MEZQUITA DE
CÓRDOBA
A Paco Fontana
1.- Enfrentamiento entre musulmanes y cristianos.
En 1233,
en tierras de la campiña de Córdoba, se enfrentan los ejércitos cristianos y
musulmanes. Los cristianos tienen la fuerza de la fe y los musulmanes el ser
propietarios de la ciudad.
Córdoba,
desgastada por el asedio cristiano, decide rendirse. El sábado 29 de junio de
1236, fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, se hizo la entrega de las llaves
por parte del emir Ibn Hud. Aunque algunos nobles españoles hablaron de pasar a
cuchillo a los moros de la ciudad, el rey Fernando aceptó la rendición en los
mismos términos en los que había sido pactada antes: salir vivos y con sus
bienes muebles a todos los musulmanes propietarios. Todos los edificios
quedaron intactos tras la toma. En el alminar del Alcázar y de la mezquita fue
colocado el pendón de Castilla y el crucifijo. La caída de Córdoba en manos
cristianas conmocionó al mundo musulmán, ya que era la antigua capital del antaño
poderoso Emirato, y posterior Califato, de Córdoba:
“Y así la
enseña del Rey eterno fue acompañada con la bandera del rey Fernando. Al
aparecer, por primera vez en la citada torre, produjo confusión y llanto
inefables a los sarracenos y, por el contrario, gozo sin par a los cristianos.
El día feliz iluminó a las criaturas de todos los puntos cardinales del mundo
en la feliz festividad de los apóstoles Pedro y Pablo; esta solemnidad anual se
celebraba en ese día”.
En la tarde
del mismo sábado, el obispo de Osma, D. Juan de Soria, y el maestro Lope
Fitero, futuro obispo de Córdoba, purificaron la mezquita para el servicio al
culto cristiano, bajo la advocación de la Asunción de la Virgen María:
“Por la
tarde el canciller, a saber el obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien
por primera vez colocó la señal de la Cruz en la torre, entraron en la
mezquita, y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera
iglesia, expulsada la superstición o herejía mahometana, santificaron el lugar
por la aspersión del agua bendita con sal, y lo que antes era cubil diabólico
fue hecho Iglesia de Jesucristo, llamada con el nombre de su gloriosa Madre”.
El domingo
30 de junio, el rey Fernando III hizo su entrada solemne en la ciudad. En la
iglesia reconsagrada pasó a celebrarse solemne pontifical por el obispo de Osma
y se entonó el Te Deum. Después
Fernando III pasó a residir en el Alcázar andalusí.
Un inciso.-
La mezquita se convierte en catedral, no por voluntad
de la Iglesia sino por la del rey, ya que en la época el poder real era como el
de Dios, infinito.
Sorprende a todos encontrarse con las campanas de la
Catedral de Santiago de Compostela, que Almanzor trajo en 997 a hombros de
cristianos, como obsequio a la mejor mezquita de España. Fueron encontradas en
el monumento cordobés utilizadas como grandes lámparas y llevadas a hombros de
moros a Galicia para que sonaran de nuevo en el santuario del apóstol Santiago.
Se
dice que: «En Calatañazor, Almanzor
perdió el tambor» –1002-, lo que significa
que el guerrero perdió la alegría. De hecho, desde ese día, cuenta la leyenda que dejó de
beber y de comer y por eso murió en Medinaceli,
localidad soriana donde fue sepultado.
cb
2.-
Actuación de Fernando III
Don Fernando III de Castilla, llamado «el Santo», porque lo era, nació en Peleas de Arriba el 24 de junio de
1201 y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Fue rey de Castilla desde
1217 hasta 1252 y de León, del 1230 al 1252. Hijo de Berenguela, reina de
Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó dinásticamente los reinos
castellano y leonés, que permanecían divididos desde 1157 cuando Alfonso VII el
Emperador, a su muerte, los repartió entre sus hijos, los infantes Sancho y
Fernando.
cb
3.- Los Omeyas (661-750)
Al fundar la primera dinastía de los Omeya en
Damasco, se vieron obligados a demostrar su dominio, a construir templos y
palacios y a rodearse de productos espirituales y materiales que estaban
todavía en pie, como en Egipto, Siria, Mesopotamia y Persia.
Damasco representaba el lugar de residencia, y
la Meca y Jerusalén –como también para los cristianos y judíos- eran las
ciudades santas. Ambas muy protegidas y con creaciones artísticas del mundo
anterior, donde se mantuvieron los elementos cristianos tradicionales: planta
de tres naves, como la antigua forma basilical. La del centro más elevada por
pequeñas arcadas. Se inserta un crucero cubierto por una cúpula longitudinal.
Se convierte en tendencia transversal y el conjunto queda así adecuado como el
esquema ya usual de la mezquita
y el patio con nave abierta. Posteriormente se añaden dos cúpulas a los lados
de la primera, pero que no se ven desde el exterior; mármoles policromados y
mosaicos, trabajados por artistas bizantinos y que se encuentran en
torno al minarete. Se combinan elementos cristianos y mahometanos.
Minhrab Mezquita de Córdoba
El centro no
es la alquibla ni el minhrab, sino que tiene una estructura central: la roca
ahuecada que los mahometanos consideraban como el lugar desde el que Mahoma
ascendió desde la tierra al cielo. En la época cristiana era el lugar que ocupó
el altar. Este lugar de la roca tuvo una cúpula abierta, que con el tiempo se
fue cerrando.
La
utilización de elementos arquitectónicos antiguos –especialmente columnas y
capiteles- no tiene un valor completo, sino que se utiliza cualquiera que sea
la forma de la construcción, y se ve especialmente en la mezquita más antigua
de Egipto. En medio del patio del siglo XVIII se alza una fuente, lo que indica
que antes de la plegaria estaban prescritas determinadas abluciones.
Los Omeyas
copian las tradiciones de los pueblos conquistados y sus desiertos eran los
lugares preferidos, tanto para vivir como para educar a sus hijos.
Quseir Amra
Un inciso.-
“Badía” o abadía es
la casa donde vive el cura o un edificio de tipo cultural. Se llamaban así
aquellos que se construían para la educación de los hijos.
Cúpula mezquita Quseir Amra
Palacete balneario Quseir Amra, siglo VIII,
cerca del Mar Muerto, en Jordania. No se trata de la conjunción de elementos
dispares, sino se ven ya unas líneas de dirección preestablecidas.
Fresco Quseir Amra
La Mezquita de Córdoba es un trozo que continúa
de la Iglesia Catedral. Ocupaba un espacio de gran tamaño con columnas
numerosas todas diferentes.
cb
4.- Relación
de poder entre la monarquía y la Iglesia.
¿Donó Fernando III la Mezquita de Córdoba a la
Iglesia en 1236?
Todas las evidencias históricas disponibles apuntan a que, siendo
consciente de su enorme valor simbólico y arquitectónico, el rey Fernando III
mantuvo la mezquita bajo su propiedad.
La reciente publicación del Informe de la
Comisión de Expertos designada por el Ayuntamiento de Córdoba para abordar
el problema generado a raíz de la inmatriculación de la Mezquita por parte del
obispado de la ciudad en 2006, ha reactivado el interés por la situación de
este excepcional espacio histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO en 1984.
El Informe incide sobre uno de los
asuntos clave en el debate público sobre la titularidad de la Mezquita. Frente
a las pretensiones
de la Iglesia, que afirma ser propietaria del edificio por donación
del rey Fernando III desde la conquista de la ciudad en 1236, el Informe pone
de manifiesto, no sólo que no existen testimonios históricos que acrediten de
forma fehaciente esa circunstancia, sino que lo que las evidencias disponibles
indican es todo lo contrario, es decir, que tal donación jamás existió.
A continuación comentamos las
principales evidencias históricas relativas a este asunto. Para ello, debemos comenzar,
en primer lugar, por las fuentes narrativas, que nos aportan el contexto
histórico de las circunstancias en las que se produjo la toma de Córdoba en
1236. Existen dos textos coetáneos a estos hechos, escritos por dos personajes
eclesiásticos de gran relieve en la época de Fernando III.
El primero es la Crónica Latina
de los Reyes de Castilla, texto anónimo que la crítica especializada
coincide en atribuir a Juan de Soria, obispo de Osma y canciller de Fernando
III. Su testimonio posee un carácter decisivo, por cuanto fue protagonista
directo de hechos que tienen que ver con el destino de la Mezquita. A este
respecto, dicha crónica contiene un texto de una naturaleza absolutamente
excepcional cuya relevancia en relación con el problema de la titularidad de la
Mezquita no ha sido convenientemente calibrado hasta el momento. Al referirse a
los momentos previos a la capitulación de la ciudad, la crónica menciona las
negociaciones entre los musulmanes y el rey. Los musulmanes pretendían que se
les dejase salir ‘salvas las personas y
bienes muebles que pudieran llevar consigo’. Sin embargo, entre los
magnates del rey había diversidad de opiniones. La singular excepcionalidad de
este texto justifica que, a continuación, lo citemos de forma extensa:
«Había entre
los magnates del rey algunos que le aconsejaban que no aceptara la condición:
que los tomara por la fuerza y los decapitara, lo que podía hacer porque
faltaban por completo alimentos y desfallecidos de hambre no podían defender la
ciudad. Por el contrario, se le insinuaba al rey que aceptara la condición y no
se preocupase de las personas de los moros de los bienes muebles con tal de que
pudiera tener sana e íntegra la ciudad. De cierto se sabía que los cordobeses
habían determinado que si nuestro rey Fernando no quería aceptar la condición,
desesperados de la vida, destruirían todo lo que de valor hubiese en la ciudad,
a saber, la mezquita y el puente; esconderían el oro y la plata; quemarían las
telas de Siria, es más, toda la ciudad y a sí mismos se darían muerte».
Finalmente, el rey aceptó las
condiciones de los cordobeses, aunque la crónica indica que fue ‘por deseo del rey de Jaén, con el que había
hecho una alianza contra el rey Aben-Hut y los cordobeses’. Resulta muy
significativo, en todo caso, que entre los elementos que los musulmanes
utilizaron para negociar con el rey Fernando para que aceptase sus condiciones
de rendición estuviese, en primer lugar, la Mezquita. No resulta descabellado
pensar que el rey fuese perfectamente consciente del enorme valor simbólico del
edificio, un lugar que había sido el emblema principal de la dinastía Omeya y,
por lo tanto, centro neurálgico del poder musulmán en la Península. Apropiarse
de ese espacio era, sin duda, el mayor acto simbólico de sumisión de los
musulmanes que Fernando III podía realizar.
Este aspecto debe valorarse en el
contexto de las demás informaciones de las que disponemos respecto a la
Mezquita y, en particular, de un hecho incontrovertible: la Mezquita de Córdoba
es el único templo musulmán que se ha preservado de forma íntegra en la
Península. ¿Por qué las demás mezquitas fueron profundamente transformadas o
destruidas casi en su totalidad y, en cambio, la de Córdoba se ha preservado
casi intacta hasta el día de hoy? No resulta posible entender este hecho de
forma correcta al margen de la absoluta singularidad del templo cordobés, una
singularidad de la que el rey Fernando, como indica el texto de la crónica,
era, sin duda, perfectamente consciente.
Puerta de San Esteban. Mezquita de Córdoba
De hecho, no parece tampoco que sea
casual que el primer acto de Fernando III al serle entregada la ciudad, fuese
la toma de posesión de la Mezquita, situando su bandera en lo alto del alminar
junto a la cruz. Así lo narra la citada crónica:
«Cuando
salían los sarracenos de la ciudad y en caterva caían de hambre, su príncipe
Abohazán entregó las llaves de la ciudad a nuestro rey e inmediatamente el rey,
como hombre católico, dando gracias a nuestro Salvador, de cuya especial
misericordia reconocía que había recibido tanta gracia en la toma de tan noble
ciudad, ordenó que la enseña de la cruz precediera a su bandera y que fuera
colocada en la torre más alta de la mezquita para que, delante de todo, pudiera
ondear junto con su bandera».
Ese mismo día, por la tarde, se
produjo la consagración de la Mezquita como templo católico, operación que fue
dirigida por el propio autor de la crónica, Juan de Soria, que narra el
episodio de la forma siguiente:
«Por la
tarde el canciller, a saber, el Obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien
por primera vez colocó la señal de la Cruz en la torre, entraron en la mezquita
y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia,
expulsada la superstición o herejía mahometana, santificaron el lugar por la
aspersión del agua bendita con sal, y lo que antes era cubil diabólico fue
hecho iglesia de Jesucristo, llamada con el nombre de su gloriosa madre».
Como puede verse, la atención que se
presta a la Mezquita en la crónica es extraordinaria, lo cual revela la
importancia que se le atribuía. En este sentido, resulta muy significativa la
total ausencia de cualquier clase de referencia a la donación del templo a
favor de la Iglesia. El texto está escrito por un miembro de la jerarquía
eclesiástica que era, a la vez, persona de máxima cercanía al rey Fernando III.
No parece razonable pensar que algo tan relevante como la donación de un
espacio tan extraordinario, a tenor de la importancia que se le atribuye,
pudiese haber pasado desapercibido al cronista.
Capilla de Villaviciosa
El segundo testimonio cronístico
coetáneo a la toma de Córdoba, está escrito por otro personaje de enorme
influencia en la época, el navarro Rodrigo Jiménez de Rada, autor de la crónica
De rebus Hispaniae. Aunque, en este caso, no se trata de un testigo
directo de los hechos, se trata de un personaje situado por encima de Juan de
Soria, ya que, como arzobispo de Toledo, ejercía la primacía en la Iglesia
católica castellana de la época, y además, la diócesis de Córdoba era sufragánea
de la toledana. Es decir, se trataba de la máxima autoridad eclesiástica en
Castilla en la época de la toma de Córdoba y, por tanto, no cabe duda de que
estaba perfectamente informado de todo lo concerniente a la Iglesia de su
época.
Comienzo del
capítulo 17 del libro IX de la Crónica de Rodrigo Jiménez de Rada. Biblioteca
Provincial de Córdoba, ms. 131, f. 111r (s. XIII).
La relevancia que Jiménez de Rada
otorga en su relato a la Mezquita de Córdoba es, incluso, superior, a la que
revela el texto anterior, ya que, en efecto, le dedica un capítulo completo, el
XVII del libro noveno y último de la crónica. El texto es de una extensión
excesivamente amplia para citarlo aquí de forma completa. Baste decir que el
cronista afirma que la Mezquita de Córdoba ‘aventaja
en lujo y tamaño a todas las mezquitas de los árabes’, explícita
manifestación de la perfecta conciencia que existía entre los cristianos de la
singularidad absoluta del templo cordobés. A continuación, el autor se refiere
a sí mismo cuando menciona la consagración del templo por el ‘venerable Juan’, el cual ‘sustituía al primado Rodrigo de Toledo, que
por entonces se encontraba en la sede apostólica’. Acto seguido, el
cronista afirma que ‘el rey Fernando
otorgó a la nueva iglesia una dote adecuada’, una vez más sin hacer
referencia, en ningún momento, a la donación del templo a la Iglesia.
Probablemente, Jiménez de Rada era
el mejor conocedor de la historia de los árabes en su época, como revela la
obra que les dedicó bajo el título de Historia Arabvm. En ella vuelve de
nuevo a enfatizar la excepcionalidad de la Mezquita de Córdoba, identificándola
como la más importante construida por ellos (ut prerogatiuo opere omnes
mezquitas Arabum superaret), lo cual ratifica la plena conciencia que
poseía respecto a su relevancia arquitectónica.
Volviendo a la cuestión de la
propiedad, en este punto resulta necesario insistir, de nuevo, en el argumento
citado: ninguno de los dos cronistas, personajes eclesiásticos de primer nivel en
la época y muy cercanos al rey, alude a la donación de la Mezquita a favor de
la Iglesia. Una circunstancia que debe considerarse muy significativa dada la
naturaleza coetánea de ambos testimonios y el protagonismo directo de ambos
autores en los hechos narrados, sobre todo en el caso de Juan de Soria,
protagonista directo de la toma de Córdoba y de la consagración de la Mezquita.
Tras las crónicas, debemos aludir a
los documentos y, a este respecto, la primera consideración a tener en cuenta
es que no existe documento de donación de la Mezquita de Córdoba por Fernando
III a favor de la Iglesia. La inexistencia de un documento de donación resulta
una circunstancia particularmente importante, que debe ser correctamente
valorada. Resulta, a este respecto, totalmente infundado pretender, como
algunos han hecho a raíz de la publicación del Informe, que en la Edad Media no
existía un registro de la propiedad como en la actualidad. Lo que sí existían
en esa época eran las leyes, los archivos y, obviamente, la noción de
propiedad, y a este respecto la legislación de época de Alfonso X, hijo y
sucesor de Fernando III, deja perfectamente claro que las mezquitas pertenecían
al rey, que podía darlas a quien quisiera:
«Por esto en
las villas de los cristianos no deben tener los moros mezquitas ni hacer
sacrificios públicamente ante los hombres. Y las mezquitas que tenían
antiguamente deben ser del rey, y puédelas él dar a quien se quisiere». (Partida
VII, título XXV, ley 1)
De hecho, esta referencia legal del
código de las Siete Partidas encuentra perfecto refrendo documental en
la propia época del rey Sabio, el cual, en efecto, donó varias mezquitas en
Sevilla, ciudad conquistada por su padre, Fernando III, en 1248. Así, en 1261,
Alfonso X donaba a los genoveses de Sevilla ‘la
mezquita que fue de Domingo Balbastro’, para que hicieran en ella ‘palazo’ donde ‘librar sos pleytos’ (González, Diplomatario, nº 251). Más
aún, un año antes, en 1260, Alfonso X pidió al arzobispo y cabildo de la
catedral de Sevilla que le devolviera una de las mezquitas que les había donado
‘para morada de los físicos que vinieron
de allende’ (González, Diplomatario, nº 232).
Que esas mezquitas sevillanas fuesen
donadas por Alfonso X significa que, tal y como establece la legislación de su
época, formaban parte del patrimonio regio. Obviamente, esas mezquitas hubieron
de pasar a formar parte de dicho patrimonio cuando Sevilla fue conquistada en
1248, lo cual confirma que la norma de las Siete Partidas relativa a la
propiedad de las mezquitas no fue una innovación legal del rey Sabio, sino que
estaba ya vigente en época de Fernando III.
En definitiva, las evidencias
históricas desmienten por completo la pretensión de la Iglesia y de sus
portavoces académicos de que la Mezquita de Córdoba pertenece en propiedad a la
Iglesia desde 1236 por donación del rey Fernando III. Lo que las fuentes de la
época ponen de manifiesto es que los cristianos eran perfectamente conscientes
del enorme valor simbólico asociado al templo cordobés, a tal punto que el ‘rey Santo’ cedió a las exigencias de
los cordobeses en el momento de la capitulación de la ciudad para evitar que
destruyesen la Mezquita.
Asimismo, los textos coetáneos de la
conquista de Córdoba describen la toma de posesión del rey de la Mezquita, con
la instalación de su bandera y la cruz en el alminar, así como su consagración
como templo católico y su dotación económica. De la donación, en cambio, no se
dice absolutamente nada; un silencio que resulta enormemente elocuente, en
particular debido a que, como indica la legislación de Alfonso X, ya vigente en
la época de Fernando III, las mezquitas pertenecían al rey.
En definitiva, todas las evidencias
históricas disponibles apuntan a que, siendo consciente de su enorme valor
simbólico y arquitectónico, el rey Fernando III mantuvo la Mezquita bajo su
propiedad. Mientras no se presenten evidencias fehacientes al respecto, la
presunta donación a favor de la Iglesia debe considerarse tan solo otro más de
los muchos mitos asociados a la historia medieval peninsular.
Un inciso.-
Alfonso VIII “el de las Navas”,
se había concertado su matrimonio con una dama inglesa, la hija de Enrique II y
ella, Leonor de Aquitania (Plantagenet). También la reina tomó mucha parte en
que se hiciese catedral la mezquita de Cuenca. Así se hizo. Por la falta de
numerario, se aprovechó los trozos del muro de la mezquita que todavía quedaba,
sin que se haya tocado hasta la época presente.
cb
5.- La
Mezquita de Córdoba
De
la Mezquita se ha segregado la parte dedicada a Catedral, pero en el muro de la
izquierda se puede visitar lo que queda de la antigua mezquita que lucía mil
columnas diferentes entre sí.
Lo
esencial en una mezquita es que constituye un cuarto de oración donde los
fieles se comunican con Alá. Si esta comunicación no es buena, hay un tabique
invisible que, manipulándolo, puede restituirla. Esto es lo que ocurre en
Córdoba sin éxito, y se deja estar hasta que termina la guerra en la ciudad.
Entonces se vuelve a intentar también sin éxito y se deja estar por miedo a una
catástrofe.
cb
6.- En
tiempos de Franco: venta de la Mezquita
Finalizando
los años 70, dos arquitectos españoles de prestigio lideran un debate: el
primero trata de un proyecto arquitectónico, y el segundo lo dirige la Iglesia
Católica que está en contra de él.
El
general Franco termina su vida en 1975, y unos diez años antes sorprende a todo
el mundo exponiendo al pueblo español un proyecto que es frenado in extremis por la siempre todopoderosa
Iglesia Católica: en lo que verdaderamente es, un monumento único en el mundo.
La destrucción de la famosa Mezquita se hace piedra a piedra para ubicarla en
otro sitio, y dejar la parte que se ha convertido en Catedral en donde está
actualmente. La misma Iglesia quiere que se le quite el nombre de ‘Catedral’, y
Franco estuvo a punto de darle el visto bueno a un proyecto que ya fue
declarado Catedral por voluntad de Fernando III de Castilla. Y fue Franco el
que estuvo a punto de dar lo que quería el Cabildo con este proyecto de
purificación que consistiría en trasplantar a otro lugar que ahora ocupaba la
Mezquita, sin que tuviese ningún uso de cultos.
La Catedral
se purificó en su día, incrustada en el corazón de la Mezquita, durante el
reinado de Carlos I, rey de España –siglo XVI-.
El
objetivo del general era devolverle su espíritu exclusivamente islámico y
recuperar lo que el arquitecto Rafael de la Hoz –Director General de
Arquitectura en aquel momento y principal propulsor de esta iniciativa- que
había calificado la “idea”, “la de los constructores originales, que
construyeron un espacio abierto y flexible, perecedero y dinámico opuesto al
espacio clásico de inspiración grecorromana, que se traza siempre de una manera
cerrada y se fija estéticamente en sí misma”. El arquitecto De la Hoz
pronunció estas palabras en su discurso de ingreso en la Real Academia de las
Artes de San Fernando.
El
Jefe del Estado contaba en aquel momento con dinero, mucho dinero, para
ejecutar una obra que se suponía iba a ser millonaria. El rey Faisal de Arabia
Saudí había prometido al Jefe español una financiación de diez millones de
dólares para llevar a efecto esta monumental obra de purificación y trasplante,
ambas palabras como se definió que lo que se convirtió en una auténtica batalla
dialéctica entre arquitectos desarrollada entre 1972 y 1973 en la revista Arquitectura. El rey Faisal había
visitado la famosa Mezquita en 1966 y había quedado maravillado por este
monumento. Su guía fue Rafael Castejón –¿se puede ser juez y parte?- porque
Castejón era el principal defensor de la idea franquista de evacuar la Catedral
del interior de la Mezquita.
Por
un lado, Franco era todopoderoso en España, y por otro el obispo que estaba al
frente del obispado de Córdoba, era el tristemente famoso José María Cirarda,
que fue el que trató de frenar la operación, escandalizándose con la idea.
Así
continúa hasta nuestros días con una belleza que asombra al ojo humano.
Vista aérea de la Mezquita de
Córdoba
cb
Un inciso.-
Don Jaime I, el Conquistador, en
1265 conquista Elche y su Palmeral. Se lo ha pedido su consuegro –entretenido
con sus poesías- y así lo hace el rey valenciano.
El Palmeral consta de entre
200.000 y 300.000 palmeras en unas 500 hectáreas de terreno. Es el más grande
de Europa y uno de los más grandes del mundo.
Los nobles que le acompañan, como
de costumbre dan muestra de su incultura y le piden al rey que cercene toda
aquella maravilla, porque lo plantaron los moros. Don Jaime, como de costumbre,
no hace caso y el Palmeral ha durado hasta hoy. Muy deteriorado a causa del
tiempo y las condiciones atmosféricas. Causa impresión ver a los palmeros
sentados en una especie de sillín de cáñamo, en el último tramo de la palmera,
quitando las palmas muertas, de forma que se vea un ruedo que indica que ha
transcurrido un año. También se cortan palmas enteras y palmerines para
iglesias y familias devotas.
Don Jaime sigue conquistando, en
una marcha gloriosa, lo que consideramos hoy la provincia de Alicante.
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