“Espera en Dios y faz buenas obras
Et si buenas obras fecieres a honor de Dios
E en ellas perseverares, seras salvo”.
(Benedicto XIII, Libro catorceno de ‘Las consolaciones de la vida humana’)
1328 (?)-1423.- Nace en Illueca (Aragón) Pedro Martínez de
Luna y Pérez de Gotor, perteneciente a familia noble emparentada con reyes y
altos cargos de la Iglesia. Como segundón elige la carrera de las armas y llega
a actuar en el campo de batalla, pero pronto la cambia por la eclesiástica. En
Montpellier es alumno y profesor: estudia ambos derechos y posteriormente
enseña Derecho Canónico y recibe el diaconado. Sus bienes se componen
fundamentalmente de rentas de canonjías, más alguna propiedad que recibe a la
muerte de sus padres.
Pedro es pequeño, enjuto de carnes, de complexión débil,
ojos hundidos… Si hay algo en él destacable es el exceso de sus cualidades.
Se le considera una lumbrera; es un reputado canonista con
una formación profunda y gran capacidad de trabajo. Goza de buena reputación;
excelente polemista, hábil en la política y la diplomacia. Su vida fue austera
y su comportamiento intachable; ni le salpicó la simonía ni aceptó sobornos
ofrecidos para obtener su renuncia, porque no motivó su postura el afán de
poder o de bienes, sino la defensa a ultranza de la pureza de la Doctrina, del
poder espiritual, de la figura del pontífice y de su infalibilidad. Siempre
manifestó que luchaba contra el galicanismo y el conciliarismo.
1375.- Nombrado Cardenal.
1394.- Recibe las órdenes sagradas, a edad avanzada; según
parece él mismo decía que se consideraba indigno de ser presbítero.
1394.- Elegido papa en Aviñón, donde permanece cercado por
las tropas del Rey (Aviñón es un enclave, una donación hecha al papado,
independiente del reino francés, pero cuyas tierras ha de atravesar para viajar
a otros reinos).
Europa vive tiempos difíciles. Se vislumbra el final de la
Edad Media y el anuncio del Renacimiento, y hay tres situaciones amenazantes
sin resolver: la Guerra de los Cien Años, la Peste Negra y el Cisma de
Occidente (1378-1417), uno de los peores (y más oscuros) conflictos sufridos
por la cristiandad.
El ambiente cultural está marcado por la Provenza y un
incipiente humanismo con Petrarca (1304-1374) y Boccaccio (1313-1375) como vanguardia.
Benedicto lo vive plenamente, es amante y favorecedor de las Bellas Artes,
amigo de intelectuales.
El Papa Luna continúa siendo papa en Aviñón y desplegando
una gran actividad: documentos, viajes… Su relación con Valencia desde 1398 a
1416 fue muy fluida y cordial con clero y Jurados (así lo demuestran les Lletres missives y los documentos
catedralicios). En 1415 estuvo en la ciudad y entre los pocos cardenales que le
acompañan a Aviñón está el valenciano Francisco Climent (¿-1430). Vicente
Ferrer (quien rehusó su ofrecimiento de ser obispo de Valencia) le apoyó
siempre. Los reinos hispanos, sobre todo el de Aragón, estuvieron a su lado
hasta el último momento, después lo dejaron en bien de la Unidad; le negaron
obediencia, pero no legitimidad.
La cristiandad estaba cansada; el canciller López de Ayala (1332-1407),
embajador de Castilla en Aviñón, había escrito en “Rimado en Palacio”:
Júntense en uno estos contendientes
en un lugar seguro con sus cardenales
y sus argumentos y hayan emientes
y den nos un papa en fin de estos males.
Largos años de adhesiones y desafectos, lealtades y
traiciones, amores y aborrecimientos…
Posturas: cesión
(abdicación), compromiso (arbitraje
de un tercero), concilio (convocatoria).
Reyes, teólogos y universidades se pronuncian en un sentido
o en otro, y hasta se desdicen cambiando de bando. Benedicto “permanece en sus
trece”. Convocado el Concilio de Constanza, confirma a Martín V y acaba con el
Cisma.
1417.- El Papa Luna es procesado y declarado cismático.
¿Tuvo Martín V parte en la conjura para envenenarlo? Aunque no se logró la
finalidad deseada, quedó muy quebrantado en su salud por ingerir la maligna
pócima.
Alfonso V El Magnánimo le permite que resida en Peñíscola
por el respeto debido a sus años y su nobleza.
Murió solo y pobre en su castillo, acompañado por sus
libros y el rumor de las olas (‘Papa del Mar’ le llamó Vicente Blasco Ibañez,
1867-1928), pero en paz, con la firme convicción de haber sido fiel a la Iglesia
hasta el fin (como escribió en sus Testamento: “…no tenía por qué atender
peticiones regias o conciliares…”). Nunca se desdijo de su “non possumus” (no
podemos).
Algunos fieles, que le habían admirado por su vida austera
y de sacrificio, empezaron a venerarle. Martín V los trata de cismáticos y sacrílegos
porque han colocado “en la Sinagoga de Peñíscola una imagen de Pedro de Luna”
(¡con lo que había luchado don Pedro por la conversión de los pérfidos judíos y
tratarle a él de tal!).
El Papa Colonna, acabado el Cisma, con la estancia
asegurada en Roma y protegido por su poderosa familia, firma los decretos
oportunos para que se promueva la reforma de la Iglesia, pero nunca quiso
firmar papel alguno que demostrase que el Concilio estaba por encima del Papa. Atención
al refrán: “de los escarmentados, salen los avisados”.
Dice un proverbio chino: “Cuando soplan aires de cambio, unos construyen
murallas y otros molinos de viento”.
También se dice que los reinos europeos que más se
opusieron a él, fueron aquellos en que, pasado el tiempo, el protestantismo
encontró más arraigo. Pura casualidad, por supuesto.
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