los
cuatro caballeros empuñan contra él sus espadas cerca de una puerta del
claustro del monasterio, en unas escaleras cerca de la cripta y que continúa
hacia la catedral donde los monjes están cantando vísperas. Cuando pudo
esconderse detrás de una columna, Reginald Fitzure le llama alcahuete y Becket
sale diciendo “No me toques, Reginald; me
debes fidelidad y sujeción; tú y tus cómplices actúan como locos”.
Fitzure le da un golpe con su espada cortándole la parte alta de su corona. Entonces recibe un segundo golpe en la cabeza pero aún permanece de pie, al tercer golpe se le doblan las rodillas y él mismo ofrece el aspecto de una víctima viviente diciendo:
“En el nombre de Jesús y la
protección de la Iglesia estoy preparado para abrazar a la muerte”.
Entonces,
el tercer caballero infligió una terrible herida y se derrumbó, con lo que su
espada se rompió en el pavimento. El cuarto noble ayuda a sus amigos y perpetra
la muerte.
Los
asesinos de Becket se van hacia el norte al castillo Knaresborough, donde los
esperaba Hugh de Morville. Allí permanecieron un año. De Morville cambió su
propiedad a Cumbria; pudo también aprovecharse con otros hombres para
permanecer ahí una larga temporada, en el separado Reino de Escocia. No fueron
arrestados y el acusador les confiscó sus tierras, fue a ayudarles y
advertirles en agosto de 1171. El Papa Alejandro excomulgó a los cuatro
caballeros.
Tumba
conmemorativa de Thomas Becket
En
la Catedral de Canterbury
Las
tropas del Papa vieron a los asesinos que se dirigían a Roma y se lo
comunicaron al Papa, el cual los envió a Tierra Santa por 14 años.
El
rey continúo sus visitas a Northampton, a menudo con su hijo más joven. Este
hijo, en abril de 1171, fue declarado ilegítimo. Geoffrey se fue a Northampton,
donde estudió leyes canónicas y fue a la universidad hasta el mes de marzo
siguiente. Cuando el futuro rey Ricardo I, apodado Ricardo Corazón de León,
empezó una revuelta contra él en el mes de julio de 1173, el acusador
secretamente viaja para encontrarse con los rebeldes en Northampton.
En
mayo de 1174, el ejército rebelde dirigido por Ansketill Malotry, alguacil de
Leicester, ataca Northampton y se dio una gran batalla en los muros de la
ciudad. De los habitantes de la ciudad murieron 200, y 200 fueron hechos
prisioneros.
El
acusador muere el 6 de julio de 1189, a los 56 años de edad y es enterrado en
Fontevraud Abbey.
Escribe Chesterton.
Harto de sus disputas con Tomas Becket,
Enrique II pronuncia la famosa frase “¿Quién
me librará de este cura turbulento?”, y cuatro de sus caballeros
interpretaron literalmente al rey (tal como este probablemente pretendía,
aunque se apresurara a negarlo después). Y por fin, en un día oscuro, y en mi
opinión decisivo para la historia de Inglaterra, esas palabras suyas enviaron a
los claustros de Canterbury a cuatro asesinos feudales, que fueron allí a
acabar con un traidor y crearon un santo. Becket Fue canonizado por el papa Alejandro
III apenas tres años
después, en 1173.
Becket
es venerado como santo y mártir en la Iglesia Católica y en la Comunidad Anglicana. Su fiesta se celebra el 29 de diciembre. Es patrono de los clérigos
seculares y de los sacerdotes y diáconos que se ocupan de la pastoral en
parroquias.
Relicario
de Thomas Becket.
Museo
de Victoria y Alberto, Londres
Leonor Plantagenet (13 de octubre de 1160-Burgos, 31 de octubre de 1214), fue hija del rey Enrique II de Inglaterra y de su esposa, la reina Leonor de Aquitania. Princesa de Inglaterra, fue reina consorte de Castilla entre 1170 y 1214 por su matrimonio con el rey Alfonso VIII de Castilla -el de las Navas de Tolosa, 1212-.
Apenas
a los cinco años de su muerte y dos de su canonización, existía ya una Iglesia
en Salamanca dedicada al culto de Tomas Becket.
En el municipio de Layana, en las Cinco Villas, también es santo patrón.
En
Anento, Zaragoza, es uno de los santos titulares con uno de los mejores
retablos góticos conservados de Blasco de Grañén (siglo XV). Sus dimensiones
son espectaculares, estando íntegro y en perfecto estado de conservación.
En
Caldas de Reyes, Pontevedra, por donde T. Becket pasó en 1170, se construyó a
finales del XIX una iglesia de estilo ecléctico, proyectada por el arquitecto
Domingo Rodríguez Sesmero en su honor. Posiblemente sustituyese a una iglesia
de menor tamaño dedicada también al santo.
En
Avilés, Asturias, existen dos iglesias dedicadas a Becket en el mismo barrio de
pescadores: una medieval, la Iglesia vieja de Sabugo y otra de comienzos del
siglo XX, la Iglesia nueva de Sabugo, conocida como la catedral de Avilés.
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