Bach
A don Miguel
Navarro,
gran melómano
Donde terminan
las palabras, empieza la música.
Bach
nació el 31 de marzo de 1685 en Eisenach y murió el 28 de julio de 1750 en
Leipzig, donde está enterrado en la Iglesia de Santo Tomás.
Las
flores siempre están frescas y recién puestas, porque los alemanes le
demuestran su amor y devoción procurando que sea así.
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Sebastian y la
matemática
Bach
y la fascinante relación entre la música y las matemáticas
Esta
relación ha atraído al pensamiento occidental desde Pitágoras, el sabio de
Samos, iniciado por los sacerdotes egipcios en los misterios del cosmos.
Pitágoras estuvo de acuerdo con este pensamiento y además creyó percibir el
mismo patrón matemático, una armonía entre las estrellas y las cuerdas
musicales: “hay geometría en la vibración
de las cuerdas, hay música en los espacios de las esferas”.
Se
tiene como representante de esa tradición matemático-musical a Johann Sebastian
Bach, músico barroco alemán. La música de Bach parece confirmar la idea
platónica de que la belleza es orden, una imagen de los principios arquetípicos
de la creación.
Aunque
en su época no se le reconoció tanto, Bach ha ido ganándose un respeto cardenal
entre músicos; Beethoven llamó a Bach “el
padre original de la armonía”, reconociendo la influencia contrapuntística
del maestro.
En
la última etapa de su vida, Bach se interesó mucho por la simetría musical,
creando una serie de acertijos o problemas musicales para sus alumnos.
Estos
acertijos o puzles están sobre todo presentes en sus cánones y fugas, los
cuales debían ser descifrados para poder ser interpretados correctamente, por
ello la inscripción de Quaerendo
Invenietis (“Busca y deberás
encontrar”) en su colección Ofrenda musical, BWV 1079, una de las grandes
obras maestras de simetría musical y en la cual se revela la visión toral de
Bach: la música es una ofrenda a la divinidad, y en ella la gloria divina se
transparenta.
Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=-mdoJe_RvPg&t=21s
Puede
decirse que algo es simétrico cuando se puede transformar y se ve igual, cuando
se rota una imagen y se mantiene idéntica.
Por
ejemplo el llamado “Canon del cangrejo”
(nombre póstumo, porque como el cangrejo, camina al revés) que sigue una única
línea melódica que es tocada hacia adelante y hacia atrás simultáneamente (por
lo cual se ha confundido con un anillo de Moebius, aunque esto no es del todo
preciso).
Mucha
de la música de Bach tiene una cierta propiedad simétrica, como si fuera un
flujo de relaciones geométricas, autosemejantes, que podría describirse como
fractal.
Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=xUHQ2ybTejU&t=1s
El
“Canon del cangrejo”, según Douglas
Hofstadter en su libro Gödel, Escher y
Bach, es una especie de palíndromo musical, un espejo del tema musical en
el tiempo.
Hofstadter
explica que estas estructuras también se hallan en el ADN; una estructura
similar a un extraño bucle que se encuentra en los dibujos de escaleras
reversibles de Escher, en las matemáticas de Gödel, en la música de Bach y en
la naturaleza. Hofstadter aplica este mismo principio a sus diálogos
paradójicos entre la Tortuga y Aquiles.
En
el siguiente enlace, el Instituto de Santa Fe, ejecuta el “Contrapunctus VII” de Bach y podemos ver una gráfica de la música
que muestra la repetición del tema musical con una simetría fractal.
Enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=V5tUM5aLHPA
Si
bien apreciar la estructura matemática subyacente de los temas de Bach nos
permite dimensionar su fuerza intelectual y quizás entender el orden de su
efecto en nuestra psique, todo esto es sólo accesorio a la experiencia de
escuchar su música y sentir su belleza.
Pitágoras
creía que cierta música podía usarse como medicina y como una herramienta para
aumentar la conciencia de sus estudiantes.
La
música de Bach tiene cualidades sorprendentes, como explica Joel Robertson en
su libro Natural Prozac; es capaz de
relajar y energizar a las personas, incluso estimulando la producción natural
de serotonina.
¿Qué
tal si pasáramos un buen rato escuchando alguna de las fugas de Bach?
He
aquí algunas:
https://www.youtube.com/watch?v=I4VcufHzQdM&list=PLYOAY7DI5gab5aPhdxM5iXcqsYxqqez_S
♫♫♫
Personajes
Gaspar
Burgholt.- “Hoy ha venido hasta mi
soledad una visita que me ha alegrado el corazón”. Nos cuenta Ana
Magdalena, viuda de Bach.
Gaspar
era un antiguo y preferido discípulo de Sebastian. Le ha costado mucho
encontrarla, por lo cual se lo agradece más, ya que es una mujer vieja y sumida
en el abandono y la pobreza a los que condujo la viudez. ¡Qué pronto acabaron
los días felices! Gaspar también estaba muy envejecido.
Tenían
muchas cosas de qué hablar: su mujer, sus hijos ya adultos, su éxito más bien
relativo… y de pronto le dice: ¡escriba
usted una crónica, aunque sea pequeña, sobre el gran hombre!
Hay
muchos pertenecientes al gremio de los músicos y hasta simples escritores que
admiran su vida y su obra, pero usted puede contar sus palabras, sus miradas,
su vida y su música, hasta el punto de que si quieren saber de algún
secretillo, acudirán a su crónica para ello. Por eso, para conocer a Bach en su
totalidad, será preciso leer en primer lugar esa obra.
Esta
crónica será verdadera y contando el presente, por lo que será punto de
consulta para los que vengan detrás. La humanidad –humana y musical- quedará
oculta durante mucho tiempo, pero finalmente será conocida y su libro, el más
consultado.
Un
inciso.
Joel
Robertson seguro que había leído Pequeña
Crónica de Ana Magdalena.
En
su bibliografía se incluye especialmente la pequeña crónica de Ana Magdalena
Bach, que si no es el mejor libro sobre él, sí que es único, en el sentido de
que, al escribirla su mujer, nos la cuenta con datos y cosas de su vida íntima
que no contienen los otros libros.
Hay
otra serie de personajes que irán desfilando por la narración. Son los amigos
de Sebastian porque la vida de todos ellos, dado su oficio, transcurre muy
pareja.
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Vida de Sebastian
Sebastian
nació el 21 de marzo de 1685 en Eisenach, Thuringia; murió el 28 de julio de
1750 en Leipzig.
Un
inciso.
Dado
que esta ciudad quedó en el lado soviético durante la posguerra de la II Guerra
Mundial, no sufrió casi variaciones desde el punto de vista arquitectónico
hasta su reunificación.
Bach
es único dentro de su clase, nacido en una numerosa familia donde todos eran
músicos alemanes, que además de compositor, se convierte en cantante,
violinista y organista, todo ello en la era del barroco. Entre sus obras más
famosas están los Conciertos de
Brandenburgo, las 200 cantatas de
iglesia, El Clave bien temperado,
Variaciones de Goldberg; deja sin
acabar el Arte de la Fuga. En la
Iglesia de Santo Tomás de Leipzig es donde compone e interpreta la mayoría de
sus obras.
Variaciones de
Goldberg:
https://www.youtube.com/watch?v=15ezpwCHtJs
Conciertos de
Brandenburgo:
https://www.youtube.com/watch?v=efosxyYOhBQ
Aun
siendo alemán, utiliza el vivo estilo italiano como el de las obras de Antonio
Vivaldi. Se le considera el mejor organista que ha habido hasta el momento
actual, aunque naturalmente los instrumentos de ahora son mejores que los de
entonces, y él mismo ayudó a introducir mejoras en su construcción.
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-Los primeros años.
Bach
fue el más joven de los hijos de Johann Ambrosius Bach y Elisabeth Lämmerhirt.
El padre fue un intérprete de instrumentos de cuerda empleado por el
ayuntamiento y la corte ducal de Eisenhak.
Casa natalicia de Bach. Eisenhak
Empezó
la escuela en 1692 ó 1693 y dio muestras de cómo era su espíritu por las
frecuentes ausencias. Empezó la educación musical al mismo tiempo, sin que nada
definitivo sea conocido. Sin embargo, empezó con los instrumentos de cuerda
tocándolos con su padre, y sin duda atendió el servicio de la Iglesia de San
Jorge donde un hijo suyo fue organista hasta 1703.
Bach
era capaz de interpretar los principales estilos y tradiciones nacionales que
se habían puesto de moda en la generación precedente y su virtud fue hacer una
síntesis que lo enriqueció todo.
Fue
miembro de una muy conocida familia de músicos que estaba orgullosa de su arte.
Hacia 1735 publicó un libro titulado En
sus manos está todo bien, en el cual habla de todos sus antepasados,
especialmente de su abuelo Veit Bach, luterano de religión, quien por esta
causa tuvo que huir en el siglo XVI desde Hungría a Thuringia. ¡Siempre las
persecuciones religiosas!
La
familia tiene una gran colección de música de iglesia, así como la que tenía el
duque de Celle, interpretada por la orquesta francesa.
Un
inciso.
Es
curioso lo criticadas que son las personas pertenecientes a la aristocracia de
siglos pasados, sin tener en cuenta que gracias a su educación y fortunas se
mantuvieron las tradiciones, las buenas maneras, la música…
Ocurre
lo mismo con la música profana. Las dos clases de música son interpretadas o
compuestas por los músicos de esta época. Bach empezó a interpretar el órgano en
la corte de Weimar a los 18 años. Pasa a Arnstadt y permanece en el bosque de
Thuringia, donde se queda hasta 1707 y es muy devoto de la clave musical del
órgano.
No
le gusta pelearse con otros compañeros, pero mantiene sus puntos de vista,
aunque le cueste su puesto. Interpreta las composiciones de Dietrich Buxtehude,
músico muy importante y que hace que vaya a pie –¡350 kilómetros!- hasta Lübeck
para oír su música, y permanece más de 4 meses. A su vuelta sus empleados están
disgustados y un Fagot tiene un encontronazo con él.
Bach
tiene toda su vida la habilidad de saber cuándo debe de quedarse o irse, pero
en este caso se va. En estos tempranos años se familiariza con la cultura
musical de Thuringia y el servicio luterano ortodoxo.
En
esta época compone bastantes obras sin que tengan la importancia de las
posteriores, pero están todas catalogadas.
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-Período de Mühlhausen.
En
junio de 1707, tiene trabajo en la Iglesia de San Blas de Mühlhausen. Pronto se
va allí y se casa con su prima Bárbara Bach el 17 de octubre. Produce varias
cantatas religiosas. Estos trabajos se conservan en moldes y no muestran
influencia italiana –aparecerá después-, aparte de otras piezas, muestra de lo
que van a ser sus grandes composiciones. En 1708 se empiezan a publicar sus
composiciones. Bach ha demostrado siempre vocación de maestro y se empeña en
que los pueblos de su entorno y sus empleados, adquieran cultura musical.
María Bárbara Bach
Se
cree que estuvo envuelto en una disputa teológica entre dos pastores luteranos:
Frohne y Eilmar. Bach tiene amistad con este último y le provee de librettos, y es padrino de su primer
hijo. Las disputas llegan a los empleados y él presenta su renuncia ante el ayuntamiento.
Es entonces cuando se va a Weimar, cuyas personalidades de esta ciudad están en
buenos términos con las de Mühlhausen. El pretexto para ir es arreglar el
órgano, cuya inauguración se produce el 31 de octubre de 1709, para cuya
ocasión Bach compone una cantata el 4 de febrero. Por desgracia esta partitura
ha desaparecido.
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-Período de Weimar.
Bach
se convierte en el organista de la corte y en un miembro de la orquesta. El
duque de Weimar, Wilhelm Ernst, le pide que se concentre en el trabajo con el
órgano durante los años de su contrato. Ocasionalmente visita Weissenfels,
donde en febrero de 1713 y en una fiesta en la corte, se incluye la
representación de su primera cantata secular titulada Cantata Caza (BWV 208).
A
finales de 1713, Bach tiene la oportunidad de ocupar el puesto de organista de
Halle, pero el duque sube el salario y Bach se queda en Weimar.
El
2 de marzo de 1714, Bach se convierte en jefe de conciertos, con la obligación
de componer una cantata cada mes.
Empieza
su amistad con Johann Gottfried Walther –lexicógrafo y compositor- que era
organista en la iglesia de la ciudad y, como él, toma parte en las actividades
del “Castillo Amarillo”, que ocupan los
dos sobrinos del duque: Ernst August y Johann Ernst, a los que les da clase.
Este último es un compositor con talento que escribió un Concierto a la manera italiana. Algunos de ellos Bach los arregló
para instrumentos de clave. Por desgracia, el muchacho murió a los 18 años, por
lo que solo pudo desarrollar su corta obra desde 1708 a 1714.
Es
precisamente en esta época cuando se ponen de moda las formas italianas –al
modo de Vivaldi- y como Bach arregló algunas en clave para instrumentos cuando
su autor vivía, y su preceptor conserva los originales, el público cree que las
ha copiado. Bach lo que ha hecho es seguir la moda en obras más largas y de más
enjundia.
Entre
los trabajos que compuso en Weimar se encuentra El Libro del Pequeño Órgano, donde están preludios, tríos de órgano
y preludios y fugas de órgano. Este librito, encuadernado con el lomo y las
cantoneras de cuero, lo llamaba librito
para órgano, que servirá de guía a los principiantes para las diversas
maneras de ejecutar un manejo del pedal, pues en algunos de los corales que en
él se encuentran, el uso del pedal es obligado, para honrar a Dios y enseñar al
prójimo.
Órgano de la Iglesia en Weimer
En
1720 Magdalena viaja con su padre a Hamburgo, para visitar a sus tíos abuelos.
Sale por la ciudad y pasa ante la iglesia de Santa Catalina, entrando para
contemplar el órgano. Al hacerlo, escucha una maravillosa música que parece más
interpretada por un arcángel que por un hombre. Bach oye un ruido en la planta
baja que le hace suponer que allí hay alguien. Se asoma por la barandilla y
mira con ojos curiosos a su oyente. Magdalena sale lo más despacio que puede
del lugar sagrado.
Magdalena
no sabía quién era hasta que, al contarle lo sucedido a su padre, éste se lo
desvela. También la invita a ir con él a escucharlo, pues ha sido convocado con
otras personas a Santa Catalina, donde Bach interpretará ante el señor Reinken.
Ella no lo acompaña, pero abruma a su padre a preguntas cuando regresa del
concierto.
Un
año después, el padre de Magdalena era trompetero de la corte en Weissenfels, y
en su casa entraban y salían músicos constantemente. También ella había cantado
algunas veces en los conciertos de aquella corte, pero nunca coincidió con
Sebastian, director de orquesta. Para Magdalena era una amarga desilusión, pues
tenía grandes deseos de volverle a ver.
Una
mañana, al ir a entrar a casa después de un paseo, su madre le avisa de que no
entre en la sala, pues su padre tiene una entrevista con el maestro de capilla
Bach y podría estorbar. Ella esperó en el pasillo, nerviosa, cuando su padre
salió y le dijo que el señor Bach quería hacerle una prueba, quería oír su voz.
Al
terminar, le dijo: “Sabes cantar y tu voz
es pura”. Ella se turbó y calló tímida. Pasado un tiempo, el propio Bach
cuenta que en aquel momento pensó: “Me
quiero casar con esta muchacha”. A finales del verano de 1727, un año
después de la muerte de su primera esposa, Sebastian pidió la mano de
Magdalena. Por supuesto ésta dijo que sí, porque aunque en todos esos años no
lo había visto casi nunca, su corazón solo pensaba en él y sabía que no sería
nunca de otro hombre.
Grabado de Bach y Ana Magdalena
Nos
dice Ana Magdalena: “Bajo su dirección
estuve aprendiendo a tocar órgano con aquel librito, pero su manejo era muy
difícil. ¡Qué placer producía oírle tocar los preludios de corales! ¡Qué
jóvenes éramos los dos! Abro el libro y resuena en mi oído mi preferido,
cantado por la voz de mi amor”.
Un
gran músico francés, Marchand, muy célebre en aquel momento, le había retado a
demostrarle que era mejor músico: “Os voy
a enseñar lo hermosas que son mis suites para clave, que se titulan: Para los
moribundos: todos los hombres tienen que morir”. Quedaron emplazados, tanto
los ejecutores como los asistentes a la audición en casa del conde de Flemming.
Marchand envió recado diciendo que una enfermedad le impedía asistir. A pesar
de su juventud, a Bach se le conocía ya en toda Europa.
Sebastian,
en su época, fue un maestro completo e insuperable, sobre todo en los
instrumentos de teclado, y en ellos estaba siempre inventando posiciones que
hiciesen más fácil su manejo.
En
Leipzig dirigió la cantata de La pasión
del Señor de Haendel, compositor de gran categoría y le apenó mucho no
poderlo conocer personalmente.
Pasados
diez años, tuvieron ocasión de encontrarse en Halle. Bach llegó tarde. En
resumen, Haendel era un gran músico pero muy ambicioso de dinero y era él quien
buscaba al público. Se le conocía en Alemania, Italia e Inglaterra, mientras
que Bach huía del ruido y se dedicaba a un trabajo tranquilo y a su familia.
Sebastian
viajaba solo cuando se le requería, por ejemplo los habitantes de una ciudad
que habían comprado un nuevo órgano, hacían que la congregación de su iglesia
le pidiese que fuera a probarlo y a decirles si valía lo que pedían por él.
Un
honrado constructor de órganos, no temía nunca que los construidos por él
fuesen examinados por Bach. Sebastian quiso irse a Cöthen en el mismo Weimar,
pero la plaza se la dieron a un joven mediocre, pero con influencia. El duque,
que era el que sufragaba estos gastos, se enfadó y lo hizo encarcelar durante
un mes. Resulta muy doloroso ver la situación en que vivía lo que se llamaba “músico
de corte”. Decidió retirarse a un lugar tranquilo con su mujer y sus hijos. Una
vez libre, fue contratado por el joven y amable príncipe que reinaba, y le
acompañaba a Carlsbad a tomar las aguas. Iba con ellos la orquesta y todo lo
concerniente a ella, junto con la domesticidad. El príncipe apadrina al cuarto
hijo que tuvo con Bárbara, su primera mujer. Este niño muerió a los pocos días
después de haber sido bautizado en la capilla de palacio y posteriormente muere
la madre, María Bárbara Bach, dejando el cuidado de sus cuatro hijos a
Sebastian y su segunda mujer.
“Llegada a Leipzig en
mayo de 1723, la familia se detiene ante la casa del cantor que es la vivienda
que ocuparemos Sebastian y yo y los hijos de María Bárbara y míos. Siguiendo la
vieja costumbre alemana, mi marido me coge en brazos y me da un beso al cruzar
el umbral de la puerta. La casa pertenecía a la Escuela de Santo Tomás, bonita
y cómoda, pero pasados ocho años tuvimos que trasladarnos a la casa del molino,
mientras la nuestra se ampliaba añadiéndole dormitorios –¡ay los hijos!- y un
alegre y amplio salón de música desde el que, por medio de un gran pasillo se
trasladaba a la sala de clase”, Nos cuenta Magdalena,
que fue una verdadera madre para sus hijastros.
Antes
de nombrarlo oficialmente profesor de canto, tuvo que jurar ante el Consejo de
Leipzig que cumpliría su cometido con “aplicación y fidelidad”. Este se
considera uno de los documentos más importantes de su vida. He aquí algunas
cláusulas:
-Primera:
servir de ejemplo, tener puntualidad y enseñar concienzudamente a los alumnos.
-Segunda:
mejorar la música religiosa en las dos iglesias principales de la ciudad.
-Quinta:
el que los directores encuentren a los nuevos alumnos con aptitudes para la
música y que tengan ya una base de conocimientos.
-Sexta:
enseñar a los chicos música vocal y también instrumental.
-Séptima:
la música religiosa, que no sea demasiado larga para no aburrir, porque su
finalidad es estimular la devoción de los fieles.
-Novena:
tratar a los alumnos con amabilidad, y en caso de desobediencia castigarlos con
moderación y comunicarlo a quien corresponda.
-Décima:
cumplir fielmente sus deberes de profesor y todos los demás que me puedan
corresponder.
-Undécima:
si no se pueden cumplir los deberes personalmente, procurar ser reemplazado por
persona competente, sin originar gastos extraordinarios.
-Duodécima:
no salir de la ciudad sin permiso del señor burgomaestre.
Era
más importante ser director de la orquesta de la Corte de Cöthen que cantor en
la escuela de Santo Tomás de Leipzig, pero, sin que sepamos porqué, él ya había
tomado su decisión. El lunes 31 de mayo de 1723, tiene lugar el acto en que
Bach empieza su larga y fructífera vida en Leipzig. El órgano poderoso de Santo
Tomás es lo que le compensaba de todas las injusticias y todos los trabajos que
no estaban a la altura de su genio.
Iglesia de Santo Tomás, Leipzig
-“Ven Magdalena, ven a
ver el nuevo órgano”, le dice a su mujer. Y dejando la casa
manga por hombro porque acababa de aterrizar, se fue a ver aquella maravilla.
Lo único que le molestaba a Bach era la clase de latín. En los últimos años, y
a pesar de ser un buen latinista, no tenía costumbre de dar clases de ese
idioma. Años después prefirió pagar 50 táleros a un compañero para que le
exonerase de esa obligación. Les producía un sacrificio económico, pero hacían
un favor a quien le daban un encargo en momentos en que no tenía qué hacer y
Sebastian conseguía un tiempo libre para sus composiciones musicales.
El
cantor tenía la obligación de llevar a los alumnos a Santo Tomás los jueves por
la mañana, para ensayar los oficios dominicales. Aparte de eso, preparar y
ensayar la música para las procesiones de San Miguel, Año Nuevo, San Martín y
San Gregorio. Los domingos tenía que ejecutar una cantata o un motete en Santo
Tomás o San Nicolás.
Un
inciso.
Leipzig
estuvo en la parte soviética durante la partición alemana después de la Segunda
Guerra Mundial. Debido a la pobreza de esta zona alemana, se han conservado
muchos edificios, tanto públicos como privados, que estaban tal como se
construyeron. En la actualidad ¿habrán conservado aquellas maravillas que
quedaron en manos protestantes? ¿O habrán caído ante la picota?
Su
fama iba creciendo y con mucha frecuencia gente de Leipzig y sus alrededores,
tocaba a su puerta para pedirle que les interpretase algo en el órgano, a lo
cual él accedía con mucha amabilidad.
Una
vez llegó un señor, desconocido para el matrimonio Bach, muy alto, por lo que
pensaron que era inglés, gran admirador de la música de órgano, que estaba en Hamburgo
por negocios. Oyó hablar de un músico tan extraordinario como Sebastian y
cuando se conocieron se cobraron mutuo afecto, que nunca se perdió. En la
primera ocasión le dio un concierto de dos horas y le invitó a su casa a comer.
Después de que fumasen una pipa, Sebastian se sentó al clavicordio e improvisó
una música encantadora que escribió después y a la que llamaron La suite inglesa.
Bach
tenía la costumbre de, en temas musicales que habían compuesto para determinado
instrumento, aplicar arreglos para otros instrumentos diferentes. Charles
Dieupart, violinista francés que vivía en Inglaterra, era amigo del señor
inglés, a quien Bach envió estas composiciones. Él obsequió a Sebastian un
paquete que contenía libros y composiciones musicales, entre las que se
encontraban las Suites de Dieupart, y
algunas obras de Haendel.
Todo
lo que contó de Haendel le interesó mucho a Sebastian. “A mí –dice Magdalena- me
había parecido incomprensible que, voluntariamente, nuestro inglés se fuese de
nuestra hermosa Sajonia para irse a unas islas tan sombrías. Yo ya sé que
Inglaterra es una nación muy rica y que en ella Haendel ganó mucho dinero, por
eso, habiéndole oído tocar el órgano muchas veces en la Catedral de San Pablo,
tuvo deseos de oír en Alemania al único hombre capaz de medirse con él”.
Pero
después de haber oído a Sebastian, se dirigió a su esposa y haciéndole
reverencia le dijo:
-“Si me lo permitís,
señora, os diré que en todo el mundo, entre todos los organistas de fama, y yo
he oído a casi todos, ninguno iguale a vuestro marido”.
Ella
le devolvió la reverencia y le contestó:
-“Ya lo sé, señor”.
Al
oír lo cual, Sebastian soltó una carcajada: “Si
conocierais que es incapaz de formar un juicio crítico con respecto a mí. Me
considera como el mejor músico de Europa. ¿Verdad Magdalena?”. Y al decir
esto le daba unos golpecitos en el hombro. Ella estaba sentada en un banquillo
a sus pies, como tenía costumbre de hacerlo para hablar con él.
Los
músicos, cuando interpretan una pieza musical y lo hacen con amor, se encierra
algo del alma de uno mismo. Silbermann hablaba groseramente y tenía malos
modales, pero Bach acudía siempre a él porque era el mejor constructor de
órganos, aunque también el más caro, poniendo en ello todo su amor. El actual
rector de Santo Tomás era mísero y cerró la bolsa para Bach que cubría los
pequeños gastos. A pesar de sus carencias, Bach no paraba de componer música
para todas las iglesias de Leipzig. El malestar de Bach iba en aumento, y
además el coste de la vida en Leipzig era justo el doble que en otras ciudades.
Sebastian
se acordó de un músico muy amigo que había triunfado en Rusia. Para su esposa
era un país que encontraba extraño y poco religioso, pero “la patria de la mujer está donde viven su marido y sus hijos”.
(Eso sería en el siglo XVIII)
A
punto de enviar la carta, muere el antipático rector de Santo Tomás y es
elegido un íntimo amigo de Sebastian: el señor Gesner, a quien conoció en
Weimar. ¡Qué alegría! “Magdalena, creo que se han acabado todas nuestras
penalidades”. El nuevo rector tenía tan mala salud que había que
transportarlo en angarillas, pero estaba lleno de energía, de entusiasmo y de
bondad. En su mente gozaba de una gran ilustración. Floreció una amistad que se
renovó en aquel momento. La nueva elección repercutió en un cambio para bien de
la administración de la escuela. El nuevo rector escuchaba y animaba a los
jóvenes alumnos y a los profesores y administrativos, con palabras y hechos
amables, y demostraba la alta estima en que tenía a su cantor. Este demostraba
cómo tocar con todos los dedos de ambas manos al tiempo el clavicordio, el cual
contiene en sí todas las notas de muchas liras. O el instrumento de los
instrumentos con sus innumerables tubos animados por fuelles, con pies ligeros
sobre los pedales. Así suenan multitud de notas diferentes pero armónicas y al
mismo tiempo –¡qué maravilla!- dirige a 30 ó 40 músicos. A uno con la mirada, a
otro con un golpe de pie en el suelo, a otro con el dedo amenazador. El orden
lo conserva dando a uno las notas agudas, a otro las graves y a otro las
intermedias. Y entre toda aquella música ensordecedora, el maestro nota la más
pequeña desafinación, y anima a sus músicos cuando llegan las dificultades,
dándoles seguridad. Lleva el ritmo con todos sus miembros y su oído seguro
recibe todas las armonías.
Bach con sus alumnos
Este
párrafo era parte de lo que Gesner había escrito sobre su amigo, en el que se
describía con tanta exactitud la forma en que Sebastian dirigía un coro o un
concierto instrumental. Según el número de participantes, dirigía sentado al
clavicordio o clavecín. Marcaba el compás con un rollo de papel en una mano y
tocando el instrumento con la otra. Su hijo Manuel decía de él: “Era muy preciso en la dirección y el
compás, lo que daba un aire vivo y animado, y tenía una gran seguridad”.
La
casa familiar servía muchas veces de sala de ensayos y especialmente en
invierno, porque la iglesia era fría e incómoda. Lleno de pasión, su vida era
la música, sus manos parecían extraer la armonía del aire y la expresión feliz
de su rostro era indescriptible cuando todo salía bien. Una especie de
corriente con pureza de tono fluía cuando no se escapaba a su oído en notas
falsas. La música, las voces y los instrumentos armonizaban sin que el ritmo
adecuado escapase a su oído.
En
1729 fue nombrado director de la célebre “Asociación
Musical”, fundada por el señor Telemann, a la que dirigía el magnífico
concierto. Todos se celebraban en las propiedades del fundador. En verano, en
su jardín, en la calle del Molino de Viento, y en invierno en su Café. La Asociación llegó a ser ejemplar.
El
señor Kittel lo contaba diciendo: “Yo
creo que no hay otro como él en toda Alemania y no sabemos si le tememos más
que le amamos”. Al echarse a reír Magdalena, contestó con rapidez: “Pero no me negaréis que es peligroso darle
motivos para que se enfade”.
En
su casa tenía pupilos que pasaban un breve tiempo o años estudiando. Los
jóvenes estaban muy unidos a su maestro. Llegaban muy inocentes respecto a
muchas cuestiones, pero la grandeza de Sebastian y sus cualidades les hacía
comprender la dignidad de la profesión, la dureza de sus estudios y la devoción
que requería.
Para
poder llevarse partituras, los estudiantes iban copiando personalmente las
creaciones de su maestro. Uno de ellos al marcharse dijo: “Enciende una llama en nuestros corazones y toda la música de este
mundo ya no tendrá para mí más que su voz”.
Partían
de casa de los Bach tocando todos los instrumentos, sobre todo el clavicordio y
el órgano. Estaban dispuestos a todo, especialmente a comer. Su capacidad en
esta materia no la conocía nadie tan bien como Magdalena. “¡La música abre el apetito, señora!”, le solían decir. La seguían
a la cocina para que les diese un plato de sopa o una taza de leche de
almendras. “Cuando el señor cantor está
contento con nosotros, nos alegramos de tal modo que se nos abre el apetito.
Cuando no lo está, tenemos que comer para consolarnos”, le comentaban.
Formaban una cuadrilla de jóvenes muy alegres, pero se tomaban la música muy en
serio. Querían dedicar su vida a la música y por ellos tomaba un interés paternal.
Viendo
que su vejez se acercaba, quisieron ir a su casa para poder presumir que habían
sido alumnos de “Bach de Leipzig”,
pues con este nombre se le conocía. Ni aun subiendo extraordinariamente los
precios, dejaban de apuntarse, pero el comportamiento de Bach era el mismo
aunque pasasen los años: si alguno de los alumnos se comportaba de manera
incorrecta o no tomaba el estudio en serio, no tenía ninguna consideración para
indicarle la puerta.
Los
verdaderos alumnos eran muy diferentes de aquellos que iban a casa de Bach por
pedantería. Eran músicos que conquistaron el cariño de su maestro y como
músicos fueron verdaderamente extraordinarios. Así vivía Martín Schubart,
constantemente en su recuerdo, como el querido Cristóbal Altnikol, quien se casó
con Elisabet, hija del maestro, y los dos Krebs, padre e hijo, especialmente el
segundo, Juan Luis, que llegó a ser un músico admirable.
Sebastian
confiesa que no puede citar por su nombre a todos los alumnos habidos, pues
serían demasiados, pero entre los que se distinguió más, está Gottlieb
Goldberg, un magnífico ejecutante y que fue clavecinista del conde de
Kaysserling, para quien Bach escribió el Aria
con 30 variaciones, pieza compuesta para un clavecín con dos pedales. En
casa de los Bach se le llamaba generalmente “las
variaciones de Goldberg”.
Otro
alumno extraordinario fue Juan Felipe Kirnberger, que estaba en Berlín, donde
hacía notar las huellas de su maestro. Naturalmente, sus mejores alumnos y a
quienes más quería eran sus propios hijos, a quienes corregía con una especial
ternura. Si Bach era el mejor maestro de música, su mujer era la mejor
confidente. Se ofrecía como una madre dispuesta a oír todas las confidencias que
aquellos jóvenes tenían en un momento dado.
Otro
joven, Enrique Gerber, se había trasladado a Leipzig para estudiar derecho,
pero fue conocer a Bach y cambiar de opinión. En cuanto lo vio, el maestro le
puso la mano en el hombro y le llamó paisano –ambos eran de Turingia- y Enrique
temblaba de felicidad y de turbación cuando se dio cuenta de que había sido
admitido.
Si
el maestro estaba de buen humor, interpretaba él mismo la pieza que debían
tocar sus discípulos, y si no estaba de buen humor, se sentaba en un sillón a
verlas venir. La lección primera fue Las
invenciones, y muy pronto pasó al Clave
bien temperado, al que le tenía un cariño muy especial por oírsela tocar
varias veces a su maestro. Bach premiaba con esa clase de satisfacciones a sus alumnos
más aplicados y las tocaba él mismo dos o tres veces para que los estudiantes
supiesen cuál era la forma perfecta de interpretarla.
El
método de Bach para enseñar composición era completamente distinto de las
rígidas reglas de otro maestro: armonía, contrapunto y tocar con el bajo cifrado,
la fuga. Todo esto lo enseñaba en una forma que daba vida e interés al estudio.
Empezaba por la armonía a cuatro voces, con un bajo cifrado y hacía que cada
alumno escribiese primero cada voz en una hoja para que no se produjera ninguna
parte confusa y que todas las voces tuvieran su interés. Si una de las voces no
tenía nada que decir, debía callar. Las voces interiores debían fluir y formar
una línea melódica. La misma música de Sebastian era una melodía múltiple, y en
ella no se encontraba ni una nota que no tuviese origen justificado. Nunca
toleraba la añadidura de un acorde que no tuviera más misión que impresionar.
¿De dónde vienen estas notas? Preguntaba medio en broma medio en serio. Y las
tachaba. ¿Han caído del cielo en la partitura?
Kirnberger,
contaba que era regla en Sebastian hacer que sus alumnos empezasen a componer
por el contrapunto a cuatro voces, porque es imposible componer contrapunto a
dos o tres voces sin conocer muy bien el contrapunto a cuatro, pues como la
armonía tiene que ser necesariamente incompleta, quien no sepa manejar la frase
musical a cuatro voces, no puede juzgar qué es lo que debe dejar para escribir
composiciones de menos voces.
Este
alumno, muerto ya el maestro, se vio enredado en una controversia musical con
el señor Marpurg y citó como prueba irrefutable una frase de aquél: “No se le podrá hacer creer a nadie que
fuese a exponer sus principios sobre la armonía con arreglo a la opinión de un
discípulo”. Estoy convencido de que el gran hombre tenía más de una manera
de enseñar, y seguramente acomodaba su método a la capacidad del alumno, según
su concepción más o menos rápida y su mayor o menor talento natural. Me parece
que si existe algún escrito del maestro sobre el estudio de la armonía, no se
encontrarán seguramente en él los conceptos que el señor Kirnberger nos expone.
El
señor Marpurg tiene razón en cuanto a la multiplicidad de los métodos de
enseñar de Bach, pero se equivoca al creer que la veneración de Kirnberger le
hiciese decir sentencias de su maestro que éste no hubiese pronunciado. Todos
sus alumnos tenían que madurar sus ideas antes de llevarlas al papel y tampoco
les consentían que trabajasen en el clavicordio si no poseían la facultad de
componer mentalmente. Sebastian les hacía perder todas sus ilusiones, les
prevenía contra la continuación de la experiencia y les decía que por lo visto
estaban destinados a otra vida distinta de la ruda labor del compositor, “profesión que da mucho trabajo y produce
muy pocas satisfacciones”. Verdad es que esto lo dijo en un momento de
amargura, pero su situación espiritual frente a su trabajo la ha expresado
mucho mejor en las reglas que daba a sus alumnos.
El
bajo cifrado es la base más firme de la música. La mano izquierda toca las
notas escritas, mientras que la derecha añade las consonancias y disonancias, a
fin de que el conjunto produzca una armonía agradable para honra de Dios y
legítimo goce del espíritu. Como toda música, el bajo cifrado no debería tener
otro objeto que la gloria de Dios y la satisfacción del alma. De otra manera,
el resultado no es música, sino una chabacanería insustancial. El maestro
escribió con mucha paciencia, cuidadosas reglas y excepciones para el uso del
bajo cifrado o el acompañamiento a cuatro voces, exponiendo ejemplos abundantes
y claros que explicaban todas las dificultades. Por dos veces reformó una regla
que en su primitiva relación, más difícil, los alumnos no podían retener.
Magdalena nos dice en su cuadernito para clavicordio de 1725, “me escribió la construcción de los tonos
con sostenidos y con bemoles y algunas reglas para el bajo cifrado”. Pero
al final, añadió apresuradamente estas palabras: “los otros puntos que debían ser recordados se explican mejor de
palabra que por escrito”. Todos los que tuvieron la felicidad y el honor de
ser sus alumnos, aprobaron de todo corazón sus palabras. Ninguna regla escrita
puede dar una idea de la energía con que enseñaba Bach, de la claridad con que
sabía explicar y de la facilidad con que resolvía las dificultades que se le
sometían.
La
capacidad de Sebastian para llenar voces e improvisar era evidentemente
extraordinaria, y no podía ser bien apreciada más que por músicos muy
aventajados. Antes de ejecutar música suya, tocaba unas notas de un compositor
admirado como para entrenarse. A veces en la sala de estar familiar, haciendo
cada uno sus propias tareas, se quedaba abstraído. Para los familiares y
discípulos adultos parecía que estuviese solo. Y solo estaba, porque la soledad
es la cualidad de grandes genios como Sebastian.
De
sus propias composiciones sabía combinar las notas de tal manera que parecía
que era una obra recién creada. El señor Quantz, músico eminente en la corte
del Rey de Prusia, había escrito un tratado sobre la flauta que Sebastian había
leído con mucho interés, al que calificaba de músico admirable y se preguntaba
qué le sucedería cuando muriese, sin tener en cuenta el gran número de
discípulos a quienes Sebastian había inculcado su espíritu. Conocedor de la
música hasta lo más profundo, no era nada pedante y un amigo pudo decir de él: “Que se le pregunte al gran Bach que domina
la música con toda su fineza y la más perfecta técnica, y cuyas admirables
composiciones no se pueden oír más que con asombro, si, al adquirir su
habilidad extraordinaria, ha pensado siquiera una vez en la relación matemática
de los tonos entre sí y si al construir sus poderosas obras ha pedido consejo a
las matemáticas”.
Llevaba
la música en la sangre y tenía un extraño conocimiento intuitivo de la vida del
sonido. Hay un hecho que lo demuestra: estando Bach en Berlín, fue invitado a
ver el nuevo Teatro de la Ópera que se acababa de construir y al atravesar la
galería del gran comedor, se detuvo de pronto y dijo: “si una persona se colocase en uno de los rincones de la sala y hablase
en un susurro, otra persona en el lado opuesto, vuelto hacia la pared, podría
oír hasta la menor palabra, pero solamente ella”. Se hizo inmediatamente el
experimento: “Sebastian tenía razón”.
Se
puede sospechar que Dios le había dado tan inmensa comprensión intuitiva porque
“dos quintas y dos octavas no deben
seguirse nunca”. Él mismo no vacilaba en faltar a una regla y recordaba
unas palabras de Martin Lutero refiriéndose a uno de sus músicos favoritos: “Es el señor de las notas: tienen estas que
hacer lo que él quiere; otros compositores tienen que hacer lo que quieran las
notas”.
♫♫♫
Bach y su familia
Recordamos
los cuatro primeros hijos que tuvo con su prima y esposa Bárbara, de los cuales
el último murió a los pocos días de nacer. De los otros tres, los dos mayores
que eran chicos, fueron unos excelentes músicos pero con un estilo distinto. La
chica se casó con Cristóbal, “consuelo”
de Bach.
La
familia de Bach no cesaba de crecer. La cuna estaba constantemente ocupada y se
desocupaba también con prontitud. Entre los hijos de su primera mujer y los de
Magdalena, murieron ocho, pero sobre todo, morían los pequeños. Sebastian
perdió uno de su primera esposa y siete habidos con la segunda, y quedaron solo
seis.
El
matrimonio se sentaba cogido de la mano y recordaban una frase de Lutero que
dijo ante la tumba de su hija muerta: “¡Te
levantarás de nuevo y brillarás como una estrella, como el mismo sol! ¡Qué
extraño es sin embargo saberte feliz y estar triste”.
Mientras
el señor Gesner fue rector de la escuela de santo Tomás, todo fue bien, pero
cuando tenía diferencias con el Consejo o el Consistorio, llegaba a un estado
de cólera apasionada, demostración de la oscilación característica de los Bach.
Cuando
Gesner dimitió y ocupó su puesto Juan Augusto Ernesti, la lucha de Bach contra
las tres autoridades del colegio, incluido Gottfried Teodoro Krause, amigo del
rector; la situación no tuvo arreglo. Especialmente, porque el nuevo rector no
entendía de música y en el fondo la despreciaba. Un día que un grupo de alumnos
estaba ensayando, les dijo: “¿Con que
queréis convertiros en una murga de taberna?”. Y si hubiese dejado la parte
musical de la escuela en manos de Sebastian… Pero eso era precisamente lo que
no quería hacer. Y dada su ignorancia musical, cuando el cantor no podía estar
presente, aquello era un desastre.
Krause
vigilaba a los más pequeños y ya se sabe lo revoltosos que son. Durante una
hora se portaron tan mal, que no haciendo caso de las primeras palabras de su
guardián, se decidió a pegarles, cada vez más fuerte, y habiendo llegado lo que
ocurría a oídos del rector, lo condenó a ser azotado públicamente, ante todos
los colegiales. Sebastian recababa para sí la responsabilidad de Krause.
El
rector no quiso rectificar. El pobre Krause le dijo a Bach: “Entonces señor rector, no me queda más
solución que huir y dejar abandonada la escuela. No puedo soportar esa
deshonra”. Ahora era Sebastian el que estaba ofendido. Primero porque le
habían ofendido personalmente, y luego porque por su culpa habían ofendido a
Krause ya que el cargo de vigilar a los pequeños se lo habían dado a él. Todo
el asunto tomó un mal cariz. Sebastian tenía a Krause como “un perro de mala reputación” y no obstante, el rector le nombró
para un cargo en el que mostró enseguida su ineptitud.
Sebastian
se inhibió del asunto y nombró a una persona que sí que valía. Al principio
Krause dijo que se sentía ofendido y se lo contó al rector, el cual le remitió
al cantor. Se estuvieron mandando unos a otros y poniéndose verdes, cosa que en
general en las corporaciones ya pasaba antes y ha seguido pasando. Volvió a
casa y pareció a la familia que había envejecido varios años. “¡No habléis ahora conmigo, no hijos míos,
tendría que decir cosas de las que luego me arrepentiría! ¡Dejadme un rato
solo!”. Se había dejado llevar por el temperamento de los Bach, de ello era
consciente y nunca podía reprimirlo. Obedeció la orden del rector de que Krause
volviese a su primer cargo y Sebastian lo aceptó. Pero estaba sombrío y
colérico y Krause en plan de desvergonzado, se las daba de triunfador y en el
siguiente ensayo dio una prueba más de su ineptitud para el cargo.
Sebastian
estaba conforme, no en darle ese puesto, sino el que él mismo le había dado. Si
el rector no estaba de acuerdo, él mismo le bajaría de puesto a Krause. Para
cumplir su amenaza, envió al rector al domicilio de los Bach y fue al del
superintendente a contarle lo sucedido, y echó a Krause a mitad del coro de un
himno.
A
falta de prudencia, propia de esta familia, obró en contra de él, porque un
hombre exasperado nunca es precavido. Ernesti, naturalmente estaba presente en
la iglesia y fue a hablar con el superintendente, el cual le había dado la
razón a Sebastian y ahora se la daba al rector. Así se lo dijo al propio
interesado, que le respondió que en aquel asunto no cedería, costase lo que
costase. ¿Y qué sucedió? Que Ernesti se dirigió a la tribuna del órgano para
amenazar a sus componentes con los castigos más severos y demostró que, a pesar
de tener un cargo superior, tuvo un proceder indicativo no propio de su cargo,
pues existía un viejo derecho consuetudinario que permitía que todo lo
relacionado con el coro y sus directores lo dirigiese el cantor.
Cuando
Sebastian fue a su puesto y vio a Krause en el que, a su parecer, no le
correspondía, lo agarró por el cuello y lo llevó a empujones hasta la puerta.
Sebastian pensaba que uno de los muchachos dirigiría el motete, pero estaban
todos tan asustados por las anteriores palabras del rector, que ninguno de
ellos se movió. Solo un tal Krebs, antiguo alumno de la escuela, al que
naturalmente ya no podían castigar, se atrevió a dirigir la sagrada prez. Y la
dirección de Krebs se produjo porque la tomase Sebastian, ya que no podía
hacerlo con un alumno actual.
El
Consejo, al que se dirigió el cantor, no tomó cartas en el asunto, ni a favor
ni en contra, sino que se desentendió del asunto de forma que duró dos años la
enemistad entre el rector y el cantor. Tuvo un estado muy pernicioso en la
disciplina de la escuela. Descargaban su cólera escribiendo al Consejo, que no
les contestaba. Como se dice en antiguo español, se pusieron “como no digan dueñas”, y a ninguno de
los dos, ni a sus compañeros, se les puede calificar de incorruptibles.
Sebastian,
un hombre tan correcto, tan cumplidor de sus obligaciones, cuando le salía la
vena Bach, no había posibilidad de arreglo. “Yo
tengo la vigilancia superior y la responsabilidad sobre el primer coro y debo
saber mejor que nadie quién es capaz y quién se amolda mejor a mis deseos”.
Esta frase que la escribe una vez a sus alumnos, si se les impide obedecerle en
todo lo relacionado con la música.
Se
dirige al rector de la corte de Dresde, que vino personalmente a Leipzig en la
Pascua de 1738. Sebastian hizo la visita protocolaria a su príncipe protector.
En su honor organizó un concierto vespertino que fue muy bien acogido. Las
autoridades de la Escuela de Santo Tomás, viendo el favor que su compañero
gozaba del príncipe, automáticamente fueron cesando en las pequeñas molestias
que habían mortificado a Sebastian durante tanto tiempo. Es cierto que
Sebastian tenía la razón basándose en la tradición y la costumbre, pero su
violencia y su actitud provocadora dañaron la inmensa fama que tenía ya este
hombre. También se conocían los defectos de Krause, y la mala educación de
aquellos chiquillos. Cualquier maestro podía ocupar su puesto, pero tenía una
excepcionalidad como enseñante que no tenían los otros profesores. Por eso su
mayor felicidad eran sus lecciones tranquilas y caseras que daba a sus alumnos
internos en su casa, de los que recibía un trato irreprochable que no recibía
en la escuela.
Sus
alumnos caseros le adoraban, le llenaban de respeto y sumisión, que restañaban
las heridas que producían en su interior las miserias mundanas. Pedían
continuamente que les sirviesen en una
fuente la cabeza de Ernesti. Su carácter no era muy bueno, y era difícil que se
desahogase con otras personas, como no fuesen de mucha confianza y muy
queridas, y pensaba que los castigos recibidos por pequeñas faltas habían sido
excesivos.
Si
tenía disgustos, también tenía alegrías. El día 1 de diciembre, de 2 a 4 de la
tarde, tocó en el nuevo órgano que Silbermann había construido para la “Frauenkirche”. Estaban presentes
músicos eminentes y personas distinguidas, que le escucharon con la mayor
admiración, entre las que se encontraba el embajador de Rusia, conde de
Kayserling, que llegó a ser uno de los más ardientes admiradores de Sebastian.
Algunas veces iba desde Dresde hasta Leipzig para verle y oírle.
Al
volver Bach le esperaba el Consejo, que le reprochó el que hubiese cantado un
himno en un tono demasiado bajo y le amonestó para que no volviese a ocurrir.
Por
mediación de Kayserling, Juan Goldberger se hizo alumno de Sebastian y fue
discípulo extraordinario y adquirió fama por su trabajo incesante y la
habilidad de sus dedos. Sebastian escribió para él Aria con treinta variaciones, verdadera prueba para el ejecutante,
tan difícil, que son muy pocos pianistas los que pueden interpretarla. La
composición de las variaciones le valió a Sebastian el mejor regalo que había
recibido en su vida: Su tema se le ocurrió al autor al componer La Zarabanda
en sol Mayor, que incluyó en el
cuaderno de música de Magdalena. Ese tema era para disipar la melancolía que
produce el insomnio. Se cansaba de oír las variaciones y por esa composición hizo
a Sebastian el regalo, verdaderamente espléndido, de una tabaquera a la que
acompañaban 100 luises de oro.
Pero
los regalos y elogios de los grandes no eran los únicos homenajes que recibía,
lo que verdaderamente le alegraba, tanto si no más. Andrés Sorge, músico de la
Villa y de la corte del conde de Reuss, le ofrece el humilde tributo de un
colega que le alegra más que los regalos de los nobles. Este humilde pero
encantador regalo consistió en un grupo de piececitas compuestas para clavecín
y para orquesta, y que decía: “El gran
poder musical de Vuestra Excelencia, está acrecentado por su virtud admirable,
su bondad y su amor al prójimo”.
Toda
la familia Bach era muy hospitalaria. Su mesa era modesta, pero siempre puesta
para todos los que iban a verle y a oír con amor su música. También prodigaba
constantemente sus conocimientos, su experiencia y la belleza de su ejecutor
musical. El que iba a su casa con frecuencia era el señor Hasse, director de la
Nueva Ópera de Dresde, y célebre compositor, acompañado de la señora Hasse,
persona alegre y siempre bien vestida, de buen carácter, y entusiasta de la
música de Bach. Intérprete admirable, dada su voz potente.
Reconstrucción Dresde
Un
día, cuando el matrimonio se marchó, le dijo el músico a su esposa: “Tengo siempre la impresión de que cuando la
señora de Hasse está aquí, mi querida Magdalena se queda un poco arrinconada. Y
era verdad, porque las personas que han visto mundo y cosechado fama y honores,
parecen ocupar más espacio que los demás”. Era como su marido, una mujer
culta y que hablaba sin prejuicios y sin criticar a nadie. De vez en cuando, Bach,
acompañado de su hijo Friedmann, iba a Dresde, porque en su interior necesitaba
oír las últimas creaciones de música sacra, alguna ópera y distintas canciones
y arias.
Con
ese espíritu y el mejor humor, asistieron padre e hijo al estreno de la ópera Cleófides, en la que trabajaba el
matrimonio Hasse, compositor e intérprete. Al día siguiente, 14 de septiembre
de 1731, interpretó Bach al órgano, en la Iglesia de Santa Sofía, ante un
público selecto compuesto en su mayoría por músicos notables. Cuando Friedmann
Bach fue nombrado organista de Dresde en 1733, su padre tuvo una excusa más
para visitar la maravillosa ciudad, ya que el mayor de sus hijos era su
preferido.
Sebastian
fue invitado a Cassen para probar el órgano que acababa de ser sometido a
reparaciones durante 2 años. Le acompañó Magdalena y a ambos les recibió la
ciudad con extraordinaria amabilidad. El Ayuntamiento les entregó 26 táleros
para gastos de viaje y un criado para su servicio exclusivo durante la
excursión.
Todos
los miembros de la extensa familia Bach, viniesen de Erfurt, de Arnstadt, de
Eisenach, o de cualquier punto de Sajonia, eran bien acogidos por su familiar,
y hasta su sobrino Bernardo, hijo del hermano mayor de los Bach, que lo había
educado él. Su otro sobrino, que vivía en Schweinfurt, y era cantor, estudió
varias temporadas en su casa. Los miembros de la familia Bach no se distinguían
por su malgasto.
Una
ocupación de sus ratos libres era el reunir lo que él llamaba “el archivo de los Bach” y que consistía
en una especie de árbol genealógico y una colección de informes y composiciones
de las que eran autores diversos miembros de la familia. Tenía un gran amor a
ésta. Para él un Bach no era semejante a los demás hombres, sino un ser ligado
a otros unidos por lazos invisibles, de la común ascendencia y la igualdad de
gustos.
Godofredo,
hijo mayor de Sebastian y de Magdalena, a causa de una enfermedad se le había
quedado lo que en la época se llamaba una debilidad de inteligencia, que le
impedía que esta se mostrase en toda su grandeza. Pero de repente, y por causas
extrañas, tenía una “ocurrencia musical”,
es decir, una creación que un músico excelente no llegaba a tener y que dejaba
asombrados a la familia que todavía quedaba en casa.
Bach con tres de sus hijos músicos
Una
hija de Bach llamada Catalina, bajo una presencia serena y tranquila, amaba a
su padre con honda violencia, lo que hacía que rechazase a cualquier pretendiente
que la solicitara, ya que sabía que irse de casa sería perder el contacto con
la música.
Conforme
los años pasaban, se iba quedando la casa más vacía. El matrimonio podía
dedicarse a salir, pasear, viajar y hasta leer en su salón. Hasta cierto punto
le gustaba Lutero a Magdalena, pero “¿no
es maravilloso lo que me gusta a mí? –decía Sebastian- Con cuánta consideración tratamos Magdalena y yo los libros que
contienen toda la sabiduría del pasado y especialmente la de Lutero en su
escrito ‘Conversaciones de sobremesa’”.
El
mismo Sebastian cuidaba su biblioteca con la mayor atención y ellos eran un
consuelo que le ayudaban a olvidar las discordias del mundo exterior: La historia de los judíos, del sabio
Josephus, Tiempo y eternidad de
Geyers, o Sobre las lágrimas de Jesús
de Rafael Ambach. Especial consuelo le daba la lectura de Los sermones del dominico Juan Tauler.
♫♫♫
Universalidad de la
música de Bach. De las Cantatas profanas a las Pasiones
No
puedo –dice Magdalena- pensar en Sebastian sin que estuviese unido a su música,
como tampoco podría imaginarme que era otra persona quien la hubiese compuesto.
Algo podría decir sobre el efecto que producía en quienes la escuchaba. Me
asombro al recordar la cantidad de música que compuso en su vida: para órgano,
música de cámara, centenares de cantatas
de iglesia, la Gran misa latina,
las cinco diferentes versiones musicales de La
Pasión de Nuestro Señor, Segundos
Evangelios, los conciertos de violín, el Oratorio de Navidad, el Clave
bien temperado, las Suites y
demás música clave. Cuando me resuenan alguna aria encantadora, una fuga para
órgano o un trío, se pone de pronto a cantar en mi cabeza. Mi corazón siempre fiel, Prepárate
Sión, Pasacalle, Canzona en Re menor, música que no ha desaparecido, porque
nos hace pronunciar las divinas palabras “muerto,
sigo hablando”.
Ahora
hay nuevas corrientes musicales, como las que escriben sus hijos, pero
¿sobrevivirá lo que ha escrito Bach? También ha sobrevivido la de los
compositores anteriores a él. Sebastian y la moda fueron incompatibles. Él
siguió su impulso interior, al compás de la inspiración de su genio y sin
guardar ninguna consideración a las opiniones de sus contemporáneos. Bach
escribía para placer suyo. No le importaba lo que pensasen los demás. Solo le
interesaba el juicio de un círculo muy reducido de amigos.
Gaspar
Burgholf nos da una descripción de su carácter musical: “J. S. Bach era un genio de primera categoría, y de tan rara cualidad
que pasarán siglos hasta que aparezca otro semejante. Tocaba el clavecín, el
piano, el címbalo y todos los instrumentos de teclas con igual virtuosidad, y
nadie dominaba el órgano como él. Lo que más llamaba la atención en él eran sus
manos y el manejo del pedal. Era un virtuoso y un compositor con una enorme
riqueza de ideas. En su época, solo su hijo mayor podía comparársele. Tenía
algo que era verdaderamente un don de Dios: sabía enseñar”.
La
música era mayormente religiosa, pero como ya se ha visto escribió también
cantatas mundanas y música de cámara: Los
aldeanos, Febo y pan, y dramas
musicales, cantatas nupciales y una encantadora canción de primavera. Muchas de
estas piezas y la del domingo, las escribía en casa para contento de los
familiares. Como mucho público suyo solo conocía las composiciones serias, se
quedaban asombrados al ver que componía piezas humorísticas.
Sebastian
apreciaba mucho la música, pero también las letras cuando hablaba de cosas
bellas y elevadas. En sus últimos años dedicó mucho tiempo a repulir las piezas
musicales que más apreciaba. Una de ellas era el motete Entonad un nuevo cántico al Señor.
¡Qué
gran belleza la de sus tocatas y fugas! Como ocurre con el esplendor de la Tocata y Fuga en Re menor y la Tocata Dórica. Y qué decir del atractivo
especial del Preludio con fuga en Mi menor y la suave tristeza que se
desprende de Las aguas de Babilonia.
Y los preludios de coral como el Ven a mí
Espíritu Santo, trabajo durante el que le sorprendió la muerte.
Sin
embargo, lo más maravilloso de Bach son Las
Pasiones de Nuestro Señor según el Evangelio –Mateo y Juan son, con toda
seguridad, las obras de arte más grandes que ha producido jamás el espíritu
humano-, y la Misa en Si menor.
No
se puede hacer un juicio sobre estas obras, sino pensar en el dolor que experimentaría
el compositor al recordar el propio dolor de Cristo en la cruz y su muerte, sin
sufrir uno mismo –compositor y oyente- y recordar las heridas y muerte de
Cristo en la cruz, sin sentir un personal sentimiento de pecado.
En
la Semana Santa de 1724 se estrenó la Pasión
de San Juan, y el Consumatum Est
lo cantó un muchacho con una bellísima voz de contralto, que hizo que se
saltasen las lágrimas a la mayoría de los presentes.
No
ocurrió lo mismo en la de San Mateo, estrenada el día de Viernes Santo de 5
años después, ya que la música era demasiado elevada para el público de
Leipzig, y los coros que cantaban no eran muy adecuados para hacerlo. No se
volvió a cantar hasta el año 1740, con unos cambios que hicieron que fuese
mejor acogido. El principal cambio fue que al hablar Jesús solo lo acompañaba
música de cuerda, de modo que el Señor aparece siempre como una luz
deslumbrante. Es una música muy especial, la música que se cultiva en el alma,
y en el “crucifixus” de la misa,
parece que la espada que atraviesa el corazón de María, también atraviesa el
corazón del oyente. Estas composiciones hacían que una imagen se dibujara en su
espíritu con fervor apasionado, se unía a Pablo de Tarso y podía decir como él:
“dejo atrás las cosas pasadas y me dirijo
hacia la meta”.
♫♫♫
Los últimos
acontecimientos y su suspiro final: “Ante
tu trono me presento”
Isabel,
la hija de Magdalena y Juan Sebastian, se casa con Juan Cristóbal Altnikol,
alumno de Bach, el día 20 de enero de 1749. El maestro consigue para su nuevo
yerno la plaza de organista de Naumburg. La víspera de la boda hubo un pequeño
concierto familiar, en el que se ejecutó la Cantata
de primavera, compuesta para una boda y extraordinariamente fresca y
juvenil. Luego, la familia entonó la canción:
“¡Oh
dulce Niño Jesús! ¡Oh tierno Niño Jesús!
¡Has cumplido la
voluntad del Padre!”
Este
año Bach cumplió 64 años. Estaba muy envejecido y sobre todo le afectó mucho a
la vista, muy deteriorada por tanto fijarse en libros y partituras.
Bach
ingresó en la Sociedad de Ciencias Musicales, fundada por su discípulo y amigo
Mizler, el cual era estimado músico pero un poco vanidoso. Tal vez esa era la
causa por la que no había ingresado antes. Verdad es que la ciencia musical que
necesita un músico, Bach la llevaba ya consigo. Todas las piezas musicales que
llegaban a sus manos y eran de su agrado, enriquecían su espíritu.
El
emperador alemán deseaba conocer a persona de tanta valía y le pidió a Manuel
Bach que hiciese venir a su padre a Berlín, para poder conocerlo y hablar con
él. Sebastian consideraba que era demasiado honor y no quería ir, pero ante la
insistencia de Manuel no tuvo más remedio que hacerlo.
Bach
se puso en camino pasando por Halle, donde se encontró con su hijo Friedmann.
Al llegar a Potsdam se dirigió a casa de su otro hijo, Manuel. Apenas llegaron,
Bach cansado y sucio del viaje, tuvo que presentarse ante la Corte por la
premura del tiempo. Ni pudo ponerse la casaca negra de cantor. Se oyó la voz
del rey que dijo con cierta emoción en la voz: “¡Señores, el viejo Bach ha llegado!”. Le hace presentarse
enseguida y su aspecto provocó cierta sonrisa entre los personajes de la corte.
El
salón de conciertos, como el resto del palacio, era hermoso y brillante, adornado
con grandes espejos y esculturas, en parte doradas y en parte cubiertas de laca
verde. El atril de su majestad era de concha de tortuga, con incrustaciones de
plata muy artísticas. También había un címbalo con pedales de plata y los
estuches de varios instrumentos eran también del mismo precioso material que el
atril del rey.
El
viejo cantor se disculpó por su indumentaria, pero el rey era también músico y
conocía la grandeza de Sebastian, con lo que no dio importancia a su
vestimenta. Condujo a Sebastian por los salones de palacio y le enseñó los 7
pianos que había construido Silvermann, y le rogó que le proporcionase a él y a
la corte el placer de oírlo tocar uno de ellos. Después de probar todos los
pianos, rogó a al rey que le diese un tema para una fuga. Él lo desarrolló al
momento con su manera viva y precisa, despertando el asombro del monarca.
Al
siguiente día, Bach tocó el órgano en la Iglesia del Espíritu Santo. Por la
noche ejecutó en palacio una fuga a seis voces, porque al rey le interesaba ver
hasta dónde podía desarrollarse el tratamiento polifónico de un tema.
Finalmente improvisó una fuga que provocó en el rey admiración y entusiasmo,
hasta el punto de que repetirá constantemente: “¡No hay más que un Bach! ¡No hay más que un Bach!”.
Llegado
a casa y después de contarle todo lo ocurrido a su mujer, se puso a desarrollar
y perfeccionar el tema del rey, en una fuga a tres y otra a seis voces, ocho
cánones y simultáneamente una fuga en canon con el responso a la quinta, una
sonata en cuatro movimientos, y un canon perpetuus.
A esta obra la denominó Ofrenda musical.
Sus
obras las escribía con comentarios a veces jocosos. Por ejemplo, “que la fortuna del rey crezca como estas
notas”. Esta obra la hizo grabar con una dedicatoria muy placentera. Obra
llena de interés y belleza, homenaje especial al rey que era un gran flautista,
y en la que intervenían 3 instrumentos: flauta, violín y piano.
Acabado
su trabajo real e inspirado en él, compuso su incomparable El arte de la fuga. En esos momentos sintió que se le acercaba la
muerte. Con frecuencia repetiría la frase de Lutero: “La música es el mejor consuelo; refresca el corazón y lo lleva a la
paz”. Fue el arte que había amado con todas sus fuerzas y Dios lo había
marcado de una manera especial con su sello.
Toda
su vida trabajó con firme voluntad hasta el punto de que al final, haber
forzado sus ojos le dejó sin vista. Apreciaba su vista más que su vida, y
llegado a Leipzig un médico inglés llamado Juan Taylor, se hizo operar por él.
No
habiendo tenido éxito, se dejó operar otra vez. Cuando le quitaron el vendaje
el resultado fue que se había quedado ciego del todo. Todos lloraban, pero
Sebastian demostró una paciencia conmovedora y le pidió a Magdalena que le
leyese el segundo sermón del Domingo de la Epifanía y del que recordaba de
memoria un párrafo: “El que mis ojos
estén en mi cabeza Dios, Nuestro Padre celestial, lo ha querido por toda la
eternidad, si ahora me los quita, si me quedo ciego o sordo, es porque en su
infinita sabiduría lo habrá dispuesto así por toda la eternidad. ¿No deberé
pues abrir mis ojos y mis oídos interiores y dar gracias a Dios por haberse
cumplido en mí su eterna voluntad? Y lo mismo sucede con toda pérdida: la
amistad, la propiedad, la fama o cualquier otra con que Dios haga que nos
acordemos de Él. Todo ha de servir para prepararte y ayudarte a conquistar la
verdadera paz”.
El
simpar músico sufrió mucho por los tratamientos, por lo que en los meses que le
quedaron de vida, ya no volvió a encontrarse bien. Sin embargo, en esos tiempos
se derramó en él una alegría profunda y grande. Nunca había considerado la
muerte con terror, sino con una esperanza a la que miraba cara a cara, pues la
conceptuaba el verdadero complemento de la vida.
En
sus cantatas hablaba de la muerte y de la despedida de este mundo:
“Bienvenida
seas te diré”.
¡Y
qué melodía tan dulce y apasionada compuso para otra cantata con las palabras!:
“¡Suena
ya, hora tan deseada!”.
¡Y
cuánta nostalgia contiene la maravillosa cantata!:
“Dios
amado, ¿cuándo moriré?”.
No
estaba ocioso –nunca lo había estado- y aprovechó el tiempo que le quedaba de
estar en la tierra para corregir las dieciocho grandes corales para órgano.
Mientras Magdalena descansaba un poco en otra habitación, su yerno Cristóbal se
quedaba con él, ya que los hijos adultos no estaban en casa.
De
repente, se incorporó en la cama y le dijo a su yerno: “Trae recado de escribir, porque tengo música en la cabeza”. Y esa
fue la última que compuso en este mundo.
Cristóbal
le contó todo esto a su suegra y sus palabras finales mientras se veían las
primeras luces del amanecer. “Ante tu
trono me presento”, y la suave melodía recién compuesta va desde las
tinieblas a la claridad celestial.
Magdalena
descorrió las cortinas de la ventana para que el sol del amanecer fuera coloreando
el cielo entrando en la habitación para velar el sueño pacífico de su amado,
cuya cabeza descansaba ya en la almohada después de que su alma abandonase el
cuerpo.
Antes
de morir pide que le canten algo y empieza su ya próxima vida con el coral Todos los hombres tienen que morir y le
sigue la familia a cuatro voces. Mientras cantaban, la expresión de su rostro
denotaba que ya se había alejado de las miserias de este mundo. Muere el martes
28 de julio de 1750 a las ocho y cuarto de la tarde. Había cumplido 65 años. El
viernes siguiente lo entierran en el cementerio de San Juan de Leipzig. El
pastor que celebra los oficios funerarios dice desde el púlpito: “Se ha dormido dulcemente en el Señor el muy
inteligente y muy honorable don Juan Sebastian Bach, compositor de su majestad
el Rey de Polonia y Príncipe elector de Sajonia, Maestro de capilla del
Príncipe Anhalt-Cöthen, y cantor de la Escuela de Santo Tomás. Siguiendo la
costumbre cristiana, ha sido enterrado su inanimado cuerpo”.
Pero
con mucha más intensidad que las palabras del pastor, se sobreponen las del
coral que Sebastian había escrito en su lecho de muerte:
“Ante
tu trono me presento”.
♫♫♫
https://www.youtube.com/watch?v=6JQm5aSjX6g
https://www.youtube.com/watch?v=sPifhye2gQo
https://www.youtube.com/watch?v=6v2aZtIoLOs
https://www.youtube.com/watch?v=HTm2kEAfo8o
https://www.youtube.com/watch?v=AjBoL9E8uIk
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Bibliografía
-La
pequeña crónica de Ana Magdalena Bach.
-Vida
y obra de J. S. Bach.
-Johann
Sebastian Bach. Una vida para la música.
-Tócala
otra vez Bach.
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